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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Los silencios del pujolismo

No sé cuántos libros han aparecido alrededor del proceso soberanista. Es imposible contarlos y menos todavía leerlos. Se cuentan en centenares en poco más de cinco años. Sí sé cuántos libros han aparecido sobre el caso Pujol desde que se produjo la confesión, hace ahora exactamente un año: ocho, de los cuales dos son reediciones. Lo sé muy bien porque yo soy el autor de uno de ellos, titulado La Gran Vergonya. Ascens i caiguda del mite de Jordi Pujol (Columna), que empecé a escribir en los mismos días en que el ex presidente confesaba sus pecados (hay traducción al castellano en la editorial Península).Yo solo fui el primero de los cuatro periodistas, digo bien cuatro, vinculados de una forma u otra con el diario EL PAÍS, que hemos publicado libros sobre Pujol en este año posterior a la confesión. Pere Ríos, periodista de larga experiencia judicial y ahora en la información política, ha publicado su Banca catalana: caso abierto (Península). Maiol Roger, joven reportero político en elpais.cat y muy activo en las redes sociales, ha publicado Jordi Pujol. La gran familia (Angle). Y Margarita Rivière, columnista asidua de estas páginas, perteneciente a mi generación, que falleció el pasado 29 de marzo, justo dos días después de la presentación de su fábula moral sobre el pujolismo, la novela Clave K (Icària), escrita hace 20 años pero rechazada por los editores entonces por aprensión ante el poder de Pujol. Cuatro sobre ocho es una proporción extraña. Como es lógico, no hubo coordinación entre los cuatro autores, aunque puede que exista alguna explicación ante tanta coincidencia. Si algún periódico se ha llevado la fama de antipujolista, sobre todo en la época más difícil, la inicial, este es EL PAÍS. Si alguien puede presentarse como excepción a la paradoja de los silencios sobre la corrupción pujolista --si todos lo sabían, ¿porque nadie lo contaba?-- eran los periodistas de este periódico. Nosotros lo contamos, o contamos lo que estuvo en nuestra mano en los años 80, y luego hemos seguido contándolo siempre que hemos podido. Todas las generaciones que conforman el mundo complejo de este periódico están representadas en los cuatro libros que el lector tiene a su disposición. El más joven, Roger, nos ofrece el friso de los caracteres individuales y de las historias personales que conforman el mundo pujoliano. Ríos, con la ayuda de los fiscales Mena y Villarejo, recupera el caso Banca Catalana, realmente fundacional en el asentamiento del poder pujolista. Rivière nos ofrece, con la técnica del roman à clefs, una espléndida explicación sobre los mecanismos del poder pujolista tras la primera mayoría absoluta de 1984. Habría que añadir todavía un libro pionero y fundamental, que tuvo muchas dificultades para aparecer y nunca ha sido reeditado, como es Banca Catalana. Más que un banco, más que una crisis (Plaza Janés), de Francesc Baiges, Jaume Reixach y Enric González, este último también entonces periodista de EL PAÍS. Veamos cuáles son los otros libros que acompañan este año a los salidos de la factoría periodística paisista. Dos de ellos, como ya he dicho, son reediciones con algún añadido o adaptación a las nuevas circunstancias. Se trata de Ara sí que toca. Jordi Pujol, el pujolisme i els successors (Edicions 62) de Francesc-Marc Alvaro de 2003 y de Jordi Pujol: en nom de Catalunya (Debate) de Fèlix Martínez y Jordi Oliveres de 2005, libros de referencia sobre el pujolismo anterior a la caída, y que he utilizado en el mío, entre otras cosas para documentar hasta qué punto se conocían los negocios turbios de los hijos de Pujol muchos años antes de la confesión. Quedan dos libros más. De una parte, está el del novelista Toni Sala El cas Pujol. Reflexions sobre el terreny (L'Altra), galardonado con los premios Ciutat de Barcelona y Premio de la Crítica, un dietario literario con las reflexiones que le sugiere la peripecia del ex presidente en los días posteriores a la confesión. Y de la otra, el volumen de entrevistas realizadas por Roser Pros-Roca con prólogo del propio Jordi Pujol a veinte amigos del ex presidente, bajo el título de Jordi Pujol. Del relat al silenci. Vint testimonis de primera mà (Gregal). Cuatro de ocho, dos de los cuales son reediciones, un séptimo un dietario y un octavo una contribución a la rehabilitación. Todo esto es muy raro y sin correspondencia con la envergadura del personaje y la trascendencia histórica de la confesión, ni tampoco con las consecuencias políticas de la caída de los Pujol y su desaparición de Convergència. Yo mismo, y creo que mis compañeros de EL PAÍS, hubiéramos preferido algo más de compañía y competencia y menos soledad y silencios.

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27 de julio de 2015
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La nueva guerra europea

No es solo Alemania la que ha cambiado. Hace ya más de dos décadas que Helmut Kohl y François Mitterrand se preguntaban angustiados sobre el rumbo que tomaría Europa una vez desapareciera la última generación que conoció y quiso evitar la repetición de la guerra entre europeos, es decir, los auténticos orígenes del proyecto de ?unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa?. Angela Merkel encarna plenamente el nuevo espíritu generacional, olvidadizo respecto a los orígenes del proyecto común. Justo cuando empezó la crisis de la deuda soberana el anciano Kohl, hoy muy enfermo, le dijo a un amigo que Angela Merkel estaba destruyendo su Europa (?Die macht mir mein Europa kaputt?). Dos hechos bien conocidos están en el origen de la mutación. El más evidente es la unificación alemana, que desequilibró la ecuación sobre la que ha basculado todo el peso de la construcción europea entre Francia y Alemania. El segundo es la ampliación hasta 28 países socios, con la incorporación de multitud de enanos políticos que hace más sobresaliente y solitario el papel de una Alemania dominadora en el plazo comercial y financiero. Sin el impulso del motor franco-alemán y con un mosaico de intereses nacionales variopintos y alejados, el proyecto europeo común ha ido perdiendo inspiración y sentido, hasta el punto de que el euroescepticismo británico pugna ahora por borrar de los tratados esa ?unión cada vez más estrecha? consagrada por los padres fundadores. Jacques Delors, ahora ya nonagenario, se lamentaba al poco de abandonar la presidencia de la Comisión en 1995 sobre la pérdida del sentido de familia entre los países socios. Hoy es un hecho. Apenas queda nada del espíritu de familia y de la solidaridad obtenida a través del gradualismo de las pequeñas solidaridades. La cumbre del euro del pasado 13 de julio es el mejor ejemplo del punto al que se ha llegado, en el que la enemistad y el rencor sustituyen a la responsabilidad compartida y las solidaridades entre socios. Tsipras rompió la baraja con el disparo de un referéndum que le salió por la culata. Lo mismo les puede suceder a Schäuble y Merkel con un rescate impuesto a Grecia que dejará heridas incurables y permite las teorías demenciales de una imposición imperial donde antes se hablaba de soberanías compartidas o el diktat de un IV Reich sobre una Europa alemana. Europa ha dejado atrás la etapa de la construcción de su unidad política y se adentra en otra de mera competición geoeconómica, guiada por los intereses desnudos de cada socio, en una nueva especie de guerra sin violencia, a través del comercio, la innovación y las finanzas. Edward Luttwak acuñó el término en 1990 en un ensayo en National Interest y Hans Kundnani lo ha aplicado a la Alemania de la actual crisis en su excelente ensayo The Paradox of German Power, donde asegura que ?Alemania es única en la combinación de una gran firmeza económica con su abstinencia militar?. Esta es la gran mutación europea. La guerra, incluso si es geoeconómica, es la suma cero, exactamente lo contrario del método sinérgico que ha hecho a Europa. Por eso ahora se nos está deshaciendo a ojos vista.

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23 de julio de 2015
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Tuiteando sobre la lista presidencial de Artur Mas

Publico a continuación, traducidos del catalán al castellano, las tres series de tuits que escribí esta pasada semana a propósito de la lista única independentista pactada entre Convergència y Esquerra con el objetivo de obtener una mayoría parlamentaria que mantenga a Artur Mas al frente del Gobierno catalán. Sobre la lista. Miércoles, 15 de julio 1.- Hay ganadores y perdedores. El plebiscito ya se ha hecho. Más ha ganado a Junqueras. 2.- La refundación de Convergencia ya es una realidad: primero echó a Unió, luego se comió a Esquerra. 3.- La lista es del presidente, con escolta y séquito. 4.- La lista de la nueva política se ha fabricado en los despachos de la vieja. A dedo, el dedazo . 5.- Lista única , gobierno de coalición y Mas presidente, atado y bien atado. Esto es un nuevo partido y nada más. 6.- La declaración se aplaza, del 28- S a seis meses más tarde, cuando habrá nuevo Congreso y Gobierno en Madrid. 7.- El pasado era el día de la marmota, el futuro también. Sobre la desconexión. Viernes, 17 de julio 1.- La fábrica de mitos quiere crear uno nuevo: la desconexión, algo que no existe en paz y legalidad. 2.- No se puede desconectar de la legalidad española sin hacerlo de la catalana y europea. De legalidad, como de madre, no hay más que una. 3.- Desconectar significa tener fuerza para hacerlo. Fuerza, no voluntad. Pero el uso de la fuerza no se quiere mencionar para no asustar a los niños. 4.- Desconectar de la legalidad de la que emana la autoridad del desconectador es dispararse un tiro en el pie: véase los Fets d'Octubre de 1934. 5.- La desconexión es una idea adolescente, como muchas otras hoy de moda, impropia de la paciencia estratégica que Cataluña necesita. 6.- Para los niños, trivializar la desconexión. Para quien tiene la fuerza, hacer ver la disposición también a tenerla. Y después, que se lo crea. 7.- Al final, un juego de chulos y bocazas que juega con el riesgo y no con el diálogo para obtener resultados. Peligroso e irresponsable. Sobre el presidente camuflado. Domingo 19 de julio 1.- No es la papeleta del Sí. A favor de la independencia también está la CUP, parte de Iniciativa e incluso más gente. 2.- No es la única lista, hay dos como mínimo. Y con Podemos en favor del derecho a decidir, son tres ya con un número uno de izquierdas y soberanista. 3.- La ha confeccionado el presidente, en el Palacio presidencial, él será presidente si gana y de ella nacerá el partido del presidente. ¿Hay alguna duda? 4.- Es un partido en gestación. Lista, grupo parlamentario, presidente, gobierno de coalición, organizaciones de masas ... no falta nada. 5.- El partido del presidente lo camufla todo, que sea partido, que sea del presidente. Política de la oscuridad y no la claridad canadiense. 6.- Partido del presidente, lista de país, partido del país entero, partido de Cataluña. ¡Cuidado con el 11-S! Se prepara una apropiación indebida. 7.- Si la lista del presidente fracasa, es Mas quien entra en vía muerta. Yo o la vía muerta. Arrogancia de identificarse con Cataluña. 8.- Cataluña es una idea más sólida y permanente que la idea de independencia. Cataluña es una nación, no una causa.

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21 de julio de 2015
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De Bruselas a Viena, entre la angustia y la esperanza

Hay 1.100 kilómetros entre Viena y Bruselas, y apenas hubo 24 horas de diferencia entre el acuerdo final en las negociaciones para impedir el acceso de Irán al arma nuclear celebradas en el Palais Cobourg vienés y la aprobación del tercer plan de rescate de Grecia por parte de la cumbre del euro, que reunió a los jefes de Estado y de Gobierno y a ministros de Economía de los 19 países que forman parte de la moneda única en el edificio Justus Lipsius bruselense. Entre lunes y martes de esta semana la atención mundial se ha concentrado en las dos ciudades de la vieja Europa. Días históricos, ciertamente. Esta vez eran ajustadas a la realidad esas palabras tan desgastadas. Grecia no sale del euro, por el momento, y menos todavía de la Unión Europea. Irán no va a tener arma nuclear y emprende el camino para escapar de su aislamiento y del régimen de sanciones económicas al que estaba sometido. Tanta proximidad en el espacio y en el tiempo no encuentra paralelismo en el espíritu de ambos acuerdos. La negociación del grupo llamado P5+1 (los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad, que son Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia, además de Alemania) con la República Islámica de Irán terminó en un ambiente de optimismo y esperanza, mientras que la cumbre del euro lo hizo en un clima de alivio por el desastre evitado en el último momento, pero también de pesimismo y angustia. Es una nueva era, tal como titularon muchos medios de comunicación, pero de desconfianza e incertidumbre para Europa y de nuevas expectativas y esperanzas para Irán. En ambas ciudades se evitó lo peor: en Bruselas, que se rompiera una zona monetaria con vocación de irreversibilidad; en Viena, que Irán encabezara un peligroso salto en la proliferación nuclear. Ambos peligros se proyectan en su dimensión geopolítica, con una Grecia desplazada hacia Rusia en caso de un Grexit y un Oriente Próximo todavía más incendiado, en el que avanza el Estado Islámico sobre la falla sectaria que divide a chiíes y suníes. La negociación de Viena ha sido ejemplar en muchos conceptos. Culminan 12 años de tentativas, llenas de fracasos y amenazas. Siempre ha estado encima de alguna mesa el ataque a las instalaciones nucleares iraníes: las de George Bush y Benjamín Netanyahu, sin duda. Obama invirtió los términos de la amenaza: nada podría impedir la guerra si fracasaban las negociaciones. Ha sido crucial para sentar a los iraníes a negociar el régimen de sanciones y específicamente la invocación por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del capítulo 7 de la Carta de Naciones Unidas, que permite el uso de la fuerza ante un peligro para la paz. También ha contado la victoria electoral en 2013 de un presidente reformista como Hasan Rohaní, que se ha rodeado de un equipo diplomático, encabezado por un ministro de Exteriores como Javad Zarif, con formación occidental y capacidad negociadora. Todo lo contrario de lo que ha sucedido con los cinco años de negociaciones y los tres rescates para Grecia, llenos de incumplimientos y reproches mutuos, que han ido creciendo hasta convertirse en un nido de rencor y desconfianza. La mitad de los europeos cree que Grecia es culpable porque se gasta el dinero de los otros y la otra mitad que lo es Alemania por su actitud arrogante y dominadora. Son acuerdos regionales, pero de trascendencia global. Grecia preocupa a Obama y a Xi Jinping, mientras que Putin la observa con avidez de emperador resucitado. Ante el acuerdo de Viena, Benjamin Netanyahu y Salman Ben Saud sostienen la posición inversa del presidente estadounidense: no cierra el camino de la bomba, sino que lo garantiza y abre las puertas a la proliferación nuclear en la región. En realidad, Israel y Arabia Saudí no temen la bomba, sino la competencia de Irán por la hegemonía regional. Para la visión más rosada, el parto doloroso de la madrugada del lunes conducirá a la consolidación definitiva del euro y el pacto nuclear del martes a la paz en el Gran Oriente Próximo que se extiende hasta Afganistán. Para la más negra, es solo el principio de la descomposición del euro y la apertura de una era de proliferación en el golfo Árabe o Pérsico que terminará a bombazos entre chiíes y suníes o entre Israel y los Estados islámicos vecinos. Ambos acuerdos ponen a prueba a las instituciones, nacionales e internacionales. Los Gobiernos deben explicarlos ante los Parlamentos y estos deben aprobarlos. Atención: también el de Irán. Luego aplicarlos y que funcionen. La arquitectura compleja de los acuerdos es la forma que adquiere la gobernanza real del mundo: poco que ver con la simplicidad y claridad que las opiniones públicas demandan. Cuando el objeto sobre el que se trabaja es global, la estructura institucional deviene laberíntica. Sufre la democracia, cierto. También la transparencia. ¿Quién puede leer y comprender esos largos y enojosos protocolos firmados de madrugada? Osar ponerlos a votación popular, como hizo Tsipras, es un disparate que se paga sin demora y al contado. ¿Alguien osaría hacerlo con los acuerdos nucleares? Hay dos líneas de puntos que se cruzan entre el mapa de la región más próspera, pacífica y estable de la historia, Europa, y el de la región donde hay mayores desigualdades, más guerras y más inestabilidad política, Oriente Próximo: una señala el declive de Grecia, que empezó en 2010, y la otra la emergencia de Irán, que todavía no ha empezado. Todo tiene enmienda: Grecia puede todavía salir del agujero e Irán seguir metido en él, pero el aire que se respira dice lo contrario. Las clases medias griegas empobrecidas saben que jamás volverán los viejos buenos tiempos del dinero barato, mientras que las clases medias ascendentes iraníes esperan con avidez el chorro de dinero que llegará con el desbloqueo de cuentas y la apertura al mundo. Entre Viena y Bruselas ha quedado marcado un momento del desplazamiento del poder global, siempre en dirección hacia Oriente.

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20 de julio de 2015
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La diplomacia, partera de la historia

Si atendemos a la más reciente experiencia, el futuro está en la diplomacia. La guerra está pasada de moda. O mejor dicho, no funciona. O peor, produce efectos perversos. Libia, Irak y Afganistán son los ejemplos más recientes de los pésimos efectos del uso de la fuerza para derrocar regímenes impresentables y construir unas relaciones internacionales pacíficas y civilizadas. George W. Bush protagonizó el último intento de neutralizar regímenes peligrosos y llevar la democracia a los países que no la tienen a cañonazos (Afganistán e Irak). Barack Obama, con dos éxitos indiscutibles de momento en su haber, Cuba e Irán, significa exactamente lo contrario y es el primer presidente que alcanza dos acuerdos de tanta trascendencia (Libia carga en la cuenta de Cameron y Sarkozy). Si funcionan como es de esperar, su presidencia está más que salvada. La llave para estos acuerdos radica en la capacidad de ponerse en el lugar del enemigo al que se quiere convencer en vez de vencer. Se lo dice Obama a Thomas Friedman, el periodista de The New York Times que le ha entrevistado justo después de la firma del acuerdo en Viena, al tiempo que evoca los acuerdos de desarme con la Unión Soviética por parte de Reagan y el viaje de Nixon y Kissinger a Pekín para entrevistarse con Mao Zedong y terminar con el aislamiento de China durante tres décadas. No son estos dos los únicos momentos diplomáticos de los últimos 50 años en los que puede leerse un auge de la diplomacia y el declive de la guerra, aunque sí son probablemente los más exitosos. Cabría añadir los acuerdos de Camp David, firmados por el presidente egipcio Anuar el Sadat y el israelí Menajem Begin, bajo los auspicios de Jimmy Carter, que ataron a Egipto definitivamente del lado occidental, o los acuerdos de Oslo, entre Arafat y Rabin, bajo el patrocinio de Clinton, que permitieron la constitución de la Autoridad Palestina. Todos estos acuerdos intentan enmendar errores anteriores, siendo el más importante dejar fuera de juego a un país o a una parte de la humanidad. Todos tienen enemigos feroces, dentro y fuera de Estados Unidos, empeñados en hacerlos descarrilar. Todos producen cambios geopolíticos a largo plazo, no siempre positivos, como demuestra la inexistencia todavía de paz en Oriente Próximo tal como se había acordado en Oslo. Y en todos, excepto en los dos últimos con Cuba e Irán, aparece el presidente de los Estados Unidos en primer plano, fotos incluidas. Obama, el más diplomático de todos los presidentes de Estados Unidos, ha querido dejar el protagonismo de las imágenes a los profesionales de la diplomacia y quedarse él con el de la palabra, con sus potentes argumentos en favor de la negociación y del multilateralismo, que desmienten nada menos que a Marx: la partera de la historia ya no es la violencia, como decía el Manifiesto Comunista, sino la diplomacia.

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16 de julio de 2015
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Europa madrastra

La pedagogía europea es dolorosa. Se aprende en los fracasos y se toman las lecciones en el castigo de unos acuerdos adoptados bajo amenaza. Dice bien el viejo dicho castellano: la letra con sangre entra. Tsipras ganó el referéndum y humilló a Merkel y a la troika. Echó a Varufakis (o Varufakis se zafó de un acuerdo que sabía tan inevitable como oneroso) y armó una nueva coalición parlamentaria con las fuerzas de centro. Pero no le sirvió para nada. Ese acuerdo es peor que cualquier otro obtenido antes del referéndum. Paga la osadía de consultar a los griegos y todavía más el descaro de encerrarles en un corralito durante al menos esos quince días que ha durado el martirio. Quiso exhibir que sus conciudadanos podían decidir por sí solos y que podían hacerlo en sentido contrario a lo que le decía la troika y ha quedado demostrado que no ha valido para nada. Los griegos ni tienen derecho a decidir ni son independientes. La escasa soberanía que les podía quedar ha quedado acotada por la hiper intervención diseñada en el acuerdo adoptado por unanimidad en el Consejo Europeo. Grecia será gobernada desde Bruselas hasta unos detalles como no se habían visto en ninguna intervención anterior de la troika. Ganar un referéndum y perder la negociación entera no es un buen negocio político para quien lo hace. Su cabeza huele a pólvora. Requerirá un nuevo gobierno más amplio, probablemente de salvación y emergencia nacional, y elecciones lo más pronto posible, e incluso ambas cosas. Tsipras paga con creces y con sangre, pero puede sentirse aliviado. Sin Francia hubiera podido ser peor. Grecia no se va del euro. Y menos todavía de Europa. Ni la echan ni tiene que irse de su propio pie. Eso que tiene ahora, como lo que temía antes, es muy malo, pero todavía era peor lo que le esperaba si quedaba a la intemperie. Puede anotarse el mérito de que en el momento decisivo, en el límite, no ha dañado más a la eurozona ni a la Unión Europea, como hubiera sucedido con una salida precipitada: Grexit era letal para Grecia pero muy dañino para el euro y para todos. Esta dolorosa clase magistral europea no ha terminado todavía. Las heridas infligidas son muchas y serias. Grecia desafió la regla de juego, la solidaridad entre gobiernos y el respeto de las soberanías ajenas: Finlandia, que no quería su rescate, vale tanto como Grecia; y los votos de los griegos, como los de los ciudadanos de cada uno de los países del Eurogrupo. Hay que evitar ahora que Europa aparezca como la madrastra cruel que solo exige castigos. Es una tarea cuya mayor responsabilidad recae sobre Angela Merkel y que solo se resuelve con más Europa y mayor crecimiento económico, es decir, más política europea y menos austeridad.

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14 de julio de 2015
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La deconstrucción del catalanismo

Artur Mas pasará a la historia, al menos, por su capacidad para desunir a los catalanes. Hay políticos que unen incluso con políticas divisivas y los que hay que hacen exactamente lo contrario, con discursos aparentemente unitarios producen efectos centrífugos. Pujol y Mas, sin ir más lejos. Es difícil hablar de Pujol y situarle como referencia comparativa con Mas, a quien engendró políticamente, instruyó en el oficio y designó como sucesor. Pero no hay más remedio que hacerlo, a pesar del gravísimo estigma que pesa todavía sobre el ex presidente de la Generalitat y su familia. Pujol hizo converger a los nacionalistas alrededor de una sola coalición, que se asentó en el centro de la política catalana y abrazó desde el independentismo hasta el autonomismo, desde el liberalismo y la democracia cristiana hasta la socialdemocracia. Siendo un político polarizador, supo graduar el abrazo y el estrangulamiento en sus tratos con la izquierda, especialmente la socialista. Como resultado de su capacidad de pacto con todos, dentro y fuera, la UCD de Suárez, el PP de Aznar y por supuesto el que más, el PSOE de González, consiguió que el consenso catalanista impregnara la vida catalana entera y penetrara en todos los partidos. Ni los suyos se lo reconocen ahora. Hoy lo que se lleva es la desmemoria, el adanismo y la reinvención posmoderna del relato nacionalista. Los logros del pujolismo quedan minimizados: mero regionalismo burgués, pactos secretos y corruptos en los despachos, españolismo disfrazado... El esfuerzo de abstracción es colosal. A pesar de los recortes autonómicos y de la crisis financiera, las recentralizaciones y el ahogo presupuestario, la realidad histórica que solo el presentismo más frívolo puede ocultar es que Cataluña nunca había gozado de unos niveles de autogobierno, una capacidad de proyección e influencia y una presencia de su lengua en las instituciones y en la vida pública como la que goza ahora, exactamente ahora, en plena mayoría absoluta del PP. Todo los avances del autogobierno de las tres últimas décadas se deben a la claridad estratégica y a la firmeza de las convicciones de Pujol, acompañada de su pragmatismo y su capacidad para unir a los catalanes y encontrar amigos y aliados en el resto de España, y sobre todo en Madrid, pero también en Bruselas y en el mundo. Artur Mas ha deshecho en apenas cinco años una parte nada desdeñable de esta obra. Como una trituradora, ha dividido la coalición y arruinado a su partido casi hasta la extinción, ha sembrado la discordia dentro del catalanismo y ha cortado amarras con los partidos españoles. Se ha quedado sin amigos ni aliados fuera de su gobierno y del mundo soberanista. En vez de propugnar políticas unitarias para enfrentarse a las intenciones más aviesas y bien evidentes del PP respecto a la autonomía catalana, ha preferido el enfrentamiento polarizador, que ha radicalizado al gobierno conservador español, retroalimentándose así mutuamente los dos polos nacionalistas, el catalán y el español, en sus provocaciones y en sus propuestas excluyentes. No lo ha hecho solo. El entorno soberanista convergente le ha jaleado como si fuera un genio salvador, preparado para la entrega de su persona en el altar del martirio patriótico. El presidente, para colmo, se lo ha creído, con los devastadores efectos psicológicos que una actitud así ocasiona en la personalidad de un dirigente político. Ha querido ser el Ferran Adrià del catalanismo y es ya clamoroso su fracaso. Ha conseguido ciertamente todas las fórmulas de la deconstrucción catalanista: dividir el país entre soberanistas y unionistas, independentistas y dependentistas; distinguir entre el Estado propio y el Estado enemigo; apostar por las estructuras del hipotético Estado independiente frente a las políticas autonomistas ya superadas; imaginar una lista civil sin políticos, como la lista no del presidente sino con el presidente o, si no hay más remedio, sin el presidente, aunque a ser posible finalmente otra vez con el presidente en su calidad de político que se presenta por última vez y es ya por tanto ex político. Insuperable. ¿Se imaginan una lista en la que figuren famosos del deporte, la cultura y el arte, o famosillos del mundo mediático, esté o no trufada finalmente de políticos o sea toda íntegra para unos figurantes, que luego, incluso con otras elecciones a celebrar inmediatamente, deberán ceder de nuevo el paso a la casta política desprestigiada? Mas no ha llegado a Ítaca pero ya ha alcanzado una cima de la genialidad táctica y la imaginación creativa, al fin y al cabo dentro de una tradición bien reconocida del catalanismo (Salvador Dalí y Francesc Pujols) y del marxismo (Groucho).

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13 de julio de 2015
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Revanchas de la historia

Valen los argumentos que aporta la memoria, pero debidamente situados en el paisaje de su tiempo. Sí, en 1953 Alemania vio condonado un 62 por ciento de su deuda, gesto imprescindible para el milagro económico y base de partida de la primera superpotencia geoeconómica europea de hoy. El mundo se hallaba entonces en plena guerra fría, un régimen de competencia menos pacífica de lo que parece entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, con el mapamundi dividido en dos áreas de influencia, acordadas en la cumbre de Yalta, en 1945, a pocos meses de la victoria sobre Hitler. Y esa guerra fría había empezado a partir de otra guerra caliente nada menos que en Grecia, en la que se enfrentaron desde 1946 hasta 1949 el gobierno monárquico instalado por los aliados y las guerrillas comunistas que habían combatido al nazismo, apoyadas por Albania, Yugoeslavia y Bulgaria. Primero fue Churchill quien denunció el Telón de Acero que estaba cayendo sobre la mitad de Europa, en su famoso discurso de Fulton (Misuri) en 1946. El mismo año, el diplomático George Kennan escribió desde Moscú su telegrama largo, que luego publicó con la firma X en la revista Foreign Affair's, en el que se definía el peligro soviético y cómo contenerlo (The Sources of Soviet Conduct). Pero quien hizo la definición política al año siguiente fue el presidente Truman en un discurso ante el Congreso en el que defendió, precisamente, la intervención militar y la ayuda económica a Grecia para impedir que cayera bajo la influencia de Moscú. La Doctrina Truman tiene como objetivos primeros a Grecia y Turquía, los dos países que podían dar a Stalin el entero manojo de llaves del Mediterráneo y de Oriente Próximo. De ahí siguió su inclusión en el Plan Marshall y su incorporación a la OTAN. Walter Lippmann, el periodista de referencia de la guerra fría, lo cuenta con pasmosa claridad: ?Hemos escogido Turquía y Grecia no porque tengan una necesidad especial de ayuda ni porque sean ejemplos brillantes de democracia, sino porque son las puertas que se dirigen al mar Negro, en el corazón de la Unión Soviética?. Lo que benefició entonces a Grecia la siguió beneficiando más tarde: se incorporó a la OTAN en 1953, fue el primer país con un acuerdo de asociación europeo, el primero de la ampliación mediterránea y también adoptó con apenas dos años de retraso, y al parecer indebidamente, la moneda única en 2001. También es el país más beneficiado en fondos per cápita del presupuesto europeo, aportado sobre todo por los alemanes, en forma de ayudas agrarias y de cohesión para los países mediterráneos. Grecia sigue todavía en cabeza, aunque por otros motivos: primer país de la OTAN y de la UE en suspender pagos al FMI; primero en vías de salida del euro, la moneda que iba a ser irreversible. Y en un momento político especial en la dinámica del poder mundial: cuando regresan unos aires de guerra fría que refrescan la memoria acerca de los motivos de Washington para proteger a Grecia y de los motivos de Grecia para obtener sustanciosos beneficios de la Doctrina Truman.

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9 de julio de 2015
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Plebiscito contra la troika

Tsipras ha conseguido lo que quería. Ha encontrado la fuerza que buscaba, al menos de cara a su coalición, Syriza y a sus seguidores. Su victoria es clara, rotunda. Nada permite pensar que ablande a los más duros. Merkel quería el sí, pero muchos en Alemania o en Finlandia también querían el no.Si tiene alguna virtud este resultado es la de la claridad: entre una expresión de confianza hacia la Unión Europea y un gesto de disgusto extremo hacia la troika señalada incluso en la papeleta (Eurogrupo, Banco Central, FM)I, los griegos han escogido lo segundo. El resultado también levanta un banderín de enganche que divide a los adversarios de Tsipras. Francia encabezará este bando, el de los que querían el sí pero van a defender la permanencia de Grecia aunque haya salido el no. Mario Draghi, el gran banquero europeo, también leerá con atención el resultado. Nada está escrito pero el margen de la victoria no garantiza nada. Los referéndums permiten conocer la opinión de los ciudadanos pero no levantan los corralitos, no abren los bancos, no pagan a los funcionarios, ni garantizan la permanencia en el euro. Esto está en manos de la troika, de los perdedores, esta es la paradoja. El plebiscito es una victoria sobre la troika, pero el problema es que la troika es quien debe moverse para evitar la salida del euro. No estaba claro cómo debía reaccionar el Banco Central ante la victoria del no. Un margen estrecho dejaba márgenes interpretativos, mientras que una diferencia tan notable como la obtenida por Tsipras es una invitación a una actitud más comprensiva siempre que se cumpla una condición nada fácil: la victoria política de Tsipras debe prepararle para ceder hasta el límite, más allá de lo que quieren sus partidarios. Europa necesita un euro entero, del que Grecia no se salga. Europa también necesita una Grecia integrada en la Unión Europea y en la Alianza Atlántica. Son razones poderosas para que Grecia no se vaya. No es seguro que Tsipras sepa comprender la oportunidad que le ofrece esta victoria para convertir a sus adversarios de la troika en sus aliados. El orgullo griego ha quedado salvado. Tsipras no ha sido humillado. Tiene ahora la oportunidad para recuperar la solidaridad destruida en las últimas semanas con su consulta unilateral, convocada con nocturnidad, buscando en la democracia de uno de los socios la palanca para doblar el brazo a la democracia de todos los otros 18. Para hacerlo, deberá regresar al juego en el que todos vencen y esto significa que todos cedan y que todos ganen.

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6 de julio de 2015
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El oráculo de Delfos

Si difícil era entender la pregunta más difícil será interpretar la respuesta. La pregunta era de comprensión imposible pero de eficacia indiscutible: una buena pregunta contiene siempre la respuesta correcta. Tan buena era la formulada por Tsipras que lo único que quedaba bien claro es que se trataba de aprobar o rechazar lo que proponían tres monstruos: el Eurogrupo, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Por la dignidad, para evitar la humillación del gobierno, por la democracia de los griegos. La pelea se traslada desde la mañana del lunes al significado de la respuesta. No había acuerdo sobre lo que significaba ni el sí ni el no: si el primero desautorizaba a Tsipras y le conducía a la dimisión y si el segundo expulsaba a Grecia del euro. Había teorías para todos los gustos. Como no es un plebiscito sobre Tsipras, este puede seguir gestionando el derrumbe en cualquiera de los dos casos. Como tampoco versa sobre la pertenencia al euro, el voto negativo se limita a reforzar su posición negociadora. Una y otra interpretación son contradictorias: Tsipras siempre gana. Así funciona la política. Los griegos lo quieren todo: seguir en el euro y rechazar la austeridad que ofrece la Unión Europea. Los del 'sí' temen por lo primero y los del 'no' quieren conjurar lo segundo. Lógico: todo son conjuros en la cueva que es el oráculo. Los del 'sí' dan un pragmático voto de confianza europeo. Los del 'no' mandan un mensaje de disconformidad y disgusto. Eso sí está claro, pero en uno y otro caso la respuestas exigen la interpretación práctica a través de los hechos, que sentenciarán esta misma semana a través de la voz de los mercados. Algo tendrán que decir también los tres monstruos conjurados. El Eurogrupo deberá optar entre la dureza alemana que prefiere el Grexit y la actitud conciliadora francesa que no lo quiere en ningún caso. El BCE hablará grifo en mano: de su liquidez dependerá la interpretación más drástica. Habrá que ver como incide la respuesta en el corralito donde están ya encerrados los griegos: si empieza a abrirse o si se cierra definitivamente y surgen los famosos IOU, 'I owe you' o pagarés precursores de las dracmas. El FMI también ha hablado con prudencia y espíritu conciliador: de momento solo hay un problema de atrasos, pero esta semana puede lanzar a Grecia al infierno de la quiebra, el default, junto a Somalia, Sudán y Zimbabue. En Delfos está el ómfalos, el ombligo del mundo. Un referéndum así reivindica la democracia directa de 11 millones de un país socio frente a las democracias representativas de 325 millones de los otros 18 socios de la eurozona. El oráculo ha hablado, pero al final, también habrá que oír la voz de quienes todavía no han sido consultados. (Escribí este texto en la tarde del domingo, antes de que se conocieran los resultados del referéndum).

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6 de julio de 2015
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El Boomeran(g)
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