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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Irán-Estados Unidos, como la España de Franco

Pactan los gobiernos, los partidos, incluso las naciones. Las causas no pactan. No pacta una revolución. Difícilmente pactan los sistemas, los regímenes, las ideologías, atenazados por los principios irrenunciables. Los valores y los principios no se pactan. Quienes lo hacen aparecen como traidores. Solo se pacta lo que se puede cuantificar. El número de prisioneros que se intercambia. Las centrifugadoras nucleares que se desmontan. Los reactores que se paralizan. Las toneladas de uranio enriquecido que se guardan a buen recaudo. O las sanciones que se levantan.

Eso es lo que ha sucedido entre Irán y Estados Unidos. Han pactado. ¡Y vaya pacto! El acuerdo nuclear es la almendra. Pero hay más. Hay un acuerdo de intercambio de prisioneros, tejido en secreto durante dos años y medio. Si el acuerdo nuclear ha sido pactado en un marco diplomático multilateral, en el que han participado China, Rusia y naturalmente la UE, el intercambio de prisioneros es un acuerdo bilateral negociado por una vía paralela entre servicios secretos. Todo un ejercicio de mutua confianza entre dos países enemistados desde 1979, y el auténtico gesto de deshielo entre Washington y Teherán.

Del acuerdo sale un mundo más seguro, tal como ha subrayado el presidente Obama; y una experiencia de lucha contra la proliferación nuclear por medios diplomáticos: sanciones y negociación en vez de bombas y guerra. Cundirá si el éxito le va acompañando. También se normaliza la situación de un gran país como es Irán, aislado y en un entorno hostil que estimulaba sus reflejos más agresivos. No cabe descartar que el ?Estado profundo? iraní continúe por los caminos terroristas que ha practicado históricamente: todavía pesa la sospecha de su implicación en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita de Argentina de Buenos Aires en 2004, e incluso en la muerte hace un año del fiscal Alberto Nisman que la investigaba. Pero la realidad de la actual oleada terrorista que afecta a todos los continentes es que no tiene que ver con el chiísmo y con Irán, como en otras épocas, sino que es estrictamente suní, inspirado en el adoctrinamiento violento del wahabismo saudí y con financiación de origen en los países del Golfo. Henry Kissinger dijo hace unos 10 años que Irán debía elegir si quería ser una nación o una causa. Ahora está claro que el Gobierno iraní ha elegido a la nación, aunque una parte de su élite religiosa, política y militar sigue prefiriendo todavía que sea una causa.

Los españoles tenemos a mano en nuestro pasado reciente un ejemplo para comprender lo que ha pasado entre Irán y EE. UU., y es el régimen de Franco, que en 1942 era todavía un país amigo e incluso aliado del eje fascista, que suministraba minerales para su armamento, hombres para el frente ruso y se preparaba para el nuevo mundo hitleriano, y apenas 11 años después restablecía relaciones con Washington, abría bases y puertos a sus militares, y recibía a su presidente con gestos de amistad.

Ahora se abre un margen para que el régimen evolucione, algo nada fácil ni obvio. España tardó 23 años en el plano político, pero menos en el económico: en 1959 empezó la apertura que terminó conduciendo a la democracia década y media más tarde. Para que evolucione un régimen hace falta que tenga el germen en su interior. Estaba en España: el dirigente comunista Santiago Carrillo distinguía dentro de la élite franquista entre ultras y evolucionistas. Ahora vale para Irán, donde hay un gobierno económico moderno y con ansias de apertura, evolucionista, que es el que preside Rohaní y ha conseguido los márgenes para negociar el acuerdo, y luego hay unas instituciones políticas, que son las que controlan la seguridad, la defensa, las relaciones exteriores, la ideología y los medios, y que son los ultras, las fuerzas del statu quo, de la reacción.

En el caso de Irán, si también se acelera la apertura política, el país persa se convertirá muy pronto en una economía emergente. Lo tiene todo para conseguirlo: una población instruida, con talento y apertura al mundo, una cultura milenaria, es una potencia energética. Menos su sistema político, que es insostenible. Nos fijamos en el Guía Supremo, el ayatolá Jamenei, pero hay que ver el entramado institucional inventado por los revolucionarios islámicos para perpetuarse en el poder, y evitar que avancen los evolucionistas en las elecciones. La democracia islámica iraní es lo más parecido que hay ahora a la democracia orgánica del franquismo, con sus instituciones de nombres solemnes y poderes concentrados en evitar cualquier desviación y evolución democrática.

Los pactos con EE. UU. recibirán un primer bautismo político el 26 de febrero, con motivo de unas elecciones dobles: las generales, en las que se eligen los diputados para el legislativo, el Majlis, y las que eligen a los 88 componentes de la Asamblea de Expertos por un mandato de ocho años, un organismo que tiene como única función velar por el Guía Supremo y por su sucesión. Esta vez coinciden por primera vez y en un momento especial, no tan solo por el acuerdo con Washington, sino también por la edad de Jamenei, 76 años. La Asamblea que salga el 26 será muy probablemente la que tendrá que nombrar su sucesor. Pero los evolucionistas lo tendrán muy difícil, gracias al derecho de veto a los candidatos que tiene el reaccionario Consejo de Guardianes, formado por 12 expertos, la mitad de ellos nombrados por el Guía de la Revolución.

Además de las elecciones iraníes, pesará sobre la evolución de las relaciones entre Teherán y Washington el resultado de la elección presidencial estadounidense. Obama ha podido sortear al Congreso para alcanzar el acuerdo, pero con un republicano extremista en la Casa Blanca la normalización podría torcerse. También depende de cómo evolucione la región. Israel vigilará, pero los saudíes boicotearán. Cuanto mejor vayan las cosas a Irán peor le irá a la Casa de Saud y a todos los monarcas del Golfo que, con excepción de Kuwait, gobiernan como reyes medievales, sin apenas instituciones ni contrapoderes. La idea de un Irán próspero y abierto al mundo, que evolucione hacia la democracia y la libertad, es un ejemplo y por ello también una pesadilla que atormenta a los príncipes saudíes.

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25 de enero de 2016
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La larga mano del califa

Cada día es una victoria. Durar es vencer. Así sucede con el autodenominado Estado Islámico. Ha perdido la ciudad de Ramadi. Se cuentan por millares sus bajas. Su cúpula sufre el constante castigo desde el aire de las distintas coaliciones internacionales que le combaten. Pero nada sucede que se asemeje a una auténtica derrota cuando pronto se cumplirán dos años desde la proclamación del califato en Mosul. Ni en el plano militar en Siria e Irak ni en el político, donde es colosal la desorientación estratégica de sus enemigos. Al contrario, el ISIS ocupa cada día los espacios privilegiados de los medios y cada nuevo número nuevo de su truculenta su revista Daqib recibe toda la atención occidental: en el último se ensalzan las hazañas de John el Yihadí, el asesino en serie británico recientemente liquidado por un avión teledirigido, con su piadoso gesto de compañerismo, consistente en regalar su esclava sexual a un compañero lisiado.

Durar, y también expandirse. E incluso competir con la marca hermana que es Al Qaeda. En los dos meses desde los atentados de París, se ha producido un reguero de ataques con numerosas víctimas, frecuentemente combinando el coche bomba y las armas de asalto, en Mali, Burkina Faso, Somalia, Sinaí, Túnez, Libia y también en Estambul y en Yakarta; este último el primero en el país con mayor número de musulmanes del mundo que es Indonesia. Hay atentados que tienen a militares y policías en el punto de mira, pero la gran mayoría busca a los turistas, los cooperantes o los hombre de negocios, un nuevo tipo de víctima globalizada para la guerra globalizada que plantea el ISIS.

Esta expansión también penetra en la sociedad europea y de una forma bien peculiar, según un controvertido diagnóstico de algunos grupos feministas, que ven la larga mano del califato en la explosión de violencia sexual en la noche de fin de año en cinco países y en doce ciudades, como si fuera una acción perfectamente coordinada. Aunque sería necesario obtener datos y pruebas sólidas que ahora no existen, hay argumentos para pensarlo.

Veamos. El comportamiento de los hombres concentrados en espacios públicos en la Nochevieja europea afecta a dos tabúes del rigorismo islamista: el alcohol y el cuerpo de la mujer en el espacio público. De forma que quienes se dedican a estas prácticas de acoso sexual en grupo transfieren implícitamente la responsabilidad a las sociedades que ponen el alcohol a su disposición y dejan a las mujeres descubiertas en la calle a su alcance.

Las consecuencias de estos comportamientos solo pueden satisfacer a los cerebros del ISIS, puesto que, al igual que los ataques terroristas, facilitan la culpabilización del entero colectivo de los musulmanes y fundamentan la islamofobia, argumento central que retroalimenta la espiral de exclusión y de separación de los musulmanes europeos en una comunidad aparte. Para colmo, enlazan con la salvaje forma de vida ofrecida por el ISIS a los jóvenes dispuestos a ir a la yihad, donde se premia el sacrificio seguro de la vida con la poligamia y el acceso a mujeres esclavas, en una especie de adelanto en la tierra de las huríes celestiales que esperan al mártir islámico.

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21 de enero de 2016
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Hay vida después de Mas

Artur Mas se ha ido. Un día volverá, dicen algunos, pero son muchos los que le dan por enterrado. Veremos. Los augurios de supervivencia forman parte de la venta de su retirada, facilitada por la plaza vacante que tenía el nacionalismo convergente: su primer ex presidente, el fundador y padre de la patria, no está, ha desaparecido, se ha convertido en el innombrable. La función que se le asigna a Mas es, como mínimo, la que tenía Pujol antes de la confesión de julio de 2104. Es algo así como el presidente emérito. El masismo es un pujolismo que prefiere olvidar su nombre. En todo caso, cuanto mejor le vayan las cosas a Puigdemont menos futuro tendrá Mas o tendrá un futuro más emérito y menos efectivo. Puigdemont lo tiene muy difícil, es verdad, pero a más Puigdemont, menos Mas y viceversa.

Otra cosa es el ?procés?, que se encuentra ahora en una inflexión decisiva, la primera de verdad desde que empezó propiamente, en 2012. Una de las mayores virtudes del independentismo es que vive al día, muy acorde con la sociedad digital e instantánea. En el ?procés? no hay pasado ni futuro, todo es presente. Y si el presente permite sobrevivir, hay proceso, con Mas y sin Mas. La bicicleta solo cae si se para. No tiene memoria autobiográfica y de ahí que no le importe decir y hacer hoy lo contrario de lo que hizo y dijo ayer o de lo que dirá y hará mañana. El último episodio, el más reciente, es quizás el más doloroso. Hasta la noche del jueves 7 de enero Artur Mas rechazaba hacerse a un lado porque se identificaba abierta y directamente con el futuro del ?procés? y a las 72 horas sus panegiristas --los mismos que le habían convencido de que él era el ?procés?-- ya estaban explicando que se equivocaban quienes le identificaban con el ?procés? y en consecuencia daban por perdido a este último.

Es un buen momento, por tanto, para intentar evaluar cómo ha quedado todo tras la caída de Mas. La pregunta malintencionada es si hay ?procés? después de Mas y la respuesta podría ser que sí lo hay, pero que ha cambiado de naturaleza y de dirección. En primer lugar por una cuestión de personas. Aparentemente, los convergentes buscaban un presidente para evitar las elecciones, ganar tiempo ?un año sin posibilidad de disolver el parlamento?y refaccionar el partido a fondo. También librar la batalla sucesoria entre los actuales candidatos: Gordó, Rull, Turull, Homs, quizás Munté y ahora Puigdemont. ¿O no? El presidente neutro puede ser un deseo, pero no existe: una vez se encuentra la persona para la tarea interina e incluso para imaginar el regreso triunfal de Mas, esta persona entra en juego con toda naturalidad y cuenta además con bazas incluso más serias que otros.

También ha cambiado el paisaje político. Mas tenía ante sí la mayoría absoluta del PP. Puigdemont ya tiene aliados en Madrid y en el propio socialismo sin haberse movido, solo por virtud de las elecciones generales. El gobierno y el calendario que recibe Puigdemont pertenecen a la etapa anterior y sobreviven en la actual únicamente como amenaza disuasoria. Los dirigentes del proceso lo saben e incluso admiten en privado, pero evitan hacer doctrina pública: saben que no habrá independencia, pero creen que solo nos moveremos hacia el referéndum o hacia el reconocimiento del Estado plurinacional si mantienen viva la disuasión movilizadora.

¿Vamos hacia la ?paix des braves?, que solo se hace entre duros de ambos bandos? Esta expresión, la paz de los valientes, es del general De Gaulle para referirse a la guerra de Argelia. Aunque Puigdemont es uno de ellos, en cuanto ha entrado en detalles ha mostrado un ángulo de visión estratégica algo más abierto y menos esencialista que la de Mas, al que nadie va a echar en falta a la hora de tender de nuevo los puentes, al contrario: la independencia no es un objetivo en sí misma sino que está al servicio de la gente. Si alguien le demuestra seriamente que las personas estarán mejor servidas con otras fórmulas, estaremos al cabo de la calle.

Cuesta más convencer a un converso que a un creyente de toda la vida.

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18 de enero de 2016
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Ley y democracia en Polonia

No hay democracia sin ley. Nos lo recordó ayer la Comisión Europea, que dedicó una de sus sesiones semanales a discutir sobre la vigencia del Estado de derecho en Polonia. La democracia no es la regla de la mayoría sin más. No hay democracia sin respeto a la minoría, que solo garantiza el Estado de derecho, es decir, una regla que está por encima de cualquier autoridad del Estado y que solo se puede cambiar siguiendo la misma ley.

El partido Ley y Justicia (PiS) obtuvo la presidencia de la República el pasado 24 de mayo y una mayoría absoluta en el parlamento el 25 de octubre, y ha utilizado inmediatamente el poder obtenido para cambiar el sistema de nombramiento de los magistrados del Tribunal Constitucional y de los directivos de la radio y la televisión públicas.

Ambos casos son de análoga gravedad: la primera tentación de quien alcanza el poder es hacerse con el control de la justicia y los medios de comunicación con el propósito de perpetuarse tanto tiempo como sea posible. Pero es mayor el daño que infligen las peleas por el control del Tribunal Constitucional, el árbitro último de la regla de juego, el rule of law del derecho anglosajón. En dos meses, la nueva cámara legislativa ha anulado nombramientos realizados por su antecesora, cambiado la duración de los mandatos y reforzado las mayorías para evitar que nuevas sentencias puedan anular sus decisiones.

El conflicto enfrenta la legalidad (el nombramiento de tres magistrados realizados durante la anterior legislatura y ratificados por sentencias del actual tribunal) con la legitimidad democrática (los nombramientos realizados por el presidente de la República sin esperar a la resolución del tribunal). Así, la ley que representa el Constitucional queda anulada o superada por la democracia, la voluntad popular representada por diputados y presidente.

El caso ha situado a la Comisión Europea por primera vez ante la eventualidad de utilizar el procedimiento excepcional de infracción del Estado de derecho previsto en el artículo 7 del Tratado. Como guardián de los tratados, la Comisión tiene entre sus obligaciones la vigilancia de los compromisos adquiridos por los países socios en el momento de su adhesión, entre los que se cuentan el respeto al Estado de derecho. No lo ve del mismo modo el ministro de Justicia y destacado dirigente del PiS Zbigniew Ziobro, que ha denunciado en cartas a los comisarios alemán Günther Oettinger y al vicepresidente holandés Frans Timmermans lo que considera una interferencia intolerable en la soberanía de Polonia.

Una Europa sin valores deja de ser Europa. El Estado de derecho es uno de ellos e incluso más: Europa en su conjunto es parte del sistema de equilibrios y contrapoderes que componen cada uno de los Estados de derecho de los países socios. Cuando todo falla en el plano nacional, los ciudadanos tienen el recurso de las instituciones europeas. Al contrario de lo que sostienen algunos, en Polonia y en España, solo hay una ley y un Estado de derecho, que es polaco y europeo, o catalán, español y europeo, y solo hay democracia cuando se sigue la regla de juego y hay un sistema de recursos y de garantías iguales para todos.

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14 de enero de 2016
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Europa frente al islam

Unos, como Donald Trump, lo dicen de forma insultante y grotesca. Otros con argumentos históricos y eruditos, como Niall Ferguson. Pero el mensaje es idéntico y alarmante. Es el fin de la civilización occidental, a la que ha declarado la guerra el terrorismo yihadista. Si el multimillonario estadounidense que pugna por la candidatura republicana a la Casa Blanca culpa directamente a Angela Merkel por abrir las puertas a los refugiados sirios, el historiador británico considera que la actual situación de la Unión Europea es muy similar a la caída de Roma por la invasión de los bárbaros.

?Como el Imperio Romano a principios del siglo V?, ha escrito Ferguson en un artículo publicado en estas mismas páginas, ?Europa ha dejado que sus defensas se derrumbaran. A medida que aumentaba su riqueza han disminuido su capacidad militar y su fe en sí misma. Se ha vuelto decadente, con sus centros comerciales y sus estadios. Al mismo tiempo, ha abierto las puertas a los extranjeros que codician su riqueza sin renunciar a su fe ancestral.? (París, víctima de la complacencia, EL PAÍS, 19 de noviembre de 2015).

No se trata de ideas marginales o de locuras demagógicas. Basta observar la evolución del mapa electoral europeo de los últimos años para percibir cómo ideas similares prosperan y se instalan en las sociedades y en los gobiernos. Con la excepción realmente notable y curiosa de la Península Ibérica ?que requeriría una reflexión sobre las peculiaridades de España y Portugal para que no cuenten en sus parlamentos con la lacra de partidos xenófobos y racistas?, Europa se está convirtiendo en un continente cada vez más inclinado hacia la derecha más extrema, con ya dos países como Hungría y Polonia en manos de partidos antieuropeos y xenófobos.

La dificultad para gestionar la doble crisis de los refugiados sirios y del terrorismo yihadista es enorme. Es evidente que una y otra solo tienen que ver en el origen: la inseguridad provocada por el califato terrorista está expulsando a centenares de miles de civiles que buscan refugio y prosperidad allí donde puede estar, que es en Europa. Aunque es cierto que algunos de los autores de los atentados de París se camuflaron entre los refugiados para cruzar fronteras, estos últimos no son causa sino efecto del terrorismo yihadista y solo la demagogia de quienes amalgaman islam y terror, como hacen Trump y los Gobiernos húngaro y polaco, permite deducir que hay que prohibir la entrada de musulmanes a Occidente.

No son tan solo los Gobiernos de extrema derecha los que propugnan políticas de extrema derecha. Entre las propuestas para combatir el terrorismo barajadas por el presidente francés, el socialista François Hollande, hay ideas que atentan al concepto republicano de ciudadanía, como sería la creación de dos clases de ciudadanos, los que tienen ancestros franceses de pura cepa y los que son inmigrantes de segunda generación ya nacidos en Francia, los únicos a los que se podría desposeer de la nacionalidad; o la alternativa, todavía más extravagante, de que cualquier francés pudiera ser desposeído.

Lo peor de la propuesta es su intención electoralista y sus nulos efectos disuasivos: ¿acaso un yihadista suicida va a preocuparse por su nacionalidad? Si prospera, quedará erosionada la idea francesa del ius solis, derecho de la tierra que declara francés a quien nace en territorio francés, opuesta al ius sanguinis, el derecho de sangre etnicista, que da la nacionalidad solo al hijo de quien ya la tiene. Hollande teme a Sarkozy, quien a su vez teme a Marine Le Pen, y lo que al final está en juego es que en mayo de 2017 la presidencia francesa caiga también en manos de la extrema derecha y Europa se haga más oscura, más negra.

Si Hollande se juega la presidencia en el combate contra el terrorismo, Merkel se juega la cancillería en la gestión ordenada de la oleada de refugiados (1,1 millones) que han llegado a su país en 2015. El año 2016, decisivo para competir en buenas condiciones en las elecciones en 2017, no ha empezado con buen pie para la canciller que se propuso convertir la integración de los refugiados en el gran reto alemán y europeo. La mala noticia se la proporcionaron los numerosos robos y agresiones sexuales a mujeres por parte de centenares de jóvenes, identificados por la policía como norteafricanos, principalmente en Colonia, pero también en otras ciudades.

Hay más de 120 denuncias, pero también mucha confusión en los hechos de Nochevieja. No se comprende por qué las noticias tardaron tanto en conocerse. Tampoco la reacción y la actitud de la policía, que en principio no reconocía los incidentes. Son escasas las identificaciones y pruebas. Hay sospechas de que pudo haber coordinación a través de las redes sociales, en una especie de flash mob o acción falsamente espontánea y coordinada con móviles. También hay la certeza de que la identificación de los refugiados con masas de machos musulmanes embriagados que roban y violan a mujeres alemanas conviene a movimientos xenófobos como Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente).

La guerra que ha declarado el terrorismo yihadista contra Occidente quiere erosionar el Estado de derecho, las libertades y los valores europeos, y en buena medida lo consiguió ya con George Bush tras el 11-S cuando era Al Qaeda quien la conducía. Y lo está consiguiendo bajo conducción del ISIS también ahora en Francia, con Hollande, tras el 13-N. Pero pretende algo más, tal como ha explicado Gilles Kepel, como es enervar las actitudes racistas, victimizar a los musulmanes y provocar una atmósfera de islamofobia generalizada. ?Denunciándola constantemente, convertida en tara congénita de las sociedades europeas, y sustituyendo al antisemitismo como pecado cardinal de Occidente, los islamistas se esfuerzan en establecer fronteras comunitarias culturalmente infranqueables para todos los europeos de ascendencia musulmana?. (Terreur dans l?Hexagone. Gènese de la djihad française. Gallimard).

Para conseguir este objetivo de separar los musulmanes en una comunidad aparte, el terrorismo tiene buenos aliados. No hay que hacer correr mucho la imaginación para sospechar que los hechos de Nochevieja en Alemania van más allá de un inaceptable comportamiento espontáneo de jóvenes extranjeros, principalmente de origen árabe, y que son en cambio acciones fomentadas e incluso coordinadas por organizaciones hostiles a la sociedad europea.

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10 de enero de 2016
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Como en la guerra fría

Irán y Arabia Saudí repiten un esquema que ya conocemos. Solo guerrean por delegación, es decir, mediante fuerzas interpuestas. Utilizan a las minorías internas del adversario para sembrar la discordia y dividirlo. Cada uno levanta su propia bandera ideológica o religiosa, que sirve para esconder sus intereses y ambiciones de hegemonía. Tejen alianzas que obligan a tomar partido a los vecinos, encrespan las relaciones internacionales y terminan organizando un mundo o una región bipolar.

Con frecuencia, los contendientes acuden a la provocación para comprobar la resistencia del enemigo. Una patrullera iraní lanzó hace una semana un mísil a poco más de mil metros del portaviones Harry Truman a su paso por el estrecho de Ormuz. El pasado octubre, Irán probó un nuevo cohete balístico con capacidad para alcanzar a Israel, aunque lo tenía expresamente prohibido por Naciones Unidas. Arabia Saudí acaba de ejecutar a un destacado clérigo chií, encendiendo las iras de los chiitas en Irán y en todo el mundo islámico. Y, como respuesta, las autoridades iraníes han permitido el asalto de la embajada saudí en Teherán y con ello provocado la ruptura de relaciones diplomáticas.

También con frecuencia, estos encontronazos conducen a una escalada en las represalias mutuas y al riesgo de convertir el enfrentamiento frío en caliente con efectos desestabilizadores para todo el entorno regional. Por fortuna, en el caso que nos ocupa ninguna de las dos potencias tiene el arma nuclear, aunque es pavorosa la perspectiva de que una de ellas la tuviera a su alcance sin que antes hubiera amainado la tensión en la región.

El objetivo exhibido en la propaganda es la destrucción del rival: los iraníes quieren ver el final de los Saud y los saudíes el derrocamiento de los ayatolas. Pero es un enfrentamiento táctico, en el que cada una de las potencias procura avanzar peones en la competencia por la hegemonía regional y el liderazgo político islámico. Todos los medios sirven para ello: servicios secretos, acciones encubiertas, terrorismo; o guerra económica, que en el caso saudí juega con el precio del petróleo.

La actual escalada tiene raíces profundas, pero el desencadenante es el pacto nuclear del pasado 14 de julio que permitirá a Irán desarrollar una industria nuclear civil. Nada de lo pactado puede complacer a la monarquía saudí. El levantamiento progresivo de las sanciones dará a Teherán márgenes presupuestarios para mejorar las condiciones de vida de los iraníes y contar con mayores palancas de acción, de forma que un Irán reintegrado en la comunidad internacional disputará a los saudíes el lugar privilegiado que estos han ocupado hasta ahora, de la mano de su pacto histórico por el que Washington le daba seguridad y protección a cambio de petróleo.

Irán y Arabia Saudí no tan solo libran una buena guerra fría regional sino que pugnan por convertirla en global, cada uno con una de las dos grandes potencias de la auténtica guerra fría de su lado. De momento, es decir, mientras dure y avance esta contienda fría islámica, ya hay un vencedor temible, sobre todo para los europeos, como es el califato terrorista que se ha instalado en Siria e Irak.

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7 de enero de 2016
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Líneas rojas

Al parecer, es el momento de las líneas rojas. Los resultados electorales destruyen las mayorías de gobierno y las convierten en mayorías escuálidas, insuficientes. Los parlamentos se fragmentan hasta convertirse en rompecabezas ingobernables. La gobernación de muchas ciudades, comunidades autónomas e incluso del Estado se halla a la espera de la recomposición de unas nuevas mayorías plurales y variables o de unos nuevos comicios tan pronto como lo permita la legislación.

Este paisaje es fruto de una política de confrontación que ha destruido el más mínimo atisbo de cooperación entre las fuerzas en presencia. Venimos de una época en que ha regido el juego de suma cero, en que las ganancias de unos se hacen sobre las pérdidas de los otros, aunque al final todos pierdan. Y la última derivada de esta política, instalada en España y en Cataluña desde que empezó la crisis, hace ocho años, son las líneas rojas.

Ante la debilidad para hacer las propias políticas, se busca la hegemonía a través de las políticas de riesgo: exigirle al adversario que ceda en lo único que no puede ceder, en unas líneas rojas que le obligaremos a trazar si acaso no las tiene trazadas previamente.

Cataluña está en vanguardia. Artur Mas buscó infructuosamente mayorías catalanas de tanta envergadura como la mayoría absoluta con que Rajoy ha gobernado España estos largos cuatro años. Y como no las obtuvo a través de ninguna de las sucesivas disoluciones ha intentado gobernar con políticas de riesgo, las líneas rojas.

Las líneas rojas son la política del todo o nada, aplicada por la fuerza que ejercen las minorías de bloqueo. JxSí es una línea roja toda entera. Solo puede pactar con quien esté a favor de la independencia, la identifique implícitamente con el liderazgo de Artur Mas y la sitúe incluso por encima de cualquier cosa; de las políticas sociales o de la corrupción, por ejemplo. De ahí la actitud de la CUP: su línea roja era Artur Mas.

¿Cómo dar la presidencia a un político que anda luciendo de unos buenos resultados electorales a pesar de haber aplicado las políticas de rigor dictadas por la troika? ¿Cómo facilitar su continuidad en el momento en que Jordi Pujol y Marta Ferrusola, sus mentores políticos, han sido imputados y pesa sobre la entera familia del expresidente la sospecha de que actuó como una banda mafiosa?

Pablo Iglesias también ha trazado una línea roja, el referéndum para Cataluña, aunque en su caso es un arma dirigida a la cabeza de Pedro Sánchez, para erosionar su candidatura, dividir al PSOE y arrebatarle la primacía de la izquierda provocando unas nuevas elecciones. Luego se ha visto que esta línea roja no era exactamente suya sino de Ada Colau: es Cataluña en Comú quien impone a Podemos el referéndum para poder pactar con el PSOE.

Antes Susana Díaz había recordado una malévola ecuación de la geometría plural hispánica: del café para todos pasamos al café para Ada. Este proyectil no era para Sánchez sino para Iglesias, que tendrá que esforzarse mucho para convencer a gallegos, vascos y probablemente también valencianos de que solo Cataluña tiene derecho de autodeterminación. Ya no estamos en la nación de naciones que exige reconocimiento y pacto sino en los pueblos de España con derecho a autodeterminarse y a separarse al igual que los países colonizados.

Todas las líneas rojas terminan pasando por el nombre del presidente actual en ejercicio. Todo menos Mas, todo menos Rajoy. Unos como exigencia de continuidad y otros como inevitable exclusión. Pero donde su trazo se hace más grueso y grave es en la cuestión fundamental de la partida en la que estamos: todo salvo la independencia de Cataluña, todo salvo la unidad de España, exigidas o excluidas por unos y otros como premisa para cualquier negociación. Las elecciones han dado un resultado claro, aunque todos se empeñen en emborronarlo con el bermellón de sus líneas infranqueables. Si hay un mandato a nuestros representantes es que se sienten sin líneas rojas, y que luego pacten, reformen y gobiernen.

Las líneas rojas tienden a convertirse en un sistema. La línea roja de la CUP sostiene las líneas rojas de Pedro Sánchez, de Podemos y de los barones del PSOE. Con Mas investido por la CUP era más fácil que funcionaran las urgencias para buscar mayorías en Madrid. Ahora es un estímulo para seguir bloqueados y repetir también las elecciones generales.

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4 de enero de 2016
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Victorias escurridizas

Si apenas sabemos qué es esta guerra, ¿cómo sabremos qué será la victoria? Cabe preguntarse incluso si la idea de victoria tiene hoy sentido más allá de la propaganda. Tras el desastre de George W. Bush, que tuvo que arrepentirse de la falsa victoria militar sobre Sadam Husein, apenas queda margen para la credulidad ante las súbitas victorias que se anuncian en los frentes de batalla. Ahora Ramadi ha sido reconquistada por las fuerzas iraquíes tras seis meses bajo control del Estado Islámico (ISIS). Aunque no está claro que las tropas gubernamentales controlen toda la ciudad y sean capaces de mantenerla, ha bastado la toma del centro urbano para que la coalición lo saludara como el anuncio del siguiente paso, la reconquista de Faluya y Mosul, segunda ciudad iraquí e importante fuente de ingresos para el califato terrorista. Han sido fundamentalmente tropas suníes las que han reconquistado Ramadi (suní), sin participación en primera línea de soldados chiíes y kurdos, en un intento de hacerse con la población local que el sectarismo del anterior primer ministro, Nuri el Maliki, había lanzado en brazos del ISIS. La victoria de Ramadi contiene un mensaje de optimismo, pero no es un paliativo para la ausente estrategia global contra el ISIS ni para la fragmentación de las contradictorias alianzas e intereses que basculan sobre la región y explican el vacío en el que ha crecido el monstruo. Ni siquiera es seguro que lo que allí ha funcionado pueda hacerlo en la reconquista de los siguientes objetivos, donde probablemente no bastarán las actuales tropas suníes. Deberá servir para recordar que el ISIS no será derrotado sin un nuevo orden en Oriente Próximo con el acuerdo de las cuatro potencias regionales. Al final, entre las causas de los conflictos siempre está una de las cuatro o varias a la vez: Israel, Turquía, Arabia Saudí e Irán, cada una de ellas crecida ahora ante el repliegue occidental y sobre todo de EE UU. Vale para Oriente Próximo la lamentable sentencia de Xabier Arzalluz sobre el árbol y las nueces. Todos los regímenes, incluidos los democráticos como Israel y Turquía, han usado la violencia política, el terrorismo o los desplazamientos de población (refugiados e inmigrantes) para arrear al árbol y recoger las nueces. Un monstruo como el ISIS no crece sin complicidades en los eficaces servicios secretos que hay en la zona. Tampoco habrá victoria si Europa termina cediendo en el terreno de los valores, como están haciendo, entre otros, Francia y Dinamarca. La primera, con la creación de dos clases de ciudadanos entre quienes han nacido en su territorio: los hijos de inmigrantes con doble nacionalidad que incurran en terrorismo serán candidatos a la expulsión pero no será así si se trata de hijos de familias francesas de pura cepa. La segunda, con la confiscación de bienes a los refugiados que pidan asilo. Dos países de profunda tradición democrática se hallan camino de esta derrota, autoinfligida en nombre de una falsa victoria y acorde con los objetivos ideológicos del califato terrorista y con la política del árbol y de las nueces.  

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31 de diciembre de 2015
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Un nuevo Oriente Próximo

Está surgiendo un nuevo Oriente Próximo, lleno de novedades geopolíticas y también de negros presagios respecto a la estabilidad y la paz en la región y en el vecindario más amplio en el que se encuentra Europa. Empezó a nacer hace cinco años, cuando cayeron tres dictadores en Egipto, Libia y Túnez y estalló la guerra civil en Siria, pero este 2015 ha mostrado ya su rostro entero, caótico y amenazante.

Sus fronteras, cada vez más porosas e incontroladas, tanto para los terroristas como para los civiles que huyen de la guerra, han sido anuladas incluso por la organización terrorista ahora hegemónica, el autodenominado Estado Islámico (ISIS), que se ha instalado entre Siria e Irak, en un territorio del tamaño de Bélgica, donde viven unos 10 millones de personas, con la pretensión de superar el reparto colonial y crear un califato que imponga su autoridad sobre todos los países islámicos.

La proclamación de este califato terrorista y megalómano se produjo en 2014, pero ha sido este año cuando se ha asentado su poder y capacidad territorial, a la vez que propinaba golpes de repercusión mundial, como la toma de las ruinas de Palmira o los atentados en Sharm el Sheij, Túnez y París.

La veterana Al Qaeda que rigió Bin Laden ha quedado superada por su envergadura y ambición, su capacidad para golpear en Europa e inspirar ataques en EE UU, soportar los bombardeos de las distintas coaliciones internacionales y aterrorizar con sus secuestros y atentados a las poblaciones de numerosos países islámicos de Nigeria a Bangladés.

Esta es la primera vez desde la Guerra Fría en que los países occidentales se enfrentan de nuevo a una amenaza total y existencial que, en este caso, ataca a los civiles en sus capitales, desafía su declinante hegemonía e impugna sus valores laicos y democráticos. El mito de este califato levantado por la fuerza de las armas, en una yihad como la que libraron Mahoma y sus primeros sucesores, actúa con perturbadora intensidad en el imaginario de miles de jóvenes, desde los suburbios europeos y americanos hasta las aglomeraciones del mundo musulmán.

También se ha quebrado el antiguo equilibrio regional, asentado en la hegemonía de EE UU y en la función estabilizadora de los déspotas árabes, especialmente por la implosión de Siria y la fragmentación de Irak, país dividido entre los kurdos, el ISIS y la zona chií bajo influencia iraní. La nueva multipolaridad regional significa un cierto declive saudí y el ascenso persa, en un mundo que no quiere depender tanto del petróleo árabe y en cambio desea incluir a Teherán en sus relaciones internacionales, como demuestra el acuerdo sobre el desarme nuclear de Irán impulsado por EE UU y firmado en julio en Viena.

Como una versión posmoderna de la Guerra Fría entre Washington y Moscú, la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán explota la división entre chiíes y suníes en disputa por el liderazgo islámico a través de guerras por procuración, tanto en Siria como en Yemen. Nada expresa mejor la nueva correlación de fuerzas como el regreso de Rusia a la región con sus bombardeos sobre Siria, más para apoyar al dictador Bachar el Asad que para combatir al ISIS, a costa de tensar sus relaciones con Turquía, una jugada táctica con la que Putin pretende aliviar la presión occidental por la anexión de Crimea y la guerra larvada con Ucrania.

Europa y EE UU han jugado a la inhibición desde que empezó la guerra civil siria y solo han despertado ante las imágenes pavorosas de las ejecuciones del ISIS, el éxodo multitudinario de quienes quieren salvarse de las atrocidades de unos y otros y, sobre todo, el miedo a los atentados en su propio territorio. El vacío dejado por los occidentales es el imán que atrae el protagonismo ruso y estimula las ansias de las potencias regionales emergentes cada una en busca de su propia hegemonía.

Israel ha seguido esta crisis casi en silencio, salvo alguna acción muy concreta en la frontera siria y sus permanentes muestras de preocupación por el acuerdo nuclear con Irán, en sintonía con los saudíes. Aunque el ISIS no actúa en territorio israelí, su inspiración se infiltra entre los jóvenes palestinos más desesperados por la colonización en Cisjordania y sobre todo por el acoso que sufren en manos de los colonos extremistas. Los ataques individuales a civiles israelíes permiten hablar de una intifada de los cuchillos, estimulada desde las redes sociales al igual que sucede con el reclutamiento de combatientes para el ISIS.

Oriente Próximo ha sido una región virulenta pero relativamente estable bajo la larga etapa de hegemonía de Washington que termina. El mundo multipolar está alumbrando una región más virulenta y terriblemente inestable, quizás un monstruo geopolítico, que concentra viejas rivalidades de la Guerra Fría con las nuevas rivalidades entre potencias emergentes y erráticas, como son Turquía, Irán y Arabia Saudí, a las que se añaden las pretensiones de otras potencias más pequeñas pero con grandes medios financieros y militares como Qatar y Emiratos Árabes Unidos.

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28 de diciembre de 2015
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¡Todo el poder para los sóviets!

Una amplísima asamblea de militantes, lo que más se puede parecer a los consejos de obreros y de soldados que proliferaron por Europa en la segunda década del siglo pasado, decidirá hoy domingo si Artur Mas debe ser investido presidente de la Generalidad de Cataluña. Pronto hará cien años de aquel momento especial y peligroso en que se instalaron unos consejos en Turín y Munich, Berlín y Budapest, con el propósito de destruir el orden burgués e instaurar uno nuevo, proletario y revolucionario. Algunos fracasaron y fueron duramente reprimidos, otros tomaron el poder por las armas durante pocos días, pero ninguno se hizo tan famoso como el consejo ?sóviet en ruso? de Petrogrado, almendra fundadora de la Unión Soviética, una de las dos experiencias totalitarias más sanguinarias y tenebrosas del sanguinario y tenebroso siglo XX. Parece que ahora están aquí de nuevo, esta vez afortunadamente sin fusiles ni bayonetas, más bien con pocos obreros y ningún soldado, muy pacíficos y desorganizados, pero con un espíritu similar a la hora de romper las instituciones de la democracia representativa y desbordar el Estado de derecho hasta tomar el poder en nombre de un mito que no ha cambiado: el del pueblo soberano, que en este caso es el pueblo catalán. El sóviet que la CUP ha preparado y reunirá hoy en Sabadell ya ha tenido y sigue teniendo en sus manos el poder más preciado que puede tener un presidente, como es el de disolver el Parlamento y convocar elecciones. Si le da la investidura, sólo lo hará a título temporal y provisional: la oferta de JxSí incluye una moción de confianza a plazo, durante el segundo semestre de 2016, y un límite de 18 meses para la legislatura, además de la fiscalización a que le someterá semanalmente. La presidencia que la asamblea popular puede otorgar a Mas no es tan sólo una frágil magistratura tasada en el tiempo y en propiedad sin poderes de disolución, sino también cuarteada y compartida con tres presidentes de unas comisiones que configuran la presidencia y el gobierno corales anunciados desde el primer día por la CUP. La pulsión asamblearia se traslada así al ejecutivo, aunque la dispersión de poder dará lugar a una auténtica tetrarquía, una antigua figura que la riquísima tradición política catalana aún no había ensayado. Ciertamente, esto puede suceder o no. Nadie es capaz de hacer un pronóstico de cómo votará la muchedumbre de delegados autodesignados desde las organizaciones de base para decidir sobre el destino de Cataluña en nombre del pueblo. Pero hay un hecho más significativo que el resultado de la votación: la asamblea es el mensaje. Sea cual sea la decisión, la presidencia de la Generalitat habrá recibido, ha recibido ya, un golpe en su prestigio y autoridad del que le será difícil enderezarse. Y en el caso de Artur Mas, será imposible. Una respuesta negativa, con elecciones en marzo, es una bofetada, una desautorización, un insulto personal; pero una positiva aún es peor: es un sometimiento. La indignidad a la que han llegado JxSí y Mas supera cualquier pesadilla de la imaginación independentista. La CUP ha conducido magistralmente la negociación, envuelta en la inocencia de sus camisetas y asambleas y en una ingenua retórica de fuego de campamento y de activismo cultural propio de okupas felices. Un auténtico Maquiavelo asambleario ?al menos en su apariencia aunque no es seguro que en los hechos no sea un sujeto más leninista? ha planteado desde el primer día una negociación asimétrica con la mayoría desde la fuerza de la minoría, hasta terminar convirtiéndose en el organismo soberano que tiene en su mano la decisión última. JxSí no ha intentado ni siquiera montar una apariencia de aprobación o de rechazo en paralelo el mismo día del acuerdo, preparado bajo la vigilancia benevolente de la CUP sin aprobarlo, siempre a expensas de la decisión asamblearia. Al final, tres meses después, todo el poder es para la asamblea, consejo o sóviet de Sabadell. Chapeau por la astucia de los maquiavelos del bolchevismo catalán y vergüenza imborrable para los dirigentes de JxSí y sobre todo el presidente Mas, que ha mostrado su desnuda impotencia y su brutal irresponsabilidad. No será presidente ni siquiera con los votos de la CUP: será, como máximo, un tretarca vergonzante. Y si la CUP le rechaza, mejor que no vuelva a probarlo en las elecciones de marzo, cuando le harán la cama sus amigos de Esquerra Republicana.

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27 de diciembre de 2015
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El Boomeran(g)
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