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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A dos días del cambio

Dos días de Bush y Cheney, todavía. La pesadilla, por fin, está terminando, ya termina. Sin ellos, sin la carta blanca a Sharon primero y a Olmert después, la guerra de Gaza no habría tenido lugar. El castigo ha quedado ahora congelado: el balance alcanzará por el momento a uno de cada mil habitantes. El fusilamiento de soldados franceses  amotinados en la Primera Guerra Mundial era más intenso: uno de cada diez, pero el castigo colectivo era el mismo. Sin contar con los heridos, los damnificados, los huérfanos, los desatendidos... Obama podrá tomar posesión el martes sin que vayan goteando noticias de muerte originadas en Oriente Próximo. De momento. Es muy fácil que se reanuden al poco tiempo, antes de que los nuevos estén bien instalados en el Gobierno de Washington.

El gobierno de Israel tiene motivos para la satisfacción: ha restituido la capacidad amenazadora de su ejército, temido de nuevo por todos, incluidos los aliados. Me llegan noticias de la capital americana sobre los desperfectos producidos: en las propias filas de Bush hay espanto y disgusto. La Autoridad Palestina ha quedado seriamente tocada. Hamas ha perdido milicianos y cuadros, sus estructuras de gobierno y de asistencia han quedado seriamente disminuidas, pero no su enraizamiento en la población y su prestigio.  El enfado egipcio con Israel es colosal. Los únicos que se relamen silenciosamente son los iraníes: una guerrilla sunní como Hamas les coloca en mejor posición para convertirse ahora en interlocutor.

Si el prestigio militar de Israel cotiza de nuevo, es evidente lo que ha sucedido con su imagen civil. Esta ecuación prefigura el futuro que poco a poco va eligiendo la ciudadanía judía de Israel, con la grave y cada vez más desgarrada disidencia de su 1'3 millón de ciudadanos árabes: la de un país militarizado que sólo mantiene la estabilidad mediante la guerra permanente. El sueño de un Israel en paz, con fronteras seguras, reconocido por sus vecinos, que se convierte incluso en agente de prosperidad y de democratización de la región, lo que se diseño en Oslo, se halla cada vez más lejos.

La esperanza está a orillas de Potomac, donde todo está preparado para la escenificación del cambio. Grandes esperanzas, como la novela de Dickens, en los titulares de muchos artículos y medios de comunicación. Será un gran espectáculo, un momento cargado de emoción y gravedad histórica. Como todas las inauguraciones presidenciales, pero esta vez todavía más. Así es el escenario global de nuestro mundo compartido, cada vez más pequeño pero igualmente ancho y variado: en la capital, los aires de un cambio dramático, lleno de tensión entre el disgusto ante el actual Gobierno y las enormes expectativas del que va a instalarse; en la franja de Gaza, la tragedia de dolor y de sangre, la destrucción y el horror.  Desconectados por unas horas ambos ámbitos, gracias a esa tregua extraña, más cerca de un respiro en una cacería que de una paz deseada y eficaz.

Quien quiera saber más sobre el equipo de Obama tienen en esta dirección del suplemento semanal de The New York Times la oportunidad de leer en los rostros de quienes lo conforman, en un excelente reportaje de Nadav Kander, un magnífico fotógrafo que ha trabajado en Washington en la misma línea de los retratos de Avedon sobre los que también he escrito en este blog. En cuanto a Gaza, han llegado ya muchas y desgarradoras imágenes, pero me temo que lo peor puede estar todavía por llegar.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La escultura del tiempo

El tiempo, el gran escultor, lo tiene muy difícil con George W. Bush. El artista metafórico que imaginó Marguerite Yourcenar no va a sacar nada bueno del presidente cuadragésimo tercero de los Estados Unidos de América, que termina de forma lamentable su mandato el próximo martes 20 de enero. Por más que se haya esforzado en sus numerosas comparecencias desde hace un par de meses, no hay forma de vender la idea de que ha sido una presidencia como todas, con sombras y luces, y al final de las cuentas con un balance salvable y fructífero; nadie la compra. El legado que dejan estos ocho años no puede ser más desastroso: sólo faltaba la ruina del plan de paz de Annapolis, el proyecto lanzado por Bush para que antes de terminar su presidencia Israel y Palestina firmaran la paz. Ahí está la matanza de Gaza como colofón sangriento a su presidencia, con el humillante detalle final: esta increíble sumisión del presidente norteamericano y de su secretaria de Estado a un gobierno dimisionario como el de Israel a la hora de votar una resolución en el Consejo de Seguridad. Hay algo seguro: será difícil que desde Israel alguien vuelva a tratar a Hillary Clinton y a Barack Obama como lo han hecho con los actuales titulares de la secretaría de Estado y de la presidencia Tzipi Livni y Ehud Olmert, este último regodeándose incluso en la suerte de sacar a Bush de un acto público para exigirle que su país no votara la resolución a favor del alto el fuego.

El paso del tiempo promete pues empeorar esta presidencia. Bush confía en lo contrario: que Irak sea pronto una verdadera democracia y alguien se atreva a ponerlo en su cuenta; y que la nueva política antiterrorista de Obama, respetuosa con las convenciones internacionales y el Estado de derecho, no sirva para evitar nuevos atentados en territorio americano. Una pobre perspectiva. Al contrario de lo que ha sucedido con otros presidentes, como Ronald Reagan, el propio Richard Nixon o Bush padre, todo conspira para que la posteridad vaya erosionando la imagen de Bush hijo a medida que se conozcan más y más detalles de su doble mandato.

Deja un país hecho trizas. Con tres dígitos más de paro (7,2 por ciento), un millón más de pobres, seis millones más de ciudadanos sin cobertura sanitaria, un déficit presupuestario de un billón de dólares cuando su antecesor le dejó un superávit de 200.000 millones, y una recesión de profundidad insondable. No es cuantificable la cuenta ya conocida de los desperfectos en la imagen de Estados Unidos, en el Estado de derecho, en el respeto a los derechos humanos y en la moral de sus conciudadanos.

Todo va a caer sobre sus espaldas. Ningún presidente ha acumulado tanto poder desde la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, no ha sido él quien lo ha utilizado sino la pandilla neocon que le ha rodeado, empezando por el auténtico poder en la sombra, el Dark Vader de estos ocho años, el vicepresidente Dick Cheney. Bush ha sido un presidente ligero y ausente, frívolo casi. Ha trabajado tan poco como Reagan, que era un hombre ya anciano cuando llegó a la Casa Blanca, pero no ha tenido carisma alguno ni talento organizativo para sacar partido de su dosificada dedicación política. No ha hecho vida social en Washington. Jamás ha querido relacionarse con los grandes medios de comunicación, tachados por sus amigos neocons de liberales, es decir, progres e izquierdosos. Ha dado muy pocas cenas de Estado, 12 exactamente, según el diario Político, frente a las 30 de Clinton y las 50 de Reagan en el mismo período de tiempo. Sus fines de semana han transcurrido lejos de la capital, en Crawford. Político señala que Martha's Vineyard o Kennenbunkport, en la costa de Nueva Inglaterra, donde pasaban los fines de semana Clinton y Bush padre respectivamente, son la antítesis del polvoriento y caluroso Crawford, sin apenas vida social. Allí ha pasado más de 400 días de sus ocho años de mandato, según las cuentas del periódico washingtoniano.

Si nos atenemos a sus propios comentarios, los símbolos y privilegios del poder presidencial, una especie de monarquía temporal electiva en definitiva, han pesado más en Bush que los propios contenidos de su presidencia. La web presidencial, con profuso protagonismo para la familia, las fiestas y los perros, da una idea de cómo se ve Bush a sí mismo, más cerca del espíritu de las cortes monárquicas y de las páginas rosa que de la gran política contemporánea. Su asesor Karl Rove creyó en algún momento que podía inaugurar una era de hegemonía indiscutible e indiscutida de Estados Unidos en el mundo y de amplio dominio republicano en la política norteamericana y sobre los tres poderes del Estado. Ha sido lo contrario. No ha sido un príncipe auroral sino el vástago crepuscular de una decadencia republicana.



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Israel está en peligro

La acción armada es una forma de transformar el mundo a través de la destrucción y de la muerte. Quien la emprende se propone modificar el estado de las cosas violentamente a la vista de que no puede o no le conviene hacerlo con el empleo de otros medios. El gobierno de Israel espera obtener un debilitamiento lo más grande posible de Hamas, el partido terrorista que gobierna en Gaza y que ha crecido al amparo precisamente de las políticas empleadas con los palestinos en los últimos años. Puede ser que lo consiga. Puede ser que consiga su desaparición, aunque hay mucho escepticismo incluso en el lado israelí sobre la posibilidad de este propósito. Pero lo que no hay duda alguna es que una acción violenta, que implica la muerte de centenares de personas, entre las que hay una altísima proporción de civiles perfectamente inocentes, no modifica únicamente el territorio y la población atacados sino que produce efectos graves en el ejército y en la población atacante. La cultura judía tiene un amplio repertorio sobre este capítulo moral de la violencia.

Sylvain Cypel, periodista judío y francés, corresponsal de Le Monde en Israel y ahora en Estados Unidos, escribió en 2005 un libro notable, ‘Entre muros. La sociedad israelí en vía muerta' (Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores), del que quiero extraer hoy un par de citas. Lo hago porque es un libro importante que tengo ahora mismo a mano, pero hay muchos otros libros y artículos, discursos y declaraciones de pensadores, periodistas, políticos o meros ciudadanos israelíes o judíos, con manifestaciones del mismo tenor, que sirven para profundizar en la misma idea. Ahí va la primera cita: "Desde hace más de cien años, la estrategia del yshuw [la comunidad judía de Palestina previa a Israel] y posteriormente del Estado de Israel -construir una fortaleza y ampliarla sin freno mediante una política de hechos consumados- ha resultado hasta ahora eficaz. Se acerca inevitablemente al umbral a partir del cual esta lógica suscitará resultados opuestos. Porque dado que los palestinos no ‘desaparecerán' de nuevo, el porvenir de Israel y de su población judía pasa por su integración pacífica en Oriente Próximo. Una fortaleza armada hasta los dientes que debe su supervivencia a la imposición constante de su poder al pueblo autóctono y a un entorno mucho más vasto y numeroso, así como el mero hecho de figurar entre las máximas prioridades del proyecto geopolítico de una potencia mundial, aunque hoy en día sea la única que puede decidir, no tiene más futuro que la guerra sempiterna y, antes o después, su propia ‘desaparición' brutal y definitiva. Esto es lo que ya pensaba un célebre judío afectado por el ‘odio a sí mismo', el general Yehoshafat Habkaki, antiguo jefe de la inteligencia miliotar israelí, quien fue mi primer profesor en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Hebraica de Jerusalén".

La otra cita de Cypel. "En la historia de Israel, cada vez que la potencia tutelar ha golpeado con el puño sobre la mesa, el Estado judío se ha sometido". El 21 de enero Ehud Olmert recibirá una señal de este tipo o parecido. En los últimos ocho años se ha producido una auténtica suspensión de este axioma y se han invertido las tornas, entre un primer ministro israelí todopoderoso y un presidente norteamericano sometido y acomplejado por su corte de neocons, hasta llegar al extremo que conocimos ayer en que Olmert exigió y obtuvo de Bush que no votara a favor de la última resolución del Consejo de Seguridad. Urge ahora que se recomponga la correlación de fuerzas. Y que Barack Obama salve a Israel de esos diablos que la conducen al abismo de la guerra perpetua y de la anulación de la democracia. Quienes aman a Israel y hacen votos por su supervivencia y su seguridad como Estado judío, que debiera significar libre y democrático, tolerante y plural, no pueden aplaudir su deriva militarista ni convertir el derecho a defenderse en una represalia inhumana y atroz, fuera de toda ley humana y divina. La simpatía y el amor a Israel no deben llevar a la confusión de los sentimientos y de las ideas. ‘Rigth or wrong, Israel' es lo que parecen pensar algunos de estos incondicionales, preparados a apoyar cualquier cosa que haga su Gobierno por el sólo hecho de que lo sea de Israel. Se equivocan profundamente desde un punto de vista moral, pero también desde un punto de vista político, porque un Israel en guerra perpetua con sus vecinos es un país inviable.



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14 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia la Inauguración

Todo va muy rápido. Más deprisa de lo que tardamos en contarlo. Obama ya advirtió la pasada semana de la profundidad insondable de la recesión en la que hemos entrado y de la necesidad de un esfuerzo serio y audaz para evitar que se prolongue durante años. Ayer lunes ya son muchos quienes dan por descontado que una gran parte de su programa deberá quedar en el cajón de su despacho a la espera de que amaine la situación económica. Sería suicida meterse en berenjenales que lastraran la recuperación como, por ejemplo, reformar el sistema de salud o lanzar las políticas prometidas de restricción de emisiones cuando lo que hay que hacer es poner a toda velocidad las máquinas de la economía de nuevo en marcha. Buena parte del cambio, el que afecta a políticas internas, quizás deberá esperar, sacrificado ante las urgencias de la crisis; pero otra parte, en cambio, la que afecta sobre todo a la política exterior, será objeto de la máxima celeridad. La tragedia de Gaza se encarga de clamar, a diez días del relevo presidencial, por esta última urgencia.

El mismo día en que Bush se despide de los periodistas que le han seguido en la Casa Blanca, se ve cómo Obama prepara el ambiente para su discurso de Inauguración. Junto al mensaje de esperanza y de cambio histórico, perfectamente previsibles, se empieza a intuir que imprimirá a sus palabras matices de dramatismo histórico alrededor de dos cuestiones: el pésimo estado de la economía y el papel de Estados Unidos en el mundo. En el primero, con el plan de grandes inversiones en obras públicas, educación, nuevas tecnologías y políticas sociales, el nuevo New Deal; en el segundo, con la paz en Oriente Próximo como objetivo perentorio, que hará falta alcanzar con una acción muy bien coordinada en todos los frentes: Afganistán, Irak, negociación con Irán y mediación en el conflicto entre israelíes y palestinos.

La ceremonia de los adioses en que está metido Bush prácticamente desde el 4 de noviembre ha ido dando cada vez más protagonismo a Obama, que está intensificando sus intervenciones públicas y acrecentando el esfuerzo pedagógico. Política es pedagogía, decía un socialista catalán de los tiempos de la República. Obama está dedicándose a fondo a la pedagogía política, porque debe conseguir que el Congreso le acompañe a la hora de aprobar con urgencia el plan de salvación económica y tiene la obligación de seguir renovando y generando el caudal de confianza entre los ciudadanos. Pero la lección central de pedagogía política será su discurso inaugural, que será escuchado con suma atención y leído luego con lupa, pues constituye un momento trascendental de la presidencia norteamericana, con especiales resonancias históricas y una extraordinaria repercusión política. Será la referencia que marcará el arranque de su presidencia.

El conjunto del planeta ya puede poner los relojes en hora. El 21 de enero habrá que estar listo para contar con las iniciativas que ponga en marcha la primera superpotencia con su nuevo y joven presidente al frente, que tendrá la obligación de convertir la retórica del solemne día anterior en realidades. Todo lo que está haciendo ahora se dirige a rebajar suavemente las expectativas de un lado, y del otro a concentrarlas en los dos temas ya anunciados: economía y Oriente Próximo; además del anuncio de un compromiso con los derechos humanos, con lo que significa convertir Guantánamo, Abu Ghraib y la legalización de la tortura en pesadillas del pasado. Pero en ambas cuestiones centrales se intuye que habrá novedades, muchas más novedades de las que suelen desechar con escepticismo los conservadores de todo orden.



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13 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un ligero temblor en el ala

Cuando le preguntaron que sintió al bombardear una casa en la franja de Gaza el piloto de la fuerza aérea israelí Dan Dalutz respondió con una frase que ya ha quedado para los anales de la infamia: "un ligero temblor en el ala". Esto no ha sucedido ahora. Fue hace ya muchos años. La franja de Gaza es una zona de guerra desde 1948 y allí la muerte campa por sus respetos como en pocos lugares del mundo. Lo cuenta con prosa concisa y grave en su editorial de ayer, y con idéntico título que el de este texto, el diario Haaretz, cuya lectura no debiera perderse nadie de quienes quieren observar y analizar sin orejeras lo que está haciendo el ejército israelí con el millón y medio de palestinos encerrados en la cárcel de Gaza junto a las milicias terroristas de Hamas.

Dan Halutz llegó a ser el jefe del Estado Mayor de las IDF (Fuerzas de defensa de Israel) desde 2005 hasta 2007 y la dirección de la ofensiva contra Líbano de verano de 2006 fue enteramente obra suya. El editorialista de Haaretz no evoca su controvertida figura para criticarla: este capítulo está ya agotado, sino para hacer algo mucho más difícil para un diario; difícil y además admirable: criticar a la opinión pública israelí, a muchos de sus lectores en definitiva. Así dice la frase del editorial: "Si hace unos años produjo indignación pública el bombardeo de una casa de Gaza y la declaración del entonces piloto y jefe del Estado Mayor Dan Halutz, que dijo haber sentido una ‘ligero temblor en el ala' cuando bombardeó la casa, hoy la respuesta es la indiferencia e incluso la satisfacción ante el daño sufrido por los palestinos".

Una de las novedades que ha aportado esta nueva crisis bélica es un retorcimiento más del lenguaje militar, que invade los medios de comunicación y lanza nubes tóxicas entre nosotros y la realidad. Digo lenguaje militar pero no me refiero únicamente a lo que dicen los militares: los profesionales de las armas más bien no dicen nada, hacen y encargan a otros, con frecuencia diplomáticos, políticos, periodistas, intelectuales, para que hagan la parte ‘limpia' del trabajo sucio, que consiste en ocultar la verdad. Y por más argumentos defensivos y ofensivos, reflexiones históricas o teológicas, razonamientos honestos o intimidatorios que se nos plantee, la verdad desnuda y cruel es que los civiles están muriendo a puñados (la mitad de los 800 muertos contabilizados hasta ayer son civiles y la mitad de los civiles son mujeres y niños) y que no hay fuerza humana o divina que pueda justificarlo ni perdonarlo.

Esta novedad es la que Haaretz ha sabido recoger con extraordinaria agudeza moral al denunciar cómo muchos descendientes de víctimas y supervivientes del Holocausto (no todos, por fortuna, empezando por muchos colaboradores y lectores de Haaretz) acogen las matanzas de Gaza con la misma indiferencia con que los europeos permitimos hace casi 70 años el exterminio de seis millones de nuestros conciudadanos.



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12 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hablaremos de la prensa

Sí, este año hablaremos de la prensa. Este año no habrá más remedio que arrumbar del todo aquel viejo perjuicio que nos impedía escribir sobre nosotros mismos, aunque no dejábamos de recordarlo cuando lo violábamos quizás con asiduidad excesiva. Este año la prensa, el periodismo sobre papel, será noticia con mucha frecuencia, con excesiva y dolorosa frecuencia. La recesión en curso está golpeando de forma especialmente abrupta a los medios de comunicación impresos, a esos viejos artefactos centenarios que orbitan en la galaxia Gutemberg. Pertenecen al mundo antiguo y muchos no sobrevivirán a este 2009 tan duro que ya ha empezado: algunos ya se han quedado en el 2008. Los que consigan superar esta recesión que está secando las fuentes de ingresos publicitarias deberán transformarse y de qué manera porque también se les están secando, de forma más lenta, las fuentes de ingresos por venta, el pago de los lectores por los contenidos.

/upload/fotos/blogs_entradas/eric_schmidt_med.jpgTodo esto no sería noticia si se tratara tan sólo de una noticia especializada y gremial y no estuviéramos ante uno de los instrumentos políticos más poderosos de nuestras sociedades, que sirve para ejercer derechos fundamentales, controlar a los poderosos y garantizar incluso el buen funcionamiento del pluralismo y de la democracia. El futuro de la prensa afecta, por tanto, a todos los ciudadanos. Lo ha dicho con especial énfasis y dramatismo nada menos que Eric Schmidt, el presidente de Google, en una entrevista en la que el periodista le hace en parte responsable y le pide incluso soluciones. La decadencia de la industria periodística "representa una auténtica tragedia en el sentido de que el periodismo es parte central de la democracia", dice Schmidt. "Y no pienso que los bloggers consigan marcar la diferencia", añade.

Pensemos sólo por un momento qué sería de la actual invasión de Gaza sin periodistas que cuenten con medios para recoger informaciones y contrastarlas debidamente; si todo lo que nos llegara fueran las intoxicaciones de unos y otros y no pudiéramos identificar nombres y voces con credibilidad. Sin la admirable Amira Hass, por ejemplo, hija de dos supervivientes del Holocausto y corresponsal israelí en los territorios ocupados para Haaretz, no conoceríamos con tanta precisión la crueldad de los hombres armados de una y otra parte y los sufrimientos de la población palestina. Seguro que a quienes padecen estrabismo de uno y otro bando nos les gustarán las informaciones sobre las ejecuciones secretas de la dictadura islamista en Gaza o de la bomba israelí que mató a ocho personas mientras cargaban un camión que nada tenían que ver con Hamas ni con los lanzamientos de cohetes.



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9 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El imperio ausente

La próxima ronda es para la paz. Las noticias atroces que llegan de Gaza parecen desmentirlo, pues son combustible para el serpentín violento que calienta la región, ese círculo vicioso que buscan los terroristas, y que lleva a descender siempre un peldaño más hacia los infiernos. Pero la guerra lanzada por el Tsahal apenas tres semanas antes de la toma de posesión de Barack Obama como presidente de Estados Unidos, se explica precisamente porque estamos en puertas de un nuevo ciclo político de obligada eficacia en la zona. A pesar de la enorme prudencia del presidente electo de Estados Unidos, que sólo ha querido pronunciar unas breves frases compadeciendo la suerte de la población civil palestina e israelí, es evidente que la política norteamericana hacia Oriente Próximo cambiará de forma sustancial a partir del 21 de enero.

El tema de discusión es el calibre de este cambio. Y no faltarán los escépticos de todos los bandos que proclamen la inmutabilidad del apoyo incondicional de Washington a Israel. Pero los israelíes saben que será imposible superar a George W. Bush en cuanto a incondicionalidad. Saben también que Obama situará a la diplomacia en el centro de su política exterior, lo que no excluye la amenaza militar o incluso la intervención si hace falta. Pero va a quedar clausurada una etapa de militarización de la política exterior y sobre todo de la lucha contra el terrorismo, conducida por los neocons, en la que los gobiernos israelíes se han movido a sus anchas. Ésta es una situación que ya no regresará: ningún otro primer ministro israelí tendrá las manos libres como la han tenido Ariel Sharon y Ehud Olmert con George W. Bush. Pero lo más importante es que Barack Obama quiere comprometerse inmediatamente en una estrategia general para toda la región, en la que la neutralización del Irán nuclear, la estabilización de Irak y de Afganistán y la paz entre Israel y Palestina son piezas de un mismo y complejo puzle. No esperará, como han hecho Clinton y Bush hijo al final de su mandato para hincar el diente al proceso de paz en Oriente Próximo. Y ya ha quedado claro de sus manifestaciones y de las de sus asesores que su compromiso puede llevarle a utilizar las negociaciones directas, sea con Hamás, sea con el régimen de Teherán.

La operación Plomo Fundido, en plena transición presidencial, está pensada precisamente para condicionar el tamaño del cambio norteamericano hacia Oriente Próximo. Para complicarle las cosas a Barack Obama, no para facilitárselas, como cínicamente han argumentado medios neocons norteamericanos. La osadía argumental llega incluso a señalar que Israel está realizando un servicio a todos los países democráticos en su guerra global contra el terror, cuando de lo que se trata es precisamente de prepararse para sentarse en la mesa de negociación en la posición más favorable posible y con las otras partes bien debilitadas. Algo en lo que hay coincidencia con Hamás, que quiere asentar su autoridad sobre los palestinos y reivindicarse como su Gobierno legítimo y lo hace intensificando la provocación a partir del 19 de diciembre, una vez rota la tregua de seis meses. Lo que saben hacer unos y otros es la guerra, matar y morir. De ahí que estén aplicándose a conciencia a su tarea, a costa de expandir el dolor entre los civiles de ambos lados de la línea de demarcación, antes de verse forzados a regresar al camino de la paz.

Esta ofensiva no tiene como objetivo desmantelar las lanzaderas de misiles palestinos. Tampoco derrocar a Hamás. Ambos son probablemente de muy difícil alcance. Es de muy corto recorrido la mera explicación electoralista. Ni siquiera el objetivo más plausible, como es rebajar la peligrosidad del partido islamista, con una buena pasada militar que debilite sus infraestructuras y diezme su militancia, constituye el centro de la invasión. El objetivo de Israel es militar ante todo, y consiste en sacarse la espina de la guerra del Líbano y restaurar, en la medida de lo posible, su prestigio como potencia en la zona y su disuasión convencional. En dos direcciones: de cara a su peligroso vecindario, y de cara a Washington. Esta vez ha escogido atacar Gaza. Pudo ir más lejos y atacar el centro de enriquecimiento nuclear de Natanz en Irán, al igual que hizo en 1981 con la central iraquí de Osirak o más recientemente en 2007 con una instalación secreta en la región siria de Deir ez-Zor. Es un mensaje de dureza ante el período que se abre: si hemos atacado Gaza, también podemos hacerlo con Irán.

De forma pacífica y encomiable también Sarkozy está aprovechando este vacío político para seguir avanzando sus peones. No hay crisis internacional en la que no aparezca el hiperpresidente francés, ocupando el vacío del imperio declinante o quizás sólo momentáneamente ausente y en transición.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vidas paralelas

Es un ejercicio muy antiguo, que ha proporcionado uno de los grandes monumentos de la literatura. Si sirvió entonces y ha seguido sirviendo durante muchos años, no entiendo que haya nada que desautorice a que siga sirviendo ahora. Me refiero a la comparación biográfica, una forma sencilla pero útil de resaltar el carácter y los trazos de las vidas de los personajes por efecto del contraste con otras vidas. Así empieza el conocimiento: primero por la imitación e inmediatamente después por el descubrimiento de las semejanzas y de las diferencias. Pero la comparación es también, según parecen creer algunos, una ofensa: a la unicidad de cada una de nuestras vidas y a la excepcionalidad de las vidas que se toma de referencia. Yo no lo veo así, al contrario. Comparar en periodismo y en historia es, además de un ejercicio útil, una de las fuentes de placer intelectual que proporcionan estos oficios.

/upload/fotos/blogs_entradas/merkel_berlusconi_y_sarkozy_med.jpgBlair y Obama como ayer. Zapatero y Obama, como hace unos días. Sarkozy y Berlusconi, o Berlusconi y Putin como hace unos meses. ¿Por qué no? Estas son comparaciones sugeridas por el propio paisaje contemporáneo, pero hay otras, quizás todavía más sugerentes -y ofensivas, para los espíritus pacatos- que son las que nos murmura la historia con sus inevitables referencias cíclicas. Ahora mismo Obama tiene como referencias comparativas a dos presidentes excepcionales como Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt, mientras que Bush tiene que contentarse con Herbert Hoover, el presidente al que se asocia con la incapacidad de gestionar el Crash del 29 para impedir que se convirtiera en la Gran Depresión.

Hay ejercicios fáciles y extremados: Putin y Stalin, Berlusconi y Mussolini, Aznar y Franco. Pero el mayor interés no está en estas últimas comparaciones tan de carril, sino en las que son fruto de una buen conocimiento y una reflexión profundas sobre el propio pasado, tanto por parte de los políticos como de los comentaristas, y van surgiendo casi por generación espontánea del debate y del diálogo político. Por ahí van los tiros en el caso de Estados Unidos, país de vida política e intelectual muy sólidas y ricas, sin comparación con las de otros países desmemoriados e incultos qure yo me sé. Para que haya memoria histórica hace falta también tener cultura histórica y sentido de las continuidades y de las rupturas. Hay pasados políticos, ricos en experiencias y personajes, que no tienen utilidad contemporánea alguna cuando han dejado de existir en la conciencia pública o se han convertido en la historia de un país que ya no existe, que es como decir, otro país o todavía peor un país muerto.

(Son odiosas, según el adagio, pero más odiosas son las simetrías, sobre todo cuando están fuera de cualquier dimensión razonable. Las más perversas son las morales. Sobre todo cuando se construyen sobre la cuantificación del mal y de la muerte, el calibre de las armas del diablo o el tamaño de las causas que defendemos. Luego hay paradojas extraordinarias: elementos contrapuestos y odiosos en su simetría pueden llegar a convertirse en idénticos y equivalentes. Un ejemplo, la desaparición del Estado de Israel y la creación del Gran Israel, que es lo que quieren respectivamente los extremistas palestinos e israelíes, pueden llegar a confluir en un futuro gracias a la evolución demográfica.)



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El arte de la decepción

Decepcionar, en política, es un arte. No todo el mundo tiene acceso a sus arcanos. Es una forma de finta para descolocar a los enemigos y agrupar mejor a los amigos. Pero a veces sale mal y lleva a que todos queden descolocados y decepcionados. La decepción se convierte en fracaso y puede convertirse en letal. Barack Obama va a poner a prueba muy pronto sus dotes como artista y doctor en decepciones. De entrada ha hecho ya un primer movimiento, probablemente muy ligero frente a lo que nos espera, para empezar a desengañar a una parte de su numerosa y entusiasta parroquia. Los nombramientos para el Gobierno que entrará en funciones a partir del 21 de enero han proporcionado un buen golpe al ala más radical de los demócratas. Es un Gobierno centrista y continuista, que sólo en el capítulo de medio ambiente parece responder al radicalismo de la campaña electoral, principalmente de las primarias.

Pero no deja de ser un efecto anuncio, que obliga a esperar a los hechos. Los cien primeros días permitirán comprobar si el ritmo y la orientación de las decisiones conducirán a prontas y amargas decepciones o si, por el contrario, responderán a todas las expectativas creadas durante sus 21 meses de campaña. Hay que tener claro, sin embargo, que las decepciones más visibles y efectistas suelen producirse en la zona más radical del propio electorado, a la que fácilmente se puede aislar si a la vez se consigue una consolidación y ampliación del consenso en la zona central. La permanencia de España en la Alianza Atlántica tras el referéndum convocado por Felipe González en 1984 decepcionó, y de qué manera, a su electorado más izquierdista, pero consolidó de tal forma la autoridad del presidente en el centro de la escena que llegó a convertirse en una de las bazas de su éxito. La auténtica decepción fue la que llegó después, cuando los asuntos de corrupción y la guerra sucia antiterrorista crearon un divorcio insalvable entre una zona del electorado moderado más próxima y el socialismo.

Algo parecido le ha sucedido, a una escala mucho mayor, a Tony Blair, un político que llegó al poder con unas expectativas enormes, que fueron muy pronto satisfechas sobre todo en temas de política interior, como la paz en Irlanda, la devolution a Escocia o las reformas de la Cámara de los Lores. Decepcionó con su europeísmo tan escasamente efectivo, sobre todo fuera del Reino Unido. Pero la gran decepción, principalmente entre los suyos, se produjo con la guerra de Irak, cuando Blair se ganó el apelativo de caniche de Bush, claramente injusto porque su actitud fue producto más de la arrogancia y de la osadía que de la sumisión: creyó honestamente que sería capaz de dominar y dar la vuelta a la aventura siniestra de Irak hasta conseguir reconducir el proceso de paz entre árabes e israelíes. El auténtico caniche de Bush, utilizado para fotografiarse con él y para lanzar un par de ladridos, fue otro, del que prefiero no hablar. Éste sólo decepcionó muy tangencialmente a la extrema derecha, que hubiera querido todavía más prebendas y concesiones.

Veremos pues cuándo, cómo, en qué y a quién decepciona Obama y hasta dónde llegan sus habilidades a la hora de graduar la disonancia de sus seguidores entre las expectativas que ha creado y las realidades que van a emanar de sus decisiones de Gobierno. Leo en el semanario ‘New York' un sugerente artículo en el que precisamente se establece un paralelo entre los comienzos y las habilidades demostradas por Blair y por Obama, del que se puede deducir una cierta predisposición a una decepción de dimensiones parecidas. Para terminar con el ejercicio, apuntar la existencia de políticos que no navegan por las aguas de la decepción porque nunca han creado expectativas positivas, sino todo lo contrario: su fracaso es todo un éxito, que puede llegar incluso a engrandecerles.



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6 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lecturas de los poderosos

Recuerdo uno de los dibujos más demoledores de El Roto acerca del afán de lectura de un político español contemporáneo. "Lee muchos libros", decía la viñeta. "Pero los caga enteros", remachaba el comentarista. La carrera de lecturas establecida entre George W. Bush y Karl Rove, con resultados anotados y tangibles, da que pensar sobre las virtudes intelectuales de quien pronto dejará de ser presidente de los Estados Unidos y ha sido el primer máximo magistrado norteamericano con un título de MBA (un máster en administración de negocios). En primer lugar, porque el número y el volumen de sus lecturas -un libro a la semana, a veces de 800 páginas- difícilmente es compatible con un intenso trabajo presidencial, que debería incluir una abundante lectura de prensa y de documentos. En segundo lugar, porque los géneros más frecuentados, biografías e historia, permiten establecer la hipótesis de que está preocupado sobre todo por su imagen como presidente, incluida la que pueda quedar para la posteridad, y por los motivos morales de sus posiciones y decisiones, mucho más que por el conocimiento de los problemas con que debe enfrentarse.

El mismo día en que aparece un artículo en la prensa española sobre esta cuestión, leo en el suplemento de libros de The New York Times, una reseña sobre un libro sugerente como es 'Los libros que influyeron en su vida', de Timothy W. Ryback, sobre la biblioteca de Adolf Hitler. Me entero de que el Führer era ya un ávido lector en la trinchera belga durante la Primera Guerra Mundial y de que llegó a tener 12.000 libros en su apartamento de Munich. Por supuesto, todo lo que había que leer para conocer y adoptar las peores ideas antisemitas del momento estaba en su biblioteca. Me entero por el autor del artículo de que Stalin también era un ávido lector, con una biblioteca propia de 20.000 libros. Y recuerdo mi visita al palacio de El Pardo, en 1976, recién muerto el dictador español y mi sorpresa al comprobar que en las estanterías de la biblioteca sólo había ejemplares de los anuarios de las diputaciones provinciales. El provecho que da la lectura y el amor a los libros se reparte de forma muy desigual. Leerlos no es garantía de nada, pero quien ni los ama ni los lee suele tener mucho ganado en el campeonato de la estupidez.



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5 de enero de 2009
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El Boomeran(g)
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