Estraperlistas, inversores sin escrúpulos, espías de rojo, escondidos de la segunda gran guerra, monarcas sin tronos, reyes de países desaparecidos, barones de imperios caídos, diplomáticos sin destino, nazis favorecidos del régimen y otras faunas de la vida golfa poblaban la Gran Vía después de la derrota republicana. Los malos habían tomado Madrid, se habían apropiado de la Gran Vía después de haberla bombardeado. Madrid, en los años de la Segunda Guerra Mundial, en los primeros años de la reconstrucción democrática de las ciudades liberadas de los fascismos, se había convertido en el refugio cosmopolita de lo peor de Europa. Una ciudad cosmopolita que estaba llena de agujeros, de miseria, de perdedores, encarcelados, humillados y vencidos. "Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres" como decía el poema del pusilánime, buena persona, bebedor y putero, Dámaso Alonso. Y la Gran Vía era su escaparate para disimular las miserias, para inventarse que Madrid también era New York.
Cien años de la Gran Vía, y setenta años desde que la calle se volvió a iluminar para esconder o disimular la inmoralidad de los vencedores. Ayer me tocó esperar que salieran los Borbones de la librería de la Gran Vía dónde no encontraba un libro que hoy, al fin y en una vieja librería, he podido encontrar. Me pareció una imagen irreal, atrapado en una librería porque allí estaban los reyes. Felizmente se fueron pronto, dejaron sus sonrisas y sus rápidas preguntas por algunos autores, algunos libros. Me pareció escuchar que el responsable de la librería, "La Casa del Libro", les hablaba del centenario de Miguel Hernández, le honra.
Hace años escribí sobre la Gran Vía y algunas de sus más famosas habitantes. Lujosas y menos lujosas chicas de alterne de Pasapoga, Pidoux, El Abra o Chicote. Lugares del pasado, espacios del recuerdo de una calle, de una ciudad que ya no es aquella. Todavía queda "Chicote", pero ya no están las señoritas prostitutas que seguían las normas del barman simpático y franquista, Perico Chicote. Ya no es el que fue. Ni están las chicas en la barra, ni nunca más estará Ava Gadner cogiendo una barata y divertida borrachera.
Me gustaban aquellos simpáticos de la golfemia culta, la generación del 27 de la derecha- Jardiel, Tono, Neville, Mihura, Herreros- que creían haber ganado la guerra y tuvieron que soportar el franquismo. ¡Que se jodan! Tenían su gracia, su humor disparatado, absurdo. "Yo había decidido nacer en Madrid, porque pensé que era el sitio que me cogía más cerca de "Chicote". Hubiera podido nacer en Burgos, o en Sevilla, sin ningún esfuerzo porque ambas capitales estaban terminadas ya; pero eso me hubiera pillado muy lejos para ir a tomar el aperitivo"
Mi homenaje, mi recuerdo, mi cariño a las peripatéticas de la Gran Vía que tuvieron que ocultar a sus padres perdedores, burlar las raciones de las cartillas de racionamiento a golpes de cadera. De meneo de trasero, de falsas copas, de polvos rápidos y de miedos de supervivientes en aquella ciudad abierta, hipócrita, injusta para la mayoría, divertida para algunos. La Gran Vía fue el escenario ideal de todas esas Lolas de espejos oscuros.
