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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El eclipse español

Atrás queda una época breve y excepcional. España ha regresado adonde solía, a la irrelevancia; a una ausencia de la escena internacional a la que se había habituado durante los últimos tres siglos. Después de unos años en que los españoles eran el perejil de todas las salsas ?construcción europea, Oriente Próximo, desarme nuclear de Irán??, de pronto se han esfumado. El último y más significativo de los mutis es la resolución del contencioso con un país tan próximo como Cuba vía Washington, París o Bruselas, sin que Madrid haya sido el punto de salida ni de llegada de gestión relevante alguna.

Dos diplomáticos de primerísimo nivel como Jorge Dezcallar y Francisco Villar nos dan ahora testimonio escrito y bien documentado de la evolución de la política exterior de la democracia que consiguió sacar a España del aislamiento franquista hasta situarla de nuevo en el corazón del paisaje internacional y también de los errores que han precedido a la irrelevancia y la actitud ausente a la que hoy ha llegado con Rajoy.

Dezcallar ha sido embajador en la plaza más antigua (Vaticano), la más sensible (Rabat) y la más importante (Washington), pero fue como zar de los espías, primero en el Cesid y luego como primer director del CNI, donde adquirió mayor relevancia polémica e incluso noticiosa por sus desencuentros con Aznar tras los atentados de Atocha. Su aportación pertenece a un género que debiera ser una parte más, la final, del servicio público, como es convertir la experiencia en memoria y además amena e instructiva, deber que cumple de sobra y con elegancia, a diferencia del silencio o la torpeza egotista de tantos otros.

No le anda a la zaga Francisco Villar, embajador en París, Lisboa y Naciones Unidas, aunque en su caso usa el ensayo, para volcar su experiencia en la construcción de la política internacional de la democracia española desde sus cargos en Exteriores bajo la presidencia de Felipe González. Es una narración histórica, sistemática y bien estructurada, al hilo de la transición exterior, que culmina en 1988, cuando ?España vuelve a estar en su sitio? y puede ya desplegarse como ?país influyente?, al menos hasta 2002, a mitad de la segunda presidencia de Aznar, cuando se produce ?la quiebra de casi todos los consensos en política exterior? y empieza el declive.

Española es la perspectiva de ambos, de forma que su contribución al declinismo actual es también española. Pero la novedad no enunciada, que en ambos libros se lee al trasluz, es que por vez primera no es España la que se hunde sola porque va a contracorriente del resto de Europa, como era lo habitual en los últimos siglos, sino porque responde al mismo movimiento que está resquebrajando a la Unión Europea y desoccidentalizando nuestro mundo. Magro consuelo, ciertamente.

(La Transición exterior de España. Francisco Villar. Marcial Pons. Madrid, 2016. 270 páginas. 25 euros

Valió la pena. Jorge Dezcallar. Península. Barcelona, 2015. 400 páginas. 19,90 euros)

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22 de marzo de 2016
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Obama rompe la baraja

Obama ha dado sobradas muestras de que es un presidente excepcional. Ante todo, porque es el primer afroamericano que ha llegado a la presidencia de esta república de orígenes esclavistas, en la que todavía se conservan huellas de la segregación racial. Ahora, a diez meses de su mudanza de la Casa Blanca y en plena campaña de unas primarias que dibujan el perfil de la próxima presidencia, acaba de ofrecer otra muestra de excepcionalidad. Ninguno de sus antecesores había expresado con tanta franqueza y claridad, brutalidad incluso, su pensamiento político respecto el papel de Estados Unidos en el mundo, que en su caso se sitúa en abierta contradicción con su equipo de colaboradores y con las ideas más comunes del establishment estadounidense y tiene que molestar particularmente a gran número de sus aliados en el mundo.

El reportaje que publica el mensual The Atlantic en su número de abril, bajo el título de La doctrina Obama ?seis horas de conversación con el presidente mantenidas por Jeffrey Goldberg, un periodista especializado en política exterior estadounidense?, ya es de lectura obligada en las cancillerías, pero además será un documento que pasará a la historia y se estudiará en las aulas universitarias. Esta auténtica primicia, llena de novedades y matices que interesan a todo el planeta, confirma la soledad del presidente en la toma de decisiones y su calidad de analista y de político con un pensamiento propio y en muchos aspectos original, en el extremo opuesto a presidentes casi ornamentales como George W. Bush o Ronald Reagan.

Ninguno de sus inmediatos antecesores, ni siquiera Clinton, Nixon o Kennedy, todos ellos de acusada personalidad y con ideas propias, llegó tan lejos en su protagonismo como este exprofesor de derecho constitucional, el más intelectual de los presidentes que ha tenido EE UU al menos desde Woodrow Wilson. Distinto es el juicio que merece un dirigente político que expone sus ideas de forma tan escasamente diplomática y que muchos consideran arrogante, especialmente por los efectos que tendrá en sus relaciones internacionales. E incluso el momento elegido para explicitar su pensamiento, más propio de un expresidente que pasa cuentas consigo mismo y con el mundo en sus memorias.

Obama parece haber querido emular a Eisenhower con su denuncia del complejo militar industrial tres días antes de la toma de posesión de John F. Kennedy; en su caso, con una denuncia de la militarización de la política exterior y la complicidad del establishment intelectual, universidades y think tanks, en el preciso momento en que Hillary Clinton, una gran personalidad del mundo washingtoniano, afina su imagen presidencial.

La doctrina Obama ha levantado ampollas desde que se publicó hace poco más de una semana. Para el presidente, el cambio climático es un peligro mayor que el Estado Islámico, no hay que fiarse de los aliados tradicionales saudíes y paquistaníes, no hay solución para Oriente Próximo, los europeos son unos oportunistas redomados (free riders) en los que no se puede confiar cuando se trata de resolver conflictos como el de Libia, y, lo peor de todo, en Washington hay una forma de pensar colectiva sobre política exterior ?la llama el Manual de Washington?, que impide tomar decisiones razonadas y razonables y termina confiando finalmente en el poder de la fuerza militar y en la credibilidad amenazadora que se deriva de su uso continuado.

La decisión de no bombardear a Bachar El Asad el 30 de agosto de 2013 tras el ataque perpetrado con gas sarín por el dictador sirio contra su población es el momento culminante para Obama, su ?Día de la Liberación del Manual de Washington?, según Goldberg; y para muchos de sus colaboradores, en cambio, es un golpe a la credibilidad del presidente, que estaba comprometido a intervenir militarmente si El Asad usaba armas químicas, pero luego no cumplió su amenaza. Obama confiesa en la entrevista que se siente orgulloso de esta decisión, tomada casi en solitario, a pesar de que reconoce las dificultades de evaluación, que solo quedarán claras en el largo plazo.

Para los europeos, lo que se deduce de La doctrina Obama es particularmente desastroso. Al presidente solo le interesa la cuenca del Pacífico y se siente molesto con el mundo que gira en torno a Europa y el Mediterráneo. De ahí se deriva el vacío geoestratégico en Oriente Próximo, el apetito ruso por recuperar su perdida hegemonía, la aparición del Estado Islámico y, lo que es peor de todo, el flujo de refugiados que marcha hacia Europa. El periodista e historiador alemán Josef Joffe ha calificado la actitud de Obama de ?aislacionismo con drones?, propia de un presidente que piensa ante todo en los intereses estadounidenses y que se limita a intervenir a distancia y sin riesgos solo cuando no hay más remedio.

La publicación de la entrevista coincide con el anuncio de la retirada militar rusa de Siria, una sorpresa táctica preparada por Putin tras obtener el alto el fuego y el arranque en las conversaciones de paz. Es una nueva demostración de control sobre la agenda de Oriente Próximo desde Moscú, tras la mediación con El Asad para retirar las armas químicas y evitar el bombardeo estadounidense, en 2013. La entrevista rima también con las palabras de George Soros acerca de las intenciones de Putin respecto a la Unión Europea. Según el magnate y filántropo, Rusia se acerca a la bancarrota, resultado sobre todo de la caída de los precios del petróleo, y la única tabla de salvación que le queda es hundir a la Unión Europea.

Analizada la entrevista desde los intereses europeos, tiene escasa importancia si a este Obama en retirada de Oriente Próximo le acompaña o no la razón, pero cobra en cambio el máximo relieve la imagen de escasa fiabilidad que ofrecen los países europeos y la desaparición de la propia Unión Europea del radar de un análisis tan sutil de las relaciones internacionales. Leído al trasluz europeo y desde Bruselas, La doctrina Obama es una denuncia de la extrema irrelevancia geoestratégica a la que está llegando Europa en la escena internacional, agregado de países sin personalidad y mero sujeto paciente y reactivo de las decisiones y acciones de otros.

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21 de marzo de 2016
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El día en que Obama pasó a la historia

Todo estaba preparado para que el presidente diera la orden de bombardear. Nueve días antes, el régimen de Bachar El Asad había perpetrado un ataque contra la población civil, en el que perecieron 1.400 personas de todas las edades y sexo, en el suburbio damasceno de Ghouta. El arma utilizada fue el gas sarín, prohibido por todas las convenciones internacionales, saltándose así la línea roja que Obama había establecido respecto a una intervención militar en Siria.

El Pentágono había ya establecido la lista de objetivos. Cinco destructores navegaban cerca de la costa mediterránea, dispuestos a lanzar sus misiles. Francia estaba preparada también para participar en el ataque. El secretario de Estado John Kerry pronunció un discurso churchilliano en el que advertía que no se puede mirar hacia otro lado ?ante crímenes indecibles? ni permitir que un tirano ponga en peligro ?la credibilidad de Estados Unidos y de sus aliados?.

Para sorpresa de todos, en el último minuto, el presidente decidió que ?no estaba preparado para atacar? y que pediría autorización al Congreso. No hizo falta ni siquiera recabar el voto de los congresistas. David Cameron, que también deseaba participar, había visto rechazada por la Cámara de los Comunes su autorización. Y el propio Obama pidió ayuda a Vladimir Putin, en la cumbre del G20 en San Petersburgo, para que convenciera a El Asad de que destruyera las armas químicas y evitara así el ataque.

Hay muchos días decisivos en la presidencia de Barack Obama: la victoria o la toma de posesión; sus discursos memorables; la noche de Bin Laden; el acuerdo nuclear con Irán; la aprobación de la reforma sanitaria; y tantos otros. Según Jeffrey Goldberg, periodista de la revista The Atlantic, no hay día tan decisivo como ese 30 de agosto de 2013 en que tomó la decisión de no actuar.

Goldberg lo cuenta en un largo reportaje, 70 folios, seis horas de entrevistas y conversaciones con una treintena de sus colaboradores. Es la cuarta entrevista de Goldberg a Obama y la más larga, exhaustiva y novedosa, porque retrata un presidente receloso respecto al establishment washingtoniano de política exterior y en abierta ruptura con lo que llama el Manual de Washington al que habían atendido siempre todos los presidentes.

¿Qué dice este Manual no escrito? Que todo problema tiene una solución, que esta es militar, y que en esta solución militar se juega siempre la credibilidad de la superpotencia. Obama, en cambio, cree que hay problemas que no tienen solución, y menos militar, y que la credibilidad se ha convertido en un fetiche del establishment.

Esta entrevista traeré cola, porque son muchas las novedades que aporta acerca de la política exterior de Obama. Pero de momento, tomemos nota, sobre todo los europeos, de este día decisivo en que, según Goldberg, ?Obama evitó que EE UU entrara en otra desastrosa guerra civil islámica? y ?Oriente Próximo se escapó de sus manos y cayó en brazos de Rusia, Irán y el ISIS?. Tardaremos en saber cuál de las dos consecuencias tiene finalmente mayor peso en la definición de nuestro mundo.

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17 de marzo de 2016
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No marear al pasaje

Los grandes transatlánticos cambian de rumbo con enorme lentitud. Solo las embarcaciones ligeras dan golpes de timón. Lo mismo sucede en el orden político, donde no se puede rectificar bruscamente el rumbo de una nave en la que se halla embarcada la parte más sustancial y visible de una sociedad y sobre todo cuando se ve impulsada por la inercia de cinco años en la misma dirección.

La gran rectificación o cambio de rumbo del movimiento independentista ha empezado ya, discretamente, sin exhibiciones, que serían perjudiciales para la causa a la que se dice servir, pero con señales suficientes y claras para quien quiera leerlas. La primera se ha producido en el ritmo temporal y la ha expresado quien sigue siendo el maestro de obra ahora en la sombra, el ex presidente Artur Mas, cuando ha señalado que la independencia no se obtendrá al final de los 18 meses marcados como límite para el gobierno de Junts pel Sí que preside Carles Puigdemont. Ya no hay prisas. Eso va para largo.

La segunda se ha producido en el renovado énfasis sobre el derecho a decidir que reaparece tras su eclipse a favor de la independencia. Pasamos pantalla, pero hacia atrás. Juntos, pero para la consulta. Esto no es irreversible y caben nuevos retrocesos.

Hay razones objetivas que invitan a moderar las prisas. Unas son nuevas: la principal, el ensanchamiento de los márgenes de acción y transacción en la política española, en la que la idea del derecho a decidir se va abriendo camino, incluso en el sindicalismo de simpatías socialistas. Pero hay otras inscritas en la naturaleza del proceso: la más clara, los resultados de las elecciones del 27S, con dos lecturas por el lado independentista, una en clave de mantener rígidamente el rumbo y otra en clave de rectificación.

La retórica lacónica de Gabriel Rufián sintetiza el tenaz esquematismo de la lectura políticamente correcta: el 27S los catalanes ejercieron el derecho a decidir y lo hicieron a favor de la independencia, que ganó por un amplio margen, 47'8 a favor, 39 en contra, 9 por ciento indeterminados. A tan favorable resultado de las elecciones plebiscitarios, se añaden los hechos insólitos de un parlamento y de un gobierno independentista, de forma que solo falta redactar la constitución y ratificarla en un referéndum que será también de autodeterminación y precederá inmediatamente a la proclamación de la independencia.

Una versión más afinada o menos tosca, que es la de CDC, considera que este 47'8 por ciento no es la mayoría que permite conseguir la independencia, que precisa al menos el 7 por ciento del campo de CSQP. Hay que regresar a la pantalla anterior, o incluso aglutinar aquel famoso 80 por ciento que alguna vez estuvo a favor del derecho a decidir. El referéndum sobre el futuro de Catalunya acordado con el Gobierno de Madrid vuelve a aparecer así después de un largo eclipse, concretamente desde que la constitución de Junts pel Sí dejó descolgados del procés y desatendidos electoralmente a quienes habían votado en el proceso participativo del 9N pero no lo habían hecho por la independencia. Y para remachar, ya nos ha dejado claro Artur Mas que la Convergència refundada no será independentista sino que se quedará en el soberanismo, con vocación de recoger votos entre quienes no quieren la independencia pero sí la consulta. Es decir, que pronto volveremos al Estado propio de 2012, sea cual sea su significado, dentro, fuera o a mediopensionista respecto a España.

De esta doble lectura surgen más dos actitudes que dos programas. Los programas, en realidad, son lo de menos porque se igualan en su inviabilidad. De la nueva actitud dialogante y dispuesta a obtener resultados que está empezando a esbozar Convergència es el comienzo de la rectificación. Ahora hay que esperar que el tiempo haga su labor: aparecerá la oportunidad de acuerdos políticos, estimulados por la necesidad, que puede ser muy intensa (un paréntesis solo para evocar el estímulo al pacto que surge del pésimo estado de las finanzas catalanas). También contribuirá poderosamente la clarificación del escenario político español: si hay gobierno todo se precipitará, pero si hay nuevas elecciones seguirá o se acentuará la confusión.

En todo caso, la rectificación está en marcha. La mano mueve el timón y el barco vira con parsimonia, tan lento que los pasajeros apenas lo perciben. Llegará un momento, no tardará mucho, en que se darán cuenta de pronto que la costa que estaba a la derecha ahora está a la izquierda. Pero hay que virar lentamente, no fuera caso que el pasaje se maree y luego quiera bajarse del barco.

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14 de marzo de 2016
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El mundo no volverá a ser bipolar

Hay épocas y quizá gentes caracterizadas por la inconsciencia histórica, que solo viven el presente, y épocas y gentes hipersensibles respecto al pasado, atormentadas por el fantasma de unos acontecimientos trágicos que amenazan con regresar. La nuestra es todavía más extraña porque conviven en ella las dos modalidades de la conciencia del tiempo, con amplios sectores de nuestras sociedades sumergidas en un presentismo digital adanista y otras, quizá más acotadas pero no menos influyentes, atentas y alarmadas, a veces obsesivamente, ante el retorno de los males que afligieron a generaciones anteriores, que se anuncian a través de signos ambiguos de nuestro presente.

Sucedió hace un par de años con el centenario del estallido de la Gran Guerra de 1914 a 1918, fruto de evaluaciones y decisiones de una generación de dirigentes sin visión ni estrategias, auténticos sonámbulos según el historiador británico Christopher Clark (Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914; Galaxia Gutenberg). Y sucede también desde idéntica fecha, sobre todo a partir de la crisis ucrania y la anexión de Crimea, con la idea de una nueva guerra fría que enfrentaría de nuevo a dos campos, el occidental, encabezado naturalmente por Estados Unidos, y el antioccidental, con la Rusia de Vladímir Putin al mando, en una mímesis del periodo entre 1948 y 1989, cuando el mundo quedó repartido y dividido en dos bloques, en un equilibrio del terror garantizado por la disuasión nuclear.

Parece ajustada la idea de los sonámbulos para una Europa ensimismada y adormecida como la actual, a la que una crisis o incluso un percance cualquiera puede situar en una situación indeseada como sucedió con las potencias europeas hace cien años, pero la analogía da poco más de sí. Mayor pegada tiene la idea de una nueva guerra fría, en la que la Rusia eterna vuelve a las andadas de su larga historia como potencia euroasiática, a la vez expansiva y vulnerable, dolida todavía por la desaparición de la Unión Soviética, que Putin calificó como ?la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX?. El zarpazo sobre Crimea acredita la vocación rusa, como el repliegue de Washington y la desgana europea por la propia seguridad acreditan una debilidad occidental propicia a un nuevo reparto del mundo, en el que Moscú se ofrezca de nuevo como capital internacional de las naciones soberanas frente al Washington del imperialismo globalizado.

Late en ambas ideas un temor, expresado por el papa Francisco, acerca de una tercera guerra mundial que, de acuerdo con las intuitivas reglas de la premonición histórica, deberá ser peor aún que la anterior, superadora a su vez en mortandad y devastación a la primera guerra reconocida como tal en el siglo XX. La retórica inflamada y demencial del autodenominado Estado Islámico fantasea en esta dirección, en forma de un enfrentamiento apocalíptico y definitivo entre Occidente y el islam yihadista. Se apoya en la teoría del choque de civilizaciones que formuló el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1993, adoptada como programa, no como análisis, por los teólogos de la guerra islámica en respuesta simétrica a la insensata guerra global contra el terror declarada por George Bush y sus neocons tras los atentados del 11-S.

Tercera guerra mundial o nueva guerra fría no dejan de ser metáforas punzantes que pretenden despertar a los sonámbulos ante los nuevos riesgos surgidos de la redistribución de poder en el mundo. Estamos ahora en un planeta multipolar, donde todo son interdependencias y soberanías compartidas, en vez de dos hemisferios casi incomunicados e ideológicamente opuestos y enfrentados, en el que los países podían aspirar como máximo a soberanías limitadas. La Guerra Fría fue fruto de un mundo bipolar surgido de la II Guerra Mundial que ya no regresará. Nadie, ni siquiera la mayor y casi única superpotencia, puede hacer algo ahora en solitario, sin coaligarse con otros.

La idea misma de superpotencia puede seguir valiendo, pero debidamente especializada, tal como ha explicado Mark Leonard, director del think tank ­European Council on Foreign Relations (ECFR), en su visión sobre los nuevos conflictos, caracterizados no por guerras calientes ni frías, sino por los cortocircuitos o disrupciones en un nuevo tipo de guerras geoeconómicas que funcionan a través de las sanciones y embargos, las oscilaciones monetarias, las regulaciones comerciales o la gestión de las migraciones (Guerras de conectividad. Por qué las migraciones, las finanzas y el comercio son los campos de batalla del futuro; ECFR, 2016).

Según esta visión, hay al menos siete superpotencias especializadas: una militar y financiera, que es EE UU; otra comercial y reguladora, que es la UE; una ascendente en construcción de infraestructuras mundiales, que es China; como hay otra en migraciones, que es Turquía; una energética, que es Arabia Saudí; y, finalmente, una muy especial, que es la superpotencia aguafiestas (spoiler) por excelencia, especializada en la disrupción: Rusia. Pero ni siquiera ella sola puede hacer una guerra fría, ni tampoco puede hacerla con el apoyo, de momento táctico y oportunista, de China, porque en el plano de la competencia geopolítica, a pesar de su superioridad territorial, representa la parte estratégicamente más frágil.

El eterno retorno también sirve para el resurgir de China como potencia global, que se observa a sí misma como lo que era EE UU tras la guerra de Secesión, en un ascenso tan pacífico como el que imaginaron los dirigentes estadounidenses al menos hasta la victoria de 1898 sobre el viejo imperio español. Subraya el paralelismo la visión de Asia predominante en Pekín, sorprendentemente análoga a la doctrina Monroe (?América para los americanos?), con la que se pretende expulsar a las potencias ajenas al continente para actuar como el poder imprescindible y central.

Nada hay todavía en esta visión china que se acerque a la división bipolar del planeta en áreas de influencia. Ni tampoco se plantea algo como una guerra fría meramente asiática, aunque haya rearme e incluso escalada, con empujones y codazos en las islas y peñascos de los mares circundantes de China. Ni siquiera pertenecen a la guerra fría las brasas todavía ardientes en la península de Corea de la guerra caliente de hace más de 60 años con que se inauguró la época bipolar, aunque el reino ermitaño de Kim Jong-un mima como nadie los gestos, y la agresividad de la Unión Soviética de la peor época. La nueva guerra fría, al menos en lo que alcanza la vista, no tendrá lugar.

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13 de marzo de 2016
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La fábrica europea, en ruinas

La fábrica ya no funciona. Fue competitiva y ambiciosa hace tiempo, pero ahora ha quedado gripada y nada útil sale de sus cadenas de producción. El desastre industrial va más allá de los meros intereses de sus propietarios. Había sido antaño una fábrica admirable, única, y sin parangón en cuanto a productividad, que servía de modelo y suscitaba envidia y emulación en todo el mundo; pero ahora, convertida en una ruina, se ha transformado en todo lo contrario, motivo de sarcasmos para los de fuera y zoco vergonzoso donde mercadean los de dentro con las piezas del desaguace.

Nadie como la Unión Europea había producido tanta prosperidad, democracia y estabilidad en la historia de la humanidad en los últimos siglos, hasta el punto de que la adhesión al que era el club de los países más libres, civilizados y ricos del planeta fue la liebre que hizo correr a muchos, entre otros a España, desde las dictaduras a las democracias. Tras el desenlace de la guerra fría, también los países liberados del bloque soviético contaron con la UE como pista de aterrizaje en la reunificación del continente. E incluso Turquía transformó su sistema político custodiado por los militares e inició el camino liberal espoleada por su candidatura a la integración.

La turbina que hacía funcionar aquella fábrica boyante eran los criterios llamados de Copenhague, decididos en 1993, en una cumbre para admitir nuevos socios, respecto a la estabilidad de las instituciones democráticas, el Estado de derecho, los derechos humanos y la protección de las minorías; criterios que Turquía se esmeraba en cumplir hace diez años y que ahora vulnera a plena luz del día hasta el punto de convertir la aceptación de sus incumplimientos en condición para su cooperación ante la crisis de los refugiados. La UE dio la espalda a Turquía, y especialmente las derechas francesa y alemana, cuando se iniciaron las negociaciones de adhesión y Erdogan acababa de llegar al gobierno. Había temores demográficos, religiosos y geopolíticos, que se expresaron con desenvoltura hasta bloquear las negociaciones de adhesión cuando Ankara evolucionaba en la buena dirección. Ahora en cambio, cuando se halla en plena involución hacia un régimen personalista y autocrático, que coarta las libertades y ataca a las minorías, la UE se echa en brazos de Ankara y le da financiación, exención de visados para circular por la UE y la luz verde para las negociaciones de adhesión, todo a cambio del control del flujo de los refugiados.

Si al principio era la fábrica democrática europea la que estimulaba el reformismo turco, ahora es el autoritarismo turco el que contamina a la fábrica en ruinas. La Turquía de que aspira a la adhesión refuerza así el bloque de las democracias iliberales y populistas en que se está convirtiendo el grupo de Visegrado, conformado por los antiguos países socios del pacto de Varsovia. La crisis de los refugiados está cambiando Europa, hasta convertir el solar donde estuvo la fábrica de democracia en el campo dividido donde acampan y encienden las hogueras los populismos.

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10 de marzo de 2016
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Una puerta de salida que nadie quiere tomar

Hasta el 1 de enero de 2009, cuando entró en vigor el Tratado de Lisboa, la UE no tenía puerta de salida. Si un Estado miembro quería abandonarla, nada había en los tratados que lo permitiera y que señalara además cómo había que hacerlo. Con los altos vuelos que tomó la Convención Europea entre 2001 y 2003, con el encargo de redactar una Constitución, se estableció un camino aparentemente claro para salir de la Unión: es el actual artículo 50 del Tratado de Lisboa, que fue el artículo I-60 de aquel texto constitucional no nato, debido a los resultados negativos de los plebiscitos convocados en 2005 en Francia y Holanda.

A nadie puede extrañar que Reino Unido sea el primer país que se interesa por esta puerta de salida todavía por estrenar. Londres ha sido siempre el socio reticente, que desde que ingresó en 1973 ha intentado limitar el alcance de la Unión hasta convertirla en una mera zona de libre comercio como era la EFTA, la asociación europea fundada en 1960 como alternativa al Tratado de Roma. Salir de la UE es una idea tan popular que incluso ha servido para organizar un partido, el UKIP (United Kingdom Independence Party). Pero lo gracioso del caso es que, una vez construida la puerta, se está viendo que es escasa la convicción para utilizarla por parte de quienes más despotrican del club al que pertenecen: quieren irse, pero sin utilizar el artículo 50.

A pesar de su euroescepticismo, el primero que no estaba convencido es el primer ministro conservador, David Cameron, que ha venido flirteando con la idea de darse de baja y ha hecho bandera electoral y política de un referéndum para que se le pregunte al pueblo británico si quiere abandonar el proyecto europeo. Lo demuestra que haya pedido y obtenido de los otros 27 socios que se le acomode una fórmula particular, a medio camino dentro y fuera, para que Reino Unido pueda sentirse cómodo sin necesidad de tomar la puerta.

Pero tampoco tienen mucha intención de tomarla quienes están en campaña a favor de abandonar la Unión, con el alcalde de la capital, Boris Johnson, a la cabeza. Si Cameron quiere comer en casa con todos pero dormir fuera, como los mediopensionistas, Johnson, su amigo y condiscípulo en Eton, exige el divorcio de Europa, pero sin abandonar de momento el apartamento para poder seguir así disfrutando de todas las propiedades de la familia, desde la nevera hasta el coche.

Esta es la actitud que exhibe la campaña del no y lo que con mucha probabilidad hará el Gobierno de Londres si vence esta opción en el referéndum del 23 de junio, aunque entonces sea con Johnson en vez de con Cameron como primer ministro. En vez de notificar al Consejo Europeo la intención de Reino Unido de abandonar la UE, tal como contempla el artículo 50 del Tratado redactado para tal ocasión, los partidarios del Brexit tienen la intención de abrir al día siguiente una negociación con Bruselas en la que se discuta de nuevo el futuro estatus británico, pero en ningún caso se ponga en marcha el mecanismo de salida y sobre todo los plazos establecidos en el Tratado.

Hay que entrar en los detalles del artículo 50 para entender por qué la puerta de salida no gusta a los euroescépticos. Quien la tome y comunique al Consejo Europeo su intención de abandonar la Unión se encontrará de entrada con que pierde el derecho de voto en la negociación bilateral que se establece entre el solicitante y el conjunto de los otros 27 socios que se quedan y que no puede participar ya en los debates internos de la UE. La independencia es lo más parecido a un tiro en el pie.

La decisión necesita la mayoría cualificada del Consejo y la aprobación por mayoría del Parlamento, pero si no se llega al acuerdo sobre las condiciones de salida y sobre el nuevo estatuto de Reino Unido, a los dos años entra en acción una cláusula guillotina que deja automáticamente sin efecto los tratados en aquel país. Es la expulsión sin condiciones. Aunque cabe una prórroga indefinida del plazo, solo se obtiene por unanimidad de los 27 socios, una condición que limita el margen de maniobra de Londres.

La negociación entre Londres y Bruselas no es solo sobre la salida de la UE, sino sobre el futuro estatuto de Reino Unido, cuestión de enorme complicación y sin una única respuesta, según la autorizada opinión de Jean-Claude Piris, el jurista en jefe durante años de la UE, que ha detectado al menos siete modelos: 1. Noruega (mercado único sin pesca ni agricultura y sin derecho de voto); 2. Suiza (mercado único sin servicios, sin derecho de voto y constante negociación bilateral); 3. regreso a la EFTA; 4. Turquía (unión aduanera, sin voto ni siquiera en cuestiones tarifarias); 5. acuerdo bilateral de libre comercio con la UE; 6. mera relación dentro de la OMC (Organización Mundial de Comercio), con la pérdida de los 60 tratados de libre comercio firmados por la UE, y 7. acuerdo ad hoc quizás en la línea de lo que ya ha obtenido Cameron.

El plazo útil también debería servir para negociar con los países terceros que tienen tratados comerciales con la UE que rigen en Reino Unido. Además, es probable que un triunfo del Brexit recupere la reivindicación independentista escocesa: habrá que negociar a la vez el nuevo referéndum y luego la separación e ingreso de Escocia en la UE si vence la secesión. Mucho trabajo e incertidumbre a raudales, no para dos años sino para diez al menos, según los expertos británicos en negociaciones internacionales.

Los apóstoles del no, a la vista está, difícilmente tomarán la puerta del artículo 50 si las urnas les dan la oportunidad, sino que querrán negociar una fórmula especial como la de Cameron, que precisamente solo entrará en vigor con el sí y no tendrá efecto alguno en caso contrario. Son las paradojas de la vida: quien dice no quiere decir a veces sí, aunque solo sea para un poco más tarde y en mejores condiciones, y quien dice sí es porque le han buscado un acomodo que le permite sentirse como si hubiera dicho no. Europa no tendrá más remedio que seguir cargándose de paciencia.

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7 de marzo de 2016
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Extrañas noticias orientales

A veces llegan buenas noticias de Oriente. Raro, realmente. Este es el caso de las elecciones iraníes del viernes pasado, en las que los candidatos moderados y reformistas vencieron en las elecciones para el Majlis o parlamento y, lo que es quizás más significativo, para la Asamblea de Expertos, institución formada por 88 clérigos y juriconsultos que velan por la sucesión del Guía Supremo, actualmente el ayatolá Ali Jamenei, de 76 años.

Y más raro es, todavía, que sean precisamente las urnas las portadoras de buenas noticias en una región más favorable a las decisiones autocráticas que a las tomadas por los ciudadanos en elecciones democráticas. La mayor noticia en sí misma es que haya urnas en Irán, que no sean un mero expediente para maquillar al poder en plaza y que sean incluso un elemento de transformación, lo que quiere decir que, con todas las limitaciones que se quiera, en el país persa está naciendo algo similar a una democracia, a pesar de que sea un régimen autoritario tan extraño y laberíntico.

Había mucho escepticismo, debido sobre todo al férreo control que ejerce el Consejo de Guardianes, el organismo controlado por el Guía Supremo que tiene la potestad de vetar a los candidatos electorales. La victoria de los moderados y reformistas tiene un mayor significado e indica una mayor conciencia de los 33 millones de electores, a la vista de la descalificación en masa de candidatos que han realizado los 12 miembros ultraconservadores del Consejo, que dejaba menos opciones a la hora de optar por una u otra papeleta.

Con un Majlis más centrado, el presidente Hasán Rohani podrá gobernar más cómodamente, pero con una Asamblea de Expertos con menos elementos ultras cabe la posibilidad de que la sucesión de Jamenei, muy próxima si atendemos a su edad y salud, recaiga en una personalidad al menos moderada o directamente reformista, o incluso en alguien como el mismo Rohani, que ha protagonizado la actual apertura de Irán al mundo.

Si estas elecciones son un aval a su gestión aperturista y una renovación de la confianza popular que recibió en las elecciones presidenciales de 2013, tienen además un cierto carácter plebiscitario, reforzado por la coincidencia por primera vez de la renovación del Majlis con la de la Asamblea de Expertos, que permite leer los resultados como un impulso y una garantía para el acuerdo nuclear firmado el pasado año y plenamente aplicado desde el 16 de enero, cuando se levantaron las sanciones al comprobarse su pleno cumplimiento.

Buena noticia para Rohani, pero también para Obama, que recibe una confirmación de su política de apertura hacia Irán y específicamente su opción por combinar sanciones y diplomacia, en vez de la guerra y el cambio de régimen que propugnaba su antecesor en la Casa Blanca. Y mala para los vecinos saudíes.

La alegría de unos es el desconsuelo de los otros. Teherán está ganando a Riad la partida de las relaciones públicas internacionales, después de ganarle la partida nuclear, mientras se enfrentan por procuración en las guerras de Siria y Yemen. Pero en este caso Irán gana con el ejemplo. Nada temen más las monarquías del Golfo que la idea misma de un gobierno democrático, a la que los iraníes van acercándose peligrosamente con esta especie de sigilosa y prudente transición que quiere empezar a dar sus primeros pasos.

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3 de marzo de 2016
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El catalanismo de Ciudadanos

Todavía falta perspectiva para tener una idea algo completa de lo que ha sucedido. ¡Nos pasan tantas cosas por primera vez, primeras veces que reclaman cada una de ellas su propia atención! Sí, por primera vez hay un gobierno de mayoría parlamentaria independentista, que con frecuencia se confunde con la existencia de una mayoría suficiente para marchar hacia la independencia. Pero también por primera vez el partido de la oposición, Ciudadanos, está fuera del consenso catalanista; e incluso más, se ha construido contra el consenso catalanista.

El nuevo catalanismo hegemónico, que ha instalado la idea de la secesión en el corazón de su ideología y de su programa a corto plazo, se caracteriza al menos por tres diferencias respecto al catalanismo anterior. Primera: ha abandonado la obsesión de unir a todos los catalanes para privilegiar la unidad de los independentistas. Segunda: ha relegado la idea de negociación y pacto con España a una cuestión meramente instrumental, dirigida exclusivamente al objetivo de la independencia, en vez del carácter casi existencial que tenía para los viejos catalanistas. Tercera: ha renegado del evidente aunque a veces disimulado españolismo del catalanismo, consistente en ofrecer al conjunto de los conciudadanos españoles una voluntad y un proyecto en el que Cataluña se sintiera incluida y colmada.

Las tres ideas no eran un capricho sino fruto de una larga destilación histórica, suma de experiencias y reflexiones centenarias alrededor de una idea sacada de la más elemental ?Realpolitik?: Cataluña no tiene ni la demografía, ni los recursos, ni el emplazamiento, ni las alianzas, ni el poder políticos suficientes para hacer un proyecto aparte, que no cuente con el máximo de su población y de sus fuerzas sociales, todas de hecho; que no tenga sus mayores aliados en el resto de España; y que no aporte ni signifique nada o algo negativo para el conjunto español. La Cataluña real que ahora tenemos ?lengua, cultura, instituciones, imagen y prestigio?es hija de las tres condiciones; y el independentismo, que también es su hijo aunque rebelde y quizás el más consanguíneo, es el que ahora reniega de las tres, confiando en la fuerza de la idea, el deseo y la democracia para alcanzar su objetivo.

El resultado, en todo caso, no es una Cataluña con mayor autogobierno, sino una Cataluña que tiene a Ciudadanos como primer partido de la oposición, dispuesto a pactar en Madrid como pactaron antes los catalanistas y a aportar sus energías al gobierno de España como antes lo hicieron los catalanistas. La crítica fácil confunde las causas con los efectos. Ciudadanos ha salido de Cataluña y es un desarrollo genuino de la política catalana, resultado de la ruptura de los consensos lingüísticos primero y políticos después. No es un agente que se introduce desde el exterior para dividir a los catalanes, como fue el lerrouxismo tras el fenómeno unitario que fue Solidaritat Catalana (1906), sino todo lo contrario, el efecto de la disolución del catalanismo transversal por el tirón del independentismo.

Ciudadanos surgió en Cataluña como reacción organizada contra el consenso catalanista y se ha extendido al conjunto tras superar la hegemonía del antinacionalismo de matriz vasca que era UPyD. Para los votantes españoles Albert Rivera encarna la fiabilidad de los catalanes. Ahora ha pactado con el PSOE y puede incluso que entre en el Gobierno si Pedro Sánchez supera su difícil investidura. Ambas tareas pertenecían al territorio de la difunta Convergència i Unió, pero Rivera puede que vaya más lejos todavía, hasta el territorio que Pujol jamás quiso hollar, el de la responsabilidad de Gobierno: ministros catalanes de un partido de matriz catalana en Madrid.

De las elipsis sobre Cataluña que contiene el programa de gobierno entre PSOE y Ciudadanos apenas pueden pedirse responsabilidades a estos últimos: está en su ADN fundacional que los catalanes participen en la política española como españoles libres e iguales. Algo más se le puede pedir al PSOE, que propugna una reforma federal ahora olvidada, y al PSC, que iba más allá cuando todavía se apuntaba al derecho a decidir y ahora busca perfeccionar el federalismo con blindajes y con la apelación a la reforma constitucional como resolución del ?procés?. Pero el máximo responsable es quien está ausente en esta partida después de siglo y medio de persistente y fructífera presencia. Los diputados que se presentaron a las elecciones bajo banderas catalanistas no están ni se les espera porque nada piden ni nada ofrecen que no sea la independencia.

Es también la primera vez que hay reparto de cartas en Madrid sin los jugadores tradicionales que llegaban desde Barcelona. Están agazapados detrás de Podemos, al albur del valor que puedan tener su escaños en caso de que los podemitas entren en juego. Este es el resultado. El catalanismo posibilista puntúa muy alto en la larga y cansina pero decisoria partida de la historia, mientras que el catalanismo rupturista, que solo puede ganar con un gol de oro, queda en el cero absoluto, ayuno de resultados y huérfano de cartas en la actual ronda.

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29 de febrero de 2016
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Un monstruo con vida propia

Guantánamo tiene vida propia. Casi imposible cerrarlo, por mucho que se empeñe Obama. No quedará cerrada ni siquiera el día en que se eche el baldón a la instalación carcelaria en territorio cubano. No lo hará el actual presidente de los Estados Unidos, que lo llevaba en su programa presidencial con el que ganó las elecciones en 2008 y que firmó tras su toma de posesión una orden de cierre que debía entrar en vigor en enero de 2010. Y será difícil que lo haga su sucesor, incluso si fuera Bernie Sanders. No digamos ya si vencen Trump, Cruz o Marco Rubio, todos encantados con mantener abierto el penal.

Ahora hay 91 detenidos. Todos hombres y musulmanes. Algunos entre los 780 que han pasado por sus celdas entraron como niños; 689 han sido repatriados o transferidos a países terceros; y 24 han sido designados por las comisiones militares para su detención indefinida sin cargos ni juicio civil, de forma que Guantánamo vivirá mientras ellos vivan, aunque sea en cárceles especiales en territorio de EE UU en caso de que llegara a producirse la transferencia que Obama se propone.

Imaginado como la cárcel de irás y no volverás por los juristas asesores de George W. Bush, debía servir para detener indefinidamente a los talibanes y a los miembros de Al Qaeda sin ofrecerles las garantías de los tribunales de EE UU. Eran combatientes enemigos sin Estado a los que no se les aplicaban las convenciones de Ginebra para prisioneros de guerra. Tal invención se acogía al carácter excepcional y extremadamente peligroso del nuevo terrorismo, que obligaba a dejar de lado el garantismo para construir un limbo jurídico donde no existiera protección alguna.

Obama ha señalado que Guantánamo sirve para lo contrario de lo que se había imaginado y es ahora un peligro para la seguridad: sirve como bandera propagandística para reclutar terroristas, dificulta las relaciones con los aliados de Washington y tiene unos cortes económicos desmesurados. Pero el actual Congreso de mayoría republicana no hará caso a su petición de clausura, como no se lo hizo en 2009 el Congreso de mayoría demócrata. Nada más impopular que llevar presos de Guantánamo a territorio americano, donde tienen sus votantes los congresistas y senadores.

Hay argumentos republicanos para mantener Guantánamo: tiene buen cartel la mano dura y sin límites contra los terroristas, aun a costa del Estado de derecho. Pero los auténticos motivos son electoralistas, y valen para todos. Al final, el último argumento es que de nada sirve echar una mano a un presidente débil y sin mayoría en el Congreso en su último año de mandato, el famoso pato cojo.

Guantánamo es un cráter radioactivo que abrió George W. Bush en 2002 tras el 11S, cuando Estados Unidos invadió Afganistán, y que no supo liquidar Barack Obama en los primeros compases de su mandato: por falta de concentración --estaba entregado en cuerpo y alma a la reforma sanitaria-- y quizás por su carácter dubitativo. Sus radiaciones permanecerán mientras estén vivos los presos allí detenidos indefinidamente, casi todos ellos suficientemente jóvenes como para amargar unas cuantas presidencias después de Obama.

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25 de febrero de 2016
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El Boomeran(g)
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