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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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No es el macero negro

David Cameron no es el macero negro, uno de los protagonistas del ritual que rodea al discurso de la reina. El macero negro, Black Rod en inglés, es el jefe de la seguridad de la Casa de los Lores, que cuenta entre sus extrañas obligaciones la de que le echen la puerta en las narices en el momento solemne en que se acerca a la Casa de los Comunes para convocar a los representantes del pueblo a que escuchen las palabras de la soberana.  Muchos creen que, como en el guión, el pueblo soberano también abrirá a continuación las puertas a David Cameron cuando el primer ministro británico llame por tres veces con la maza negra de la renegociación del estatus de Reino Unido en la Unión Europea y convoque el referéndum sobre su continuidad como socio. Algo hay de Black Rod en el guión de las grandes crisis europeas. Alguien, uno de los grandes países, llega con sus exigencias, casi siempre inadmisibles. Todos ponen el grito en el cielo. A continuación llega la negociación a cara de perro. Y finalmente, tras largas peleas, se produce el acuerdo, usualmente monetizable, que se presenta como un final feliz y es una enorme componenda que cada uno de los socios puede vender en su país como un éxito. Esta vez no será tan fácil. Por primera vez cada parte va a pedir exactamente, y no otra cosa, que lo que la otra parte no puede entregar. Londres quiere una reforma de los tratados e incluso que desaparezca la declaración de intenciones que viene presidiendo los textos fundamentales desde el Tratado de Roma, sobre ?una unión más estrecha entre los pueblos europeos?. Berlín y París, que son los que toman el mando en las crisis, aunque ahora sea siempre más Berlín que París, no quieren saber nada de una nueva reforma de los tratados. La libre circulación de personas es uno de los puntos de fricción que separan a las pretensiones británicas de control sobre la inmigración, incluida la intraeuropea, con los defensores de las libertades del mercado único como un todo innegociable. Cameron ya se ha avanzado con el mero anuncio del censo de votantes en el referéndum. Podrán votar los malteses, los chipriotas y los irlandeses residentes en Reino Unido, al igual que los llanitos de Gibraltar, por supuesto, pero no los europeos. Podrán los australianos y los indios residentes en Reino Unido, pero no los británicos que lleven más de quince años fuera de su país, por ejemplo en algún país europeo. Londres dice a las claras que le importa más la Commonwealth que la Unión Europea. La respuesta que se está trenzando es doble. Habrá que imaginar incentivos que permitan a Cameron salvar la cara ante sus electores sin darle nada sustancial: progresar en el mercado único digital y de servicios, acuerdos comerciales como el TTIP e incluso una simplificación normativa. Pero a la vez, habrá que prepararse por si a Black Rod no se le abre la puerta. Berlín y París se disponen a avanzar todavía más en la unión económica, fiscal y social entre los 19 países del euro. La huida de Cameron hacia delante puede llevar al blindaje de un núcleo duro alrededor del euro en una Europa dos velocidades.

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28 de mayo de 2015
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Víctimas del terremoto geopolítico

La muerte es lo que cuenta. Así es la guerra. La idea más plástica de la gravedad de un conflicto la proporciona el número de cadáveres. La cima del horror pertenece a la Segunda Guerra Mundial, con la cifra de 56.400.000 muertos registrada en el Guiness. No debiera extrañar que desde aquella cumbre siniestra, la cordillera de muerte vaya descendiendo hasta nuestros días, solo con las crestas de momentos de convulsión geopolítica como el que atravesamos ahora. En las guerras balcánicas (1991-2001) murieron entre 130 y 140.000 personas. En Irak, desde 2003 hasta ahora, han muerto cerca de 150.000 civiles y 215.000 combatientes. En Siria, en un período más corto, solo desde 2011, han fallecido ya 220.000 personas, todo según cifras de Naciones Unidas y de distintas ong?s. Solo el genocidio vertiginoso de Ruanda en 1994, que se cobró entre medio millón y un millón de vidas en apenas dos meses de matanzas realizadas a mano, con machetes, supera en velocidad homicida a la guerra siria. Pero hay otras cifras tan elocuentes o más que las de los muertos, que reflejan los terremotos geopolíticos quizás con mayor virulencia, y estas son las de los desplazamientos de población. La guerra siria, según este criterio, es el epicentro de la actual ruptura de las placas tectónicas sobre las que se asientan fronteras y Estados en Oriente Próximo. Desde 2011, cuando empezó todo, entre 14 y 15 millones de árabes se han visto obligados a abandonar sus hogares, de los cuales solo 10 millones son sirios, unas cifras que solo compiten con los desplazamientos provocados por las guerras balcánicas. De Libia han huido dos millones más, otros tantos de Irak, en este caso en un movimiento que empezó mucho antes, en 2003, con la invasión estadounidense. Y habrá que ver qué sucede con Yemen, donde arde ya la cuarta guerra árabe. El primer país receptor de refugiados sirios es la propia Siria: seis millones de personas se han desplazado dentro de su propio país. Casi cuatro millones más han huido a los países vecinos. Turquía es el primer receptor, con 1?7 millones de refugiados. Líbano acoge a 1?2. En Egipto hay 144.000. Más de 600.000 se hallan en Jordania. Incluso Irak ha recibido refugiados sirios, unos 220.000. Todas estas cifras relativizan, a veces hasta el ridículo, el esfuerzo europeo. La UE en su conjunto ha recibido 120.000 peticiones de asilo de ciudadanos sirios en 2014, de las que solo un tercio corresponden a Alemania, el primer país industrializado receptor de asilados de Europa y del mundo. Peor que el de los europeos es el comportamiento de los países árabes más opulentos, con Arabia Saudí en cabeza, que hacen funcionar sus economías gracias a millones de trabajadores emigrantes, sobre todo de Asia meridional, en condiciones de precariedad y bajos salarios, pero ni siquiera se plantean la eventualidad de compartir la carga de refugiados de unas guerras árabes y de unos estados fallidos a los que en buena parte han contribuido con sus ideas religiosas y su dinero y a veces incluso armas y combatientes. Las sociedades salen transformadas de estos terremotos. La guerra es una batidora que mueve, mezcla y destroza a la gente. Los cristianos están desapareciendo de Oriente Próximo, donde eran una minoría religiosa tan antigua como su propia religión. La erradicación de los yazidíes, híbrido de islam y zoroastrismo, es una de las obsesiones del Estado Islámico. Chiitas y sunitas, mezclados durante siglos, están entrematándose y separándose en Irak y en Siria. Si en los países afectados se produce una auténtica limpieza étnico-religiosa, que los hace más homogéneos y pobres, los países vecinos sufren las tensiones que significa acoger nuevas poblaciones sin suficientes estructuras asistenciales. En Europa, la llegada de los refugiados también tiene efectos transformadores, incluso antes de que se instalen. Las envejecidas sociedades europeas necesitarían inmigrantes si quisieran recuperar el dinamismo de sus economías y garantizar sus pensiones y su estado de bienestar, pero a la vez levantan fuertes resistencias ante la eventual incorporación de poblaciones con lenguas, culturas y religiones distintas. El terrorismo yihadista introduce además un factor divisivo y multiplicador del miedo y de los recelos entre las poblaciones autóctonas y los recién llegados. Europa tiene responsabilidades concretas en las turbulencias que han originado estos virulentos desplazamientos de población. Las políticas europeas mediterráneas hasta 2011 fueron de radio y ambición muy escasos, siempre bajo la excusa del paralizante conflicto entre Israel y Palestina. Nadie se interrogaba sobre el lamentable papel de los dictadores árabes, aliados europeos y guardianes del orden occidental, tanto para evitar esas migraciones incontroladas que llegan ahora como para reprimir al terrorismo y, de pasada, también a quienes pretendíaninstaurar regímenes democráticos. Tampoco estuvieron los gobiernos europeos a la altura cuando estalló la primavera árabe en 2011, principalmente en Libia y en Siria, convertidos en Estados fallidos que ahora pasan severas facturas. Y no lo están tampoco cuando van rechazando uno detrás de otro, las propuestas de cuotas de refugiados que propone la Comisión Europea en una subasta insolidaria nada ejemplar. Europa vive con dramatismo y angustia los naufragios en el Mediterráneo, pero a continuación no sabe sacar las consecuencias. Bruselas ha propuesto a los gobiernos un plan de acción, bajo el nombre de Agenda Europea sobre Migración, con cuatro tareas esenciales: salvar las vidas de quienes escapan de sus países a través del mar, acoger a los refugiados, atacar las causas de las avalanchas humanas y desmantelar, incluso por medios militares, las organizaciones criminales que se dedican al tráfico de seres humanos. Los gobiernos solo se han interesado por este último punto, porque el populismo imperante bloquea no tan solo su capacidad de acción, sino sobre todo el sentido moral que debe orientar toda política. Europa saldrá transformada de este terremoto político en cualquiera de los casos. Si termina convirtiéndose en continente de acogida, aumentará su diversidad, su riqueza y su apertura hacia el mundo. Si se cierra en la fortaleza europea, primero perderá el alma, pero luego recibirá el castigo de un declive económico y político irrefrenables.

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24 de mayo de 2015
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Victorias del califato

El tedio y la costumbre son un enemigo peligroso y destructivo. Con Ramadi son ya tres las capitales de provincia, dos en Irak y una en Siria, que caen en manos del Estado Islámico (EI). Una vez en sus manos la capital provincial, la entera y extensa provincia sunnita de Anbar, en las puertas de Bagdad, está al alcance de los yihadistas, incluida la ya ocupada refinería de Baiji. Dentro de pocos días se cumplirá un año de la caída de Mosul, la segunda ciudad iraquí, y de la proclamación del califato, y nada parece alterar el pulso y la sangre fría de la comunidad internacional. A los jeques del Consejo de Cooperación del Golfo que asistieron la pasada semana a la reunión en Camp David con Barack Obama no les preocupan los avances del Estado Islámico en Irak y Siria sino el peligro que representa un Irán con industria nuclear y sin sanciones occidentales. Lo que preocupa a los países europeos mediterráneos son las oleadas de refugiados que llegan a sus costas desde Libia. Y lo que quita el sueño a los de la Europa septentrional son las amenazas de Putin y los avances de sus hombrecillos de verde en la cuenca ucrania del Donbas. Sí, hay una coalición de 60 países alrededor de Estados Unidos, unos para actuar solo en Irak, otro solo en Siria, algunos en ambas partes, con el objetivo de parar los pies al Estado Islámico. Pero de momento casi todo se limita a bombardeos desde el aire, de efectividad muy limitada a la hora de frenar el avance terrestre de las tropas del califato terrorista. Quizás sea cierta la noticia sin confirmar de que Abubaker Al Bagdadi, el califa autoproclamado, se halla herido gravemente y solo puede grabar mensajes de voz, pero tendría todos los motivos para hacer como Lenin en octubre de 1918, cuando arrancó a bailar sobre la nieve, admirado de que la revolución llevara ya un año de vida. El Estado Islámico ha sufrido muchas derrotas. Perdió la ciudad de Kobane, junto a la frontera turca. Ha perdido Tikrit hace pocas semanas. El pasado viernes sufrió el ataque fulgurante de un comando aerotransportado estadounidense en Siria, en el que perdió la vida su ministro del petróleo. Pero puede exhibir lo que más le diferencia de Al Qaeda, la organización matriz que ahora es también su competidora en la atracción de los yihadistas: mantiene e incluso administra un territorio con varias ciudades, tiene una cabeza visible a la que presenta como califa de todos los musulmanes, ha conseguido la obediencia de numerosos grupos yihadistas de todo el mundo y además resiste, dura, persiste. Incluso sus derrotas confirman el acierto político más que militar de su estrategia. Ha sido el ejército sirio de Bachar el Asad quien acaba de frenar al EI en las puertas de Persépolis. Solo las milicias chiitas, quien sabe si comandadas directamente desde Teherán, pueden frenarle en las puertas de Bagdad. El califato de Al Bagdadi se ha convertido en la punta de lanza sunnita de la guerra abierta contra los chiitas, en la que no hay ni un solo país sunnita, sea Egipto, Turquía o Arabia Saudí, que consiga disimular y ocultar a favor de quien apuesta en esta sangrienta y trascendental partida.

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21 de mayo de 2015
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La muerte del califa

El anterior califa reconocido, Abdulmecid II, era un destacadísimo pintor y coleccionista de mariposas. El actual, autoproclamado y solo aceptado por las bandas armadas del Estado Islámico, Abu Bakr El Bagdadi, es un asesino terrorista, que pasó por las cárceles iraquíes después de la invasión estadounidense, antes de incorporarse a Al Qaeda y luego a la actual organización que tiene bajo su dirección. Los califas otomanos no cumplían el requisito esencial y difícil de descender del profeta Mahoma, pero su autoridad religiosa fue reconocida más allá del imperio, aunque no en territorios del islam como Marruecos o la Península Arábiga. Esto hasta 1923, cuando Kemal Atatürk terminó con la vieja institución político-religiosa. El califa terrorista reivindica los títulos genealógicos que le permiten presentarse como sucesor legítimo del profeta aunque sabe que solo los ignorantes tragarán sus fabulaciones y falsas predicaciones piadosas como guía máximo del islam. Todo es falso en el título del califa del EI, con pretensiones de autoridad religiosa y política sobre toda la comunidad de creyentes, la Umma. Ni es califa, ni es Estado, ni es Islámico. Y a pesar de todo, esta farsa sangrienta tiene una cierta eficacia a la hora de reclutar asesinos y amedrentar y someter a las poblaciones. Pronto se cumplirá un año de la proclamación del califa en la mezquita de Mosul y estos mismos días las tropas califales están entrando en la ciudad iraquí de Ramadi, en el trascendental triángulo sunní donde se juega la estabilidad y quizás incluso los equilibrios políticos que pueden asegurar la pervivencia de Irak. El Estado Islámico está ahora mismo en un duro mano a mano con la alianza creada por Estados Unidos para liquidarlo. Este viernes fue abatido su ?ministro de petróleo?, Abu Sayyaf, en una acción fulgurante aerotransportada de los seals estadounidenses en territorio sirio, una auténtica excepción en la política de ataques aéreos que evita poner botas en tierra. El EI también acaba de perder Tikrit, pero está ganando terreno en cambio en el mencionado triángulo sunnita adyacente a Bagdad. En un año, el EI ha conseguido hacerse con el liderazgo internacional del terrorismo yihadista y situar bajo su autoridad desde las actuaciones de asesinos individuales que actúan aparentemente por su cuenta en Europa o Estados Unidos hasta grupos pre existentes en Asia o Africa, como los violadores y esclavizadores de niñas del nigeriano Boko Haram. Su especialidad, en la que sobresalen respecto a sus hermanos criminales de Al Qaeda, es convocar a jóvenes desnortados de todo el mundo a una yihad internacionalista en la que les seducen con una orgía de mujeres, aventuras y asesinatos en esta tierra y las 72 huríes reglamentarias en la bien cercana vida futura que a buen seguro obtendrán. Parece evidente que defenderse del EI significa liquidar los tres ingredientes de la autoridad que pretende detentar. Si se les echa del territorio donde están asentados, se demuestra ante los musulmanes de todo el mundo que son unos asesinos y no unos creyentes y se elimina al califa, la mitad del problema quedará resuelto. Sí, la mitad: hay otra mitad de actuación política en otros niveles mucho más compleja. Dejemos para otra ocasión la guerra ideológica, que los musulmanes mismos deberán librar y ganar contra quienes quieren convertir su religión en ideología criminal. Para echarles del territorio no bastan probablemente los actuales ataques aéreos, sino que habrá que poner tropas terrestres y no únicamente comandos especiales en actuaciones excepcionales. Esto es lo que más falta ahora, principalmente en la región fronteriza sirio-iraquí donde se halla asentado y se encuentran sus cuarteles generales y sus jerarcas: en territorio iraquí les combate más mal que bien el ejército iraquí y en territorio sirio se enfrenta con ellos nada menos que el ejército de Bachar el Asad, que también combate a las otras guerrillas no adscritas al EI. Queda entonces como objetivo estratégico liquidar al califa y a todos sus posible sucesores, tarea a la que Washington dedica esfuerzos aéreos y, sobre todo, los famosos aviones teledirigidos o drones. Y respecto a su desarrollo, las informaciones son muy confusas y basadas todas en fuentes indirectas, debido a la dificultad de contar con testigos fiables de lo que sucede en el convulso y peligroso territorio dominado por el EI. El califa Al Bagdadi, según algunas fuentes, fue herido gravemente el 18 de marzo en un ataque aéreo cerca de Mosul en Irak. En algún momento se le dio por muerto, aunque otras fuentes aseguran que se halla gravemente herido en la columna vertebral y una pierna. Otros testimonios aseguran que ha sido trasladado de Mosul a Raqqa, en Siria, convertido en un paralítico aunque todavía con capacidad para razonar y dar órdenes. ¿Qué pasa cuando el califa queda incapacitado o muere, aunque sea como es el caso un califa más falso que un duro sevillano? El Consejo Consultivo o Shura del EI ya se ha reunido, siempre según estas fuentes tan volátiles, y ha decidido el nombramiento de un califa adjunto que gobernará en su ausencia o en la medida en que el titular no pueda hacerlo e incluso le sustituirá en el momento en que Al Bagdadi fallezca. Corren cuatro nombres que tienen un inconveniente mayor: ninguno de ellos se ha fabricado una genealogía acorde con la sucesión familiar del profeta. Hay uno, Abu Alaa al-Afari, que tiene además dos inconvenientes: es turkmeno y no árabe, condición imprescindible también para ser califa; y un segundo inconveniente, aun sin confirmar, que puede ser mayor: el ministerio de Defensa de Irak asegura que está muerto, liquidado por su merecido dron. Todas estas conjeturas han quedado en cuarentena con la última hazaña del califa Al Bagdadi: el pasado 14 de mayo, el EI ha dado a conocer la grabación de una larga prédica del siniestro personaje, titulada ?Hacia delante, tanto si es fácil como si es difícil?, llena de referencias y citas coránicas y dedicada, fundamentalmente, a animar a los yihadistas de todo el mundo para que se alisten en el EI. Si el discurso confirma que Al Bagdadi está con vida, la inexistencia de imágenes permite pensar que efectivamente se halla impedido y no puede subirse al púlpito de una mezquita para fabricar una de las piadosas imágenes que estimulan la imaginación legendaria de los yihadistas. Los comentarios que incluye sobre Arabia Saudí o los musulmanes de Birmania, los Rohinga, permite deducir además que se trata de una grabación reciente. La sucesión del califa ha sido históricamente una fuente de problemas e incluso de divisiones sectarias y guerras civiles dentro del islam. Si así sucedió con los primeros y auténticos califas, ¿qué no sucederá con este último, falso y mentiroso, que pretende jugar con la credulidad de los jóvenes musulmanes para enrolarlos en una aventura genocida? Matar al califa y a todos sus hipotéticos sucesores es un objetivo militar de primer orden para quienes combaten al EI, no solo para descabezar la dirección militar de sus tropas sino para liquidar el símbolo del que se han apropiado los terroristas y con el que pretenden dirigirse a los 1.600 millones de musulmanes que hay en el mundo.

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17 de mayo de 2015
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El error de la estelada

El error es serio y tendrá consecuencias. Con los símbolos no se juega y mucho menos cuando se trata de la clase de símbolos que reconocemos como nacionales, que sirven para identificar una comunidad de ciudadanos. Se ha cometido un error con la estelada y quienes lo han cometido, al contrario de lo que puedan pensar los más irreflexivos, no son ni la Junta Electoral Central, que ha exigido su retirada de los locales públicos y de los colegios electorales, ni la entidad privada Sociedad Civil Catalana, que presentó la denuncia por su presencia en los balcones municipales de tres centenares de localidades catalanas. El error de la estelada lo han cometido los plenos municipales, los concejales y los alcaldes que han decidido, en el atolodramiento de su entusiasmo y sin que les frenara la prudencia ni el sentido de la ecuanimidad -no hablemos ya de la legalidad vigente-, situar en el lugar de la bandera de todos la bandera de una parte de la población, la de un partido, vaya. El error de la estelada no es anecdótico y viene de lejos. Son muy interesantes las reacciones bien prudentes de la mayoría de los responsables soberanistas ante la decisión de la Junta Electoral, incluso de una parte de los columnistas y tertulianos más encendidos. Para poder atacar a fondo la resolución o se ha de deformar, como si la prohibición afectara a todos los espacios públicos, o se ha de envolver y confundir con los disparates de los ministros Wert y Fernández Díaz, las sentencias lingüísticas o la hipotético regreso de las corridas de toros, para convertirla así en parte de la gran ofensiva contra Cataluña. No es así. La Junta Electoral Central, con la resolución, y Sociedad Civil Catalana, con la petición, han hecho un buen servicio incluso a quienes desean que las elecciones municipales sean la primera vuelta de las autonómicas y tengan incluso un carácter pre-plebiscitario. Sobre todo si quieren que las sucesivas elecciones tengan credibilidad y valor democrático para el proceso independentista. Sólo los que querrían convertir la ceremonia de las urnas en unas manifestaciones de entusiasmo que desbordaran las normas y las reglas de equidad y de juego limpio entre todos los candidatos y partidos podrían desear que llegara el día de las elecciones con la bandera de un partido en los balcones municipales y en buena lógica también en los colegios electorales, las escuelas públicas o concertadas y en multitud de instalaciones pagadas con los impuestos de todos. Imaginemos qué percepción se daría internacionalmente de la idea de juego limpio que preside el proceso soberanista. El error de la estelada no es anecdótico y viene de lejos. Es de fondo. Recordemos lo que dice la doctrina oficiosa que acompaña su utilización: se trata de la bandera de una insurrección, ahora pacífica, es evidente, pero insurrección al fin y al cabo, con voluntad de romper la legalidad en caso de que convenga. Se levanta cuando comienza el movimiento y no se arria hasta que triunfa, momento en que la bandera de todos, la bandera cuatribarrada desnuda, volverá a ser la única que se utilizará. En su imposición en los locales públicos hay, pues, dos ideas implícitas: una, rompamos ya la legalidad; y dos, esto no hay quien lo pare. En la medida en que haya muchos ayuntamientos que lo hagan, más clara será la ruptura y más irreversible. El error es doble: creer que la comunidad internacional y sobre todo la Unión Europea podrían aceptar un movimiento rupturista, y creer que el proceso es irreversible. El primer error ya se ha ido esclareciendo con el tiempo y hoy hay muy poca gente que crea en una comunidad internacional rendida a los pies de una DUI (declaración unilateral de independencia). El segundo error aún no lo han reconocido todos, pero sí el soberanismo menos cegado por la pasión política: vender que el proceso es irreversible debilita el proceso. Este último error pertenece a la misma clase de errores que las consignas "Ahora o nunca", "Tenemos prisa", "España nos roba", "Ahora es el momento", o todavía más la invención del concepto de unionismo para oponerlo al de soberanismo y de forma mucho más indecente todavía el de dependentismo para oponerlo al independentismo. Como la estelada, estos conceptos crean el espejismo de que convocan y agrupan gracias a la presión que ejercen, pero, de hecho, dividen y inmovilizan. Hay momentos en que hay que elegir entre ser un país o ser una causa. Lo dijo Henry Kissinger muy solemnemente a propósito de Irán, pero me parece que tiene validez universal. La bandera tiene una gran virtud que hay que preservar: no es la bandera de una causa, sino de un país, de una nación que incluye a todos, los que quieren hacer una nueva, los que sólo quieren rehacerla con el conjunto de los españoles y los que quieren que siga tal como está. Se trata de una virtud histórica, símbolo de la capacidad de supervivencia por encima de épocas y de regímenes y de la eficacia del catalanismo a la hora de hacer avanzar las cosas con el entendimiento y el pacto. Imaginemos por un momento que en el lugar de cada estelada hubiera simplemente la bandera catalana. El efecto político, me parece a mí, sería aún más fuerte que esta confusión actual de esteladas azules y estreladas rojas, todas banderas de partido. La estelada no debe tener sitio en los edificios oficiales y en las instalaciones pagadas por todos los contribuyentes. Pero hay que respetar, solo faltaría, a quienes la quieren exhibir públicamente en edificios de su propiedad, en sus automóviles o sobre uno mismo. Pero también hay que recordarles la responsabilidad que significa esta exhibición. Cuanto más esteladas haya sin que después se sigan resultados, mayor será la decepción. Último argumento, para mi gusto definitivo. Todo lo que ha conseguido Cataluña hasta ahora, y es mucho a pesar de lo que digan los derrotistas, se debe a lo que simboliza la señera. No tenemos noticia de que la estelada haya dado algún fruto positivo, pues todo lo que ha dado hasta ahora han sido atolondramientos, fracasos y decepciones.

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16 de mayo de 2015
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El desplante

No caben minimizaciones. Los diplomáticos quietan hierro al desplante, pero es lo que ha sido, un desplante, con quiebro incluido. Primero se anunció que Salmán, el nuevo rey saudí, acudiría a la cumbre convocada por Obama y a última hora prefirió mandar un mensaje de claro significado para las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí. El contenido de esta relación, una de las vigas maestras de la política de Washington en Oriente Próximo, era hasta hace poco un intercambio de servicios: tú me das la energía que necesito como primera superpotencia y yo te doy la seguridad para consolidar tu autoridad en la península arábiga y en la región. Ese pacto se rubricó simbólicamente en el encuentro histórico de Roosevelt con Abdelaziz Ibn Saud, padre del actual rey, a bordo del buque estadounidense Quincy en el canal de Suez, en febrero de 1945, cuando el presidente americano regresaba de la cumbre de Yalta, donde se había reunido con Churchill y Stalin. No fue casualidad. Saud miraba con simpatía a Washington y con resquemor a Londres, la potencia colonial que había obstaculizado sus ambiciones. Cuando se descubrió el petróleo, antes de fundar el reino, las concesiones ya fueron para compañías estadounidenses. El camino recorrido desde entonces incluye episodios trascendentales, como es la colaboración saudí durante la guerra fría en la lucha anticomunista, contra los regímenes nacionalistas árabes y contra los soviéticos en Afganistán. Ahí el trato adquirió otra dimensión: tú me ayudas a luchar contra las dictaduras comunistas y yo no me meto con tus dictaduras islámicas. Esto se acabó en 2001. Los atentados del 11S levantaron todas las alarmas. No tan solo porque había muchos saudíes entre los terroristas y sus dirigentes, empezando por Bin Laden, sino por las doctrinas yihadistas compartidas con el wahabismo saudí. Si en Washington hay desde entonces razones para la desconfianza, también en Riad se acumulan los motivos de enfado. Primero con Bush: por la invasión de Iraq que entregó el país y la región a la influencia de Teherán y por el pésimo ejemplo de Abu Graib y Guantánamo, que encendió los ánimos de la juventud árabe. Después con Obama: por permitir la caída de los guardianes del orden durante la primavera árabe y condescender con los Hermanos Musulmanes, unos islamistas que no reconocen la autoridad de los monarcas. Con los dos, por el abandono de los palestinos. Así es como el pacto fundacional se resquebraja: EE. UU está por la independencia energética y Arabia Saudí busca la seguridad por su cuenta. Con el acuerdo nuclear, los saudíes ven crecer a Irán como potencia regional y temen su influencia en las poblaciones chiitas de toda la región, incluida la suya. Y al final, lo que más molesta en el palacio real de Riad, origen quizás del desplante, son las advertencias de Obama en una entrevista hace unas semanas con Thomas Friedman en The New York Times: el mayor peligro para la seguridad de los países del golfo no viene de Irán sino de la insatisfacción de los jóvenes árabes, que les convierten en presa fácil del Estado Islámico. Eso los saudíes prefieren ocultarlo.

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14 de mayo de 2015
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La lengua maltratada

1.? No hay conflicto lingüístico en Cataluña, como puede comprobar cualquier observador con pasear por las calles y plazas de sus ciudades con los ojos abiertos y sin orejeras ideológicas. Es difícil aportar pruebas fehacientes y relevantes de que haya algún tipo de opresión lingüística en el sentido que sea, por una razón muy sencilla, porque no existe y son multitud las personas que usan libremente el catalán y el castellano cuando quieren y como quieren, alternativamente y a veces aunque parezca mentira simultáneamente. Desconozco dónde están, si no es el imaginación de algunos, esos castellano hablantes despreciados y marginados. También es difícil encontrar a esos catalanes perseguidos por la lengua que hablan y a la que un enemigo secular localizado en Madrid quiere literalmente aniquilar. 2.? Sí hay un conflicto político que tiene el uso de la lengua como campo de combate e incluso como objetivo. Lo demuestra la propaganda de unos y otros, los que nos quieren ilustrar sobre el pretendido exterminio de una lengua en manos de la otra o de la otra en manos de la una. Pero este no es un conflicto catalán sino español, fundamentado en la perniciosa y obsoleta identificación entre nación política y lengua o, lo que es peor, entre nacionalismo y militancia lingüística. Esa identificación, al contrario de lo que muchos piensan, no es exclusiva de nadie, sino que se practica en las dos direcciones, del nacionalismo español respecto a la lengua castellana y del nacionalismo catalán respecto a la catalana. Con la curiosa característica de que cuanto más intensa es la identificación en un lado más lo es en el otro. Los nacionalismos se retroalimentan y como consecuencia las lenguas se excluyen y combaten. 3.? Cataluña ha conseguido con su lengua, su lengua propia según la jurisprudencia constitucional, algo similar a un milagro en comparación con casi todas las lenguas de similar tamaño y potencia. El francés de Canadá es parte de la francofonía y tiene siempre a Francia detrás. El flamenco de Bélgica tiene al neerlandés. Las tres lenguas más habladas de la Confederación Helvética tienen sus correspondientes estados vecinos. Sin estos contrafuertes es difícil pensar cuál sería el destino de estas lenguas. ¿Qué es lo que tiene el catalán para explicar su travesía del trágico siglo XX no tan solo sin retroceder sino incluso avanzando de forma ostensible hasta entrar en el XXI en el punto más alto de su historia? Este milagro es catalán, por supuesto. Nada se entendería sin la voluntaria transmisión de la lengua de padres a hijos y sin los esfuerzos institucionales y políticos, en las tres etapas de su moderno autogobierno (Mancomunitat, Generalitat republicana, Generalitat actual). Pero es también un milagro español: cada una de las etapas corresponde a momentos democráticos, de diálogo y entendimiento con los gobiernos del conjunto de España. Y sin embargo, este milagro español anda huérfano porque ahora nadie quiere atribuírselo, sobre todo en épocas de demagogia electoral, cuando lo que corresponde es soplar sobre las brasas de esas identidades y esos nacionalismos que se necesitan unos a otros no para trabajar juntos sino para excluirse. 4.? España, a diferencia de Canadá, Bélgica y la Confederación Helvética, tiene una dificultad histórica, incapacidad quizás, para reconocerse a sí misma como la nación plural que ha sido siempre, una nación de naciones en expresión tan comprensible por todos como rechazada por algunos de uno y otro bando. En las tres etapas antes mencionadas ha realizado pasos destacados que han permitido revertir los destrozos históricos del uniformismo lingüístico. Pero esos pasos han sido siempre de normalización y reconocimiento internos de cada una de las comunidades de hablantes, que son los que han permitido mantener las lenguas y no dejarlas perecer como ha sucedido en otras latitudes. Siempre ha faltado, sin embargo, el paso decisivo, definitivo, del reconocimiento nacional, nacional de la nación de naciones, claro está, el que convierte las lenguas de unos pocos en el patrimonio de todos, incluso los que no las hablan. 5.? Hubo consenso en su día para el primer paso, el que ha salvado al catalán y en general a las otras lenguas españolas, pero no lo hay para este segundo paso, el decisivo y definitivo, el que las convierta en lenguas de todos. Y no solo no hay consenso, sino que hay disenso creciente. Los catalanes, no los nacionalistas, no los soberanistas, no los independentistas, simplemente los catalanes tenemos serios argumentos para sentirnos vejados por el maltrato de nuestra lengua en Baleares, Comunidad Valenciana y la zona fronteriza de Aragón donde se habla y escribe catalán. Y más todavía cuando sabemos que los móviles que alientan la ofensiva contra el catalán no son unos siniestros designios exterminadores sino vulgares y miserables cálculos electorales. 6? La última y más perniciosa manifestación del disenso es la utilización de los tribunales para resolver los conflictos políticos que se plantean a propósito de la lengua. Los políticos transfieren a los jueces primero el arbitraje en el conflicto político, con el riesgo permanente de oponer la legitimidad democrática a la legalidad, y más tarde incluso la responsabilidad de las decisiones técnicas, pedagógicas. Se les obliga a sustituir al legislador y luego incluso al ejecutivo, hasta suplir las incapacidades del ministro de Educación a la hora de ponerse de acuerdo con los consejeros de Educación. El colmo del oportunismo, que debiera provocar sonrojo a todos, gobernantes, legisladores y jueces, es que las sentencias así sonsacadas presidan el arranque de las campañas electorales, para que quede claro que todo vale, lenguas, nacionalismos, identidades, sentimientos, agravios, vejaciones, a la hora de la sucia pelea por el poder.

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11 de mayo de 2015
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Juego de espejos

Pocas elecciones como las británicas permiten apurar hasta el límite el efecto de los espejos. En todas las imágenes que se han atisbado en ese mercurio electoral vemos algo de lo que nos puede suceder o ya nos ha sucedido, reflejos que confirman o desmienten esperanzas o temores. Desde La Moncloa, el espejo confirma el camino emprendido. Cuidado con los sondeos, porque se equivocan. El bipartidismo no se hunde. Los partidos emergentes quedan acotados. La economía manda: con crecimiento y creación de empleos no debieran darse derrotas del partido gobernante, sobre todo si sabe cortar los avances de la oposición como ha hecho Cameron. "Hay una cuestión muy simple en el corazón de este elección. ¿Quién quiere usted que mande en este país, la gente que ha ayudado a levantar nuestra economía o la gente que ayudó a destruirla?". Esas palabras del triunfador explican la mitad del resultado. La otra mitad es el temor esgrimido como un espantajo a una coalición entre laboristas y nacionalistas escoceses. Desde Barcelona, el espejo siembra más dudas que entusiasmos. Con 56 escaños sobre 59, el SNP no proclamará la independencia sino que intentará convertir el Reino Unido en una monarquía federal. Esa independencia es de izquierdas, con contenido social y europeísta y juega sus cartas con claridad y de frente. El espejo gira de nuevo hacia Madrid: Cameron piensa en una devolution a las cuatro naciones británicas, para que los escoceses no se vayan. ¿Alguien mira el espejo desde España? Bruselas debe hacerlo. Con este resultado, el referéndum que pregunte a los británicos si quieren salir de la UE está garantizado. Y sobre todo la negociación a cara de perro con los otros 27 socios para conseguir otra devolution, europea esta, que permita a los tories seguir dentro de Europa. Ahora el espejo regresa a Escocia: si Londres quiere irse, Edimburgo querrá quedarse. Puede haber un segundo referéndum de secesión si Reino Unido hace el suyo de salida de la UE. Se auguran negociaciones duras, a varias bandas, dentro y fuera. El mundo entero se mira en el espejo. Por el poder de la city, también por lo que queda del mito. Un ejército que todavía tiene garras. El derecho de veto en el Consejo de Seguridad. El arma nuclear que los escoceses rechazan. La corona y la lengua inglesa. Cameron ha triunfado, pero en el espejo la idea británica baja un peldaño más, y con ella la idea europea. Desde Pekín y Moscú, con luces largas, se atisban con fruición las líneas de una Europa fragmentada y débil. En Estados Unidos, por el contrario, preocupa que los británicos pierdan su condición de puente europeo, lugar donde reside la relación especial y privilegiada entre Washington y Londres. El espejo anunciaba un terremoto y lo que se ha producido es un terremoto, aunque algo distinto al que se esperaba.

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10 de mayo de 2015
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Arabia Infeliz

Yemen queda muy lejos. Además es uno de los países más pobres de la tierra, en el último peldaño del índice de desarrollo humano de Naciones Unidas (el puesto 154 de 187). No hay otro más pobre en Oriente Próximo. También es un Estado fallido, donde la guerra civil tiene carácter endémico. Esos rebeldes houthis que han echado al presidente en ejercicio, Abdrabbo Mansur Hadi, llevan dando guerra desde 2004, siete años antes de las revueltas de la primavera árabe que echaron al anterior presidente, Ali Abdalá Saleh, y once antes de los actuales bombardeos con que intenta frenarles la coalición árabe dirigida por Arabia Saudí.

Lejano e indescifrable. No hay dos bandos en la guerra civil, sino tres: el tercero es Al Qaeda, enemigo jurado de los otros dos al que nadie combate ahora, ni siquiera Estados Unidos, que ha retirado su contingente de apoyo a los bombardeos con drones. Nada más frecuente que las reversiones de alianzas, que convierten al enemigo de ayer en el amigo de hoy. Los houthis se levantaron contra Saleh, su actual aliado, a pesar de que su líder de entonces, Hussein Al Houthi, perdió incluso la vida en los combates. Es incomprensible sobre todo desde Occidente. Desde Riad o Teherán está todo muy claro. Los saudíes y los iraníes combaten entre sí por fuerzas interpuestas para asegurarse la hegemonía sobre la región, dejando de lado al enemigo menor que más asusta en Occidente como es el Estado Islámico. Así sucede en Siria como en Yemen, casillas de un laberíntico tablero geopolítico en transformación, donde cada uno pone a prueba sus fuerzas, justo antes de un acuerdo nuclear con Irán que los saudíes, como los israelíes, preferirían que fracasara. El 26 de marzo, con los bombardeos saudíes sobre Yemen, empezó una desigual guerra entre uno de los países más ricos y poderosos del planeta, apoyado por una amplia coalición árabe, y la guerrilla que se ha apoderado de parte del país miserable que es su vecino. Con unos perdedores seguros, los yemeníes, que ya han sufrido 1.200 víctimas mortales, 300.000 personas desplazadas y un empeoramiento generalizado de las condiciones de vida, agua potable y acceso a la salud de gran parte de la población. En Oriente Próximo, como en todas partes, los errores de hoy son la semilla de las catástrofes de mañana. Además de pobre, Yemen es un país muy joven. El 63% de la población tiene menos de 25 años. Su tasa de fertilidad es de las más altas de la región, de forma que sus 24 millones de habitantes de ahora llevan camino de duplicarse como mínimo a mitad de siglo. Esos son ingredientes excelentes para fabricar carne de cañón dispuesta para cualquier cosa: guerras abiertas o inacabables campañas terroristas. Aunque está a escasa distancia de la opulencia de Dubái o Abu Dabi, Yemen es todo lo contrario de la Arabia Feliz, el nombre que le dieron los romanos.

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7 de mayo de 2015
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Saudiología, un apunte adicional

La sucesión saudí, realizada en dos etapas (el 23 de enero, advenimiento del rey Salmán a la muerte de su hermanastro el rey Abdalá, y el 29 de abril, sustitución del príncipe heredero Muqrin por Mohamed bin Nayef, MBN) significa el afianzamiento de la rama sudairi y el relevo generacional: ya no quedan hijos del fundador Saud para sentarse en el trono y a partir de ahora corresponde hacerlo a los nietos. Lo conté ayer aquí y ahora quiero complementar mis observaciones situando el foco en otra decisión de notable importancia, tomada en las mismas horas cruciales, y esta es la sustitución del ministro de Asuntos Exteriores, el príncipe Saud bin Faisal, nieto de rey, hijo de rey y aspirante él mismo en algún momento a la corona, por un diplomático de carrera saudí, un hijo de la meritocracia en el país de la más brutal aristocracia. No es un relevo cualquiera. Saud, de 75 años, era hasta el 29 de abril el canciller más veterano del mundo. Llevaba exactamente 30 años gestionando la cartera de Exteriores con acreditada profesionalidad y pericia. Le sustituye Adel Al-Jubeir, de 53, prácticamente de la misma generación que el nuevo príncipe heredero, de 55, que ocupaba desde 2007 el puesto de embajador en Washington. Ambos cargos, el de ministro de Exteriores y el de embajador ante la Casa Blanca, han sido ocupados casi sistemáticamente por príncipes reales, como corresponde a su relevancia estratégica. Cuando Al-Jubeir llegó a Washington tomó el relevo de Turki bin Faisal, de 70 años, hermano de Saud, y anteriormente director del espionaje saudí durante más de dos décadas. Turki había sustituido a Bandar bin Sultán, 66 años, embajador en Washington en el momento de los atentados del 11S y conocido en los medios diplomáticos como Bandar Bush por su estrecha amistad con la familia de los dos presidentes. Bandar, Saud y Turki han sido piezas decisivas para la estabilidad del reino desde 1979, año en que se produjeron dos retos paralelos contra el liderazgo que la monarquía saudí detenta dentro del mundo musulmán en su calidad de guardiana de las ciudades sagradas de Medina y La Meca. Un reto venía de Irán, donde el ayatolá Jomeini fundó una república islámica con propósitos proselitistas y vocación de liderazgo islámico. El otro llegó desde dentro mismo de Arabia Saudí, cuando un grupo terrorista formado en las madrasas wahabitas, que impugnaba la autoridad de la monarquía, asaltó y ocupó durante dos semanas la mezquita de La Meca, hasta que fueron reducidos por el ejército saudí, con más de dos centenares de muertos en los combates y la posterior ejecución de 68 asaltantes. Los retos de hoy son muy parecidos a los de entonces, aunque sea distinta la dimensión: la competencia de Irán por el liderazgo islámico, con la derivada del proyecto de industria nuclear iraní, y el terrorismo del Estado Islámico, de muy similar raíz wahabita pero que también impugna a la monarquía saudita. Pero los príncipes que los enfrentan ya no son los de la generación de Saud y Turki sino los que tienen entre 30 y 60 años, y no son los primeros nietos del fundador sino los más jóvenes. Si Saud era el ministro de Exteriores más veterano del mundo, el nuevo número tres, heredero del heredero, al príncipe Mohamed bin Salmán (MBS), 30 años o menos, se le considera el ministro de Defensa más joven del mundo, al que se le atribuye el máximo protagonismo en la operación Tormenta Decisiva de intervención en la guerra civil yemení en contra de los rebeldes houzis. Aunque el rey Salmán, 79 años, conserva todo el poder monárquico en sus manos, atendiendo a su deficiente estado de salud no hay duda alguna de quienes tienen el poder efectivo. Hasta ahora los príncipes saudíes llegaban al poder en edad muy avanzada y malas condiciones de salud, que a veces podía alcanzar incluso a las capacidades mentales. A partir de ahora, y sobre todo cuando fallezca Salmán, empezarán a llegar a edad mucho más temprana. No es extraño que estas novedades dinásticas vayan acompañadas también de la convocatoria de unas elecciones municipales en las que las mujeres saudíes podrán ejercer por primera vez en la historia el derecho de voto. Incluso el país más conservador e inamovible del mundo tantea el camino de las reformas. No hay que leer todas estas novedades como una colección de anécdotas llenas de color. Lo que se juega en un relevo en la cúspide del poder en Arabia Saudí, primer productor de petróleo del mundo, superpotencia regional y país que alberga los lugares santos del islam, afecta a todo el mundo y a la vez está cargado de tantos misterios y enigmas como en el Kremlin o en Zhongnanhai, donde las sucesiones y las sustituciones de las más altas jerarquías se producen en la más absoluta oscuridad.

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4 de mayo de 2015
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El Boomeran(g)
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