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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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La noche pinta azul

La cautela aconseja no adelantarse. En 2004 las encuestas a pie de urna daban a Kerry la victoria. Para no hablar de las del 2000, que terminó en la confusión más absoluta, pero aquella vez por un recuento que no terminó hasta diciembre. A estas horas, con pocos datos y escasas encuestas, todo pinta color Obama. Ya han quedado adjudicados un estado para cada uno, Vermont (3 delegados) en azul y Kentucky (8 delegados) en rojo, según lo previsto. En cuanto a ‘exist polls', ésta es la lista que da el blog de Arianne Huffington: para Obama, Florida por 52 a 44, Iowa 52 a 48, Missouri 52 a 48, North Carolina 52 a 48, New Hampshire 57 a 43, Nevada 55 a 45, Pennsylvania 57 a 42, Ohio 54 a 45, Wisconsin 58 a 42, Indiana 52 a 48, New Mexico 56 a 43, Minnesota 60 a 39, Michigan 60 a 39, y a favor de McCain Georgia 51 a 47 y West Virginia 45 a 55. Si sigue así, no hay duda de la dirección de la noche. ¡Prudencia!

Todavía hay colas en los colegios y habrá gente que se quedará sin votar. Faltan todavía unas cuantas horas para que cierren los colegios de la costa oeste. El centro de Washington empieza a bullir de periodistas. Algo parecido debe pasar en Fénix, la capital de Arizona, donde McCain tiene su cuartel general esta noche, y en Chicago, donde Obama ha preparado la gran fiesta en Grant Park. En las calles próximas a la Casa Blanca se han instalado sets televisivos y merodean reporteros de todo el mundo.

No sólo reporteros. Con Antonio Caño y Juan José Aznárez, los compañeros de El País, tropezamos con un nutrido grupo de estudiosos y asesores de comunicación política españoles, catalanes en su mayoría, que han organizado un espléndido safari electoral. Ahí está su blog, donde aparecen las fotos y la narración de sus aventuras. Han hecho porras y entre ellos arrasa Obama, aunque algunos todavía transpiran nostalgia de Hillary Clinton.

No hay que olvidar de otra parte las otras elecciones para el Senado y la Cámara de Representantes. Las encuestas a pie de urna confirman lo que ya nos decían los sondeos. Avanzarán los demócratas, quizás llegarán a rozar la mayoría cualificada en el Senado (60 escaños), pero es difícil que la obtengan.La última encuesta de Rasmussen Report da vencedor a Obama por 52 a 46. Esta web ofrece también una estimación probabilística: la última de hoy es muy alta, pues le da a Obama el 92'9 por ciento. La noche será larga y emocionante, y según todas las apuestas de color azul.

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5 de noviembre de 2008
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Un presidente para el declive

Es muy discutible que Estados Unidos sea una nación en decadencia, en pleno crepúsculo. No hay que pararse a los datos más manidos, como su ventaja universitaria, intelectual, tecnológica y cultural, sus empresas de punta y sus multinacionales, su capital humano y sus recursos naturales. Basta con apelar al ejemplo de estos días. Unas elecciones como las que ha vivido este país en los dos últimos años, contando la pre campaña de lanzamiento de las candidaturas, después las primarias de los dos grandes partidos y terminando por la elección presidencial, constituye una demostración de cultura política, vitalidad organizativa y dinamismo social y a la vez un colosal catálogo de las formas de democracia, desde los modelos todavía asamblearios que vienen de un mundo rural, como es el caso de los caucuses, hasta las votaciones electrónicas en distintas modalidades aplicadas en algunos estados. Sus medios de comunicación, prensa incluida, son todavía los más competitivos y de mayor calidad del planeta, y sus periodistas, los más combativos e inquisidores con los pecados del poder.

De manera que no nos sirven, me parece, las teorías acerca de la decadencia irremisible de los norteamericanos, y el acontecimiento que vamos a vivir mañana lo demuestra. Otra cosa distinta es que Estados Unidos se halle, efectivamente, en un momento de profunda depresión a diestro y siniestro, porque sus dirigentes propusieron unos objetivos y plantearon unos métodos drásticos y comprometedores para alcanzarlos, de manera que no se alcanzaron los objetivos pero los métodos sí consiguieron herir a quienes los aplicaban. Y que esto tenga unas repercusiones desastrosas en la falta de liderazgo y de conducción de la comunidad internacional.

Una superpotencia única como es la americana, decidida a aplicar las reglas del derecho internacional y a jugar con las únicas ventajas de su enorme tamaño económico y su grandioso prestigio histórico para construir un orden planetario justo, no tan sólo no tendría por qué caer en decadencia en un mundo en condiciones como las actuales, sino que contaría con más y mejores cartas para mantener su hegemonía mundial. Bush padre quiso hacerlo y Joseph Nye lo ha teorizado con su célebre distinción entre el poder duro de los ejércitos y el poder blando de la diplomacia y de los negocios.

/upload/fotos/blogs_entradas/robert_kagan_med.jpgRobert Kagan, uno de los ensayistas más destacados entre los neocons y autor de la distinción entre la Europa que es de Venus y los Estados Unidos que son de Marte, publicó el pasado jueves en el Washington Post un artículo notable en el que explica que parte de la sociedad americana teme que Obama sea el candidato adecuado para gestionar la liga de descenso de división internacional. Kagan denuncia las teorías declinistas, que remontan a Cyrus Vance y su teoría de los ‘límites del poder', siguen con Paul Kennedy y su ‘sobrecarga imperial', Samuel Huntinnton y la ‘soledad de la superopotencia', y culminan ahora con el mundo ‘posamericano' de Fareed Zakaria, el planeta ‘apolar' de Richard Haas y la ‘caída de América Inc' de Fukuyama. Admite que personalmente "Obama debe reconocerse que ha hecho poco para corresponder a las solicitaciones de los declinistas".

Pero ya está dicho. "El riesgo del actual declinismo no es que sea verdad sino que el próximo presidente actúe como si lo fuera". Kagan asegura que los declinistas dibujan un pasado ideal, que nunca se correspondió con la realidad, en que el mundo entero bailaba a tenor de la música de Estados Unidos. De ahí es fácil deducir la conclusión. Kagan la esconde, entre otras razones porque está vinculado a la campaña de McCain y porque prefiere evitar la directa implicación partidista en su actividad como periodista. Su candidato no juega al declinismo, antes al contrario, reivindica los instrumentos de dominación y la moral del dominador; mientras que no puede dejar de insinuar que Obama hace exactamente lo contrario.

Pero lo que Kagan no dice es que el mito de la América ideal que se impone como superpotencia única no lo han inventado los intelectuales de izquierdas, sino precisamente sus amigos neocons, que lo han aplicado a conciencia estos últimos ocho años durante la presidencia de Bush con perversos efectos sobre el prestigio y la capacidad de maniobra de Washington en el mundo. Si hay ahora quienes sostienen ideas tachadas de declinistas es por que alguien hubo en los últimos tiempos que creyó fervientemente en la entrada de Estados Unidos en una época dorada de dominación unilateral.

Los ocho años de Bush han constituido en este sentido una severa cura de humildad, que algunos de los propios halcones han comenzado a aceptar. Y lo que cabe suponer precisamente es que un presidente McCain constituiría una nueva contribución al descenso de división, por la mera insistencia en los mismos errores que lastraron la última presidencia, mientras que un presidente Obama constituiría, muy al contrario de lo que se insinúa, la única oportunidad de que Estados Unidos recupere terreno y protagonismo mundiales, sobre todo mediante la utilización de nuevo del poder blando.

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3 de noviembre de 2008
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Las dos Américas, en el estrado

Es una época que termina. Su final no sigue el guión que habían escrito Bush y sus amigos. El propio candidato republicano se ve obligado a subrayarlo constantemente: "Yo no soy Bush". "Si usted quiere enfrentarse a Bush debió presentarse a las elecciones hace cuatro años", le dijo a Obama en el tercer debate televisivo. Los historiadores se disputan sobre cuándo y cómo empezó esta época. Si fue con Nixon, presidente con aspiraciones absolutistas e imperiales que fue derribado por el Congreso y por la prensa. O si fue con Reagan, el presidente que protagonizó la revolución conservadora y pidió a Gorbachov en Berlín que tirara ese muro. Pero el hito no debe estar necesariamente en la Casa Blanca. No muy lejos, a poco más de una milla a su izquierda, detrás del Capitolio, está el edificio donde se tomó una decisión trascendental en 1973. El Tribunal Supremo falló a favor de una mujer (Jane Roe) y contra el abogado del Estado de Tejas (Henry Wade) en una sentencia histórica que reconocía el derecho al aborto y situaba fuera de la legalidad a la mayoría de las leyes restrictivas aprobadas por los Estados. Esta sentencia, conocida como el caso Roe versus Wade, fue la chispa que encendió la mecha del descontento entre el conservadurismo social y religioso, de forma que todo lo que ha sucedido en la política americana desde entonces puede interpretarse como el intento de revertir la decisión de la Corte Constitucional.

No es, por supuesto, el único caballo de batalla. Revertir la discriminación positiva a favor de las minorías, afianzar la pena de muerte, prohibir los matrimonios entre personas del mismo sexo, diluir las fronteras entre religión y política o ensanchar los márgenes de poder del presidente son los principales capítulos en los que se enfrentan las dos Américas, en el terreno judicial, naturalmente, y en el político. El poder de los jueces es tan grande que puede llegar a determinar una elección presidencial, como sucedió en 2000, cuando el Tribunal Supremo ordenó la paralización del recuento de votos en Florida, después de que Al Gore obtuviera de tribunales inferiores el derecho a revisar numerosas votaciones irregulares. Aquel caso determinó directamente el curso de la historia: si hubiera seguido el recuento es seguro que Al Gore habría alcanzado la presidencia.

Entre todas las decisiones presidenciales, las que dejan en todo caso mayor huella en la sociedad norteamericana son los nombramientos de jueces, que no se limitan al Tribunal Supremo, sino que se extienden a los trece tribunales de apelación que realizan funciones de corte de último recurso en multitud de casos y que afectan a centenares de magistrados y fiscales. La apertura de la sociedad americana a los cambios de costumbres ha recibido el acompañamiento y en algunos aspectos el impulso de los nombramientos de jueces progresistas durante la larga época de hegemonía demócrata que empezó en 1932, con la presidencia de Franklin D. Roosevelt, y que puede darse por terminada con la de Ronald Reagan en 1980. Eisenhower no respondía a la idea de un presidente conducido por la ideología; Nixon y Ford fueron también casos aparte. El primero, más ocupado en la política internacional y en el fisgoneo político dentro y fuera de la Casa Blanca que en las cuestiones de sociedad. El segundo, incapaz de sintonizar con los aires ultraconservadores que se avecinaban, hasta el punto de que su esposa, muy apreciada por la opinión pública, se atrevió a realizar en 1975, un año antes de las elecciones presidenciales, unas inocentes y explosivas declaraciones en las que apoyaba el aborto, el sexo fuera del matrimonio y la marihuana. Fue derrotado en las presidenciales por el demócrata Jimmy Carter, mucho más conservador que la señora Ford en cuestión de costumbres.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_return_of_the_imperial_presidency_and_the_subversion_of_american_democracy_med.jpgCon la presidencia de Reagan, calificada de transformadora por todos los historiadores, tampoco se produjeron grandes cambios respecto a este capítulo, aunque la siembra neoconservadora que se ha recogido en los ocho últimos años fue intensa y eficaz. El periodista Charlie Savage, autor del libro 'El regreso de la Presidencia Imperial y la subversión de la democracia americana', ha hecho balance de la cuidadosa actividad de George W. Bush durante sus ocho años de presidencia, nombrando jueces según criterios fundamentalmente de identificación ideológica. Ninguno de los presidentes anteriores, incluidos los republicanos y su propio padre, había realizado nombramientos tan sectarios, atendiendo únicamente a su identificación con el conservadurismo social. En vez de chequear los currículos de los candidatos a ocupar las plazas con la American Bar Association (la asociación de abogados), ha venido utilizando el filtro oficioso de la Sociedad Federalista, un club de abogados ultraconservadores creado en las universidades de Yale, Harvard y Chicago para contrarrestar la actividad de los jueces liberales (progresistas en lenguaje europeo).

Hay que notar que, bajo la presidencia de Bush, la ideología no ha sido en muchos casos el móvil para el nombramiento o en su caso la destitución, sino directamente los intereses partidistas, debidamente envueltos en coartadas ideológicas. El ex fiscal general, Alberto Gonzales, ha sido sometido a investigación parlamentaria y de la inspección judicial por la destitución de siete fiscales por criterios políticos. Los planes de destitución alcanzaban a casi 30 fiscales y presumiblemente habían sido coordinados entre la Casa Blanca y el departamento de Justicia, presidido por Gonzales, en una acción muy bien coordinada para controlar a los tribunales en la que participó el propio mago electoral de Bush, Karl Rove.

El balance de los ocho años de Bush en el capítulo judicial no puede ser más desolador. Actualmente hay mayorías conservadoras en 10 de las 13 cortes de apelación, de forma que la elección de un presidente republicano significaría que esta mayoría se ampliaría a todos los tribunales. De los 164 jueces que componen los tribunales de apelación, hay 101 nombrados por presidentes republicanos, de los que 61 lo han sido por Bush. Casi la mitad de estos jueces son miembros de la Sociedad Federalista. Cuando Bush llegó a la Casa Blanca había prácticamente un empate entre jueces conservadores y jueces liberales. Pero a pesar de los desperfectos, la sentencia Roe versus Wade, obsesión de la derecha social, no ha sido revocada.

Si gana Obama se mantendrá el equilibrio, como mínimo durante el primer mandato, principalmente en el Supremo, donde lo más probable es que se produzcan vacantes entre los magistrados liberales. Si es McCain quien vence, en cambio, la época que empieza significará en el capítulo de costumbres todavía una vuelta de tuerca, un nuevo viraje a la derecha y es altamente probable que Roe versus Wade sea revocada. El senador por Arizona empezó su campaña en el centro político cuando debía enfrentarse en las primarias republicanas a una pléyade de personajes que competían entre sí en su extremismo conservador. Pero se lanzó a la competición con Obama después de comprometerse con los grupos de presión conservadores para seguir realizando nombramientos de jueces en la misma línea que George W. Bush.

El envite es muy serio en el caso del Tribunal Supremo, donde actualmente hay un equilibrio precario, con empate a cuatro y un voto cambiante según el tipo de temas que se trate, de forma que en los temas de sociedad suele dar un resultado progresista. Este equilibrio se romperá con un presidente republicano a favor de los jueves conservadores. Los magistrados del Supremo tienen un mandato vitalicio, algo que abre márgenes a la actuación independiente respecto al color del presidente que ha hecho el nombramiento. Ahora mismo son dos magistrados tachados de liberales los de mayor edad y los dos más jóvenes, en cambio, son los que ha nombrado George W. Bush.

Esta derecha judicial tan extremista, en cambio, considera que si gana Obama se producirá un fuerte giro a la izquierda. Steven Calabresi, uno de los fundadores lo tiene muy claro y ha expresado su profunda preocupación por "las opiniones extremadamente izquierdistas de Obama acerca de los jueces". Calabresi cita unas palabras del candidato demócrata del pasado año ante una asociación de padres de familia para fundamentar la idea de que los jueces que nombrará no atenderán a la ley y a la Constitución, sino a la simpatía que les despierten los acusados. Éstas son las palabras del candidato demócrata: "Necesitamos a alguien que tenga el corazón y la empatía de reconocer qué significa ser una joven madre adolescente. La empatía de entender qué significa ser pobre, afroamericano, homosexual o disminuido físico o viejo. Y éste es el criterio por el que voy a elegir a los jueces".

La catástrofe que anuncia Calabresi conducirá a que se reconozca el derecho constitucional a la asistencia del Estado, que se establezca un mandato federal a favor de la discriminación positiva, el derecho al aborto con dinero público, la abolición de la pena de muerte, procedimientos ruinosos de los accionistas contra los directivos de las empresas, y a la aprobación de indemnizaciones multimillonarias contra negocios legítimos de tabaco o comida por supuesto atentado a la salud. Todo esto suena a incompatible con la Constitución Americana, a orejas de los juristas neocons de la Sociedad Federalista. De ahí que se planteen una duda inquietante sobre la capacidad de Obama de "jurar en buena fe que 'preservará, protegerá y defenderá la Constitución', tal como se exige al tomar posesión de su cargo".

El fondo del debate que se disputa sobre todo en el Tribunal Supremo concierne al enfrentamiento entre dos interpretaciones de la Constitución abiertamente contradictorias. De una parte, están los juristas que consideran la Constitución Americana, con sus correspondientes enmiendas, como un texto a aplicar de forma literal, tal como la concibieron los padres fundadores. Son los originalistas, que han partido de los poderes presidenciales establecidos originalmente en el texto constitucional para elaborar una teoría antidemocrática y premoderna respecto a la división de poderes y a los márgenes de acción del presidente, sobre todo en tiempo de guerra. En este punto es donde engarza el conservadurismo social con el belicismo conservador. Los originalistas rechazan, naturalmente, toda jurisdicción y jurisprudencia extranjera o internacional, incluidas por supuesto las Convenciones de Derechos Humanos y los tribunales internacionales, como algo ajeno al constitucionalismo americano, y constituyen así la vertiente jurídica del unilateralismo en las relaciones internacionales.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_presidente_de_estados_unidos_george_w._bush_en_su_comparecencia_en_los_jardines_de_la_casa_blanca._med.jpgLa presidencia de George W. Bush no hubiera sido la misma sin los márgenes de acción que obtuvo gracias a los atentados del 11-S y a la declaración de una guerra global contra el terror -para la que recibió, además, poderes parlamentarios- de la que se sabe todo de cómo empezó, pero nada sobre cómo y cuándo acaba. O sí: acaba si vence en las elecciones un presidente que no se adscribe a esta teoría originalista y al colofón de la presidencia imperial que se deduce. Los juristas neocons han puesto nombre a esta cosa monstruosa que le ha crecido a la democracia norteamericana en los ocho últimos años: es la teoría del ejecutivo unitario, un eufemismo para la concentración de poder, la marginación del Parlamento, el asalto de la justicia y la intimidación de la opinión pública.

Entre los juristas más relevantes que han defendido estos puntos de vista están naturalmente quienes han asesorado a George W. Bush en la Casa Blanca durante los últimos ocho años, y han escrito los memorandos de justificación de numerosas transgresiones de la Constitución, como la práctica de la tortura, la anulación del hábeas corpus o las escuchas sin control judicial. Si vence McCain es muy probable que desaparezca del todo la Casa de los Horrores de Bush, sus nombramientos partidistas o las prácticas más escandalosas que afectan a los derechos individuales. Pero persistirá el originalismo y seguirán los nombramientos de jueces conservadores, con todo un potencial regresivo. Si vence Obama, en cambio, se abrirá paso la otra tendencia, la que considera la Constitución como un texto abierto a los cambios y por tanto adaptable a las circunstancias de la sociedad de hoy. Son los interpretacionistas, a los que la derecha considera como subjetivos y propensos a dar el gobierno a los jueces, para que tomen decisiones que no han pasado ni por el Congreso ni por la Casa Blanca.

Obama sólo podrá en una primera etapa mantener el estado de las cosas, lo que ya es mucho. A fin de cuentas, las decisiones que toma el Tribunal Supremo norteamericano terminan también irradiando en todo el mundo, y en primerísimo lugar en Europa. No es arriesgado apostar que una reversión de la sentencia Roe versus Wade se traduciría inmediatamente en una oleada a favor de la penalización del aborto en toda Europa. McCain no es Bush, pero es lo que más se le parece.

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2 de noviembre de 2008
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Todo Obama

Tan difícil como conducir la vida de uno mismo es hacerlo con la propia biografía. En política, es más frecuente tropezar con el político que es víctima de su biografía que lo contrario, una biografía que aparezca como la cuidada construcción de una personalidad bajo cuyo control se desarrolla tanto la escritura sobre su peripecia vital como la propia peripecia vital que le sirve de base. Barack Obama, ese político que combina una oratoria emotiva y cálida con una personalidad fría y tranquila, es de momento un ejemplo de maestría autobiográfica que permite modelar la propia vida como una cuidada narración. Esta circunstancia tiene mayor relevancia en el caso del candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos porque esta elección y este tiempo son los de la utilización de la vida como mensaje político. El mensaje político que funciona en la época posideológica y pospolítica tiene la forma de un relato creíble y funcional que los ciudadanos pueden utilizar como identificador y orientador en sus vidas y en sus comportamientos electorales. El político posmoderno necesita contar con una potente biografía, capaz de sintonizar con las mayorías que deben apoyarle, y a la vez debe saber contar sus ideas políticas a través de relatos, de historias concretas, con rostros, nombres, apellidos y aliento vital.

Barack Obama ha demostrado hasta ahora que está extraordinariamente dotado para la política contemporánea. En primer lugar, porque cuando tenía apenas 33 años y apenas podía intuir que algún día se dedicaría a la política parlamentaria y llegaría a bregar por la presidencia de Estados Unidos, supo escribir una indagación sobre su identidad personal y familiar, dándole la forma de un relato autobiográfico, que se convirtió en un éxito editorial. Más tarde, porque ha sabido poner su propia historia biográfica al servicio de una rápida y brillante carrera política, cuya coronación entraña de nuevo un elemento narrativo potentísimo: si vence será el primer afroamericano que llega a la presidencia de un país en cuya fundación pesaron decisivamente los grandes propietarios rurales esclavistas, libró una guerra civil por causa de la esclavitud y hasta la década de los sesenta mantuvo leyes segregacionistas.

El talento político de Obama es, directamente, talento narrativo. Sabe contar su propia vida y sus ideas como fruto de su experiencia vital y sabe utilizar las historias de vidas, las biografías, como apólogos que le sirven para discutir y transmitir sus ideas políticas. Es un escritor de los dos libros que ha publicado hasta ahora y es también un escritor de muchos de sus discursos, que además se nutren muy claramente de sus libros y encajan como un calcetín en su narrativa. Así sucede con su discurso a la Convención Demócrata de 2004, con el que se dio a conocer en todo Estados Unidos, su discurso de lanzamiento de su candidatura presidencial en Springfield el 10 de febrero de 2007 o una pieza oratoria como su discurso sobre la raza, ya durante la campaña electoral, en respuesta a la crisis provocada por los sermones extremistas de su mentor espiritual, el pastor Wright. Los ghostwriters que trabajan con él se parecen más a los negros del taller de Alejandro Dumas que a los escribidores de discursos de la mayoría de los políticos, normalmente incapaces de escribir directamente de su mano una pieza oratoria y menos aún un libro.

El resultado, además de brillante, es muy útil. Todo Obama está ahí. Todo liga, cada episodio tiene su papel, todo es coherente; no hay que temer que responda a una influencia extraña o sobrevenida: sus ideas políticas, su estilo conciliador y dubitativo, su empatía por los puntos de vista ajenos, incluidos los más reaccionarios, el papel de la identidad familiar en la modelación de la propia vida, o la importancia del sentido de pertenencia en la fabricación de la ciudadanía. Sólo con una leve salvedad, digna de ser subrayada: su itinerario vital es más radical que sus ideas. La vida de Obama es la de un militante afroamericano, un abogado de los desposeídos, un agitador social y político que decide participar en la vida parlamentaria y aspira a alcanzar el máximo poder posible para poner sus ideas en práctica. Sus ideas, en cambio, muy reflexivas y dialécticas, fruto de la discusión y de una buena capacidad de escucha, son muy moderadas y centristas, movidas casi siempre por un impulso conciliador. Obama no es el negro airado prototípico porque desde muy joven, probablemente desde el final de su adolescencia, se esforzó por alejar su vida y su carácter de esta imagen negativa.

/upload/fotos/blogs_entradas/obama_los_sueos_de_mi_padre_med.jpgLos sueños de mi padre es una excelente narración autobiográfica que ha interesado al lector norteamericano mucho antes de que su autor se proyectara sobre la política nacional. La indagación sobre el padre, que abandonó su familia cuando el autor tenía dos años y no volvió a verlo más que de forma muy episódica ocho años más tarde, se convierte además en una indagación sobre la identidad afroamericana, en la estela todavía de Raíces, de Alex Haley, la novela que se convirtió en una serie televisiva de impacto espectacular en 1977. La audacia de la esperanza, escrito al empezar su carrera de senador en Washington y publicado en 2006, es un libro más directamente político, en el que también se percibe el talento pedagógico del profesor de derecho constitucional y un claro atisbo de ambición presidencial. En uno y otro no faltan algunos episodios poco convincentes, resueltos con talento narrativo que no consigue maquillar la voluntad de fabricar una imagen positiva de su autor: en su contacto con la religión, por ejemplo. Lo mismo sucede con algún vacío, que ha sido ya subrayado, acerca de sus años en Nueva York. Pero tampoco faltan los episodios de signo contrario, de sincera expresión conflictiva, algunos de los cuales han sido ya aprovechados por sus rivales electorales. En ambos hay material suficiente para ir cotejando vida y literatura hasta ahora y a partir de ahora.

El nombre del autor, del artista, es un elemento esencial en la obra literaria. Es la marca que hay que vender y que debe encajar con lo que significa. En el caso de Obama es una marca controvertida y discutible, que le da pie también a una pequeña historia. En septiembre de 2001, según cuenta en La audacia de la esperanza, organizó un almuerzo con un consultor político que nada más empezar le señaló cuánto habían cambiado las cosas en su contra después del 11-S: "Es realmente muy mala suerte. Ahora no puedes cambiar el nombre, por supuesto. Los votantes sospechan de este tipo de cosas. Quizás si estuvieras en el principio de la carrera podrías utilizar un seudónimo o algo así, pero ahora...". Con este nombre ha triunfado en la edición y dentro de 72 horas intentará hacerlo en la historia.

'Obama. Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia'. Barack Obama. Traducción de Fernando Miranda López y Evaristo Páez Rasmussen. Almed Ediciones. Granada, 2008. 425 páginas. 22 euros. 'Barack Obama. La audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano'. Barack Obama. Traducción de Claudia Casanova y Juan Eloy Roca. Península. Barcelona, 2008. 400 páginas. 22 euros. 'L'audàcia de l'esperança'. Barack Obama. Traducción de Esther Roig. Editorial Mina. Barcelona, 2008. 520 páginas. 22 euros.

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1 de noviembre de 2008
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Obama, actor y guionista

Estamos ante un excelente narrador. Un hombre que sabe contar historias. Que lo hace con énfasis y pasión. Pero sin desbordarse ni desafinar con una nota excesiva. La contención y la moderación forman parte también de su estilo. Durante esta larga campaña, la más larga de la historia, no ha cesado en ningún momento de contar historias, apólogos sacados de la vida real con los que transmite sus ideas y propuestas. Ha contado con una materia prima excelente, escrita de su propia mano hace 15 años, cuando todavía ni siquiera soñaba en una carrera política tan fulgurante. Su libro 'Los sueños de mi padre', en el que cuenta su búsqueda de las raíces paternas, es ante todo una excelente narración, que se convirtió en best seller.

/upload/fotos/blogs_entradas/los_sueos_de_mi_padre_med.jpgUna buena historia y mucho dinero es la fórmula que ha hecho grande al cine. Con el lenguaje cinematográfico a su disposición, su actuación como narrador y su testimonio personal, Obama ha dado un golpe sensacional a cinco días del decisivo martes 4 de noviembre. Ha contado con el dinero, más de tres millones de euros, para comprar media hora en las principales cadenas, donde sus narraciones apenas han llegado a su público millonario. Su rostro sonriente y tranquilo con su voz de tenor, redonda y bien modulada, ha entrado casi por primera vez en muchos hogares donde imperan las diatribas de los jiménezlosantos americanos. Y lo ha hecho con historias de la vida real, difíciles pero esperanzadas, sin asomo de ataque alguno a su rival.

Constituye todo un hito en la propaganda política y electoral, sin duda. El objetivo es que la gran mayoría, esos votantes indecisos o reticentes, perciban de forma plástica la naturalidad de una situación en la que Obama sea el presidente. Juega para ello con el lenguaje de las emociones y de los sentimientos más que con arduos argumentos, todo con un subrayado musical lleno de lirismo y una iconografía de banderas, campos de trigo, suburbios y coches, totalmente americana. El remate es el engarce entre el montaje cinematográfico y la realidad: los últimos minutos son de conexión en directo con su mitin en Orlando. Lo que en España hacen las televisiones públicas en sus espacios informativos aquí lo admiten algunas privadas, previo pago de 775.000 dólares.

Obama se puede permitir esto, y más. Es una demostración de poderío financiero y de confianza en la conducción de su propia campaña. Para llegar hasta aquí ha tenido que arriesgar en dos momentos. El primero, cuando renunció a la financiación pública de la campaña, que sitúa el límite en 84 millones de dólares, desatendiendo sus propias ideas acerca de los dineros electorales. El segundo, cuando decidió comprar espacio publicitario en prime time como sólo había hecho el multimillonario Ross Perot en 1992. Todavía no hay traducción visible en los sondeos, pero el propósito es ensanchar la diferencia que le separa de McCain en un momento tan próximo a la jornada electoral que no permita reaccionar a su rival. Además de buen narrador, tiene dinero y es astuto. Nada puede deducirse de todo ello. Pero merece ganar.

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31 de octubre de 2008
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¿Qué sucederá el martes?

Con independencia del resultado electoral, el martes termina una época entera. Si se produce la gran sorpresa, que desmienta todos los sondeos electorales, todos los análisis y pronósticos, y gana McCain, igualmente va a terminar una época. Terminará de otra manera, quizá con más lentitud e incluso dificultad. Pero terminará. Es evidente que la victoria republicana sería más ambivalente: la ruptura con Bush, que el veterano senador republicano se empeña en subrayar en todos los capítulos de su programa, no consigue evitar la sensación de que sería una mera prórroga de la presidencia que ahora se clausura. El luchador que es McCain no se conformaría con convertirse en un títere en manos de los republicanos más conservadores, como lo ha sido con suma complacencia George W. Bush. De ahí que fácilmente la prórroga se convertiría en agonía. No es el momento de hacer ejercicios sobre qué sucedería con el vendaval de ilusiones y esperanzas levantadas por Obama si no consiguiera alcanzar al fin la Casa Blanca. La apuesta es demasiado alta, la ocasión demasiado excepcional y la necesidad de cambio demasiado perentoria. Todo es excesivo en este envite, sobre todo para que termine en la frustración de unas elecciones mal organizadas e incluso falsificadas, en las que no quede garantizado el derecho de voto a todos por igual, como sucedió en 2000 en el estado de Florida.

Si una victoria republicana sólo conseguirá frenar el cambio, la victoria de Obama significará una transformación de Estados Unidos aun antes de que el nuevo presidente tome posesión el 20 de enero. Nada será como antes a partir del miércoles. Terminará la era de Bush, esos ocho años de frustración y de infamia, emparedados entre los ataques terroristas del 11-S y la crisis financiera de este septiembre negro financiero. Deberá percibirse inmediatamente, incluso antes de que Obama tome posesión el 20 de enero. El candidato demócrata ya tiene listos los equipos y las ideas para la transición, para evitar sobre todo un arranque dubitativo, como le sucedió a Bill Clinton, lo que le perjudicó notablemente y preparó la victoria republicana en el Congreso en las elecciones de mitad de mandato dos años después, que le dejaron sin mayoría parlamentaria en las dos cámaras.

/upload/fotos/blogs_entradas/sean_wilentz_la_poca_de_reagan_med.jpgPero junto a la era de Bush termina también otra era, de más largo aliento, que es la que inició Ronald Reagan. "Hace 30 años, la idea de que reducir impuestos a los ricos era la mejor solución para todos los problemas económicos inspiraba sólo a unos pocos en el extremo de la derecha", escribe Sean Wilentz, en su reciente libro La época de Reagan. Una historia 1974-2008. Y esta era termina no porque vaya a decirlo Obama, sino por algo mucho más profundo: porque han hablado los hechos. Después del desastre financiero de las últimas semanas, la opinión de los norteamericanos acerca de los impuestos ha virado, probablemente de forma duradera. Hasta tal punto que la retórica política va por un lado, incluyendo a Obama, y las encuestas de opinión por otro.

El candidato demócrata presenta sus planes fiscales como una reducción de impuestos para el 95% de la población, para apretar las clavijas a los restantes, los más ricos. McCain, en contraste, denuncia la actitud confiscadora del redistribuidor en jefe y promete, en un gesto incoherente con su oposición a los recortes de Bush, mantener sus reducciones de impuestos y recuperar el déficit sólo mediante el recorte del gasto. "Los dioses de la política han llevado a McCain a terminar su campaña, que quiere ser del triunfo de la autenticidad, con una nota de inautenticidad", escribió ayer Michael Gerson, periodista conservador que estuvo al servicio de Reagan en la Casa Blanca. Sea quien sea el presidente, lo más probable es que deba incrementar los impuestos a todos para empezar a llenar el fabuloso agujero que deja Bush. Pero los votantes parecen saberlo y prefieren el programa fiscal de Obama por una diferencia de 14 puntos.

El presidente saliente ha tenido parte muy activa en este cambio de actitud. Las diferencias de riqueza han aumentado en los últimos ocho años. Clama al cielo la vulnerabilidad en que se encuentra una gran proporción de la población en el capítulo de cuidados y asistencia sanitaria. Los Gobiernos republicanos, empezando por Reagan pero alcanzando la apoteosis con Bush, han demostrado que son unos manirrotos en el gasto público, principalmente en defensa; tanto como quieren ser generosos con la imposición sobre los beneficios empresariales. La guinda que corona el conjunto de razones para un cambio de mentalidad entre los norteamericanos ha sido el hundimiento de la banca financiera y el pésimo ejemplo de sus directivos.

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30 de octubre de 2008
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Antes y después del 4, la economía

No hay tiempo que perder. Cuando se acerca un obstáculo hay que empezar a prepararse para saltar el siguiente. El equipo de Barack Obama está pensando ya en el día 5 de noviembre y en la Casa de los Horrores que le espera: las dos guerras empantanadas y el símbolo nefando de Guantánamo, por supuesto; pero sobre todo, el estado de la economía.

El debate de la última semana de campaña se está concentrando en el mismo tema que deberá ocupar todas las mentes al día siguiente. Lo es por la misma naturaleza de la sociedad norteamericana, pero ahora más aún porque los candidatos no deben tan sólo atender a los intereses de sus electores sino dar respuestas rápidas y urgentes en el caso del vencedor.

Hasta el 4 de noviembre la discusión entre McCain y Obama versa sobre quién debe ser el pagano de la crisis. McCain es muy bueno en la retórica antifiscalidad, como es propio de los conservadores: "Obama es el redistribuidor en jefe, yo quiero ser el comandante en jefe", es una de sus últimas frases. Pero el día 5 habrá que ponerse manos a la obra, antes incluso de la toma de posesión, cuando los equipos de traspaso de poderes se pondrán en marcha y empezarán a conducir el país conjuntamente con el actual Gobierno. Y en esta cuestión McCain tiene buenas frases pero malos equipos. Son como su campaña, cambiantes y contradictorios. El ex senador Phil Gramm, responsable de algunas desregulaciones legislativas que han conducido al caos financiero, está desaparecido. Suya es la idea de que la crisis era mental y de que EE UU es una nación de plañideras. También lo está Carla Fiorina, ex CEO de Hewlett-Packard y brillante fichaje del candidato republicano, esfumada sin explicaciones después de asegurar que ninguno de los cuatro candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia está preparado para dirigir una gran compañía.

La crisis habla por sí sola a favor de Obama. No necesita frases tan elaboradas. Pero además supera largamente a McCain a la hora de controlar las declaraciones de sus colaboradores y de gestionar sus vanidades. En sus listas hay dos ex secretarios del Tesoro como Lawrence Summers y Robert Rubin, el actual presidente de la Reserva de Nueva York, Timothy Geithner, y, sobre todo, el antecesor de Alan Greenspan en la presidencia de la Reserva Federal, Paul Volcker, que a sus 81 años vive una segunda juventud política a su lado. No es el único gran senior que asesora al senador de Illinois en cuestiones económicas: ahí está el multimillonario Warren Buffet, de 78 años. Pero en el caso de Volcker su presencia ha permitido interpretaciones más intencionadas. The Wall Street Journal le ha reconocido como candidato especial a secretario del Tesoro, pues su cargo tendría duración tasada. Con su currículo antiinflacionista se le encomendaría la tarea titánica de sacar a EE UU del atolladero. Volcker abandonó la Fed hace 20 años, se dedica sobre todo a la pesca y pertenece a la era predigital, pero quienes apuestan por él subrayan la imagen de seguridad y control de la situación que ofrecería. Como mínimo ahora, antes de saltar el 4 de noviembre el último y definitivo obstáculo.

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29 de octubre de 2008
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El fantasma que recorre América

Es una marea de fondo, larga y muy alta. De ahí que su llegada haya sido tan lenta como constante. Se la observa cómo se acerca con una mezcla de estupor e incredulidad. Apenas ha encontrado dos momentos de leve resistencia, en las primarias, cuando Hillary Clinton consiguió recuperar la ilusión que podía ponerse en cabeza, y en la actual campaña cuando McCain electrizó a sus partidarios con la nominación de su número dos, la polémica y reaccionaria Sarah Palin. Siempre con el viento a favor, arrastrando todo lo que ha ido encontrando, recogiendo cada vez más apoyos, incluso en el campo republicano; así sigue la ascensión de Obama, tal como la reflejan las encuestas y el nerviosismo creciente que se percibe en el equipo de campaña de McCain y en los poderosos medios de comunicación que le apoyan, con escasa convicción en su personalidad y en sus propuestas, pero con un claro objetivo unificador como es cerrar el paso al candidato demócrata.

La dimensión de la victoria, la altura que alcanzará al final esta marea, es la cuestión que está encima de las mesas de análisis de los consejeros electorales y de los comentaristas políticos; y para desesperación de los partidarios de McCain ni un solo dato avala un cambio de tendencia, ni siquiera un estancamiento de la ola. El campo republicano ha sufrido deserciones sonadas, como la de Colin Powell hace ya una semana; la de Christopher Buckley, hijo de la principal pluma conservadora del último medio siglo y director de National Review, el ya fallecido William Buckley; o el ex portavoz de Bush, Scott McLellan. Estas malas noticias proliferan mientras crecen las divisiones dentro de la propia campaña: ahora mismo crece la desconfianza en la señora Palin, que apuesta de forma bien clara por hacerse con un perfil propio dentro del Partido Republicano para bregar por la candidatura presidencial en 2012.

La fe decae incluso entre los más encendidos de los neocons, como William Kristol, director de Weekly Standard (propiedad de Rupert Murdoch y Biblia periodística de los neoconservadores) y desde hace unos meses columnista de los lunes en The New York Times. Su columna de ayer se titula Recordemos la Marne y en ella evoca el momento épico en que el mariscal francés Ferdinand Foch lanzó su célebre parrafada en el transcurso de la célebre batalla, en las proximidades de París, durante la Primera Guerra Mundial: "El frente central se hunde. El flanco derecho retrocede. Situación excelente. Yo ataco". El diagnóstico del gran periodista neocon no puede ser más pesimista: "La campaña de Obama marcha hacia la mayor victoria presidencial de los demócratas desde la oposición desde 1932 y el Partido Demócrata está combatiendo por conseguir su mejor resultado presidencial y parlamentario desde 1964".

/upload/fotos/blogs_entradas/lawrence_de_arabia_med.jpgPor eso le pide a McCain que ataque y que insista en investirse con los ropajes retóricos del comandante en jefe que debe conducir a Estados Unidos a la victoria en la guerra contra el terrorismo. Si en el diario neoyorquino compara a McCain con el mariscal francés, en su revista le compara con Emiliano Zapata, aunque en esta caso a propósito de la película preferida de cada uno de los dos candidatos presidenciales: Obama demuestra gustos muy convencionales y dubitativos (El Padrino, Lawrence de Arabia y Casablanca), mientras que McCain expresa su admiración por "una narración histórica de una persona que lo sacrifica todo por sus creencias".

Hizo muy bien Obama al expresar el máximo eclecticismo cinematográfico. El candidato demócrata no hubiera podido permitirse el lujo de escoger una película con fuerte contenido ideológico, sin arriesgarse a cometer un error de campaña. A una semana justa del día de la votación, el fallo garrafal, la metedura de pata colosal, el acontecimiento inesperado que ponga la pelota en el campo de McCain o un inesperado y oculto comportamiento de los electores es todo lo que les cabe esperar a los republicanos. De ahí que se dediquen a fondo a provocar el fallo o incidente que cambie el curso de las cosas a última hora. El último ataque orquestado ayer contra Obama consiste en tacharle de socialista marxista y denunciar que su política fiscal consistirá en quitar el dinero a los ricos para dárselo a los pobres.

El fantasma del comunismo y de Karl Marx sucede así al fantasma del terrorismo, al que se invocó gracias a sus relaciones con un antiguo militante antisistema de los años 60 en Chicago. Los propagandistas conservadores, agrupados principalmente en los programas y tertulias de la cadena Fox (propiedad también de Rupert Murdoch), están intentando invertir la argumentación fabricada con la crisis financiera y el crash bursátil y revertirla en contra de Obama. Una cosa es que el estado intervenga para recuperar la liquidez monetaria y la confianza en el sistema, pero otra muy distinta es que la intervención del Gobierno y su política fiscal sirvan para difundir la riqueza, tarea que corresponde al mercado y requiere la inhibición del Estado. Todo lo que se salga de esto es marxismo y no es americano, repiten una y otra vez los tertulianos acusando a Obama.

Ayer la Fox consiguió incluso que un cura católico asegurara que Obama defiende el robo. El gobernador de Minesotta, Tim Pawlenty, más sutil, indicó que quitar los impuestos al 95 por ciento de los ciudadanos como propone Obama significa aumentarlos a quienes tienen buenos ingresos, con el resultado final de que se ensanchan las filas de los subsidiados por el Estado. La acusación contiene una insinuación bien clara: para muchos norteamericanos subsidiado y negro son conceptos muy próximos. Es muy fácil hacer creer que la tarea primordial del primer presidente negro va a aumentar los subsidios sociales para los negros.

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28 de octubre de 2008
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La última jugada neocon

Barack Obama asegura en su libro ‘La audacia de la esperanza' que los republicanos debieran haber fabricado un Clinton conservador, y llega incluso a expresar su esperanza de que pronto emerja una figura de tal tipo en sus filas, alguien que abandone "el absolutismo del mercado libre, la ideología que rechaza todo impuesto, toda regulación, cualquier red de protección, /upload/fotos/blogs_entradas/la_audacia_de_la_esperanza_med.jpgen resumen ningún gobierno que vaya algo más lejos de lo que se requiere para proteger la propiedad privada y proporcionar la defensa nacional". La candidatura de McCain y, sobre todo, el protagonismo que ha tomado su socia de candidatura, la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, demuestran que las cosas van en dirección contraria en el Partido Republicano. El tropismo político de la época todavía les conduce a desplazarse más a la derecha.

Hasta tal punto es así y estaba equivocado Obama que este desplazamiento y el consiguiente abandono del centro político es lo que probablemente le proporcionará la victoria al senador demócrata por Illinois. Visto el fracaso estrepitoso de Bush, quienes se lo inventaron y le han apoyado y ayudado a gobernar estos años, los neocons, no han imaginado mejor jugada que evitar una candidatura republicana centrada. McCain podía haber jugado este papel; él mismo pudo ser en algún momento el Clinton republicano. Para evitarlo echaron mano de la señora Palin, tal como documenta esta semana con abundancia de detalles la periodista Jane Mayer en The New Yorker.

Es evidente el daño que ha producido la señora Palin a la candidatura de McCain. Le ha desactivado todo un puñado de argumentos y lo que ha aportado, en cambio, no suma votos ni ayuda a recoger voto centrista sino todo lo contrario. Su inexperiencia en política internacional le impide a McCain criticar la de Obama. Su clientelismo parlamentaria constituye un contraejemplo de lo que el propio McCain ha convertido en su caballo de batalla. Finalmente, sus relaciones con el pentecostalismo desactivan también las denuncias contra Obama por sus relaciones con el pastor Wright y su iglesia de la liberación afromaericana. Este último asunto proporciona un perfil ideológico de la señora Palin cada vez más inconveniente a los ojos del republicanismo moderado.

La rama del pentecostalismo a la que pertenece Palin realiza prácticas que están muy cerca de los exorcismos, además de creer en los milagros y el don de lenguas, entre otros exotismos. La especialidad de la casa son las guerras espirituales, en las que hay que vencer al diablo, localizado en determinadas zonas geográficas, mediante la oración y las ceremonias carismáticas. Hay vídeos en youtube en los que se puede encontrar a la gobernadora de Alaska enzarzada en tales ceremonias, a cargo nada menos que de un pastor negro de Kenia, curiosamente la patria del padre de Obama.

Hay seguidores de estas iglesias que consideran Alaska como la reserva geográfica donde deben acumularse las fuerzas del bien para la contraofensiva en la guerra maniquea que se libra con el diablo. A pesar de tanta espiritualidad desbordada e inquietante, la señora Palin es de carne y hueso y ambiciosa como ella sola. Todos estos movimientos no sirven ni buscan, según algunas teorías, ayudar a McCain sino hacerse con las riendas del partido republicano para presentarse en el 2012 como candidata a la presidencia.

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27 de octubre de 2008
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El presidente más poderoso

La barrera de la incredulidad sólo quedará abolida por las urnas. Es difícil para muchos, empezando por los propios norteamericanos, hacerse a la idea de que un país tan conservador va a elegir, por primera vez en su historia, a alguien perteneciente a su minoría a la vez más característica y más conflictiva. Y que lo hará frente a un candidato como John McCain, dotado de todas las características que han hecho triunfar a muchos norteamericanos: la rebeldía del maverick, el ganadero prototípico que no quiere marcar sus reses y mezclarlas con el rebaño; la valentía de un prisionero y héroe de guerra; la fiabilidad y el pedigree de quien pertenece a la aristocracia del dinero y de la milicia que han hecho grande a este país en el siglo XX. Pero esto es lo que va a suceder dentro de ocho días si no cambia el curso que llevan las cosas a lo largo de esta prolongada campaña. El debate ahora, en realidad, no es tanto sobre quién va a ganar, sino la dimensión de la victoria y los márgenes con que contará el nuevo presidente para dar un golpe de timón después de esos ocho años tirados al vertedero de la historia.

Una de las mayores paradojas de la etapa que ahora se cierra es que los estrategas que intentaron dirigirla quisieron convertirla en una especie de presidencia imperial, en la que los poderes del titular de la Casa Blanca se impusieran de forma definitiva sobre el legislativo y el judicial, hasta situarse incluso por encima de la propia Constitución. Dick Cheney, el ahora silencioso vicepresidente, ha sido el apóstol más ferviente de este proyecto, que ha afectado a las libertades ciudadanas, ha sido calificado por sus críticos como de dictatorial y ha producido muy serios desperfectos en la imagen y en la influencia de Estados Unidos en el mundo. No les faltaron a estos estrategas el apoyo intelectual de destacados juristas, partidarios de la interpretación llamada originalista de la Constitución americana, que proporciona al presidente salido de las urnas poderes y privilegios casi absolutos, en buena parte análogos a los que tenía el monarca británico, mediante una interpretación literal y sin márgenes de adaptación a los tiempos del texto constitucional. /upload/fotos/blogs_entradas/homenaje_en_la_casa_blanca_med.jpg

La cosecha de esta siembra neoconservadora terminará propiamente el martes 4 de noviembre, cuando los esfuerzos sean recompensados con resultados diametralmente opuestos a los buscados, incluidos la división y el declive dramáticos del Partido Republicano. Pero ahora mismo los neocons han obtenido ya un anticipo de estos frutos amargos salidos de su siembra: George W. Bush, el presidente que accedió a que se aplicaran en su mandato estas viejas ideas de marchamo absolutista, se ha convertido en su etapa final en el presidente más desprestigiado de la historia y el más debilitado como figura de Gobierno. La culminación de su desprestigio se ha producido con la crisis financiera y sus reiteradas e inútiles intervenciones para insuflar confianza en los mercados. Sólo faltaban las palabras de arrepentimiento de Alan Greenspan acerca de sus errores de apreciación sobre la desregulación financiera como guinda a esta trayectoria de fracaso y como legado tóxico para el candidato republicano John McCain. Son muchos quienes empiezan a calibrar si las turbulencias bursátiles no encontrarán un punto de inflexión en la fecha del 4 de noviembre, cuando por fin se sabrá quién va a mandar en el país más poderoso del planeta después de una etapa de desgobierno.

Así es como después del fracaso de la presidencia imperial, las urnas del 4 de noviembre pueden ofrecer una presidencia poderosa. No lo será si es McCain, secuestrado por el radicalismo neocon, con un partido republicano dividido y cansado y destinado a gobernar sin mayoría en el Congreso. Si vence Obama, en cambio, es altamente probable la renovación de la mayoría demócrata en las dos cámaras; y lo es incluso que sea cualificada en el Senado (60 senadores, es decir, tres quintas partes de la cámara) de forma que la oposición pierda el arma del filibusterismo, un mecanismo legal que permite prolongar un debate cuanto tiempo se desee con el fin de obstaculizar la aprobación de leyes o de nombramientos por parte del presidente.

Obama contará, además, con un amplio capital de simpatía y de prestigio, dentro y fuera de Estados Unidos. Dispondrá además de una coalición electoral sólidamente anclada en un Partido Demócrata con las distintas tendencias soldadas después de esta campaña y ampliada a los votantes independientes y a los nuevos republicanos de Obama, figura simétrica de los demócratas que en su día abandonaron a los candidatos de su partido y apoyaron a Reagan. Los intentos de dividir al bando progresista, azuzando el resentimiento de los partidarios de Bill y Hillary Clinton, se pueden dar por fracasados. El voto de las mujeres que combatieron por la emancipación femenina o el de los trabajadores blancos no seguirán definitivamente los señuelos lanzados por el candidato republicano, se llame Sarah Palin la candidata a la vicepresidencia, ahora totalmente desprestigiada, o Joe el Fontanero, el ciudadano de Ohio que McCain convirtió en símbolo de su política fiscal y cuya autenticidad también fue objeto de escrutinio y chanza.

La perspectiva de que Obama se convierta en un presidente fuerte y poderoso se ha convertido así en el actual argumento en el tramo final de campaña. Evitar que los demócratas acumulen tanto poder -la presidencia, las dos cámaras, el Supremo en el momento en que se produzcan renovaciones- es ahora el argumento último y desesperado para intentar una mayoría republicana que ahora se antoja imposible.

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26 de octubre de 2008
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