Lluís Bassets
Todavía falta perspectiva para tener una idea algo completa de lo que ha sucedido. ¡Nos pasan tantas cosas por primera vez, primeras veces que reclaman cada una de ellas su propia atención! Sí, por primera vez hay un gobierno de mayoría parlamentaria independentista, que con frecuencia se confunde con la existencia de una mayoría suficiente para marchar hacia la independencia. Pero también por primera vez el partido de la oposición, Ciudadanos, está fuera del consenso catalanista; e incluso más, se ha construido contra el consenso catalanista.
El nuevo catalanismo hegemónico, que ha instalado la idea de la secesión en el corazón de su ideología y de su programa a corto plazo, se caracteriza al menos por tres diferencias respecto al catalanismo anterior. Primera: ha abandonado la obsesión de unir a todos los catalanes para privilegiar la unidad de los independentistas. Segunda: ha relegado la idea de negociación y pacto con España a una cuestión meramente instrumental, dirigida exclusivamente al objetivo de la independencia, en vez del carácter casi existencial que tenía para los viejos catalanistas. Tercera: ha renegado del evidente aunque a veces disimulado españolismo del catalanismo, consistente en ofrecer al conjunto de los conciudadanos españoles una voluntad y un proyecto en el que Cataluña se sintiera incluida y colmada.
Las tres ideas no eran un capricho sino fruto de una larga destilación histórica, suma de experiencias y reflexiones centenarias alrededor de una idea sacada de la más elemental ?Realpolitik?: Cataluña no tiene ni la demografía, ni los recursos, ni el emplazamiento, ni las alianzas, ni el poder políticos suficientes para hacer un proyecto aparte, que no cuente con el máximo de su población y de sus fuerzas sociales, todas de hecho; que no tenga sus mayores aliados en el resto de España; y que no aporte ni signifique nada o algo negativo para el conjunto español.
La Cataluña real que ahora tenemos ?lengua, cultura, instituciones, imagen y prestigio?es hija de las tres condiciones; y el independentismo, que también es su hijo aunque rebelde y quizás el más consanguíneo, es el que ahora reniega de las tres, confiando en la fuerza de la idea, el deseo y la democracia para alcanzar su objetivo.
El resultado, en todo caso, no es una Cataluña con mayor autogobierno, sino una Cataluña que tiene a Ciudadanos como primer partido de la oposición, dispuesto a pactar en Madrid como pactaron antes los catalanistas y a aportar sus energías al gobierno de España como antes lo hicieron los catalanistas. La crítica fácil confunde las causas con los efectos. Ciudadanos ha salido de Cataluña y es un desarrollo genuino de la política catalana, resultado de la ruptura de los consensos lingüísticos primero y políticos después. No es un agente que se introduce desde el exterior para dividir a los catalanes, como fue el lerrouxismo tras el fenómeno unitario que fue Solidaritat Catalana (1906), sino todo lo contrario, el efecto de la disolución del catalanismo transversal por el tirón del independentismo.
Ciudadanos surgió en Cataluña como reacción organizada contra el consenso catalanista y se ha extendido al conjunto tras superar la hegemonía del antinacionalismo de matriz vasca que era UPyD. Para los votantes españoles Albert Rivera encarna la fiabilidad de los catalanes. Ahora ha pactado con el PSOE y puede incluso que entre en el Gobierno si Pedro Sánchez supera su difícil investidura. Ambas tareas pertenecían al territorio de la difunta Convergència i Unió, pero Rivera puede que vaya más lejos todavía, hasta el territorio que Pujol jamás quiso hollar, el de la responsabilidad de Gobierno: ministros catalanes de un partido de matriz catalana en Madrid.
De las elipsis sobre Cataluña que contiene el programa de gobierno entre PSOE y Ciudadanos apenas pueden pedirse responsabilidades a estos últimos: está en su ADN fundacional que los catalanes participen en la política española como españoles libres e iguales. Algo más se le puede pedir al PSOE, que propugna una reforma federal ahora olvidada, y al PSC, que iba más allá cuando todavía se apuntaba al derecho a decidir y ahora busca perfeccionar el federalismo con blindajes y con la apelación a la reforma constitucional como resolución del ?procés?. Pero el máximo responsable es quien está ausente en esta partida después de siglo y medio de persistente y fructífera presencia. Los diputados que se presentaron a las elecciones bajo banderas catalanistas no están ni se les espera porque nada piden ni nada ofrecen que no sea la independencia.
Es también la primera vez que hay reparto de cartas en Madrid sin los jugadores tradicionales que llegaban desde Barcelona. Están agazapados detrás de Podemos, al albur del valor que puedan tener su escaños en caso de que los podemitas entren en juego. Este es el resultado. El catalanismo posibilista puntúa muy alto en la larga y cansina pero decisoria partida de la historia, mientras que el catalanismo rupturista, que solo puede ganar con un gol de oro, queda en el cero absoluto, ayuno de resultados y huérfano de cartas en la actual ronda.