Jesús Ferrero
“Y el primer grito me ensordeció. Nunca hubiera creído que mi voz pudiera ser tan alta y durar tanto. Y que todo aquel sufrir se me saliese en gritos por la boca y en criatura por abajo”
La plaza del Diamante -Mercé Rodoreda-
Siguiendo el ejemplo de Roland Barthes, suelo hacer muy extensivo el concepto de novela, y lo identifico con el de narración.
Un poema es una narración, por más abstracto que sea, un ensayo, un mensaje telefónico, una carta, una conversación, un anuncio, un cuadro, un dibujo, una película, una obra de teatro, y un grito bien dado y en su momento también puede ser una narración (el grito de Munch, o el de Tarzán, o el primer grito del parto).
Cuando llegas al café y le cuentas a tu amigo un accidente que acabas de presenciar, en la medida en que ya estás argumentando y verbalizando una experiencia, le estás contando una novela, además de una narración.
Es evidente que utilizamos la narración para darle sentido al mundo, y para sostener el sentido mismo del mundo.
La hemos utilizado siempre, al principio en forma de mitos, más tarde en forma de cuentos y novelas.
Puedo crear un teorema, pero cuando lo explico estoy haciendo ya una narración, y el teorema en cuestión se convierte en una novela con planteamiento, nudo y desenlace.
La narración es algo absolutamente inseparable de la condición humana y por eso solo desaparecerá cuando desaparezca el hombre. Lo mismo pienso de la novela.