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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Irán en transición

Irán ha sido quizás el mayor beneficiario de los errores de George W. Bush y sus neocons, hasta el punto de que ha resurgido como potencia regional y referencia política hegemónica del islamismo, con extensiones y alianzas por todo Oriente Próximo. La ironía de la historia es que tras alcanzar su cénit de puertas afuera, al régimen jomeinista, corroído en su interior, se le abra la mayor crisis desde su fundación como República Islámica, en lo que son probablemente los balbuceos de una transición política.

Pocas cosas son más difíciles de acompañar que el paso de una dictadura a una democracia cuando se sale de una etapa de polarización extrema, como la que ha presidido las relaciones entre Washington y Teherán durante los 30 años de vida de la República Islámica. Diez días ha durado la retención de Obama ante la represión brutal contra la revuelta democrática en Irán. Su rechazo contundente a las actuaciones del régimen llega en el momento mismo en que la crisis electoral pasa a una nueva fase, en la que es muy probable una sensible disminución de las movilizaciones. La estrategia de la dictadura es ahora bien clara: enfriar la crisis endureciendo el control de la calle, por una parte, y por la otra mantener minúsculos márgenes para las reclamaciones, sabiendo que el final está ya decidido e incluso acotada la fecha de la nueva toma de posesión de Ahmadineyad. Nadie podrá decirle a Obama que ha pretendido influir sobre el resultado final o animado a los manifestantes a seguir protestando. Un comportamiento tan circunspecto era especialmente útil para desmentir ante la opinión pública iraní el papel que el régimen otorga a Estados Unidos, como espantajo útil para justificar todos los problemas, fallos y corrupciones, al estilo de la Cuba de Castro.La herida sufrida por el régimen en su legitimidad supuestamente democrática es incurable. Esos tres millones de votos sobrantes, reconocidos por el Consejo de Guardianes en las urnas de 50 distritos sobre 170, son la pistola humeante que prueba el fraude. No hay más que decir. Si no se anulan, y ahora ya es muy difícil que suceda, Ahmadineyad se instalará como un presidente tramposo, salido de un pucherazo alentado por quien detenta realmente el poder como dictador supremo, que es el ayatolá Alí Jamenei. De un plumazo queda en cuestión el entero tinglado que permitía presentar a la República Islámica como un ejemplo de democracia compatible con la más estricta práctica religiosa.Si en China es la autoridad suprema del partido la que constituye el último dogma que garantiza la cohesión y la disciplina, en el Irán jomeinista este papel lo desempeña la autoridad del velayat el-faqih (gobierno del jurisconsulto), que vela por la adecuación del Estado y la sociedad al dogma indiscutible de la sharía o ley islámica, cuya interpretación esta finalmente en sus manos. A diferencia de China, donde nada ha podido resquebrajar al Partido Comunista, en Irán sí ha sucedido con la autoridad de Alí Jamenei, el sucesor de Jomeini, que ha tomado partido sospechosamente por Ahmadineyad, ha declarado válidas las elecciones y se ha jugado su prestigio entre sus pares, los clérigos, como demuestra el apoyo de Rafsanyani y Jatamí a los candidatos reformistas.El cambio de etapa es especialmente delicado. Obama no puede olvidar su objetivo de normalización de relaciones y debe mantenerse firme en una oferta de diálogo que debe ser con Irán, no con el régimen, sobre el proyecto nuclear. Pero tampoco puede permitir que sea utilizada por Ahmadineyad para recuperarse después de esta crisis. Al contrario, debe habilitar la nueva estrategia norteamericana a la necesidad de cambio democrático expresada en esta protesta. Seguir el camino diplomático será especialmente difícil si de pronto el régimen consigue superar este tremendo bache y resucita más duro y fuerte que nunca. Pero si sucede lo contrario, el diálogo con EE UU puede incluso contribuir a una extensión de las grietas que han aparecido en la República Islámica.La fortaleza del movimiento democrático es innegable. Tiene un objetivo claro: la celebración de nuevas elecciones; un símbolo que cuadra perfectamente en la cultura política chiita: Neda, joven mártir asesinada por los impíos basijis, los porristas lumpen al servicio del régimen; y un lenguaje y formas de combate que se apropian de la legitimidad religiosa hasta ahora radicada en el otro bando. Además, la sociedad iraní, como la española en los años sesenta, ha empezado ya su transición de mentalidades e incluso costumbres. Quien no ha sabido hacerla es el régimen. Ahora es el momento en que son válidas las palabras de Mijaíl Gorbachov a Erick Honecker, el dictador comunista de la República Popular de Alemania poco antes de la caída del Muro: "La vida castiga a los que llegan tarde". Un buen puñado de ayatolás ya lo sabe. No así el Guía Supremo y sus esbirros. Si seguimos el prontuario de la historia, su suerte está echada.



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25 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más preguntas sobre la nueva revolución iraní

Imaginemos que los reformistas toman el poder, que hoy al menos ya es imaginar en el punto en que están las cosas. ¿Alguien puede creer que Musaví y sus amigos, Rafsandjani y Jatamí entre otros, piensan en renunciar al programa nuclear? ¿Puede creer alguien que se esfumen por arte de birlibirloque las actitudes hostiles a Israel y sobre todo a los judíos, con la mera desaparición de Ahmadinejad de la escena política? ¿Cabe la posibilidad de que la teocracia iraní se deshaga como un azucarillo?

La fluidez de la situación política parece, en todo caso, muy notable. Se ha producido un movimiento a la defensiva por parte del régimen, como es el reconocimiento de errores flagrantes en las votaciones en 50 ciudades por parte de un organismo central como es el Consejo de Guardianes (seis teólogos nombrados por el Guía supremo Alí Jamenei y seis juristas nombrados por el jefe del poder judicial, a su vez nombrado por el Guía supremo). El carácter fraudulento de las elecciones y la razón que asiste a quienes piden en las calles por el destino de su voto sólo permiten una respuesta, y es la anulación de los comicios. Si no se anulan, la legitimidad democrática que el régimen ha intentado lucir desde sus inicios queda totalmente cuarteada. Imaginemos, pues, por un momento, que después de este primer paso atrás (un grave error político que demuestra la debilidad de la dictadura) vienen otros más. Que sigue la dinámica de movilizaciones ?y por el momento nada indica que esté perdiendo impulso- y que se llega a conseguir la anulación de los resultados fraudulentos y una nueva convocatoria de elecciones. Si esto sucediera se abriría un período todavía de mayor movilización hasta la celebración de una campaña electoral que podría derivar en una confrontación abierta entre dictadura y democracia. Llegar hasta este punto en un país fuertemente militarizado, en el que el piadoso dictador maneja los hilos de la policía, los servicios secretos y las milicias con gesto compungido y lloroso como si no fueran con él, no es cosa de coser y cantar. El peligro de una enfrentamiento civil serio es bien evidente. Pero imaginemos, imaginemos. Si sucediera todo esto, entonces, no ahora, las preguntas con que empezaba tendrían una vigencia extrema. Y todavía habría que añadir otra más: ¿Un Irán más democrático y menos teocrático dejaría de representar una amenaza existencial para el Estado de Israel? Hay tres cosas que parecen claras. El nuevo régimen seguiría siendo pro palestino. Apoyaría a Hezbolá en Líbano y a Hamas en la franja de Gaza, aunque es muy probable que también favoreciera la recuperación de la unidad con Fatah y su abandono del extremismo violento. Y exhibiría orgullosamente el derecho de los iraníes a contar con una industria nuclear propia e incluso a recorrer el camino para la obtención del arma nuclear si a ninguno de sus vecinos más próximos, Rusia, China, India, Pakistán e Israel, se le ocurre comprometerse en el reto del desarme nuclear que ha planteado Obama. (En otras circunstancias hoy hubiera sido un día perfecto para escribir sobre el espectáculo de Versalles, donde Sarkozy ha resuelto un problema gravísimo que conmociona a los franceses en su vida diaria como es el gran número de burkas que se puede ver por sus calles. Pero la revolución iraní luce un poco más que este sol resplandeciente que ayer iluminó a los franceses y a todo el mundo a pocos kilómetros de París, en la excepcional reunión del Congreso, es decir, el Senado y la Asamblea nacional excepcionalmente reunidos para aclamar y vitorear al presidente. Lo dejaremos para otra y mejor ocasión. Si la hay.)



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22 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama frente a los ayatolás

¿Debe Estados Unidos denunciar el fraude electoral de las elecciones iraníes? ¿Corresponde a la primera superpotencia decidir quién ha ganado los comicios? ¿Está entre sus funciones animar a los manifestantes que exigen unas nuevas elecciones presidenciales? ¿Debe Washington promover el derrocamiento de la dictadura teocrática iraní?

Todas estas preguntas se hallan estos días en el fondo de las numerosas críticas que está recibiendo Barack Obama por su extraordinaria cautela a la hora de pronunciarse sobre la situación política iraní. A pesar de toda su prudencia, el régimen de los ayatolás ha señalado a los países occidentales, encabezados por Londres y Washington, y muy especialmente a sus medios de comunicación, como incitadores de la revuelta. Muchos son los argumentos que aconsejan la máxima prudencia a los Gobiernos democráticos en éste y en todos los casos. En primer lugar, porque apoyar a un candidato significa descalificarlo ante la opinión pública interna. Para Obama significa, además, limitar los márgenes del diálogo con Teherán propuesto en su programa electoral, algo que deberá emprender sea cual sea el desenlace de la crisis. Lo mismo puede decirse del apoyo a los manifestantes, que el régimen quiere presentar como manipulados desde el exterior. Muy distinto es intensificar la presión respecto a las violaciones de derechos humanos y el ejercicio de una intensa vigilancia sobre los comportamientos del régimen, sobre todo por parte de un presidente que se ha mostrado empeñado en su defensa en su propio país, como es el caso de Obama. Hay muchos y variados antecedentes sobre el comportamiento de Estados Unidos ante crisis políticas como las de Irán. Para buscar un caso remoto pero interesante, en 1956 Washington alentó la revuelta armada de los húngaros contra la ocupación soviética, hasta crear la falsa sensación de que las tropas de la Alianza Atlántica podrían acudir en auxilio de los revolucionarios. El pragmatismo de la Guerra Fría, que obligaba a respetar las áreas de influencia dibujadas en Yalta al término de la contienda mundial, dejó tirados y sin otro auxilio que el propagandístico a los desgraciados y valientes húngaros. En 1981, para acercarnos más a nuestras circunstancias, la Casa Blanca de Ronald Reagan se mantuvo discretamente al margen y sin entrometerse ante el golpe de Estado del coronel Tejero. Cabe notar también la discreción con que Estados Unidos, esta vez con Bush padre, abordó la represión de los estudiantes de Tian Anmen, a cargo de un régimen que era ya un estrecho aliado sobre todo en el campo económico. Reagan y Bush padre no tuvieron precisamente unos reflejos muy vivos a la hora de tomar partido, respectivamente, en las elecciones filipinas de 1986 en las que Corazón Aquino tuvo que superar el fraude electoral preparado por el dictador Ferdinand Marcos y en el golpe de Estado del verano de 1991 contra Mijail Gorbachev. La tradición norteamericana en estos casos ha sido, ante todo, la de una reacción según criterios de realismo político y de prudencia respecto a sus propios intereses. Durante la entera Guerra Fría Estados Unidos apoyó numerosas dictaduras, la española sin ir más lejos, y no movió un dedo cada vez que hubo extralimitaciones de sus aliados más impresentables. La presidencia neocon de Bush hijo, curiosamente, fabricó un nuevo tipo de actitud moralista ante las crisis políticas, merecedora de los mayores sarcasmos: siendo una de las peores etapas en cuanto a promoción de los valores y derechos más característicos del ideario fundacional norteamericano, impuso como un dogma del comportamiento internacional el derecho e incluso la obligación de Estados Unidos a interferir y arbitrar en las crisis políticas de cualquier país, principalmente si se trataba de derrocar gobiernos despóticos sin vinculaciones de intereses ni alianzas con Washington. Las actuales exigencias y presiones sobre Obama para que lance diatribas y condenas contra la dictadura de Jamenei son una última extensión de la hipocresía neocon y a la vez parte de la labor de oposición al nuevo presidente para hacer descarrilar su política internacional de apertura al mundo musulmán y de diálogo con el Irán de los ayatolás. Todas estas consideraciones no ocultan la dificultad del momento internacional para Obama, pues en cierta medida está inaugurando una nueva forma de relaciones con el mundo que significa una ruptura con la anterior presidencia y muchas innovaciones respecto a las anteriores. (Enlaces con dos artículos críticos con Obama, de Paul Wolfowitz y Charles Krauthammer)  



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21 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Comparando con China

La revuelta reformista de Irán está llena de incógnitas. Le Monde se hacía ayer dos preguntas en primera página: ¿Quién dirige Irán? ¿Quién tiene el poder para resolver la crisis?. Así son las cosas: quienes deberíamos responder a las preguntas nos conformamos con formularlas correctamente. Irán es un enigma en muchos aspectos, entre muchas otras razones, gracias a 30 años de pésimas relaciones con occidente. Ni siquiera los mejores servicios secretos del mundo tienen buena información sobre el país persa. La actual crisis política, aunque termine de mala manera, ha convertido a Irán en un país más próximo y más transparente. Y a pesar de que el régimen esté limitando el acceso de los periodistas extranjeros, la atracción que ejerce el terremoto político iraní actúa como la marea. Además de excelentes corresponsales fijos, que nos proporcionan información diaria con fuentes directas y bien contextualizada, ahí están las crónicas electorales de enviados especiales de primera fila, como el director del New York Times, Bill Keller, o el cronista político de Times, Joe Klein.

Sabemos poco respecto al carácter del movimiento que hay detrás de los pañuelos y brazaletes verdes, pero empieza a intuirse que está más cerca de la Revolución Cultural China que de los sucesos de Tian Anmen, aunque ciertamente tiene algo de lo uno y lo otro. Con la Revolución cultural comparte el hecho cada vez más claro de que hay una lucha por el poder en la cúpula de la República islámica, entre personalidades de la generación fundacional del jomeinismo, en la que se utiliza a la juventud como fuerza de choque para dilucidar las diferencias. De un lado Ali Jamenei y su pupilo Mahmud Ahmadinejad y del otro Rafsanjani, Jatamí y Musaví. No sabemos todavía si hay un Mao en potencia entre todos ellos, es decir, alguien con la ambición y el proyecto de asentar su poder de forma definitiva y si este episodio terminará ahogado en la represión y la sangre como sucedió en China, donde los jóvenes utilizados de fuerza de choque fueron mandados a reeducarse al campo y muchos dirigentes fueron asesinados, purgados y perseguidos. Con Tian Anmen comparte también el carácter de revuelta generacional pacífica y espontánea. Y su vinculación a la modernidad de comportamientos y de estilo, que en el caso iraní coincide con el uso intenso de las nuevas tecnologías. El grupo de reformistas que apoyaba a Musaví quería conectar precisamente con las nuevas generaciones, y quizás haya sido esto lo que ha hecho saltar la chispa. Se intuye en todo caso que el movimiento desborda ampliamente las ambiciones reformistas, probablemente muy limitadas, de Musaví y sus altos mentores. Será difícil, en todo caso, que el régimen ahogue este movimiento en sangre de la misma forma en cómo lo hizo Deng Xiaoping con Tian Anmen. Allí, además, el movimiento se concretó en la ocupación de la plaza pequinesa, mientras que en Irán el objetivo es repetir las elecciones presidenciales. El ejército desalojó la plaza, pero la reivindicación de unas elecciones que terminen con la dictadura no se disuelve sino que actuará como un corrosivo del régimen mientras no se celebren. (Enlaces: Le Monde, Bill Keller, Joe Klein y Angeles Espinosa).



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19 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia el Estado palestino

Obama y Netanyahu han cerrado el círculo. Todo está dicho. En su larga reunión de Washington el 18 de mayo y en sus respectivas intervenciones en sendas universidades, una árabe y otra israelí, los días 4 y 14 de junio. Y no puede ser más evidente un desencuentro que puede leerse palabra por palabra en el contraste entre ambos discursos. Empieza por la naturaleza del problema al que juntos se enfrentan. Netanyahu lo denuncia sin contemplaciones, es Irán, donde confluyen el extremismo islámico y el arma nuclear, algo que constituye la mayor amenaza para la paz mundial; Obama, en cambio, señala la tensión entre Estados Unidos y el mundo islámico y busca sus raíces en el colonialismo, la guerra fría y las dificultades de la modernización, y desgrana un repertorio en el que está el extremismo islámico, el conflicto israelo-palestino y la proliferación nuclear, claramente separados uno de otro.

Ambos discursos son muy distintos también en cuanto al público al que se dirigen y a los objetivos que persiguen. Mientras Obama quiere convencer a la opinión pública árabe, Netanyahu quiere hacer lo propio con una fracción de la opinión pública israelí, la más conservadora. Obama busca recuperar para su país una posición equilibrada entre israelíes y palestinos, mientras que Netanyahu quiere conseguir el máximo consenso en su campo en el momento en que aparentemente va a dar un pequeño paso hacia adelante. Uno al ataque, pues quiere que avance el proceso de paz entre israelíes y palestinos; y el otro a la defensiva, puesto que quiere gestionar la nueva etapa abierta en Washington con los daños mínimos para su Gobierno de unidad con la extrema derecha. Afloran en ellos dos concepciones y análisis divergentes del mundo y de la historia. Los argumentos del americano se inspiran en la universalidad tanto del mensaje religioso como de los valores fundacionales de EE UU, mientras que los del israelí parten del particularismo judío incluso al formular la idea de paz. En el primer caso, acude a la religiosidad universal y a las tres confesiones monoteístas, con citas de cada una; en el segundo, sólo se mueve dentro y para el judaísmo, que impregna todas sus referencias. El ideal individualista americano exhibido por Obama respecto a la igualdad entre todos los seres humanos contrasta con la reivindicación de los derechos colectivos de quienes pertenecen a una nación milenaria sobre el territorio bíblico, incluida la actual Cisjordania ocupada y colonizada por Israel. El contraste llega a sus biografías, explicitadas en sus respectivos discursos. De un lado, el americano hijo de un inmigrante africano que encarna el sueño de ascensión de su país. Del otro, el israelí guerrero, hijo de un gran historiador de la persecución antisemita en España, y hermano de un caído en combate. La asimetría es cruda en el trato que merecen los palestinos, que sufren una situación "intolerable" según Obama, y son objeto de reconvenciones y signos de la mayor de las desconfianzas por parte de un Netanyahu sin la más mínima vibración humana por sus sufrimientos. Para el primer ministro israelí, el conflicto tiene su único origen en la negativa árabe y palestina a "reconocer el derecho del pueblo judío a tener su propio Estado en su patria histórica", mientras que para Obama hay "dos pueblos con legítimas aspiraciones, cada uno con una penosa historia que hace el compromiso evasivo". No hay color en cuanto a la calidad y textura de ambas piezas oratorias. La primera es un transatlántico que se dirige a los horizontes de la historia y la segunda, un barco de cabotaje pegado a la costa. Más discutible es la eficacia. Deberemos esperar. No hemos hablado de las mutuas concesiones: Netanyahu debe agradecerle a Obama su valiente pedagogía contra el antisemitismo y su reivindicación de la amistad "irrompible" con Israel; Obama a Netanyahu, que haya conseguido pronunciar dos palabras hasta ahora prohibidas para su boca: Estado y palestino, aunque sea acompañándolas de desmilitarizado. Las reacciones también han sido contrastadas. La derecha norteamericana, los colonos y el Irán jomeinista han acogido de uñas el de Obama. Lo mismo han hecho Hamás, la Autoridad Palestina y todos los países árabes con el de Netanyahu. Los pares de adjetivos más conspicuos que les han dedicado han sido "cobarde apaciguador" y "racista neocon", respectivamente. Uno por pedir disculpas y el otro por su arrogancia. La oficina del primer ministro y la Casa Blanca, en cambio, han tenido palabras amables y escuetas para valorar las mutuas propuestas. Netanyahu confía en que el discurso de El Cairo conducirá a "una nueva etapa de reconciliación entre el mundo árabe y musulmán e Israel"; y el portavoz de Obama calificó el de Bar-Ilan de "importante paso adelante". ¿Y es realmente un paso? Sí, lo es. Quizás minúsculo. Pero despreciarlo es optar por la otra dirección, la de la guerra. La conocemos y sabemos bien adonde lleva.



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18 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Y si ha ganado Ahmadinejad?

Hay una idea que van repitiendo unos y otros: es muy probable, efectivamente, que Mahmud Ahmadijead fuera el vencedor de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado viernes. Pero no bastaría comprobar la veracidad de esta proposición para dar la razón al régimen, ni mucho menos. Incluso puede servir para explicar la razón que asiste a quienes se rebelan contra el resultado electoral y exigen unas nuevas elecciones presidenciales.

Hay una cuestión previa que enturbia cualquier análisis. Podríamos tipificar a la República Islámica como una dictadura de pluralismo restringido, una caracterización que aquí nos suena a familiar, pues sirvió para ponerle etiqueta al franquismo. Hay convocatorias electorales y en las urnas cada uno puede depositar su voto sin coacción aparente, e incluso puede haber un margen de indeterminación sobre el resultado de los comicios, como sucedía con las elecciones a procuradores en Cortes por el tercio familiar franquistas. Pero que haya urnas y candidatos no significa que haya elecciones libres ni que esto sea una democracia. Y en cuanto a los márgenes son eso, márgenes que muy pronto pueden quedar desbordados hasta dejar en crudo la verdadera naturaleza del régimen. Recordemos que los candidatos a cualquier elección deben pasar por el filtro del Consejo de la Revolución y que luego no hay sondeos, ni interventores, ni posibilidad de supervisión internacional, y que el recuento se celebra en unas condiciones de oscurantismo por parte del ministerio de la policía dignas de cualquier sospecha. La mayor sombra sobre los resultados cayó cuando se comprobó que el recuento había sido de los más rápidos y eficaces del mundo; algo que Musaví ya esperaba y le condujo a su vez anticiparse a declarar su propia victoria. No olvidemos que sin división de poderes y sin justicia independiente, con posibilidad de recursos y revisiones en forma, es bien escasa la fiabilidad democrática de unas elecciones. Pero regresemos a la secuencia hipotética sobre los resultados. Lo más probable es que el populista y anti occidental Ahmadinejad, fuertemente apoyado por los sectores más pobres de las ciudades y los más tradicionales del campo, obtuviera una victoria que incluso podía estar rozando o superando el 50 por ciento. Lo que es difícil de comprender es que obtuviera un margen tan alto de ventaja, que ésta se diera también en zonas urbanas donde Musaví contaba con muchas posibilidades y, sobre todo, que la victoria quedara clara tan pronto, en un aparente recuento precipitado que sólo se explica por una intervención desde las alturas. Todo conduce a pensar que, incluso habiendo ganado, el régimen no deseaba que la victoria fuera por la mínima o discutida, de forma que se prolongara el ambiente de primavera democrática que ha rodeado la campaña con el horizonte de la segunda vuelta en un cara a cara entre Musaví y Ahmadinejad. Y ante esta situación, que podría abrir las puertas a una revolución naranja iraní, los duros del régimen decidieron sajar con contundencia, mediante una rápida intervención, un auténtico pucherazo, que diera por finalizada la fiesta. Desarrollada la hipótesis puede comprobarse que ésta es una pregunta en realidad irrelevante, dado el grado de opacidad y de control del régimen sobre la población. Lo decisivo es que ni siquiera ha funcionado el pluralismo limitado que Jamenei creía poderse permitir y que sus elecciones, en las que se enfrentaban cuatro hombres del régimen con posiciones más o menos matizadas, se han convertido en el medio para expresar el hartazgo de la gente con la dictadura religiosa y el afán de libertad que hay en la sociedad iraní, sobre todo en Teherán y en sus capas más jóvenes, modernas y urbanas. Aunque Ahmadinejad hubiera ganado, incluso si hubiera ganado por el margen que dice que ha ganado, ha empezado ya a perder porque la naturaleza profunda del régimen está mucho más clara para todos. Esto en las malas condiciones económicas que atraviesa el país; y en la vía del aislamiento internacional emprendida con decisión por Jamenei. La dictadura religiosa de Irán no saldrá de este envite fácilmente. No obtendrá más popularidad en el mundo islámico. Sus pretensiones de liderazgo saldrán también tocadas. Al igual que la legitimidad del régimen, por muchos que esos ayatolás tuerzan el cuello en actitudes piadosas y pretendan convencernos con sus melifluas prédicas y sus alegatos contra la corrupción. A toda dictadura le llega su San Martín. No siempre la fiesta termina con la dictadura, más bien al contrario, hemos visto muchos Tian Anmen en la historia del siglo XX y pocas caídas del Muro de Berlín. Pero ya tan entrado el XXI no hay duda de que este Teherán del verano de 2009 está empezando a pasar a la historia y ojalá lleve finalmente a que pase a la historia la república de los ayatolás y se convierta de verdad en una república de los ciudadanos iraníes.



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16 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los interlocutores

Muchos pensarán que todo habría sido más fácil con Tzipi Livni y con Musaví, pero ni siquiera esto es muy seguro. De momento los interlocutores serán Benjamin Netanyahu y Mahmud Ahmadinejad, encaramados cada uno en su propio monte de intransigencia y de dureza. Pero la historia demuestra que a veces las concesiones más dificiles sólo las puede hacer quien tiene bajo su mando el control de los sectores más reticentes. A eso le llamó Charles De Gaulle la ?paix des braves?, la paz de los valientes, porque es lo que él hizo con los argelinos en la negociación de la independencia.

En este tipo de procesos es muy interesante observar qué es lo que sucede con los más extremistas. Si quienes están al mando son ellos mismos, no parece presentarse problema alguno. Al menos de momento: hasta que aparece alguien más extremista que quiere capitalizar en su favor el desplazamiento hacia el centro. Ariel Sharon, auténtico líder y apóstol de los colonos de Gaza y Cisjordania, permitió que se abriera un flanco a su derecha cuando la desconexión con la franja costera. Su osadía le llevó a abandonar el Likud en manos de Netanyahu, para armar la centrista Kadima. Netanyahu no ha querido repetir el movimiento de Sharon. Ha preferido, al contrario, integrar a los más radicales, sobre todo los de Nuestra Casa Israel, pero de momento no para desactivarlos sino para utilizarlos como fuerza de choque y contrapeso ante cualquier eventual negociación. Con los extremistas suele haber dos lenguajes: el de la represión y el del apaciguamiento; a veces en dosis combinadas. De momento, tratándose de los territorios entre el Jordán y el Mediterráneo los extremistas de un lado se llevan el palo y los del otro la comprensión y los parabienes. Empezar a negociar con los extremistas en el poder suele ser interesante, aunque a veces sea dificil de entender. En Estados Unidos fácilmente prosperará la tesis de que no se puede negociar con una dictadura que acaba de perpetrar un pucherazo. Lo mismo sucederá respecto al plan de Netanyahu, consistente en ofrecer nada a cambio de todo, que nadie en el campo palestino y árabe y muy pocos en el conjunto de occidente se atreverá a defender como un paso adelante efectivo y tangible. Pero eso no significa que no sea útil en uno y otro caso intentar que la gente se siente y empiece a hablar. Es a veces lo más dificil pero también lo más productivo. Y además, cuando se trata de procesos dinámicos, puede proporcionar sorpresas. Por ejemplo, que de pronto aparezca alguien distinto al otro lado de la mesa y con mayor predisposición a alcanzar acuerdos sustanciales. Por ejemplo, que al cabo de unos meses sea Tvipi Livni y no Netanyahu quiene esté negociando con árabes y palestinos; o que sea Musaví y no Ahmadinejad quien se ponga a negociar sobre el proyecto nuclear iraní con Estados Unidos. Pero no es ahora mismo lo que parece más probable. Al contrario: Obama se ha marcado a sí mismo unos deberes que le sitúan en uno de los mayores retos que la escena internacional haya podido plantear a un gobernante en los últimos decenios. Y de momento, lleva la puntuación de este partido en contra: son más los puntos que se están apuntando sus contrincantes, desde Corea del Norte hasta Irán, pasando por Rusia o Israel, que los que han subido a su marcador.



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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos reveses para Obama

Obama ha recibido dos severos reveses este fin de semana, y se lo han propinado dos regímenes enemigos, que se detestan, desean seguir detestándose y sólo se conciben cada uno de ellos en oposición radical al otro, hasta la guerra en un caso y el exterminio en el otro. El Irán de los ayatolás y del radicalismo religioso y nacionalista de una parte y el Israel de los colonos y del sionismo extremista del Likud y de Nuestra Casa Israel, de la otra, le han dicho de forma sonora a Obama que no piensan seguir sus planes de paz para Oriente Próximo, con la creación de un Estado palestino, el cese total de los asentamientos fuera de la ley internacional en Cisjordania y Jerusalén y la firma de una paz en la región que implique el reconocimiento de Israel por parte de todos los páises árabes e islámicos.

Esto es lo que significa la victoria de Mahmud Ahmadinejad en las elecciones presidenciales iraníes que le han dado de forma sorprendente un segundo mandato en la primera vuelta. Ahmadinejad, además de negar el Holocausto judío en manos de los nazis y de amenazar con perpetrar uno de su propia mano, ha convertido el programa nuclear iraní sin autorización internacional en la bandera de una política populista y económicamente nefasta para su país. Su reelección ha sido obra de la dictadura religiosa, que ha cortado de raíz la primavera democrática desatada con la campaña electoral. Muchos son los datos que avalan la teoría del pucherazo, desde la alta e inexplicable votación recogida por Ahmadinejad en Teherán hasta el severo control de los medios de comunicación, la prohibición de las encuestas y el total bloqueo de las comunicaciones telefónicas móviles en la noche electoral. El régimen quiso cerrar el paso a Mussaví en la primera vuelta, porque se dio cuenta a tiempo de que llegar a la segunda vuelta abriría más tiempo a la movilización democrática y pondría a Ahmadinejad contra las cuerdas. Pocos se han alegrado más de la victoria del iraní extremista que los israelíes extremistas, que tienen uno de sus feudos intelectuales en la universidad Bar-Ilan de Jerusalén. Allí es donde ayer por la noche el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pronunció un parlamento que los medios afines han venido presentado como el discurso de su vida y la cumplida respuesta a la propuesta de Obama en su encuentro de Washington y en su discurso de El Cairo. La respuesta de Netanyahu le viene muy bien a Ahmadinejad para seguir disputando a los árabes moderados y a los amigos de Obama el liderazgo sobre el mundo islámico. La propuesta de Netanyahu es, sobre todo, una demostración de habilidad retórica y de escasa voluntad de paz. Un estado que no es un estado, nada de compartir Jerusalén, menos todavía de regreso de los refugiados, un buen pliego de condiciones previas para sentarse con los palestinos ?que reconozcan a Israel como estado judío y acepten que su autodeterminación será siempre parcial y mutilada- y ninguna por supuesto para los israelíes, que van a seguir ampliando las colonias en nombre del crecimiento natural aunque a eso le llamen congelación. Así puede resumirse una propuesta que no es tal y que ofrece a la Autoridad Palestina un mensaje claro: podemos negociar si vosotros lo cedéis todo antes de sentaros; y aún así no nos comprometemos todavía a daros un Estado. Las únicas concesiones de Netanyahu ayer fueron meramente verbales. Su fiabilidad es algo perfectamente conocido por la otra parte. Es lo más parecido a un rechazo elegante del programa de Obama, aunque la mención formal a los dos estados, bien poco comprometedora, ha permitido una reacción positiva inicial de la Casa Blanca. Lo que está dispuesto a dar el actual gobierno israelí ha quedado bien claro: nada de nada. Pero el discurso de Netanyahu no merece leerse en contraste con la victoria de Ahmadijead sino con el discurso de Obama, y al respecto lo primero que contrasta es que su falta absoluta de visión de futuro para sus conciudadanos y para sus vecinos, a los que no sabe concebir sino es como enemigos derrotados y desarmados. Lo suyo es defender sus intereses, desde los más cortoplacistas para conservar su frágil e impresentable coalición con Lieberman, el xenófobo y racista dirigente de Nuestra Casa Israel, hasta los más estables, aunque no menos miopes, de seguir resistiéndose a un proceso de paz en auténticas condiciones de equidad y de justicia para todos. Israel se halla en una auténtica encrucijada, en la que el tren de los dos estados puede pasar muy pronto sin que haya una nueva oportunidad de volver a subirse a él. Quedan pocas alternativas y todas malas, si no hay estado palestino. La primera es la que empieza a prosperar en la cabeza de muchos palestinos: ya que no se les da un Estado hay que disolver la autoridad palestina y situar a Israel frente a sus obligaciones como ocupante y administrador de todos los territorios. El combate por la autodeterminación debe cesar y empezar otro por el reconocimiento de los derechos de ciudadanía, sabiendo que en dos décadas los árabes y los no judíos serán mayoría demográfica en los territorios que hay entre el Mediterráneo y el Jordán. Es la fórmula, rechazada clásicamente por el movimiento sionista, de un Estado binacional para todos, que empezará a coger cuerpo cuanto más vaya difuminándose la fórmula de los dos estados. Hay todavía una alternativa más a esta fórmula, claro está: es la profundización de lo que existe actualmente y lo que Netanyahu defendió ayer noche como estrategia. Un estado demediado, sin todos sus atributos, sin apenas continuidad territorial, sometido a las arbitrariedades y caprichos del gobierno de turno del otro Estado, meramente pensado para la gestión de la vida municipal y económica. Tiene la gran ventaja para Netanyahu y los suyos de que una fórmula así permite y aconseja conservar los actuales asentamientos, ilegales según toda la legislación internacional, que se convierten en un medio muy eficaz para controlar al semiestado vecino. Esta fórmula, por más que no les guste la expresión a algunos en Israel, se parece como un huevo a otro huevo al sistema de apartheid sudafricano. Y tiene un inconveniente mayor, su sostenibilidad a largo plazo, con el actual horizonte demográfico, cada vez más difícil sin que el sionismo pierda totalmente su alma y sus valores humanistas y democráticos. Esta es una larga partida, en la que Obama ha conseguido algo tan importante como que se desplacen las líneas y empiecen a cambiar las ideas recibidas. Pero siendo larga, Obama necesitará obtener resultados muy pronto si no quiere que descarrile toda su apertura al mundo árabe y musulmán.



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14 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que se juega en Irán

El guía supremo de la Revolución jamás pone su cargo a discusión y elección. Es como Franco o Stalin, Fidel Castro u Omar Bongo. Su larga mano llega a todas las instituciones, desde el ejército hasta los jueces, pasando claro está por el parlamento o majlis y la presidencia de la República islámica. En Irán empezarán a cambiar las cosas con esta elección presidencial si Jamanei quiere que empiecen a cambiar las cosas con esta elección presidencial. Las dictaduras son así, las teocráticos y las laicas. Todas suelen tener en un momento u otro un flanco más débil por el que se desbordan las energías reprimidas de los ciudadanos sometidos. En Irán han sido las propias elecciones presidenciales, con sus cuatro candidatos perfectamente revisados y aprobados por el Consejo de los Guardianes de la Revolución, las que se han convertido en la válvula de escape y en un momento singularmente feliz en que se atisban la libertad y el pluralismo.

Pero es más que probable que sea la solitaria golondrina que no hace verano. Hay que ser muy escéptico, en todo caso, respecto al resultado electoral. Será todo un éxito si el candidato oficial, que Jamenei se inventó en su día, Mahmud Ahmanidejad, se ve obligado a pasar a la segunda vuelta, a pesar de contar con todo el aparato del Estado y de los medios de comunicación. La válvula de escape debería convertirse en un torrente democrático para que perdiera en la segunda vuelta. A menos que los planes del ayatolá sean otros: no hay que olvidar que el presidente es, él mismo, un fusible para usar y tirar en cuanto haya realizado el servicio para el que se la ha contratado. El Guía corresponde a lo permanente y el presidente a lo efímero del régimen. Las elecciones son importantes en cualquier caso, con independencia del resultado e incluso a pesar del resultado. La escena internacional está virando a toda velocidad. Hezbolá, el partido iraní del Líbano, acaba de perder las elecciones. Siria, el aliado persa en la zona, tendrá quizás en cuestión de días una nueva oferta de negociación con Israel. El gobierno israelí está obligado a mover pieza. Teherán, a su vez, ya tiene sobre la mesa una oferta de diálogo con Washington y de romper el aislamiento. Dos caminos se bifurcan ante sus dirigentes: seguir profundizando en el camino propio iraní sin adaptarse a nadie o intentar hacer valer todo su peso demográfico, económico, político e incluso ideológico para jugar un papel en el nuevo reparto de cartas que está produciéndose ahora en toda la zona del Gran Oriente Próximo. El primer camino es el de polarización y de la guerra fría regional, en la que Irán puede encontrarse con una alianza de todos en su contra. El segundo es el de la distensión y la cooperación. Ahmadinejad no está especialmente preparado para esta tarea y tiene el lastre de una presidencia lamentable en todos los sentidos, desde la economía hasta el verbalismo populista antisemita con el que intenta mantener encendido el fuego del antioccidentalismo. Pero no va a ser el quien decida, ni siquiera si sale reelegido. Esto es lo que se juega en las elecciones: que Jamenei prefiera adaptarse a los tiempos en vez de mantenerse subido a la parra del radicalismo aislacionista. Y es evidente que Mussavi es mejor candidato para regresar a la comunidad internacional.



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11 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué se puede hacer con este Parlamento?

A la vista del éxito, no es extraño que empiecen a sonar las voces que piden su clausura. Entre los propios eurodiputados que acaban de ganar un escaño los hay partidarios de cerrar la Unión Europea a cal y canto. Y es evidente que el humor dominante está entre el euroescepticismo tan bien arraigado en la derecha y la eurodecepción que florece en la izquierda. No es extraño que algunos evoquen la situación anterior a 1979, año de la primera elección por sufragio universal directo, cuando el parlamento no existía y se trataba únicamente de una asamblea parlamentaria, formada por diputados designados por las cámaras de cada uno de los países miembros.

Si los europarlamentarios no quieren que las próximas elecciones, dentro de cinco años, sean todavía un peldaño más en el descenso hacia las profundidades, tienen la obligación de impulsar y llenar de contenido a una institución que no lo tiene para la gran mayoría de los ciudadanos europeos. La débil participación electoral, especialmente notable entre los nuevos socios, así lo revela. De nada han servido los fervores europeístas, a veces sobrevenidos, que suelen prodigarse en los aledaños de las elecciones, cuando políticos y periodistas se esfuerzan en explicar los grandes beneficios que nos reporta la Unión Europea y la trascendencia enorme que tiene nuestro voto a la hora de modelar una institución de poderes cada vez más sólidos y relevantes. Desde las primeras elecciones europeas, hace veinte años, la participación ha ido decreciendo sin pausa, a medida que la institución iba reforzando sus poderes y adquiriendo otros nuevos, aunque siempre como cámara cosoberana que legisla junto al Consejo de Ministros. Desde el primer momento fue concebida como promesa de una futura unión política en la que finalmente existiría un órgano de la soberanía popular de todos los europeos, la representación de su nuevo demos. Y quizás debido al lento desvanecimiento de esta promesa, convertida en espejismo, cada elección ha ido subrayando la distancia entre la institución que la encarnaba y quienes debían creerla y cumplirla como ciudadanos europeos. No hay que olvidar que el instrumento de una magna asamblea parlamentaria europea es el que se antojaba más eficaz para avanzar en el camino y llegar a culminarlo un día. Y así quedaba expresado en momentos felices, ante comparecencias relevantes de jefes de Estado, en la aprobación de algunas resoluciones, en algunas votaciones decisivas que han marcado como mojones históricos la vida del europarlamento (citaré sólo como ejemplos que salvan la dignidad de la pasada eurocámara, el documento sobre las cárceles secretas de la CIA y la votación contra la semana de 60 horas). Pero, entrado ya el siglo XXI, hace ya algún tiempo que sabemos la naturaleza onírica de toda esta aventura. Fue un sueño de los años ochenta desvanecido totalmente gracias una ampliación hecha a toda prisa y sin aportación de nuevas ideas y energías al proyecto europeo. Al contrario, los países de más reciente incorporación, a diferencia de lo sucedido en anteriores ampliaciones, en vez de sumar entusiasmos renovados e inyecciones de fe y esperanza en el proyecto de unidad europea, se han dedicado a acarrear resquemores y agravios respecto al pasado y a restregar a unos y otros la memoria de cómo les trató el mundo y sobre todo Europa cuando se hallaban bajo la bota soviética. Esta cámara caótica probablemente no llegará nunca a nada, pero es un buen reflejo de la Europa que la ha concebido, y sólo como retrato de lo que somos, de nuestras incapacidades y nuestras frustraciones, puede rendir un buen servicio a los europeos. En ella, como en botica, hay de todo, bueno, malo e incluso lo peor de lo peor, ambición y desidia, europeísmo todavía absurdamente entusiasmado y la inquina más irracional contra Europa y de los europeos. Cuenta por tanto con la virtud de que nos evita tener que mirar hacia fuera cuando se trata de buscar a los responsables de los males de este mundo. Es el mejor espejo que podíamos concebir para esa Europa desganada y dividida que nos mantiene ensimismados en el aire cargado de nuestras respectivas cocinas nacionales.



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9 de junio de 2009
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El Boomeran(g)
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