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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Genio político, individuo universal

Obama presentó ayer su equipo económico. Todo lo que ha hecho hasta ahora va en la misma dirección: las expectativas cada vez son mayores, casi tanto como las dificultades que van surgiendo o que se anuncian. Quiere ser el Gobierno de los mejores. También el Equipo de los Rivales: cuatro candidatos a las primarias presidenciales se sentarán en el gabinete: Joe Biden, Bill Richardson, Hillary Clinton y el propio Obama. Esta expresión viene de los tiempos de Lincoln. Como el Banco de Cerebros (Brain Trust) de Roosevelt. O los mejores y más brillantes (The Best and the Brightest) acuñados por David Halberstam para la Administración Kennedy. Hay ambición, hay talento y, sobre todo, hay un proyecto de rectificación histórica que requiere el concurso de todos lo esfuerzos, republicanos incluidos.

Alto, muy alto está el listón. Enormes son las esperanzas de los votantes y ahora ya de los ciudadanos. También del mundo. Y extraordinarias las ilusiones de los socios y amigos. Las comparaciones de los comentaristas son colosales, fácilmente presa de la exageración. El espacio para el desencanto y la decepción, que muy rápidamente se traduce en rencor y desprecio, es ancho y largo. Ya vemos quienes dan la pauta para medir su talento y su comportamiento, los mejores presidentes de Estados Unidos, tres personajes que han dejado una marca indeleble en la historia del país, todos ellos situados en la parte más alta de lista de las grandes personalidades y uno de ellos, Lincoln, probablemente el mejor y el de una presidencia más transformadora. Dos murieron asesinados, el tercero murió de enfermedad. Los dos mayores hitos de la historia trepidante de Estados Unidos se asocian a dos de ellos. El otro ha sido el que más ha hecho soñar y el que más promesas y esperanzas suscitó. 

Pero ahora quiero tomar nota aquí del mayor y más profundo elogio que yo haya leído sobre el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, porque ha sido publicado el domingo en el diario madrileño conservador Abc con la firma de alguien tan respetado y respetable como el filósofo barcelonés Eugenio Trías. Obama "ha sabido descifrar el código genético de nuestro tiempo"; "...la aparición de este personaje en el escenario político parece revalidar el Principio Esperanza"; "el viejo sueño de una Edad del Espíritu que sirve de idea regulativa resplandece en el horizonte". El artículo de Trías es toda una lección de filosofía de la historia, que le permite presentar a Obama como encarnación de lo que Hegel llama el ‘individuo universal', que es precisamente quien sabe interpretar y dar voz a su tiempo, de la misma forma que su ‘doble siniestro' también interpreta su tiempo pero impone de forma atroz esta interpretación al servicio de intereses particulares.

Julio César y Napoleón Bonaparte son las figuras que le sirven a Hegel para explicar esta figura histórica. Para Trías son Roseevelt, Kennedy y ahora Obama, que en su caso lo consigue con "una maestría deslumbrante". El doble siniestro se encarna en Hitler y Stalin en el siglo XX, que imponen los intereses particulares de raza o de clase y, atención, en el siglo XXI George W. Bush, que lo hace con "los delirios de su pequeño equipo ultramontano". No voy a decir más: léase el artículo "Donde arrecia el peligro", porque constituye una pieza también histórica, por quién la escribe, dónde la escribe y para quién la escribe, pero sobre todo por el qué, la calidad intelectual del texto y sus conclusiones, muy convincentes, aunque quienes nos dedicamos al periodismo nos veamos obligados a seguir como si fuera un juramento hipocrático una profesión de escepticismo que afecta a todos, Obama incluido, por supuesto.

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25 de noviembre de 2008
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Sin ideas y sin líderes

No es aconsejable regocijo alguno ante la situación, al borde de la escisión, en que se encuentra el socialismo francés. Francia necesita, como todo país democrático, una fuerte oposición que controle y equilibre el poder del Gobierno. Y más todavía cuando se trata de un régimen presidencialista en el que el titular de la jefatura del Estado es alguien tan personalista y ávido de protagonismo como Nicolas Sarkozy. No es bueno para Francia y tampoco es bueno para Europa, donde las cosas funcionan regularmente bien cuando hay dos grandes fuerzas o tendencias en competencia.

El PS ha sido hasta ahora uno de los grandes partidos de Gobierno europeos. La crisis de liderazgo en que se encuentra es muy expresiva de una crisis todavía mayor del conjunto de la izquierda europea, aunque en el caso francés está revestido de mayor gravedad y dramatismo. Afecta a las ideas y a las personas: hay un agotamiento ideológico y una gran dificultad para generar líderes creíbles y capaces de sacar a sus tropas del atolladero. La falta de pegada final de Ségolène Royal viene a corroborarlo. Por más que su imagen se identifique con la renovación y la movilización directa de los militantes, ha demostrado una gran incapacidad para hacerse respetar y convencer a los cuadros y a los viejos líderes de su partido.

Su reacción ante una votación tan ajustada y disputada no ha sido tampoco la más aconsejable para quien pretende convertirse en la dirigente de todos los socialistas y en la candidata presidencial en 2012. Es evidente que una votación en la que la diferencia es de unas decenas de votos requiere una revisión y validación escrupulosa del recuento. Pero una cosa es plantear recursos e incluso denuncias y otra muy distinta es romper la baraja, apuntarse al malperder, que suele terminar desautorizando a quien lo hace.

Al final, en casos como éste, las cuestiones ideológicas desaparecen y surge como única explicación la cruda y dura lucha por el poder, una lucha que puede conducir a veces a actitudes suicidas: se prefiere la derrota de todos antes que la victoria de uno sólo. Este adelgazamiento ideológico deja flancos abiertos a izquierda y derecha, que en las actuales circunstancias se pueden llenar con el intervencionismo y el ‘socialismo' de súbita adquisición de Sarkozy o con el anticapitalismo de Besancenot.

Uno de los problemas que tienen los grandes partidos socialistas europeos, con excepción del español, es la marea izquierdista que amenaza con llevarse parte de su electorado en un momento de recesión y le sitúa en difícil posición para mantener o alcanzar el poder. Pero en el caso francés se ve agravada por la alternativa centrista que es François Bayrou, que podría aspirar a convertirse en la oposición por defecto, y por la vocación totalizadora de Sarkozy, que aspira a serlo todo y hacerlo todo, socialismo incluido.

La crisis de la izquierda francesa tiene su equivalente en Italia y puede tenerlo dentro de pocos meses en Alemania, si queda fuera del Gobierno por el crecimiento de Die Linke  (la Izquierda). Las nuevas contiendas electorales, en plena depresión económica, pueden proporcionar encima sorpresas desagradables. No parecen ser estos los mejores tiempos para el reformismo socialdemócrata y liberal y más bien se intuye que calarán mensajes e ideas populistas y proteccionistas.

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24 de noviembre de 2008
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La América de Avedon

Los dos rostros miran hacia la Casa Blanca desde que empezó el último tramo de esta carrera, las convenciones nacionales de los dos grandes partidos que nombraron candidatos a John McCain y Barack Obama. Estarán ahí, orientados hacia la mansión desde la esquina suroeste, hasta pocos días después de la toma de posesión del nuevo presidente, el 20 de enero, y luego partirán de viaje por otras ciudades de la ancha geografía norteamericana. Su instalación en lo alto de la fachada del viejo edificio decimonónico está pensada para cualquiera de las dos eventualidades electorales: a un lado, Ronald Reagan, el presidente del nuevo comienzo conservador, cuya herencia se da ahora por clausurada; y en el otro, Barbara Jordan, la afroamericana que consiguió hacer carrera de abogado y de parlamentaria en la sudista Texas, y se convirtió luego en la primera congresista negra elegida en el Sur. Ambos interpelan al nuevo inquilino de la Casa Blanca desde dos meses antes de que se conociera su nombre. Al final, esta conversación de imágenes no ha tenido como interlocutor al republicano John McCain, el soldado de Reagan derrotado en la contienda del 4 de noviembre, sino al demócrata Barack Obama, el heredero de Barbara Jordan.

Esos dos rostros anuncian una exposición fotográfica de las que marcan una época. Se trata de los Retratos de poder, de Richard Avedon (1923-2004), una gran antológica en la Corcoran Gallery en Washington, en la que se recogen varias colecciones de este gran fotógrafo y retratista norteamericano desde los años cincuenta hasta la campaña electoral de 2004. Ahí están los rostros de quienes más han contado en EE UU en los últimos 50 años, captados por la subjetividad de la mirada fotográfica e incluso por la subjetividad de la selección.

No hay una simple moralidad en la colección de esas caras fuertemente expresivas que miran a veces duramente al visitante, a veces hasta la caricatura o la radiografía mordaz. Tampoco hay estricta jerarquía ni orden, pero sí una fuerte intención narrativa. De hecho, Retratos de poder es una narración visual de la América que quedó dividida desde los sesenta tras la lucha por los derechos civiles, la oposición a la guerra de Vietnam y el efecto de la contracultura en las costumbres de los norteamericanos. /upload/fotos/blogs_entradas/avedon_travis_y_carol_med.jpg

La anti-América atacada por la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, y a la que ha tachado de socialista y urbanita, está muy bien representada, como lo está la de la propia gobernadora de Alaska, la América rural de las tres ges: guns (armas), God (Dios) y gays (oposición al reconocimiento de los derechos de los homosexuales). También está ahí la tercera América que pugna por reconciliar y superar a las otras dos, y que tiene un momento especialmente mágico en la corta etapa de John Kennedy.

Esa tercera América es también la que quiere revivir Obama, y de ella el fotógrafo pudo recoger las huellas en los rostros envejecidos de los supervivientes, 30 años después, en un episodio crucial de la exposición titulado Exilios. La corte de los Kennedy y el final del siglo americano, de 1993, encabezada por una cita del propio Avedon: "Los Kennedy y la gran cantidad de gente que ellos atrajeron estaban llenos de promesas y orgullo, y tenían un respeto por la inteligencia que yo no he vuelto a observar nunca más en la política americana. He viajado a través del país para fotografiar a los hombres y mujeres de esta época que sobrevivieron, gente de mi generación en su mayoría que por un momento tuvo fe en el poder".

Muy pocos siguen vivos de todos aquellos que Avedon fotografió en 1993. Uno de ellos es el congresista demócrata negro por Alabama John Lewis, dirigente en los sesenta del movimiento por los derechos civiles, que ha jugado un papel destacado en la campaña electoral, primero apoyando a Hillary Clinton, y después, a Barack Obama. La época de Avedon tiene unos hitos propios, quizá mejores, más expresivos que los que marcan el periodismo o la historiografía.

Al principio está la foto de Charles Chaplin de 1952, tomada cuando decide partir de EE UU, donde la fiebre del macartismo le hace la vida imposible. Chaplin, con ambas manos sobre la cabeza y los dedos índices como si fueran cuernos, hace un mimo del diablo mientras ilumina la foto con su sonrisa inconfundible. Y el recorrido queda cerrado por una contraposición elocuente y bien viva. Frente a frente, Karl Rove, el maquiavelo de Bush con rostro de falso bonachón, y Barack Obama, serio, austero, joven: el nuevo presidente. Rove fue el artífice de la victoria de Bush en 2004. Obama, el autor del discurso a la Convención Demócrata que nombró a John Kerry como candidato en el mismo año.

Avedon murió con 81 años, un mes antes de aquellas elecciones, mientras trabajaba en esas fotos, las últimas que hizo, que aparecieron en The New Yorker como un trabajo inacabado bajo el título de Democracy. Avedon no podía ni siquiera intuir que en la siguiente campaña presidencial, la que él ya no viviría, un Karl Rove retirado de la política activa haría de brillante comentarista electoral, mientras que Obama sería el candidato demócrata. En la gravedad recogida por el retrato en color del presidente, entonces en campaña para obtener un puesto en el Senado por Illinois, y en la mueca grotesca en blanco y negro de Rove, el fotógrafo supo captar el aire de la época que se avecinaba. /upload/fotos/blogs_entradas/avedon_obama_med.jpg

La reacción de Rove al ver la foto fue un verdadero homenaje al artista: "Avedon era un snob elitista que quiso molestarme deliberadamente. El retrato es ridículo, estúpido, insultante. Me presenta como un idiota completo". Tenía razón y lo demostrarían las siguientes elecciones de mitad de mandato de 2006, en las que los republicanos sufrieron una escocedora derrota, preludio de la sufrida ahora por McCain, y condujeron a Rove al periodismo.

El nudo argumental de toda la instalación está entre dos grandes murales enfrentados, considerados por la crítica como las mayores obras de arte de Avedon. The Mission Council es un mural coral donde están fotografiados de cuerpo entero el equipo civil y militar de la embajada norteamericana en Saigón, 11 diplomáticos, los asesores nombrados en 1964 para ayudar al Gobierno anticomunista del Sur en su guerra contra el Norte. Hay un hueco en la foto que no es inocente: el director de la antena de la CIA en Vietnam del Sur, Theodore Shackley, buscó una excusa para evitar ser fotografiado. Probablemente era el hombre más poderoso en el país asiático, y Avedon no quiso que su ausencia quedara sin subrayar.

En el otro muro, otra foto del mismo tipo, los ocho de Chicago, el grupo de izquierdistas que organizó las protestas contra la guerra de Vietnam durante la Convención Demócrata del verano de 1968. Paul Roth, responsable de la exposición y director de fotografía de la Corcoran, señala que con esta obra el artista "simboliza la criminalización de los disidentes" mediante el uso de la foto frontal policial, mientras que en The Mission Council "subvierte el homenaje del retrato oficial, antaño uno de los gajes del poder del Estado".

El visitante se encuentra, antes de llegar a este espacio de confrontación, con una foto clásica, pieza obligada en toda historia de la fotografía. Es el rostro del centenario William Casby, el último norteamericano nacido en esclavitud. La foto es de 1963, cuando Barack Obama tenía dos años. Dentro de una serie de fotos en las que la voluntad de poder desborda en la expresión del rostro, no tan sólo de los políticos, sino también de los artistas y escritores, la faz sagrada de Casby muestra la ausencia de pulsión de poder, el rostro del desposeído absoluto.

Está en una línea de puntos que recorre toda la muestra: Marian Anderson, la primera cantante negra que cantó en la New York Metropolitan Opera, fotografiada en 1955, el mismo año del acontecimiento; el escritor James Baldwin, coautor con Avedon del libro Nothing personal ("una polémica fotográfica sobre el racismo", según el retratista); o los ya mencionados Barbara Jordan y John Lewis; hasta ese Barack Obama de la clausura, cuya fuerza expresiva Avedon supo ver tan prematuramente.

Además de un gran artista, en la línea de los grandes pintores retratistas, Avedon fue un militante por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Participó en las protestas e incluso pasó algunas horas en los calabozos de la policía. Pero sus fotos van más allá de la ideología. En los rostros de muchos militantes izquierdistas de esta época supo captar, por encima de sus convicciones, las mejores y las peores pulsiones. Pero lo mismo sucedía cuando fotografiaba a gente del otro lado.

Sus fotos vietnamitas son los retratos más duros de toda la exposición: el poder se traduce allí en violencia, grabada en el fuego del napalm en algunos casos. No está únicamente en los rostros, también en la fuerza expresiva de la época. Hay una alegría a veces desafiante y salvaje en algunas imágenes iniciales, en el momento de la eclosión: los poetas Allen Ginsberg y Peter Orlovsky, despojados de ropa y abrazados; el desnudo exhibicionista y arrogante de Nureyev; o el rostro borroso y enigmático de Malcolm X. /upload/fotos/blogs_entradas/avedon_maolcom_x_med.jpg

Hay también elipsis extraordinarias, que no responden a error alguno, sino meramente a que el interés del artista así lo ha determinado. No hay foto, por ejemplo, de Richard Nixon, pero está su secretaria, la mujer aparentemente anodina y desconocida que, siguiendo sus instrucciones, grabó las conversaciones que llevarían a la perdición del presidente. Tampoco están Dick Cheney, Bill y Hillary Clinton o George W. Bush. Ésta no es una muestra exhaustiva sobre las élites políticas norteamericanas, sino una muy intencionada selección de la obra de un artista. No se trata, en realidad, de retratar a todos los poderosos, sino de captar el poder de los rostros a través del interés que suscita cada personaje en el fotógrafo.

Además de las confrontaciones explícitas -los retratos instalados de forma polémica uno frente a otro-, las series se hallan magnetizadas por la polarización de ideas y costumbres. Dos fotos de la serie Democracy lo expresan con nitidez. De una parte, ahí están posando en su retrato de familia Travis Mair, mecánico de coches, con su esposa Carol, ama de casa, y su hija Mackinze, sin olvidar el fusil que sostiene la mujer, con un chupete en un dedo y el bebé en brazos; la hizo en Winnemucca, Nevada. De la otra, otro retrato de familia, indiscutible pero discutido: Russ Irwin Porter, director de la Harvard School of Public Health, y Christian Schlesinger Porter, maestro de escuela elemental, casados y con su hija Nina; se hallan en Jamaica Plain, Massachusetts.

El poder de los rostros también es político, sin duda. Y esto lo saben bien quienes se dedican al marketing electoral. Pero los rostros requieren de otro poder para que aflore, más informal pero quizá más profundo. Es el poder de la mirada artística, esa autoridad que consigue sentar a un personaje ante la cámara para someterlo a la fuerza de unos ojos escrutadores y una capacidad de expresión desbordante. Esa potente mirada del fotógrafo se decanta claramente a lo largo de la muestra. Aunque es evidente su ambivalencia, que la convierte en válida para la eventualidad de cualquier resultado electoral, el argumento narrativo es todo entero de Obama, para su campaña y su victoria.

Eso está en la cabeza de Paul Roth, el antólogo, pero también en los ojos y cerebro de Avedon, en su trayectoria como artista. Estados Unidos estaba en guerra civil, tal como ha explicado el columnista de The New York Times Tom Friedman: ahí están las trazas, los rostros, las muecas, el dolor y la arrogancia de la guerra fratricida. Y ahí están también las señas, los indicios, de que esta guerra va a terminar, y de que acabamos de ver el 4 noviembre cómo, de hecho, ya ha terminado con la llegada de Obama a ese ala oeste que contemplan los ojos congelados de Ronald Reagan y de Barbara Jordan desde lo alto de la Corcoran Gallery.

Texto y fotos de Avedon, publicado en El País Semanal, el domingo 23 de noviembre de 2008.

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23 de noviembre de 2008
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Guerras del siglo XXI

Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo XX. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas. La que está en curso en Darfur o el Congo es más desconcertante, más nueva en la dificultad para orientarse entre tanta matanza y tanto desorden político, pero sigue siendo dramáticamente próxima de las guerras que vienen asolando la geográfica africana desde hace años. La guerra nueva, la distinta, la que rompe con todos los esquemas que actúan en nuestra cabeza es esa contiende naval de dimensiones desconocidas que se desarrolla en el mar, frente a las costas de Somalia, donde una flota de barcos piratas, perfectamente pertrechados con las más avanzadas tecnologías, asaltan como plaga de langostas la cosecha de buques mercantes y petroleros que circulan por la principal vía marítima del planeta.

¡Atención! Nosotros también estamos. Ahí están pesqueros españoles. Por estos caminos del mar circulan mercancías que nos interesan. Probablemente de vez en cuando algún mercante habrá con tripulación, capitán, bandera o destino que en algo nos concierne. En el dispositivo aeronaval que está poniendo en marcha la Unión Europea está también la Armada española. Esa sí es una guerra, sin declaración previa, de enemigo enmascarado y difuso, aunque muy bien localizado. Y si estamos allí no es para defender a Occidente, porque nos lo piden nuestros amigos y aliados o porque la OTAN no puede ser derrotada en su primera misión fuera de zona. Es porque nos interesa, porque defendemos allí lo que es nuestro.

Nada de valores, tal como se esgrimen, al menos sobre el papel, en otras guerras: lo que está en juego son meros intereses materiales, los nuestros legítimos y legales, y los otros totalmente fuera de la ley, pero vinculados a ese estado fallido que es Somalia y a los modos de vida de su población. Los piratas quieren cobrar peajes del tráfico marítimo que circula frente a las costas donde han levantado sus campamentos y participar ellos también en los pingües beneficios del comercio internacional. Se han atrevido con todos, China incluida. Y de momento, la única potencia que ha tomado el camino de en medio, el único practicable ante esos casos, ha sido India, la sabia y plural patria de Gandhi. Sus cañonazos, que han hundido un buque nodriza de los piratas, es la advertencia que nos reafirma en el carácter de esta contienda.

Eso sí es una guerra, que merece actuaciones urgentes, la máxima resolución a la hora de tomar decisiones y presupuestos especiales. Tiene, además, una peligrosa potencialidad: puede satisfacer a quienes sólo se sienten cómodos con aquella Guerra Global contra el Terror que Bush quiso librar contra la fuerza oscura de Bin Laden. Si no se ataja bien y pronto toda esta infección pirata, tomará cuerpo muy pronto como las fuerzas navales de Al Qaeda. Hay reclutas que empiezan a guerrear antes incluso de conocer la causa y la bandera. No deberíamos esperar a que el presidente Obama decida y zanje sobre el estado de las cosas. Habrá que olvidarse desde ya de la guerra global contra el terror y empezar a librar y vencer en las guerrillas concretas que nos aprisionan como a Gulliver los liliputienses. Encaminemos con Obama, por supuesto, las guerras de Irak y de Afganistán, pero la urgencia obliga a atacar y vencer a esa flota irregular de piratas del siglo XXI que parte cada día de las costas somalíes para cobrar sus rescates del tráfico marítimo internacional.

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21 de noviembre de 2008
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Sin Moisés, y en el desierto

Dura y larga se aventura la travesía del desierto de los socialistas franceses, después del congreso del pasado fin de semana en Reims, de donde salieron tan divididos o más de como entraron y con tantas incógnitas abiertas sobre su futuro como el 7 de mayo de 2007, al día siguiente de la tercera derrota consecutiva en una elección presidencial. /upload/fotos/blogs_entradas/el_eurodiputado_benot_hamon_y_la_alcaldesa_de_lille_martine_aubry_disputan_a_sgolne_royal_el_liderazgo_del_ps_francs_med.jpgHoy por la tarde sus más de 180.000 militantes tienen la palabra y pueden dar todavía la sorpresa de ofrecer la mayoría, que debe ser absoluta, a uno de los tres candidatos en liza: la ex candidata presidencial frente a Sarkozy, Ségolène Royal; la ex ministra de Trabajo, madre de la jornada de 35 horas e hija de Jacques Delors, Martine Aubry; y el tercero en discordia, el eurodiputado Benoît Hamon. Lo más probable es que sea necesaria todavía una tercera vuelta entre los dos más votados, circunstancia que todas las apuestas asocian a las dos mujeres candidatas.

Para alcanzar el poder no basta con un impulso súbito, por intenso y oportuno que sea. Hace falta iniciarlo lentamente desde la oposición, en una larga carrerilla que sirva para aclarar las ideas y concentrar las fuerzas. En la Francia presidencial de la V República, hay que contar además con un partido unido detrás, que aspire a convertirse en el partido del presidente. El modelo perfecto de esta ascensión, imitado con éxito por Sarkozy, es el de Mitterrand: siendo ajeno él mismo al socialismo clásico, consiguió primero, a partir de 1971, una síntesis política entre todas las tendencias alrededor de su liderazgo y alcanzó luego la cumbre, en 1980; fue, por cierto, la única vez en toda la historia de la V República en que el PS puso el pie en el Elíseo. Royal lo intentó en 2007 frente a Sarkozy, después de vencer en las primarias socialistas, jugando al relevo generacional y a la democracia directa, a dos pesos pesados, el actual director general del FMI, Dominique Strauss-Khan, y el ex primer ministro Laurent Fabius. Sin el partido detrás, que entonces conducía quien era y pronto dejó de ser su pareja François Hollande; con un programa nebuloso trabajado en la participación digital, pero atento a los reflejos conservadores; y una apuesta arriesgada por su personalidad femenina y su carácter combativo, llegó hasta donde podía llegar ante este Sarkozy demoledor que todavía no se conocía en toda su dimensión arrolladora.

Año y medio después de la derrota, las cosas no están mucho mejor para la briosa presidenta de la región de Poitou-Charentes. El PS está tendido y acomodado en la oposición, como bostezante partido provincial, que cuenta con las pingües rentas de una implantación municipal y regional extensa y mayoritaria. Ha sido drenado de dirigentes e intelectuales por la apertura practicada por el presidente Sarkozy, que ha colocado a ex ministros y cuadros socialistas desde el consejo de ministros hasta las comisiones especiales para estudiar las reformas. Sus ideas se hallan cercadas a derecha e izquierda: por un Sarkozy camaleónico, que pasa del thatcherismo al keynesianismo sin respiro, en función de las circunstancias; y por una izquierda radical, alrededor del fenómeno Olivier Besancenot, que muerde el hemisferio izquierdista hasta alcanzar al propio PS. Y también por el centro: François Bayrou, el ex candidato presidencial, de obligado cortejo por quien quiera alcanzar la presidencia desde la izquierda.

La señora Royal, que fue candidata sin tener el partido en la mano, ahora intenta tomar la secretaría general que abandona su ex y padre de sus cuatro hijos para poder aspirar de nuevo a la presidencia en 2012. Su primer movimiento fue bueno: consiguió llegar al congreso socialista el pasado fin de semana con su moción en cabeza. Pero ni era de síntesis ni ella fue capaz de la síntesis. Su candidatura arrastra a una mayoría, no se sabe si suficiente, de militantes, pero no federal; al contrario, divide y excita: TSF, todo salvo Ségolène, es la consigna. Había otras tres: las de Aubry y Hamon, y la del alcalde de París, Bertrand Delanoë, que luego se retiró desalentado. Los delegados socialistas al Congreso no fueron capaces de elegir a quien les dirigiera. Hoy o quizás mañana zanjarán los militantes. Pero si gana Royal tendrá que enfrentarse todavía con una dirección del partido de la que sólo controla un tercio de votos y trabajársela para alcanzar la candidatura presidencial en 2012: ardua tarea, quizás imposible.

Todas estas tribulaciones llegan además en pésimo momento. Sarkozy quería hacer en Francia, 20 años después, la revolución conservadora de la señora Thatcher y ahora se adapta al keynesianismo que nos invade. El PS nunca realizó la transformación que hicieron sus partidos hermanos en el resto de Europa, acorde con el mercado y la globalización. Hace unos meses, con la Declaración de Principios adoptada por unanimidad el pasado junio, enfiló por primera vez este camino. Pero ha llegado el cambio de ciclo y los socialistas franceses están todavía meditando en el ciclo anterior. En el desierto y sin Moisés, pueden terminar como una tribu perdida de la izquierda.

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20 de noviembre de 2008
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La paz está al alcance de la mano

Todos los primeros ministros de Israel suelen decir cosas parecidas cuando se van. Eso se lo dice Avi Steinberg, periodista de Yedioth Ahronoth, a Ehud Olmert. Pero el primer ministro dimitido y ahora en funciones, a la espera de las elecciones, le contesta que esta vez es distinto. Olmert asegura que llegó a estas conclusiones hace mucho tiemopo, no ahora que se va: "Establecí contactos con los sirios en febrero de 2007, mucho antes de que la policía abriera investigaciones sobre mí", dice. El actual dirigente de Kadima, investigado por asuntos de corrupción política, considera que estamos en un momento especial, con una oportunidad que quizás no volverá a producirse para alcanzar la paz con los palestinos y con Siria. Implica devolver el Golán a estos últimos y alcanzar un acuerdo definitivo sobre fronteras entre Israel y Palestina, que "significa la retirada de casi todos, si no todos, los territorios ocupados (...) incluyendo Jerusalén, puedo imaginar, con acuerdos especiales para el Monte del Templo y los lugares históricos".

La entrevista sale traducida en inglés en The New York Review of Books y en ella Olmert asegura con solemnidad: "Lo que yo estoy diciendo nunca habían sido dicho por un líder de Israel. Pero ha llegado el momento de decir cosas así. El momento ha llegado de ponerlas sobre la mesa". Es conocida la evolución de Olmert, que se opuso a Menachem Begin por la devolución del Sinaí a Egipto en los acuerdos de Camp David y ahora confiesa su error.

Las declaraciones de Olmert, coincidiendo con el final de la presidencia de Bush, son un elemento más del cambio de clima que está experimentando Oriente Próximo. Se hace difícil creer que los colonos sigan siendo la fuerza de tracción principal de la política israelí como ha sucedido hasta ahora. Su principal ayuda era la derecha norteamericana en el poder y el lobby judío conservador, más poderoso a la hora de marcar la agenda e imponer sus ideas que a la hora de arrastrar a los votantes, igualmente preocupados por la seguridad de Israel pero mucho más liberales, o progresistas en términos europeos, tal como demuestran los resultados de las presidenciales.

La evolución de Olmert hay que entenderla como fruto del pragmatismo de un político sensato y realista. Pero esto no significa que tire la toalla en cuanto a la valoración de su propia posición: "Lamento decir que a los palestinos les ha faltado el coraje, el poder, la fuerza interior, la voluntad y el entusiasmo. Si no alcanzamos la solución, no estoy dispuesto de ningún modo a reprochárselo a Israel. La culpa queda primero y ante todo en el otro lado".

Lo que le lleva a estas conclusiones que considera tan rompedoras es el argumento demográfico, cada vez más extendido entre los israelíes. Respecto a Jerusalén, por ejemplo, asegura que "quien quiera mantener el control sobre la ciudad entera deberá absorber a 250.000 árabes dentro de las fronteras de Israel". Es curioso observar cómo Olmert va más lejos que Obama respecto a la capital de palestinos y judíos. Pero sus declaraciones, reproducidas enteras en una revista del prestigio de la NYRB, son todo un guiño a una presidencia que empieza y a la que le dice que tiene la oportunidad de hacer cambiar definitivamente las cosas en Oriente Próximo.

Por cierto, recordemos que ahora se cumplirá un año de la Conferencia de Anápolis, convocada con gran solemnidad por Bush para alcanzar la paz antes de terminar su estancia en la Casa Blanca. Se irá de vacío, y sin remordimientos ni confesión de sus errores como Olmert: los únicos reproches que se hace a sí mismo son por haber hablado más de la cuenta. Misterios de la naturaleza humana que impiden reconocer ni un solo defecto a quien más gala ha hecho de ellos.

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19 de noviembre de 2008
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El primer presidente judío

Bill Clinton fue el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, según la Premio Nobel de Literatura, Toni Morrisson. Barack Obama, según testimonios recogidos por el diario israelí Haaretz, será el primer presidente judío. /upload/fotos/blogs_entradas/barack_obama_junto_a_su_consejera_valerie_jarrett_en_primer_plano_med.jpgEl comportamiento de los ciudadanos norteamericanos que se identifican como judíos fue muy claro: un 77 por ciento votaron por Obama, tres puntos más que lo obtenido por Kerry en 2004 y sólo dos menos que Al Gore en 2000. Portavoces de la comunidad afro americana subrayaron inmediatamente después de las elecciones las estrechas relaciones que habían establecido ambas comunidades desde los años 60 con motivo de las movilizaciones por los derechos civiles.

El diario Haaretz ha recogido testimonios de dirigentes de la importante comunidad judía de Chicago en los que se subrayan las estrechas relaciones con Obama, al que reconocen prácticamente como uno de los suyos. Uno de los dirigentes, el abogado Alan Solow, asegura que la biografía del nuevo presidente, hijo de un extranjero y una norteamericana, su búsqueda de las raíces propias y su énfasis en la educación y en el trabajo forman un perfil semejante a la de los judíos de América. "Cuando dice que la seguridad de Israel es sacrosanta, yo le creo", asegura. "Siempre ha tenido una profunda comprensión de la necesidad que tiene Israel de seguridad".

Michael Bauer, otro dirigente de Chicago, observa las afinidades por un lado más ideológico. La separación entre iglesias y estado, el derecho de las mujeres a escoger y por supuesto su comprensión de las relaciones entre Estados Unidos e Israel le sitúan muy cerca de la comunidad judía de Chicago, de características muy progresistas. Bauer cuenta que Obama ha visitado Israel dos veces y ha estado en Sderot, la ciudad próxima a la frontera con Gaza que ha sufrido numerosas víctimas mortales por el impacto de centenares de cohetes Qassam. "Está comprometido con la existencia de Israel como Estado judío con fronteras seguras, no tengo ninguna duda", ha dicho Bauer.

Rahm Emmanuel, el jefe de gabinete de Obama ya nombrado, es un miembro destacado de la comunidad judía de Chicago, hijo él mismo de israelí y voluntario durnate la primera guerra del Golfo en tareas de autodefensa en Israel. Al vicepresidente Joseph Biden se le considera un político también muy comprometido en la seguridad de Israel. Y el propio Obama realizó un discurso ante el American Israel Public Affairs Committee, justo después de ganar a Hillary Clinton en las primarias, en el que dijo que "Jerusalén debe seguir siendo la capital de Israel y debe permanecer indivisa".

Hay que leer este discurso para observar hasta qué punto Obama está integrado en el consenso americano sobre la seguridad de Israel, algo que desde Europa cuesta o no se quiere entender siempre. Con un matiz, sin embargo, respecto a la posición de Obama y de la propia comunidad judía que ha votado mayoritariamente al candidato demócrata. "George Bush ha sido un desastre para el Estado de Israel", le dice Michael Bauer a la periodista de Haaretz. Algo parecido dice Obama en su discurso. Y yo también he oído palabras semejantes en boca de destacados isarelíes, identificados con el gobierno de Olmert y sobre todo con Tzipi Livni.

El compromiso de Obama con Israel conducirá a intentar de nuevo el camino de la paz, para evitar que se estreche todavía más el camino. Cada vez más gente sabe que el dilema ahora es entre la existencia de dos estados, con garantías para la seguridad de Israel y un país viable y gobernable para los palestinos, o un futuro Israel desbordado demográficamente que terminará siendo binacional y clausurando el sueño sionista. Ojalá este primer presidente judío americano consiga lo que Clinton no pudo y Bush no quiso. La existencia de Israel no tan sólo no está en contradicción con una paz justa e inclusiva para los palestinos sino que ésta última se está convirtiendo en condición indispensable para su futuro.

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18 de noviembre de 2008
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Diálogos con la historia

Paul Krugman se preguntaba la pasada semana: ¿Franklin Delano Obama? (Salió como cada lunes en The New York Times el 10 de noviembre y lo publicamos aquí ayer, en El País, en el suplemento Negocios). Hoy Bill Kristol, el director del semanario necon Weekly Standard, le respondía en su columna también semanal de la ‘vieja dama gris' neoyoquina con otra pregunta: ¿George W. Hoover?. Este es un diálogo muy americano y muy alejado de las costumbres hispánicas. Por desgracia, la historia política de nuestro país no da para estos juegos comparativos. La historia de España es un espejo roto y mellado en el que preferimos no mirarnos. Los norteamericanos, en cambio, pueden regresar con alegría y desenvoltura a su historia presidencial para iluminar el debate político de hoy, como lo hacen Krugman y Kristol de forma fructífera: Obama debe hacer como Roosevelt, pero mejor, dice el primero; los conservadores deben evitar que Bush termine siendo como Hoover y empiecen una larga travesía del desierto que sólo terminó más de cuarenta años después, cuando ganó Ronald Reagan, dice el segundo.

/upload/fotos/blogs_entradas/roosevelt_med.jpgHoover fue el presidente que no quiso o no supo reaccionar ante el crash de 1929. Roosevelt, que alcanzó la presidencia en 1932, ya en plena Gran Depresión, lanzó el New Deal, creando el estado de bienestar con sus políticas keynesianas de gasto público. Estos son los estereotipos que se asocian a cada uno de los dos presidentes, aunque la realidad sea algo más compleja y matizada: Hoover puso en marcha instituciones que fueron muy útiles a Roosevelt para combatir la crisis; y este último, según el mismo Krugman, fue demasiado prudente en sus políticas de gasto hasta que se declaró la Segunda Guerra Mundial, la auténtica oportunidad para una política colosal de gasto público.

Pero lo más interesante es lo que dice Kristol, el neocon que descubrió a Sarah Palin y que anda desesperado ante la eventualidad de que los demócratas se instalen por un período de tiempo muy largo en el poder, quien sabe si tantos años como lo hicieron a partir de Roosevelt. Y ahí es donde el conservador radical asoma la oreja pragmática, algo que no está nada mal: "Sospecho que los partidarios del libre mercado deben ser menos doctrinarios y (...) deberían depender menos de los modelos econométricos". El periodista neocon concluye que si los republicanos no son capaces de repensar sus políticas económicas se quedarán fuera de juego para una muy larga temporada.

Ha empezado una muy interesante batalla intelectual y uno de los primeros espadas conservadores se ha puesto ya ala defensiva. Seguiremos el desarrollo de este combate.

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17 de noviembre de 2008
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Las crisis ponen a cada uno en su sitio

No se trata de ensalzar las crisis. Menos aún de apuntarse al entusiasmo más salvajemente liberal de aplaudirlas como una purga necesaria que limpia el sistema y lo deja como nuevo para empezar otra vez, sin que sea necesario aplicar terapia alguna fuera del darwiniano sálvese quien pueda. Pero no hay duda que toda crisis pincha burbujas y diluye espejismos. Las crisis son una cura de realidad. Para todos. Incluso para quienes pretenden erigirse en los doctores que van a curarnos de esa enfermedad.

La primera cuestión que se me ocurre a propósito de la reunión ayer en Washington es que, si no tuviéramos instituciones ni historia, quienes hubieran bastado para intentar resolverla hubieran sido Hu Jintao y George Bush. En tal caso, quizás antes y después habrían consultado con algunos de los socios planetarios más grandes, como Alemania y Japón, Brasil e India. Afortunadamente para todos tenemos ambas cosas: instituciones, aunque estén obsoletas, e historia, que también quiere decir experiencia.

El Reino Unido ha aportado en solitario mucho más a la solución de esta crisis que el resto de socios: de Gordon Brown es la idea, adoptada rápidamente por los europeos, de que los estados compren participaciones en los bancos y aseguradoras en crisis en vez de hacerse con los activos tóxicos. El Plan Paulson, que en sus inicios iba a servir para esto último, ha terminado europeizándose, de forma que su Gobierno participará directamente en las empresas.

También ha hecho su aportación Sarkozy: su afán de protagonismo ha sido uno de los motores de la reunión de Washington. Y aun reconociendo su parte de vacía representación, la conferencia del G 20+2 está bien y debía hacerse, así y en este formato: ha emitido un mensaje de voluntad política y ha definido una agenda de trabajo. Por supuesto, quedará en nada o en peor que nada, en un engaño, si a partir de ahora no adquiere una buena velocidad. Y esto sólo sucederá, aterricemos de nuevo, si Obama y Hu Jintao se ponen de acuerdo.

En la composición de esta mesa washingtoniana se pueden observar los dos movimientos: el de la realidad que nos sienta en nuestra silla y el de la fantasía escenográfica que persiste. El desplazamiento del centro de gravedad del mundo hacia Asia y hacia el Sur es visible incluso en las fotos y el protocolo. No son los europeos ni el japonés quienes flanquean la presidencia. Ahí está Bush, en la cena de la Casa Blanca, con Lula a su derecha y Hu Jintao a su izquierda. Al lado de Lula está Susilo Bambang, presidente de Indonesia, cuyo rostro apenas conocemos los europeos, y al lado de Hu Jintao, el rey saudí Abdalá, más conocido pero insólitamente convocado en una cumbre mundial. Así es el mundo en el nuevo siglo. Los europeos y el ruso quedan muy lejos.

La fantasía escenográfica la aportan esas cuatro instituciones que no han podido resolver la crisis y necesitan como mínimo revocar las fachadas y cambiar los muebles y el orden de las sillas: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Naciones Unidas, Foro de Estabilidad Financiera. Pero el esfuerzo y el barroquismo de mayor calidad es obra, como siempre, de los europeos con sus sillas tan sabiamente repartidas y administradas: ocho para la Comisión Europea, cuatro de primera fila y cuatro detrás; ocho más para Francia, en su presidencia de la Unión Europea, debidamente repartidas: la mitad para España, que cede una de la segunda fila a la siguiente presidencia de la UE, Chequia, y la otra mitad para Francia que , a su vez, cede una silla de primera fila a Países Bajos. Todos estos se quedan sin bandera propia y acuden bajo el manto azul con las estrellas. No está mal: debieran desaparecer todas. Francia, la France, tampoco luce su tricolor: Sarkozy no tiene inconveniente alguno en renunciar a la enseña a cuenta de su propio protagonismo. El presidente se considera a sí mismo mucho más que la bandera.

En el consenso europeo para asistir a la reunión se refleja la debilidad de sus instituciones y su incapacidad para ser y parecer alguien en el mundo. Si los europeos hubiéramos hecho nuestra unidad política, quizás la reunión se habría convocado directamente en París y el presidente Sarkozy podría tocar el cielo. Como no es el caso, ahí estamos, incomprensibles, confusos, repartiéndonos las sillas y sin bandera la mitad de los asistentes. No está nada mal para España, reconozcámoslo, y que lo reconozcan incluso aquellos a quienes les puede su fobia antizapateril, antisocialista o antiespañola. Jamás el Gobierno de Madrid había estado hasta hoy en una reunión de este calibre, que pretende poner en marcha una nueva forma de trabajar y de organizarse en el mundo. Según la vice, hemos salido del rincón de la Historia. Lleva razón, pero lo hemos hecho a la vez que seguimos empantanados en la insignificancia europea.

La crisis va poniendo a todos en su sitio: nos hace subir unos puestos y a la vez nos difumina en la irrelevancia de nuestra falta de voluntad europea. Algo parecido, a otra escala, le sucede a Bush, que ayer tuvo su día de gloria, pero sabe que le esperan los vastos jardines sin aurora, por más que Aznar le cante responsos gloriosos en las páginas de Le Figaro.

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16 de noviembre de 2008
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Esa extraña reunión de Washington

Pongamos las cosas en claro. Esa reunión ni es lo que se dice ni puede salir de ella lo que se está contando. En primer lugar, no es el G 20. Parte de la idea del G 20 de ampliar los encuentros entre los mandatarios de los países más ricos a los principales países emergentes. Pero no es el G 20 porque este formato ha reunido hasta ahora sólo a los ministros de Economía y Finanzas. Tampoco es exactamente el G 20 porque la presidencia anual corre a cargo este año de Brasil, país que naturalmente estará representado pero que no es el convocante de la reunión como correspondería: los convocantes son Nicolas Sarkozy y George Bush, dos presidentes en precario, que hacen uso uno del otro para reforzarse mutuamente; el primero en sus últimos días en la Casa Blanca para dorar un poco es lamentable cuadro que deja a su sucesor, el segundo para hinchar y a ser posible prolongar su presidencia semestral de la Unión Europea. Ni siquiera es el G 20 por la lista de países que acuden: Holanda y España se han sumado al encuentro, con toda la lógica del mundo, y eso no hace más que mejorar el formato de la reunión, pero no pertenecen a este grupo en el que se integran las economías que fueron hace unos años de países en desarrollo.

Sigamos con los asistentes. Sabemos que Barack Obama no va a ir y ni siquiera desea convertirse en un interlocutor de los asistentes en paralelo a la reunión. Tampoco habrá una representación de su equipo en el encuentro. No hay dos presidentes de Estados Unidos a la vez, se ha cansado de repetir. El presidente electo estará en Chicago, donde vive y tiene su distrito senatorial. Pero una cosa será la reunión estricta, con su comunicado y sus fotos y otra muy distinta los contactos oficiosos en los pasillos y en los hoteles y restaurantes de Washington. Como todo el mundo da por hecho que las delegaciones extranjeras querrán entrevistarse con gente de Obama, habrá tres interlocutores para atender las peticiones, según ha contado The Washington Post.

Dos de los interlocutores han sido dispuestos por los consejeros de Obama. Se trata de la ex secretaria de Estado, Madeleine Albright, y del ex congresista Jim Leach, un ‘republicano de Obama', que le apoyó públicamente en la convención Demócrata en Denver. Y en un tercer caso, ha sido la propia Casa Blanca la organizadora del contacto: se trata del profesor de Georgetown y ex consejero de Clinton, Daniel Tarullo, que forma parte de los equipos de asesores de Obama y apareció en la foto de Chicago de la primera rueda de prensa después de la victoria. Tarullo está muy arriba en la lista para ocupar el cargo de máximo negociador comercial de Estados Unidos.

La confusión que reina en torno a la reunión no disminuye ni un ápice su importancia. La tiene el sólo hecho de que se aborde la crisis financiera en una cumbre a la que se convocan las grandes economías emergentes, y principalmente a China. Supone reconocer, de entrada, que se ha terminado la época en que Estados Unidos y Europa eran los únicos que discutían y tomaban decisiones cuando había que abordar situaciones difíciles. Cabe suponer, además, que se pondrá en marcha un debate a fondo, que desbordará a los gobiernos participantes, sobre cómo hay que organizar el nuevo orden económico y financiero internacional.

Está claro que sobra prosopopeya. No habrá reforma alguna del capitalismo, será un proceso lento y complejo, tardaremos en saber la orientación exacta del proceso. Exactamente el tiempo en que la nueva Administración Obama se instale y adopte posiciones claras: de momento el equipo del nuevo presidente prefiere no comprometerse ni atarse las manos. Y por eso se ha quedado en casa.

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14 de noviembre de 2008
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El Boomeran(g)
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