Javier Rioyo
Estoy muy ocupado reflexionando sobre el placer de no hacer nada. Lo vengo practicando, trabajando, hace muchos ocios. Lo complicado convertirlo en negocio. Al menos sacar unas rentas que nos permitan vivir como "un Pepín Bello" de nuestro tiempo. No es fácil, es todo un arte. Y para destacar en algún arte hay que ser un artista. No paso de artesano del encuentro. Ahora he tropezado con la reedición de una de las pequeñas delicias mordaces del imprescindible Oscar Wilde. Gracias a la editorial "Rey Lear", y con nueva traducción, hemos vuelto en un momento oportuno a esta perla llamada "La importancia de no hacer nada". Después vendría "La importancia de discutirlo todo" y un poco antes había publicado "El retrato de Dorian Gray". Año importante para llamarse Oscar.
El breve ensayo sobre el placer de no hacer está forjado con la mejor ironía del autor, con ese arte para colar con humor serios pensamientos, con esa habilidad para hacer brillantes frases que caen en el texto como deliciosos engreimientos literarios, invitaciones a un placer que se desvanece con la delicia del mejor cigarrillo. Como el humo elegante de uno de esos pitillos que te proporcionaban el encanto de dejarte insatisfecho. Todavía me acuerdo. Y en la superficie, y en el fondo, una muy ingeniosa reflexión sobre la razón y el sentido de la crítica. Sobre críticos tan auténticos, éticos e imparciales que nunca se dejarían influenciar por presiones, compras o invitaciones. Y sobre los otros, sobre los normales, sobre esos a los que una invitación adecuada puede hacer cambiar la opinión, "hay cenas que ejercen sutiles influencias".
Se defiende al crítico frente al creador. "Cualquiera puede escribir una novela en tres volúmenes. Sólo se necesita una ignorancia absoluta de lo que son la vida y la literatura…Es mucho más difícil hablar de una cosa que hacerla". Y sabe bien de qué está hablando, aunque podría estar hablando de aquí y de ahora. No han cambiado tanto ni los autores, ni los críticos. "Se ha dicho a veces que no leen hasta el final las obras que les piden criticar. Y no lo hacen. Al menos no deberían hacerlo…Y tampoco es que sea necesario. Para conocer la cosecha y calidad de un vino no hace falta beberse un barril entero. Media hora de lectura debería bastar para saber si un libro vale algo o nada. En realidad basta con diez minutos…"
¿Cómo no querer a Oscar Wilde? Capaz de no disimular algunas de sus pasiones. Caer en ellas, y seguir, insistir, volver…hasta la prisión, hasta la muerte, pero ni un paso más. Tuvo erotismos distintos a los nuestros, pero le entendemos muy bien. Siempre a favor del dulce pecar. "Lo que llaman pecado es un elemento esencial del progreso. Sin el pecado, el mundo se estancaría, envejecería, se volvería gris…Nos salva de la monotonía de la especie al reafirmar el individualismo"
En fin lo dejo, con mis gracias al editor, al mismo del que me tendré que ocupar dentro de unos días porque ha traducido la novela preferida por Hitler, y eso no me lo pierdo. Me voy a mi media hora de lectura. No más, que tengo que hacer un poco de periodismo. Dos oficios muy diferentes. "El periodismo es ilegible y la literatura no se lee". Creo que me haré crítico, me gustan las artes mayores. Y bien remuneradas.