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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tercera coalición

Por tercera vez en 25 años, Estados Unidos encabeza una coalición internacional para actuar militarmente en territorio iraquí, en esta ocasión para combatir a las milicias terroristas del Estado Islámico, que han ocupado una extensa región a caballo entre Irak y Siria. La primera la convocó Bush padre, bajo paraguas de Naciones Unidas, para recuperar por las armas el Kuwait invadido por Sadam Husein. Era por el petróleo: el dictador iraquí quería quedarse con los yacimientos kuwaitíes. Estaba en juego el derecho internacional y la construcción de un orden mundial tras la Guerra Fría. Suena a sarcasmo más de dos décadas después, pero así fue. La segunda, convocada por Bush hijo en 2003 y sin cobertura de Naciones Unidas, fue de voluntarios. Pero voluntarios a empujones en una guerra preventiva para derrocar a Sadam, ocupar su territorio e incluso, según insinuaban sus propagandistas, para hacer el negocio del siglo con su petróleo. Algunos lo hicieron con las empresas subcontratistas de seguridad, que cargaron con parte del peso de la ocupación. Dividió a los europeos y al mundo entero, destruyó el Estado iraquí y regaló a Irán la hegemonía en la región. La bandera izada ?más sarcasmo? fue la democratización del Gran Oriente Próximo y utilizó un torrente de mentiras, desde la existencia de armas de destrucción masiva en Irak hasta que Sadam Husein había sido el inspirador de los atentados del 11-S. La tercera, convocada por el presidente Obama, tiene tan buena acogida como la primera pero cuenta con tan poca cobertura legal como la segunda, y es en todo caso una guerra defensiva. Las milicias terroristas del Estado Islámico, además de degollar a sus prisioneros occidentales y difundir las imágenes por las redes sociales, exterminan a los chiíes, cristianos y yazidíes que no se convierten al sunismo; esclavizan a las mujeres; torturan y ejecutan a sus prisioneros e imponen el islam más rigorista a las poblaciones que someten. Por eso la bandera de tal coalición es la más justa que pueda izarse: la defensa de la vida y la dignidad de las personas. Y sin embargo... En cuanto vemos quienes la conforman, los motivos que tienen para integrarla o las acciones emprendidas, meros bombardeos aéreos de dudosa eficacia, asoman las dudas. Ahí están los mismos que ayudaron a la construcción del Estado Islámico en Siria, como Arabia Saudí y Qatar. Está Turquía, interesada sobre todo en evitar la independencia kurda. Irán y Siria, formalmente ausentes, son los más ocupados en derrotar al islamismo suní. Para los europeos, cada vez más ensimismados en su seguridad, el temor es el del día siguiente, cuando regresen los terroristas reclutados en Europa. Pero el mayor dolor de cabeza es para Obama, que quería terminar su presidencia con todos los chicos en casa y se ve presionado de nuevo a poner pie en tierra iraquí por tercera vez en un cuarto de siglo. Y sin garantías de que esta vez vaya un poco mejor que las anteriores, incluso con la sensación de que una vez dentro será para mucho tiempo. 



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4 de octubre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Esa China

Hay movimientos políticos encapsulados que no sintonizan con el mundo exterior y los hay conectados con las vibraciones globales. Esto es lo que sucede con la campaña de desobediencia civil ciudadana que viene reivindicando de forma pacífica elecciones libres y democráticas en Hong Kong bajo el nombre de Occupy Central. Los siete millones y pico de habitantes de Hong Kong son muy pocos frente a los 1.300 millones de chinos. Apenas son 800.000, una quinta parte del censo hongkonés, los que fueron a votar en junio en un referéndum, calificado de ilegítimo e ilegal por las autoridades, sobre cómo deben realizarse unas elecciones democráticas. Quizás llegan a 100.000 los que se han movilizado estos días en el centro de la ciudad. Y sin embargo, la reivindicación con todas sus consecuencias del principio democrático (una persona un voto) es una amenaza intolerable para Pekín, que no teme tanto unas elecciones libres como la mimetización del ejemplo en el resto de China. La propuesta avalada por el Partido Comunista, y que rechazan los manifestantes, admite el sufragio universal pero establece el derecho de veto sobre los candidatos en función de su espíritu patriótico. Un consejo electoral en el que Pekín tiene mayoría es el que elegirá a los candidatos idóneos que se someterían al sufragio universal. ¿Y cómo se puede distinguir un patriota? Hay que remitirse al pequeño timonel Deng Xiaoping, fundador de la actual China a la vez comunista y capitalista. Es alguien que respeta a la nación china, apoya la soberanía china sobre Hong Kong y no quiere dañar la prosperidad y la estabilidad de la excolonia. Son palabras de hace 30 años, cuando cerró con Margaret Thatcher el acuerdo inicial de retrocesión de Hong Kong a la soberanía china para 1997. Atendían a la expresión 'un país, dos sistemas', que permitía mantener la sociedad capitalista construida en la época colonial, incluidas las libertades civiles, a cambio de la recuperación de la soberanía china sobre su territorio. Eso ha sido así hasta ahora, aunque en el conflicto actual surge de nuevo la clave del tipo de patriotismo exigido por Deng, que es precisamente la soberanía, algo que para el Partido Comunista de ninguna manera puede estar en manos de los hongkoneses. Ni tampoco de todos los chinos, puesto que para ellos no rige el principio democrático. Tras el acuerdo entre Deng y Thatcher, llegó la Ley Básica, la constitución fabricada en Pekín con el consenso británico y hongkonés. En 2017, 20 años después de la unificación, debían celebrarse elecciones democráticas, y hasta 2047 había que mantener los dos sistemas, una evolución que conduce a que China converja en el principio democrático o que lo suprima como está intentando ahora. En mitad del debate constitucional, en 1989, llegó una mala noticia, que estremeció a los hongkoneses y que no se han quitado todavía de la cabeza: la matanza de Tiananmen, una cuestión finalmente de soberanía, es decir, de su negación a los ciudadanos en favor del Partido Comunista. ?Somos hongkoneses, somos asiáticos, no somos esa China?, rezan algunas pancartas del movimiento. La democracia también crea identidad y patriotismo. El problema no es China. Es una China en la que no cabe un Hong Kong democrático y pluralista.



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2 de octubre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Astucia y democracia en días históricos

!Cuántos días históricos! No caben las fotos en el álbum. No sabemos el final, pero la secuencia ya es gloriosa en imágenes y titulares. El mundo nos mira. La historia nos convoca. Las jornadas salen emotivas y radiantes con pasmosa exactitud y precisión. Los acontecimientos surgen de la cadena de producción como mojones monumentales que marcan el futuro. Las declaraciones y documentos, leyes y decretos, con sus firmas y rúbricas, y sus correspondientes glosas y epinicios, conforman ya un archivo monumental en el que la historia se escribe a medida que se hace. Es una maravilla posmoderna que sorprendería a cualquier filósofo de la historia. Nunca las producciones históricas habían alcanzado tal perfección y efectos tan espectaculares. El nacimiento en directo de una nación independiente, bajo los focos televisivos y con seguimiento de las redes sociales. Hollywood en tamaño real. Catalonia Productions. El show de Truman con un pueblo entero de protagonista. El asombro del mundo. Y todo este cúmulo de acontecimientos extraordinarios e inolvidables, reconozcámoslo, como fruto de dos virtudes esenciales, que encarna Artur Mas, el presidente tenaz y resuelto: son la astucia jurídica y la radicalidad democrática. Sin ambas no habríamos llegado hasta aquí. La astucia ha proporcionado el ejercicio del derecho de autodeterminación bajo la denominación más ligera y aceptable del inconcreto derecho a decidir, inexistente mundialmente en código legal alguno. La ley de consultas y el decreto de convocatoria responden ambos a la misma astucia: denominar consulta no referendaria a lo que todos, empezando por los medios internacionales, consideran sin duda alguna como un referéndum de autodeterminación sobre la independencia. También gracias a la astucia, los ciudadanos que votaron en favor de partidos que propugnaban un pacto fiscal como los conciertos vasco y navarro o de un Estado propio dentro de Europa --signifique lo que signifique tan estupenda como críptica expresión--, vieron utilizados sus votos en la configuración de una mayoría parlamentaria en favor de la autodeterminación y la independencia. Fruto asimismo de la astucia fueron las dos preguntas para la celebración de la consulta, pactadas junto a la fecha antes de que existiera la cobertura legal para celebrarla: respecto a la independencia, son como las bolas de billar que le colocaban a Fernando VII, pensadas para los partidarios del triple sí, a la consulta, al estado y al estado independiente. No hay garantía alguna sobre la celebración efectiva de la consulta, pero lo que es campaña la hemos tenido, larga, intensa y costosa. De hecho, lo único que hemos tenido hasta ahora es campaña, una soberbia y exitosa campaña muy bien coordinada desde arriba y desde abajo, con aportaciones privadas y con presupuestos públicos, con fastos del Tricentenario incluidos y una entera corporación de medios de comunicación, radio y televisión, generosamente pagados por todos los contribuyentes, dedicados a ella en cuerpo y alma, con despliegue de todos los géneros y en todos los horarios. Y lo que ha faltado, en cambio, lo que difícilmente puede haber ahora cuando quedan apenas 40 días para la fecha señalada, es un debate abierto y de altura sobre las ventajas e inconvenientes de la independencia, con posiciones diferenciadas y respeto mutuo entre unos y otros como el que hemos podido seguir en Escocia. El orden trabucado de los factores es parte de la astucia desde el primer día. Primero la campaña y luego ya veremos si hacemos la consulta. Primero optamos por la independencia y luego ya organizamos el proceso que conduzca a una consulta exitosa. Pero la mayor y las más bella de las astucias --que resume el cambio en el orden de las factores que necesariamente altera el producto-- es la inversión de los términos de la reforma constitucional que se necesita para que Cataluña sea reconocida como sujeto político y de ello pueda derivarse el derecho a autodeterminarse, es decir, ser consultada sobre su futuro y sobre sus relaciones con España. La consulta que Artur Mas ha convocado solo sirve para que el Gobierno sepa qué tipo de reforma constitucional tiene que proponer al Gobierno español y no constituye en su enunciado nada más que una enorme encuesta en la que la muestra es idéntica a la población consultada. A partir del resultado, Artur Mas irá a negociar lo que hayan preferido los consultados: la independencia, el incremento de la autonomía en un marco federal o nada. Así los catalanes se habrán autodeterminado sin reformar la Constitución y sin darse cuenta. Hay otra historia sin guiones ni productores que transcurre en paralelo a las grandilocuencias del proceso. Artur Mas también la está abordando con astucia, pero con discutible radicalidad democrática. Pudo verlo todo el mundo en la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya, pocas horas antes de la histórica firma de la convocatoria de la consulta y sobre todo en la deferente actitud del portavoz de Convergència, Jordi Turull, hacia el ex presidente, mucho más interesado en controlar a Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho que en conocer la verdad sobre la confesión de un fraude fiscal continuado durante 34 años. Todo muy claro: astucia, siempre; radicalidad democrática, a conveniencia.



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29 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Decapitaciones

No es un Estado, no es islámico, pero se parece a algunos Estados y también a algunas tendencias del islam. No es un Estado porque no atiende a más ley ni orden que la fuerza y la crueldad de quienes lo reivindican, aunque explota pozos de petróleo y hace incluso como que administra ciudades, bajo la vigilancia de un ejército de asesinos reclutado en todo el planeta. Tampoco es islámico si atendemos al mensaje de paz y reconciliación en el que creen la mayoría de los musulmanes, aunque son claras sus afinidades con las sectas islamistas más visibles y probablemente poderosas. La mejor prueba es Arabia Saudita, patria de la muerte por decapitación. Solo en agosto, Riad ha ejecutado, mayoritariamente por golpe de sable, a 19 personas, 34 en el conjunto del año y hasta 78 el pasado 2013. Nadie sabe tanto de rigorismo islámico como los policías religiosos wahabitas, pagados por el Estado bien islámico de los Saud. La síntesis de ambas cosas, el sable y la shahada, el credo musulmán, aparecen sobre fondo verde en la bandera del país. Los desmochadores de cabezas del Estado Islámico y sus imitadores argelinos tienen donde inspirarse, aunque prefieran el machete al sable. Los verdugos saudíes son maestros carniceros, que rebanan de un solo corte la mano de un ladrón o el cuello de un apóstata. Lo hacen en la plaza pública, en conformidad con la arcaica función ejemplarizante de la pena capital, aunque lejos de la capacidad amedrentadora global de los nuevos desmochadores, con la difusión vírica de las grabaciones de sus repugnantes sacrificios humanos. No es fácil diferenciar al Estado Islámico de Irak de este otro Estado también islámico reconocido internacionalmente y admitido en consejos de administración y salones occidentales. Arabia Saudí es el único país del mundo donde la decapitación es legal, pero no es el único donde delitos como la apostasía merecen la pena de muerte. El Irán de los ayatolás también ejecuta similares delitos. Y son muchos los países islámicos, desde Pakistán hasta Mauritania, donde está bien asentada la convicción de que la blasfemia y la conversión de un musulmán a otra religión merecen el máximo castigo, gracias también a la influencia y al dinero que Riad manda a sus mezquitas y madrasas. Cabe todo tipo de conjeturas respecto a las causas de estas decapitaciones. La más a mano para los musulmanes sin fuertes convicciones liberales y democráticas es encontrarlas en responsabilidades ajenas. Mayor interés tiene saber si la coalición internacional que organiza los bombardeos aéreos será capaz de terminar con los desmochadores de cabezas. Los primeros interesados son los musulmanes liberales y demócratas de todo el mundo, cuya religión corre peligro de secuestro en manos de esos yihadistas tan similares a los guardianes saudíes de los Santos Lugares. 



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27 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sin talleres de reparación

Apenas hay crisis que no tenga efectos globales, pero a la vista está que faltan los instrumentos globales para resolverlas. En pocas ocasiones como en la asamblea anual de Naciones Unidas, que se reúne cada septiembre en Nueva York, adquiere mayor visibilidad la insuficiencia de los instrumentos multilaterales para enfrentarse con rapidez y eficacia a situaciones como las que acaban de estallar en África con la epidemia de ébola, o en Oriente Próximo con la instalación del Estado Islámico en un amplio territorio entre Siria e Irak. Ambas constituyen amenazas globales, que interpelan al ensimismamiento de los Gobiernos y al provincianismo de las opiniones públicas. El crecimiento exponencial de las muertes por ébola en los cuatro países donde se ha declarado la epidemia ?Guinea, Liberia, Sierra Leone y Nigeria? amenaza la seguridad regional y la estabilidad de esos países. Si no se frena la progresión de la enfermedad, los cálculos más catastróficos sitúan en 1,4 millones la cifra de fallecidos el próximo enero. El freno solo puede venir, en el medio plazo, de la rápida obtención de una vacuna y, en el inmediato, de las actuaciones sobre el terreno para detener la transmisión, algo que no está al alcance de los Gobiernos africanos, pues exige una espesa red sanitaria que aísle a los enfermos y entierre adecuadamente a los fallecidos. Las débiles estructuras estatales son insuficientes y las organizaciones internacionales, la OMS principalmente, carecen de medios e incluso de capacidad de reacción. Al final tuvo que ser Estados Unidos, por boca de su presidente, quien dio la voz de alarma, señaló el carácter global de la crisis y aprobó el envío de un contingente militar de 3.000 personas y una inversión en instalaciones y equipos sanitarios de 750 millones de dólares (586 millones de euros), la mayor ayuda humanitaria desde el tsunami de 2004 en el Índico. También el Estado Islámico constituye una amenaza global, aunque se enmascare en su actuación regional. La contención del peligro, y no digamos ya su eliminación, no está al alcance de los países de la región. Nada pueden hacer las organizaciones multilaterales, empezando por unas Naciones Unidas limitadas por el veto de Moscú. Nuevamente todo hay que fiarlo a la acción de Washington, que en este caso, al contrario del ébola, no desea que sus soldados pongan pie en tierra y se limita a bombardear desde el aire. La consistencia del peligro global es evidente. Por la emulación del modelo en toda la geografía del islam. Pero también por la difusión vírica de la acción terrorista. Los combatientes del Estado Islámico tienen un nuevo e inquietante perfil. Hablan inglés, son hábiles en las tecnologías digitales y cuentan con un buen entrenamiento militar. Su regreso a los suburbios de las grandes ciudades de donde proceden será un momento especialmente peligroso por su capacidad de actuar en red y difundir, también exponencialmente como el ébola, sus doctrinas y sus planes violentos. Así son las crisis del siglo XXI: con efectos globales que los talleres de reparación, casi todos locales y nacionales, son incapaces de resolver, y suelen terminar en las manos no siempre hábiles del mecánico americano.



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25 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las semejanzas entre prorrusos y yihadistas

No siempre ayudan las diferencias. A veces la luz sale de las semejanzas. Son abismales las diferencias que hay entre el conflicto de Ucrania y el Estado Islámico que los yihadistas han instalado a caballo de Siria e Irak. No vale la pena insistir en ellas y por eso es mejor ir a por las semejanzas. Ambos conflictos se producen en un territorio difuso, que cuestiona fronteras reconocidas; uno en las regiones ucranias fronterizas con Rusia y el otro en una zona entre Irak y Siria, pero ambas en Estados vecinos de territorio OTAN, Polonia en el primer caso y Turquía en el segundo. Responden ambas guerras a la actividad de ejércitos pequeños, formados por paramilitares entrenados y encuadrados, lejos de la figura del guerrillero o del terrorista individual. En Ucrania combaten entre 10.000 y 20.000 paramilitares, rusos en buena parte; mientras que en Irak y Siria son entre 50.000 y 70.000 yihadistas, musulmanes suníes de la región pero también reclutados en los suburbios de todo el mundo, desde Londres hasta Yakarta. Ambos ejércitos están bien pertrechados y cuentan con apoyos exteriores, en armas, dinero y propaganda. Los rusos, de Rusia; y los yihadistas, de los países árabes del Golfo. Los primeros más en armas y logística y los segundos más en dinero y refugio. El calibre es similar en la propaganda antioccidental de sus medios de comunicación oficiales u oficiosos y de alcance global, tanto rusos como árabes. Ambos conflictos resquebrajan la arquitectura de la economía global por un pilar tan esencial como la energía. El gas ruso y el crudo árabe son armas de chantaje, que ya vimos en acción en la crisis del petróleo de 1973, cuando los países de la OPEP cortaron el suministro a los países que habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kipur, y en los conflictos entre Moscú y Kiev desde los años 90 hasta ahora. Ahora, además, utilizan la integración de sus economías con las occidentales como nueva arma. Los multimillonarios rusos y árabes, con sus mansiones en París y Londres, sus acciones en compañías americanas o sus patrocinios de clubes de fútbol, son el emblema de la duplicidad que dificulta las sanciones y protege a los rebeldes rusos y a los yihadistas. Ambas ondean también banderas mitológicas. La Novorossia imperial e incluso la Rusia de Kiev medieval, los insurrectos prorrusos de Ucrania; y los primeros califatos, los yihadistas. Pero la mayor de las semejanzas es la que afecta a la seguridad del continente europeo. Cabe discutir cuál de las dos guerras es más peligrosa, pero no que ambas desafían a los europeos y a su capacidad para defenderse y acordar una política exterior común, lo que equivale a decir para existir colectivamente en tanto que Unión Europea como sujeto político de la nueva escena internacional.



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20 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Miércoles de ceniza

No solo los humanos somos mortales. También lo son las naciones y las civilizaciones, tal como recordó Paul Valéry justo al terminar la contienda europea de hace cien años. Todos lo sabemos aunque simulemos que no nos damos por enterados. Vivir es olvidar que estamos abocados a desaparecer. Y eso vale para los humanos como para las instituciones y las colectividades del tipo que sea, naciones y Estados incluidos. El referéndum de hoy jueves en Escocia es un miércoles de ceniza de las naciones. Hagamos penitencia porque podemos perecer. Las fronteras cambian y las naciones aparecen y desaparecen como por arte de ensalmo. La primera experiencia de mortalidad que tenemos las actuales generaciones fue el hundimiento del comunismo a partir de 1989, cuando cambiaron las fronteras de Europa, luego desaparecieron la URSS y Yugoeslavia, y surgieron puñados de naciones nuevas, algunas directamente de la nada como Macedonia y Kosovo. Ahora experimentamos una nueva oleada, que llega al corazón europeo y toca grandes naciones históricas surgidas de la Europa medieval. No son estructuras artificiosas ni imperios en disgregación, sino naciones hechas y derechas, que han atravesado siglos de guerras y de turbulencias sin apenas modificar sus fronteras. La moneda está hoy en el aire, pero ya no importa del lado que vaya a caer. Escocia será a partir de mañana una nueva nación independiente o ampliará su autogobierno y, lo que es más serio, obligará al Reino Unido a evolucionar hacia una estructura federal. La idea misma de la independencia, sea efectiva o quede meramente en el mundo de las ideas potenciales, ha tomado cuerpo y se ha hecho real en las cabezas de millones de ciudadanos. Si ahora no toma velocidad, porque sus partidarios no son todavía mayoría, lo hará en otro momento, cuando regrese la insatisfacción. No hace falta comentar los efectos que tendrá la victoria del sí en Cataluña ni el impulso que ha adquirido el derecho a decidir, incluso entre quienes desean rechazar la separación con una votación como la de hoy en Escocia. Convocar a los ciudadanos de un territorio para que decidan sobre el futuro de sus relaciones con un conjunto mayor ya no es únicamente una cuestión limitada a los territorios coloniales sino que se puede producir en pleno occidente democrático y civilizado. Una vez demostrada su posibilidad, ideas como esta se expanden a velocidad vírica. Así es como una vieja y fatigante quimera se convierte de pronto en un objeto real y consistente, deseado o rechazado, tanto da, por millones de europeos, pertenecientes a naciones pequeñas o grandes, independientes o subordinadas. Todas las naciones son mortales, como los sueños. Europa, cuando quiso ser fuerte, soñaba en su unidad y ahora, cuando se retrae y pierde pie, sueña en sus viejas y nuevas naciones. Son mortales todas, aunque unas vivan la ilusión de la vida soñada y otras la angustia del sueño de perdurabilidad que se desvanece. Polvo eres y en polvo te convertirás. Este es el mensaje del miércoles de ceniza de las naciones que nos llega este jueves desde Escocia. Y, además, la vida sigue.



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18 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desobediencia civil

Desde hace una semana ando preguntando por el significado de unas palabras pronunciadas por Oriol Junqueras y todavía hoy no he obtenido una respuesta convincente. El presidente de Esquerra Republicana, jefe de la oposición y principal apoyo parlamentario a la mayoría insuficiente de Artur Mas, dijo el pasado lunes que si la consulta del 9N queda suspendida por el recurso de Rajoy ante el Constitucional, la respuesta debe ser la desobediencia civil. Yo no sé muy bien qué quiere decir Junqueras cuando llama a la desobediencia civil, y menos todavía cuando evoca el ejemplo de Martin Luther King y el caso concreto de Rosa Parks, la señora afroamericana que el 1 de diciembre de 1955 prefirió ir a la cárcel antes que ceder su asiento a una persona de raza blanca como pretendía el conductor de un autobús público en Montgomery en cumplimiento de la legislación racista de Alabama. Veamos si me aclaro. El centro de la cuestión consiste, al parecer, en poner las urnas el 9N para que la gente pueda votar. Pues bien, después del éxito cosechado en la Diada, yo no veo qué puede impedir el cumplimiento de los deseos de Junqueras. Nadie puede dudar de la capacidad de la ANC y Òmnium, organizadores de la demostración de fuerza del 11 de setiembre, para preparar y llevar a cabo una consulta, con papeletas, interventores, urnas y votantes sin necesidad de nadie. Pero propugnar este camino tiene, al parecer, un inconveniente: no constituye ninguna forma de desobediencia civil, porque se trataría de una consulta privada, realizada en ejercicio de las libertades de expresión y manifestación reconocidas por la Constitución. Además, a la vista de la perfecta y espontánea sincronización de la Administración catalana, y sobre todo sus medios de comunicación, en la preparación, organización y logística de la Diada, parece evidente que la celebración de una consulta por parte de ANC y Omnium podría tener una repercusión al menos tan espectacular como la que tuvo la disciplinada concentración de centenares de miles de personas en la Diagonal y la Gran Vía el pasado jueves. Cierto que una consulta de este tipo, aun con apoyo público más o menos explícito, no tendría garantías de participación por parte de la población que no se siente implicada y alcanzaría un nivel de participación quizás insatisfactorio para los convocantes, con las consecuencias de un improbable reconocimiento interior y exterior. Sería hacer un Arenys de Munt en vez de hacer un Salmond. El problema, por tanto, no es el derecho a celebrar una consulta, sino la capacidad legal del Gobierno catalán para convocarla en los términos en que la está organizando: mediante un derecho a decidir sin reconocimiento jurídico; unas preguntas discutibles y discutidas por confusas y una fecha que no han sido pactadas; además de la ambigüedad sobre si es una consulta o un referéndum y en consecuencia sus efectos, meramente simbólicos, políticos o jurídicamente vinculantes. Hay, además, otra cuestión bien clara e incluso reconocida por todos. La única regla de juego disponible en este partido dice que Rajoy puede impugnarla ante el Tribunal Constitucional, hecho que automáticamente suspenderá la celebración de la consulta convocada por Artur Mas. ¿Dónde está entonces la desobediencia civil? ¿O acaso hay una desobediencia civil de uno solo, en este caso de Artur Mas, empujado por Junqueras? Es verdad que se pueden cambiar las reglas, e incluso yo diría que en el caso que nos ocupa hay que cambiarlas obligatoriamente. Pero debe hacerse siguiendo las reglas; o, en caso contrario, conformándose a jugar sin ellas, y preparados para recibir patadas y ver cómo hay otros que también quieren jugar sin reglas. El problema de Junqueras es que lo quiere todo: la mantequilla y el dinero de la mantequilla, repicar e ir a la procesión. Quiere una consulta meramente consultiva que se convierta en un referéndum de autodeterminación con efectos vinculantes y jurídicos. No quiere hacer un Arenys de Munt pero quiere obligar a Artur Mas a hacer un Seis de Octubre. El 6 de octubre de 1934 hubo muertos y heridos, suspensión de la autonomía y encarcelamiento del presidente Lluís Companys y todos los altos cargos de la Generalitat. Pero no hace falta llegar tan lejos a estas alturas para hacer un Seis de Octubre. Basta con obligar a un presidente a romper la regla de juego por la que ha alcanzado la presidencia y que le permite pagar cada mes todas las nóminas. Un presidente que hace un Seis de Octubre se dispara un tiro en el pie, porque alienta a que otros rompan la regla de juego, la actual o la futura, con la misma pasmosa tranquilidad con la que él la ha roto. Ya sé cual es la respuesta a este razonamiento y a mi inquietud sobre la desobediencia civil: a veces hay que saltarse un semáforo en rojo para que las cosas cambien a mejor; no hay tortilla si no se rompen los huevos; y un etcétera de inquietante aroma años 30 o de aire ucranio. Junqueras lo tiene claro: que salte el semáforo en rojo y rompa los huevos Artur Mas, mientras yo aplaudo y recojo los frutos de la desobediencia presidencial.



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15 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Jaque mate a Cameron

Alex Salmond ya ha ganado el referéndum de independencia del próximo jueves 18 de setiembre, sin necesidad de conocer el resultado que arrojen las urnas. Recordemos que el primer ministro de Escocia quería que los escoceses se pronunciaran también por una tercera opción, una autonomía más reforzada o devolution max, pero Cameron, más chulo que un ocho, dijo que era todo o nada. Ahora, si sale el sí, gana; y si sale el no, también gana, porque Londres le ofrece la ampliación del autogobierno que no quiso contemplar inicialmente. Jaque mate. Cameron ya ha perdido sin esperar al jueves. Autorizó el referéndum y apostó todo a la elección entre independencia y estatus quo. Algunos creen que lo hizo porque es un demócrata radical, pero otros piensan en cambio que es por frívolo y arrogante. Si sale el sí, rodará su cabeza y probablemente regresarán los laboristas a Downing Street. Si sale el no, Reino Unido entrará en su particular tercera vía, el Estado federal, porque los mayores poderes de Edimburgo también los querrá Gales y la propia Inglaterra. Los resultados del referéndum se leerán en todo el mundo con las paradójicas gafas de la interdependencia: los escoceses deciden democráticamente si quieren vivir aparte, pero su decisión afecta a todos los vecinos, incluso más allá del Canal. En Bruselas, naturalmente, capital de la Unión y no de la división, por temor a la emulación. Pero sobre todo en Madrid y en Barcelona, donde todo el mundo sabe que no tienen nada que ver Cataluña y Escocia, como dicen Salmond y Margallo, cada uno por particulares y distintas razones, pero a la vez todos están también pendientes del resultado como si participaran en el referéndum. Lo obvio es que Rajoy se sentirá ganador si sale el no, al igual que le sucederá a Artur Mas si sale el sí. Pero el sí reivindica el inmovilismo de Rajoy frente a Cameron, que pasará a la historia como el primer ministro que se cargó Gran Bretaña, exactamente lo que él no está dispuesto a hacer con España. Y a su vez el no reivindica la convocatoria y el derecho a decidir de Artur Mas, porque demuestra que cabe votar sin irse. Por este lado sabemos que Rajoy y Mas minimizarán el resultado adverso e intentarán sacar provecho en cualquier de los casos. Pero solo el sí escocés colocará el caso catalán en el punto de ebullición donde no está ahora todavía: primero, en el foco de los mercados financieros, como ya sucede con Escocia desde la última semana; y, luego, en la agenda abierta y reconocida de Bruselas, donde el debate sobre la pertenencia a la UE habrá quedado inaugurado por una Escocia que quiere quedarse en la Unión Europea e incluso integrar el euro; pero separada de un Reino Unido que quiere irse de la UE y no piensa integrarse en el euro.



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13 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Comisión Juncker

En pocas ocasiones los equipos de comisarios de Bruselas merecen llevar el nombre de quien les preside. Normalmente son otros, en las capitales europeas, los que hacen la selección de los nombres, y el presidente, al final, se limita a repartir las cartas entre quienes encuentra sentados alrededor de la mesa. El método europeo tradicional, hipócrita por definición, tentaba a los primeros ministros a deshacerse de los descartes políticos, viejas glorias o adversarios sumisos y merecedores de una canonjía, con la encomienda de vigilar por los intereses nacionales, aunque a ser posible acomodándose a la ficción, una vez ya instalados en la Comisión, de que defienden los intereses europeos en general. Esta vez no ha sido así. Jean-Claude Juncker, el veterano zorro luxemburgués, se ha presentado ante los primeros ministros y jefes de Gobiernos con ideas precisas sobre el tipo de nombres que necesitaba para su proyecto de Comisión. Los políticos en activo cotizan más que los veteranos desubicados. Las mujeres más que los hombres. Cuenta también la edad. Ha habido prima para los nuevos socios de la Europa de los 28. Y ha sido generoso para quien se adaptara a su pedido y rácano con quien se encastilló en su designio inicial. Juncker también ha jugado astutamente para ofrecer prendas de amistad a quien pretendió vetarle, como David Cameron, y muestras de independencia a quien le apadrinó, como Angela Merkel. Al comisario de Reino Unido, el euroescéptico Jonathan Hill, le han correspondido los servicios financieros, tan apreciados en la City. Alemania queda fuera del primer círculo de supercomisarios, y el suyo, Günther Oettinger, con la cartera de la economía digital, pierde la categoría de vicepresidente y queda a las órdenes del estonio Andrus Ansip. La construcción de esta Comisión emite un mensaje contundente. Juncker quiere mandar y ha mostrado ya en la negociación cuánto puede mandar. Entre los grandes, no salen bien parados Alemania, Francia o España, pues quedan fuera de la Supercomisión. Pero todos, perdedores incluidos, han contado con un premio de consolación: Energía, la cartera de Cañete, es perfecta para un país que necesita conectar su red a la europea. Italia es el único país de aquella Vieja Europa de Rumsfeld que coloca bien sus piezas, con Frederica Mogherini como jefa de la Acción Exterior, gracias a que Matteo Renzi fue el gran vencedor de las elecciones europeas. La nueva Comisión y también la presidencia del Consejo reflejan el desplazamiento del centro de gravedad europeo del Rin hacia el Oder. Si Javier Solana fue en su ndía el emblema de la moda mediterránea y española, Donald Tusk, que se entiende con Juncker en alemán pero no en francés, lo es ahora del momento polaco y oriental, especialmente necesario ante la voracidad territorial del resucitado oso ruso. Como suele suceder en muchos campos de la vida, lo importante es el comienzo, y este no es el de un presidente débil, ni el de alguien sometido a un servomecanismo alemán. Es, realmente, la Comisión Juncker.



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11 de septiembre de 2014
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El Boomeran(g)
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