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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Un deseo llamado Deneuve

 

No recuerdo mujer más conturbadora que la joven Catherine Deneuve en "Tristana". Su belleza pálida, su aspecto recatado, una inocencia elegante y provinciana que se convierte en otra cosa. De repente el erotismo, la picardía, la provocación de la belleza en un cuerpo dañado. Se acaba de hacer un homenaje a Buñuel en Cannes recordando esa película, una de sus grandes obras, una historia de Galdos, muy española y buñuelesca. Un personaje que fascino a Hitchcock. La mirada de Tristana, la pierna, su cuello, sus amores y sus rencores, los pechos que nunca vimos mostrados desde ese balcón, las calles de Toledo o el encuentro con la tumba del cardenal Tavera.

Catherine Deneuve, la actriz de la que ya estábamos enamorados desde "Los paraguas de Cherburgo". El erotismo, no lejos de Sade, no de Masoch, en otra película de Buñuel, "Belle de jour". O en aquella de Polanski, "Repulsión". La Deneuve, tan arrogante, tan fría por fuera, tan misteriosa en cualquier exterior.

Musa de su generación, hermosa de la "nouvelle vague", sirena de mares por los que nunca hemos podido navegar, bella y soberbia, nunca olvidaremos que por ella, por estar mirando una foto suya escondida en un libro de literatura, nos expulsaron al pasillo. Nos interesaban más los deseos imposibles con Catherine que las obras de Gracian.

El azar hizo que nuestra vida se encontrara profesionalmente con Buñuel. Antes, en nuestros 16 0 17 años, en una mañana de fugas, nos tropezamos con don Luis por las calles de Alcalá de Henares. El estaba buscando localizaciones para "Tristana", nosotros- mi amigo Pepe Ganga y yo- estábamos de novillos. Hablamos con Buñuel, nos firmo un autógrafo, nos dedico un libro y nos anuncio que "Tristana" seria Catherine Deneuve. Se sorprendió que aquellos dos jóvenes conocieran a la hermosa francesa. Y mucho más que conociéramos al viejo maestro, al mejor director de cine de nuestra historia, que todavía vivía entre el exilio y la desconfianza del franquismo.

Llevo varios días volviendo al recuerdo de los amores juveniles con la Deneuve, en una pared de mi cuarto de trabajo, lleva años mirándome el cartel francés de "Tristana". Mi mira dulcemente, en esa foto azul que no encuentro. Además de su mirada se dice: "la plus belle creation de Catherine Deneuve". Pasaron años, pasaron películas y creaciones, ninguna como esa Tristana.

No podría hacer mi autobiografía sin ella. Lo dejo, me escapo con otras imágenes, esas que me recuerda el admirado Félix de Azua en su "autobiografía sin vida". Una manera de salir de ese icono que es Catherine Deneuve.  

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17 de mayo de 2010
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HEROES TAN CERCANOS

 

 

 

He llegado de Budapest. Hablaremos de sus poetas o de sus mujeres. De sus calles y de sus escritores. Es hermosa y rara. Me acerque al barrio de Sandor Marai, en Buda. Y me acerque al barrio popular de Puskas, aunque jugara con el Real  Madrid fue uno de mis ídolos de infancia. Dentro de un rato mi equipo, el Atlético de Madrid, puede darnos la sorpresa y la alegría de ganar en Europa. Estoy casi preparado para la victoria, después de tantas derrotas. En cualquier caso he recordado unas palabras de Marai, escritas un poco antes de que los alemanes, los nazis, tomaran Budapest y el decidiera quedarse en silencio. Unas palabras que nos valen para prepararnos para una noche como esta.

"El ser humano siempre siente vergüenza cuando se entera que no es un héroe, sino un inepto, un inepto de la historia"

Dentro de unas horas "seremos" la ilusión de unos héroes. O los ineptos seres humanos que solemos ser. Y eso vale para todos los equipos y sus seguidores.

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12 de mayo de 2010
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ESOS PERDIDOS ENCONTRADOS

 

 

 

MUERTOS VIVOS

 

Hace ya casi treinta años una mañana en una radio, en aquella Radio-3, maté a un poeta vivo. Se llamaba Paco Pino, era uno de nuestros modernos más clásicos. Un poeta de búsquedas y capturas, de juegos serios, de poemas visuales, de atrevimientos cultos y rupturas sin romper nada. Le di por muerto cuando estaba bien vivo en su Valladolid natal, en la misma tienda de elegantes paños que la familia tenía en la Plaza Mayor. Me llamó, le pedí disculpas, le resucité y nunca llegué a conocerlo en persona. Siguió haciendo versos, poemas, madrigales...recortando palabras y viviendo. Hasta veinte años después que escribió su fin como un madrigal dedicado a Esperanza

 

"...Y un día acabaré donde tú sabes

        ( y no, ¿más quién lo sabe?

       ni sabes de su cómo, de su qué

       y yo donde sin donde,

  sumido en esa fiesta de increceres

     desollado de ti)

      ....y

     seguirás corrigiendo los

     exçamenes de tus alumnos niños

 

  en tanto un volar de hormigas

           voladoras

  suena en tu habitación,

 

y un pero se mueve

...y yo ya       no estaré

 

¡te moriré! ¿me vivirás?

 

 

El martes pasado, cuatro de Mayo, en otra radio, el mis mañanas en la SER, di por vivo a otro de mis más queridos poetas: José Viñals. Acaba de leer con una cómplice felicidad ese libro último suyo: Pan. Disfrutando otra vez de este poeta que conoce el campo, el cuerpo de la mujer, el pan, la sal, algunas músicas y algunos poetas que también compartimos, esos queridos raros que andan sueltos por algunos libros. Pues Viñals se había muerto. No ayer. Se murió en una tarde de siesta y sur, cerca de los suyos, al lado de esa tan suya. Y nosotros, otra vez sin enterarnos. No debemos fiarnos de lo que no dicen los periódicos. A la mierda los periódicos que no pongan bien destacadas las muertes de los poetas. Y también los nacimientos. Viñals, ese español del sur, ese catalán de Córdoba en Argentina, es otro de los que siguen vivos y misteriosos como la levadura. Vayan a sus poemas. Que se nos van las pascuas.

 

"Perfúmame, muchachita. Tu falda es una ronda de la lavanda, una luz malva, una canción de Schubert. Mi amiga Alexandra Domínguez es como tú pero más densa.

Cuando la suerte me haya perfumado te besaré en la boca. Te besaré en los ojos, te besaré el ombligo. Acabo de ver una luciérnaga, trasunto del verano. Te besaré en el pubis, si acaso te besara"  

 

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5 de mayo de 2010
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Donde no habita el olvido

 

 

 

Dice  Felipe Benítez Reyes en su poema "Catálogo de libros raros, agotados y curiosos: "Todos los libros llevan un estigma de olvido". Para espantar esos olvidos, para espantar ese estigma, convoco en este pregón a los que aman los libros. A  los que han sabido hacerlos llegar a ferias cómo esta para  que otros, como nosotros, los rescaten de su olvido.

No puedo recordar cómo empezó esta pasión tan duradera, civil y benigna, este voluntario oficio de buscador por casetas,  estanterías, mesas, rastros o trastiendas de  libreros de viejo, de antiguo o de ocasión. A veces los recuerdos son cómo notas a pie de página, cómo esas leves e impulsivas escrituras en que armados de lápiz y apuntando en los márgenes, dejamos en los libros que hemos leído: el tiempo las va desdibujando o, sencillamente, lo que un día señalamos con pasión, se transforma en algo críptico e incomprensible también para nosotros que creímos dejar esas marcas contra el olvido.

La plácida enfermedad del buscador, y poseedor, de libros suele manifestar sus primeros síntomas en edad temprana. Crece con los años, se va haciendo más compleja, tiene brotes incontrolados, es resistente a tratamientos y, finalmente, queda estigmatizada como una rara e incurable enfermedad.  Un apacible malestar con el debemos saber vivir. De la misma manera que hay que saber convivir con nosotros mismos: los acumuladores de libros. Y, lo que no es tan fácil, hay que enseñar a otros las maneras de poder compartir la vida con gente como nosotros y nuestras circunstancias. Con nosotros y nuestras amantes: los nuevos y viejos libros. Con los libros encontrados, desordenados, que habitan en montañas caseras, salen de las estanterías, avanzan por los pasillos, se cuelan en espacios privados y aprenden la convivencia con algún orden o en perfecto estado de desorden. Ese caos ordenado con el que debemos convivir.

Entre mis recuerdos infantiles conservo algunos momentos, algunas mañanas, en las que mi padre me había soltado la mano: estaba buscando entre esos montones de la mesa de ofertas algún libro de ocasión en la Cuesta de Moyano. Era maestro y le gustaba leer. Es decir... estaba condenado a comprar entre los libros de saldo. Que la vida era un saldo lo empezamos a comprender más tarde. Entonces solamente éramos un niño al que han soltado la mano, al que han otorgado unos momentos de libertad, en medio de un mundo rodeado de libros y de tebeos. Ilustradas historias que nos llevaban al misterio, las aventuras y a los imaginarios placeres de creernos libres y con un futuro apasionante.

Yo entonces prefería los quioscos, espacios emocionantes como ancladas naves piratas, de tentaciones sin banderas, dónde, además de conseguir pipas, palomitas o chicles se podían cambiar cuentos que olían a nuevo los días de fiesta; o que tenían el pedigrí de las cosas usadas, y abusadas, los días de diario y calderilla. Cuentos de nuestra infancia, universos poblados de historias bélicas, detectivescas, familiares, legendarias o aventureras.

Después de haber pasado horas felices entre universos contados en viñetas, deseabas seguir leyendo, querías más, querías otras dosis, otras fugas. Había llegado la televisión y, aunque muy divertida y sorprendente, entraba en conflicto con nuestro deseo de continuar las lecturas, fueron las dos grandes tentaciones que convivieron en nuestros años adolescentes. Había otras, pero nos desviarían por paraísos perdidos, nos perderíamos entre añoranzas de inocentes novias de nuestro pasado efímero. Los libros eran más nuestros. Más míos, más independientes y más fáciles de manejar que una televisión que tantas veces se compartían con familia y vecinos.  Los libros eran unos cómplices, unos amigos que servían para salir de viaje, de acompañarte al baño, aislarte en el salón o seguir con ellos hasta que, a escondidas, terminabas por llevártelos a la cama. Fieles amigos que comparten sus secretos con los tuyos en aquellas horas de nocturnidades,  de luces apagadas y linternas bajo las sábanas.

La televisión era una luz social que comenzaba a colarse en nuestras vidas. Era lo comunal, vecinal, familiar, abierto y, por suerte, con sus horas limitadas. Nosotros, los lectores de Zipi y Zape, de la familia Ulises y de Tintin, los amigos de las aventuras, teníamos que continuar nuestras búsquedas entre líneas para seguir tras tesoros, espejos, islas, naves, estepas, praderas o ciudades en las que alguna vez seríamos felices.

Nuestros libros eran  nuestras propias habitaciones con vistas. Ya no teníamos que caminar de la mano de nuestro padre. Incluso ya éramos aquellos descubridores de algunos secretos de nuestros padres que se pretendían ocultar en el  apasionante mundo de los libros prohibidos. Entonces ni era raro, ni difícil, estar prohibido. El primer libro que me hizo comprender que mi padre, entre saldos y libros de viejo, entre cuestas, rastros y ferias, lo que de verdad pretendía con aquellos libros era encontrarse con un mundo en que no fueran la prohibición, el control o la desconfianza de tus vecinos, el espacio común de su vida, fue un libro de Darwin. Entre los libros que no estaban a la vista, descubrí una edición de los años treinta de "El origen de las especies". Entonces comprendí que aquellos libros de viejo estaban contándonos que había otros mundos, que existieron otros tiempos, otras libertades, otros pensamientos que nada tenían que ver con el pensamiento único y domesticado de la vida de un joven lector en tiempos franquistas.

Pronto quisimos entender el dulce sabor de la trasgresión. Borges nos confirmó que desde la juventud había que saber viajar y estar preparados para peregrinar en busca de un libro. La lectura de algunos libros ha sido experiencia tan intensa, tan importante como otras grandes emociones de nuestras vidas. Seguir el viaje. Seguir buscando los libros, el libro. Nunca sabremos bien cuál es, ni cuando llegará. Seguir navegando. Navegar es preciso. De aquél libro de Darwin nos fuimos a los libros eróticos; de los poetas del veintisiete a los narradores del exilio; de las ediciones argentinas a las mexicanas y de los rusos a los parisinos del Ruedo Ibérico. Un viaje detrás del rescate de los libros del pasado que por arte de birlibirloque iban conviviendo en nuestras estanterías. Llegaban de los puestos del Rastro, de librerías de la Cuesta o de trastiendas que nos hacían reconocer y  encontrarnos con los nuestros. Con esa "masonería" de los buscadores de libros.

Desde hace ya unas décadas, con llegada de primavera estas librerías viajeras que cada año recalan en un paseo que parece diseñado para el diálogo del ejército civil de los rastreadores de libros, hacen que nuestros habitantes de la galaxia Gutenberg sigan creciendo en contra de todos los pronósticos del fin de esa Era.

Siempre seremos uno de esos que van componiendo una biblioteca que comenzó llenando huecos emocionales, siguió atendiendo a nuestros desiertos políticos, supo burlar los hurtos de la censura y toda una tropa de escritores borrados,  escondidos, tapados, expulsados,  o ignorados.

Y quisimos más. Una vez encontrado el placer del texto, había que gozar con el placer del contexto. Un día nos encontramos pasando de las ediciones utilitarias a ser cazadores de regular fortuna, y escaso poder económico, a la busca  de  hermosas, raras o singulares piezas. Alguna hemos podido conseguir, lo que no impide pertenecer a una tribu que cuenta la forma de una ciudad por la forma de sus librerías. A una pandilla que pasa de conformarse con cualquier edición a la captura de la primera edición.

Del libro anónimo al libro con señales, dedicatorias y vidas anteriores. Somos guardadores de algo con un valor ni muy exacto, ni  muy tangible. Abiertos a ser herederos de placeres ya fueron experimentados por otros. No seremos muchos, pero somos legión. Somos de la estirpe que comparte sensaciones, hallazgos y alegrías que no cotizan en ninguna bolsa. Que no nos hace ni ricos, al contrario; quizá ni listos,  pero si nos permite el orgullo de pertenecer un clan de benéfica y pacífica gente que no quiere perderse placeres que otros supieron contar. Somos restos de una especie que resistirá a la extinción. Saboreadores de placeres de una galaxia que no quiere terminar. Penúltimos amantes del universo de Gütenberg que hemos sabido aguantar bajo las catastrofistas bombas informativas como el pueblo de Madrid supo resistir bajo bombas reales en tiempos de guerras. Perderemos pero no nos derrotarán. Las luces, la razón, hasta el erotismo en sus muchas posturas, están de nuestro lado. Saber vencer contra  lo prohibido para poder llegar al placer de rescatar vida de lo perdido. No se nos anulará con un golpe digital. Somos desorganizados, pero resistentes.

Nunca fuimos "trapiellos", ni "bonets" madrugadores de ésta república; ni somos "chusvisores"o "garcias monteros"  empeñados amigos, tan bibliófilos, tan bibliómanos con los sudores de sus frentes. Ni mucho menos somos unos "sabinas": filobiblón cargado de cultos y letraheridos euros, por la gracia de sus cantes y sus versos. Somos, soy, de los que siempre llegan cuando ya han pasado nuestros amigos más madrugadores o más pudientes, esos nuestros semejantes, nuestros hermanos más sabios de la cofradía de los libros de viejo.  Y, además, cuando llegamos a Nueva York, Abelardo ya había estado  allí. Nosotros hemos sido, seguimos siendo, simplemente, constantes en nuestra inconstancia.

No me niego a encontrar los libros por Internet, esa enorme y útil librería y biblioteca universal, pero no es placer comparable con el de una tarde en una librería de viejo. La emoción de tropezarnos con algo que no buscamos. Con un libro del que no conocíamos siquiera su existencia. Ese inesperado placer no se  encuentra en ningún servidor de la red. El azar está del lado de los libreros de viejo y de sus buscadores. Acabo de leer un hermoso libro de publicación reciente- uno  puede tener dos amores a la vez- escrito por un buscador de libros, un escritor francés llamado Jacques Bonnet, se titula "Bibliotecas llenas de fantasmas", habla de nosotros mismos, de nuestros males y nuestras alegrías. Dentro de poco, como todo libro interesante, lo podremos encontrar entre vuestros libros de saldo. Comienza con esa confesión de Juliano- el querido apóstata- : "Unos aman los caballos, otros los pájaros y otros las fieras; yo, desde niño, estoy poseído por un terrible deseo de poseer libros". Hace un recorrido por pequeñas historias que nos recuerdan a nosotros mismos. Y termina reflexionando de ésta manera: "Los libros de mi biblioteca son como casas antiguas, llenas de presencias de hombres y  mujeres que vivieron en ellas en el pasado, con su lote de alegrías y aflicciones, de amores y odios, de sorpresas y decepciones, de esperanzas y renuncias. Pensándolo bien, sólo he vivido en casas viejas..." Yo estaba pensando en mis amigos letraheridos, ellos también viven en casas viejas, en  casas que como sus libros, como los míos, también conocieron otras vidas. ¿Seremos raros, excéntricos, antiguos y extinguibles? ¿Terminaremos siendo como nuestros libros?

¿Nos pasará aquello que le ocurrió a José Emilio Pacheco con un libro: " Lo compré hace más de quince años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave" Ojalá el libro que encontremos, hoy mejor que mañana, el libro que nos está destinado.

Somos, unos más que otros, discretamente pobres y conocedores de nuestras limitaciones. Estamos preparados  para no conseguir ser los primeros en atrapar las gangas que algunos, notables y ya citados inspectores de nuestras alcantarillas de libros antiguos, viejos, raros o descatalogados, son capaces de encontrar incluso antes de que la Feria esté inaugurada. Nosotros, los modestos rastreadores, seguiremos buscando por ferias y casetas, por cuestas y parques, por lejanas provincias o por Madrid que es nuestro pueblo. Seguiremos buscando porque nosotros no solo buscamos un libro. Es el libro el que nos encuentra. Y para eso hay que seguir viajando por ferias cómo esta.

Este año volveremos a encontrarnos con conocidos, con amigos desde ya hace ya unas décadas- ¡de casi todo hace ya más de treinta años!-, volveremos a pelearnos amablemente por conseguir un espacio de privilegio en los estantes interiores, por hacernos un hueco en el mostrador rodeados de mirones como nosotros, por intentar llegar antes de los conocidos sabuesos, esos que olfatean el libro desde que doblan por Cibeles. Como tantas primaveras volveremos a los mismos ritos, a las contadas alegrías de los encuentros casuales y al placer de regresar a casa para desenterrar nuestros tesoros que ya han tenido otras vidas, otros dueños, otras islas. Este año volveremos a ser felices en este paseo con libros y libreros...pero también éste año será el primero en mucho tiempo en que no podremos disfrutar de la educada tranquilidad, de la memoria lúcida y de la vida llena de libros, de paisajes y paisanajes, de un hombre que conoció mejor que nadie el dulce vivir entre libros. Por supuesto estoy hablando de Pepe Berchi. Ya no estará en esta feria como cada primavera desde hace 34 años. Ya no está pero él sabe, como lo supo Charles Nodier, que "después del placer de poseer libros, poca cosa hay más dulce que hablar de ellos". Pues eso, con los libreros y los libros antiguos y de ocasión hasta la muerte. Pero ni un paso más. 

 

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1 de mayo de 2010
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Viajando con Neuman

 

 

Viajar es leer nuevas caras, acariciar otras calles, pasear otros cuerpos y encontrarte con otras músicas. Y otros libros. Viajar es, también, no moverte de tu habitación. Ahora sigo viajando en compañía de Andrés Neuman. Creo que otra vez hablé de sus aforismos reunidos en un tomo que llamó "El equilibrista": "Se escribe desde dos lugares: el agradecimiento y el rencor". Yo vuelvo a Neuman por el agradecimiento. Por un nuevo agradecimiento como lector ese último libro de anotaciones, retazos de una vida viajada por América con la excusa de pasear con su premiada novela: "El viajero del siglo".

Su recorrido se llama: "Cómo viajar sin ver". Un buen título, aunque mentiroso. El autor se pasa el día viendo y haciéndonos ver.

En muchos lugares me encuentro agradecido. Dice Neuman- ese chico de Buenos Aires que se vino a vivir a Granada- sobre sus compatriotas: "Muchos amigos argentinos de mi edad detestan votar. Los decepciona. Los cansa. O no creen que, en vista de los candidatos, el sufragio sea la mejor expresión ciudadana. Quizá si el fútbol fuese obligatorio y el sufragio voluntario, los ciudadanos (y los hinchas) se tomarían más en serio las urnas" Creo que nosotros, también los españoles de mi generación, nos estamos haciendo argentinos en lo del fútbol. Y en los sufragios. ¿Y por qué no nos hacemos franceses de una vez por todas?

En Francia, en París, estuve unos días felices con algunos amigos. Con uno de ellos, Juan Villoro y en compañía de su mujer, la filóloga y escritora, Margarita Heredia, regresamos a Madrid, a nuestro pesar y en un taxi conducido por un polaco. Nada que ver con eso que recuerda Neuman de un cuento de Villoro, "Los culpables". Escribe el mexicano: "Estoy tan a disgusto con la realidad que los aviones me parecen cómodos". No pasó eso en París, allí, gracias al volcán, nos sentimos a gusto con esa vida detenida durante un tiempo y bajo el volcán. No era Cuernavaca, pero a veces París es mejor.

Agradecimiento a los amigos que escriben. Hoy especial a Neuman con el que también compartimos esa "Sensación de haber olvidado algo en algún lugar. De que en todo lugar olvidamos algo, además de llevarnos algo"

Me tengo que ir. Hago otro corto viaje: "Uno despega para aterrizar en sí". Y a veces en no.

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28 de abril de 2010
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Mark Twain

   

 

Mi cansancio, mis deberes sin hacer y mis despistes me impiden poder contar nada en unas líneas. No tengo tiempo, ni cabeza. Nada muy nuevo, ni original en mi vida de diario. La de los fines de semana, tampoco es muy diferente.

Habré de recordar algunas cosas parisinas bajo el volcán virtual. Otro día. Hoy solo quiero llegar a decir algo antes de que se pase demasiado esa convención de las celebraciones de los números redondos. Ayer fue el centenario de la muerte de uno de los más queridos y necesarios escritores, Mark Twain, una de las pocas fidelidades que conservo desde la adolescencia. Y una de sus mejores escrituras es la irónica y viajera. Me gusta especialmente el Twain viajero. Vuelvo con él. Vuelvo con su libro "Guía para viajeros inocentes".

¿Abrimos al azar?

Estamos en Jerusalén:

"En este altar conservaban antes una de las reliquias más curiosas que ha visto jamás el ojo humano: una cosa que tenía el poder de fascinar al que la miraba, misteriosamente, y que lo mantenía mirando durante horas. Se trataba, nada más y nada menos, que de la placa de cobre que Pilatos colgó sobre la cruz del Salvador y en la que escribió:"Éste es Jesús, el rey de los judíos"

Sigue contando la "suerte" que tuvo Santa Elena, madre de Constantino, un poco mitómana, además de rica y poderosa, con las reliquias, recuerdos y cositas cristianas o precristianas que fue encontrando a un módico precio. Un resto de Adán, algo de Goliat, el Arca y todo tipo de "gadges" del Viejo Testamento. El Nuevo también sería un best seller.

¡Cómo me hubiera gustado tomar un ron en algún burdel del Mississipi con Mark Twain! Lo intenté, pero llegó el Katrina. Me falta fe. También me hubiera gustado estar en alguna taberna con Cervantes. O en algún lugar de su región bebiendo con Shakespeare. ¿Por qué dirán que Abril es el mes más cruel?

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22 de abril de 2010
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Elogio de la partida

 

 

Me falta el viaje al fondo de la noche. Me faltan viajes. También me falta reposo. Me faltan cosas, no soy como Mallarmé, ni he leído todos los libros. Y la carne no me parece triste. Es decir, algunas veces la carne es alegre, dan ganas de comérsela. Me voy de París, no es verdad que no se acabe nunca. No ha sido fácil irse pero el viaje promete. Coche de vuelta y en compañía de Juan Villoro y Margarita, buena pareja para viajes imprevistos. Quedarse "colgado" en París. No ha sido la primera vez, una vez fuimos muy jóvenes y nos quedamos literalmente "colgados". No sigo porque ya he repetido muchas veces que la nostalgia no es lo que fue.

Cuando dejo París me cuesta menos hacer un elogio del pesimismo. El libro que han publicado "Barril y Barral" sabe reírse de los tiempos, también del pasado. Ha sido, es, una buena guía para no caer en inútiles melancolías, al menos no salir de ellas con una sonrisa. Me voy de París, abro el libro y me encuentro con unos versos de una canción de Chonderlos de Laclos: "Alejado de la belleza que uno adora / No se logra imaginar días felices".

Sí, me voy, pero estuvo bien. El volcán nos dejará contemplar de nuevo las estrellas. Me voy, con el último texto que en este "elogio del pesimismo" hace Jean d´Ormesson:

"Por muy extraño que pueda parecernos, después de nosotros el mundo seguirá girando. Sin vosotros. Sin mí. Con altibajos, pero continuará. Y no se contentará con hacer que nuestros sucesores sean más felices de lo que nosotros fuimos en medio de nuestros dramas. Ya lo sabéis, el paraíso no va a aparecer mañana. El infierno tampoco"

De vez en cuando París también se acaba. Hay viaje por delante.  

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19 de abril de 2010
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Paris no se acaba nunca

 

 

 

 

No tengo claro que sea una metáfora. No se acaba nunca y, además, no es fácil salir. Cómo si estuviéramos en una película de Buñuel, pero sin religión, sin México y sin espacios cerrados. Presos en París. Hay torturas peores. Tuve la precaución de traer el libro de Vila- Matas,  el último de su etapa francesa y anagramática. La seducción irlandesa aún no había llegado a su vida escrita.

Ese libro de Vila- Matas sigue siendo una imprescindible guía para paseantes mitómanos, letraheridos y otros perplejos perdidos por una ciudad que nunca terminamos de conocer. En compañía de la guía y  de uno de sus amigos parisinos, el fotógrafo Daniel Mordzinski- hablaré de sus fotos de escritores de las tres orillas- recorrimos algunos no santos lugares de algunos escritores seducidos por Paris. Antes de comenzar nuestro paseo nos habíamos encontrado con Jean Paul Belmondo en una mesa de la brasserie Lipp, en Saint Germaine de Pres. Todos los rincones son memoria de vidas, de muertos tan presentes en nuestros recuerdos. Vivo al lado de la casa dónde conocieron amores y desamores Romain Gary y Jean Seberg. Paris siempre me pone "a bout de souffle".

En compañía de dos escritores, Héctor Abad Faciolince y Juan Villoro, hicimos rápido inventario repasando algunos de los escritores que alguna vez pasaron por Paris por razones literarias, por encargo del Instituto Cervantes, del quijotesco Enrique Camacho. La lista no se acaba nunca. El encuentro fue el mismo día de Abril y jueves, pero sin aguacero, en que murió César Vallejo. Me gusta esta  ciudad que sigue siendo un laberinto lleno de escritores vivos y muertos. Cada uno en su tumba, en su nicho o en su cementerio de vivos sin sepultura. Me gustaría encontrar al muy vivo y oculto Pierre Michon y ser como una tumba, no decirle nada. Una buena relación para nuestra corta eternidad.

Se está celebrando el Salón del Libro Antiguo. Como siempre lleno de joyas que nunca tendremos. Nunca seremos Joaquín Sabina. Una foto está siendo la estrella del Salón. Un inédito retrato de Arthur Rimbaud. Un hombre treintañero que parece mayor. Una insólita imagen que nada que ver con esa de sus 17 años, ese icono de rebeldía poética  que el fotógrafo Carjat dejó fijada en celebre imagen del joven poeta. Ahora nos encontramos a un hombre maduro, alguien que sin duda ha conocido temporadas en infiernos, que ha tenido otras vidas y que posa en un grupo de tipos que nunca hubieran sido sus amigos en la terraza de un hotel colonial africano. Su rostro tiene una melancolía de tiempos perdidos. Un hombre más triste que feliz, un comerciante, un aventurero en Yemen, un traficante que, en compañía de otros, deja pasar el tiempo en una terraza de Aden, en Abisinia.

Volví al libro de Vila Matas para encontrar lo que escribió sin tener claro si quería ser Rimbaud o  Mallarmé. Años jóvenes en que la Duras le inquirió sobre su destino cómo escritor. Posiblemente hoy, después de ver esa foto de Rimbaud, sepa si de verdad hubiera querido ser ese hombre que dejó la escritura por la extraña aventura de ser un triste adulto en algún lugar de África. Después de esa foto, ¿es mejor ser Mallarmé?

Sobre Rimbaud en esos tiempos en Aden dijo Vila- Matas: "quien había escrito que le gustaban el humo y los licores fuertes se había convertido en África en un hombre avaro e hipócrita: "Solo bebo agua, quince francos al mes, todo está muy caro. Nunca fumo"

Quiero sentir cerca a ese hombre que dejó todo. Quiero entender su desconocido retrato. Hace mucho tiempo le siento cercano. Nacimos el mismo día, con la diferencia de casi un siglo. No es tanto. Siempre me quedará Abisinia.

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17 de abril de 2010
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La fiesta de la República

 

 

No hay fiesta el día de la República. La derrotaron, no nos dejaron conocerla y nos dejaron sin fiesta. A mi me daba mucha envidia la fiesta del 14 de Julio en Francia. Era una verbena nacional, la gente bailaba, bebían y se besaban bajo las bombillas. Nosotros no celebramos el 18 de Julio, al menos no lo hicimos desde que fuimos adolescentes. Hubiéramos querido celebrar el 14 de Abril, el Día de la República. No lo hicimos porque nos parecía una nostalgia de señores mayores, de profesores con barba, de gentes de vida sana y excursiones didácticas a la montaña.

Cuando hemos querido más a la República, cuándo tenemos más claro que sería lo natural para un pueblo que se normalice en sus gobiernos, en su madurez democrática, no hay ningún consenso. Estos Borbones caen muy bien, parecen republicanos. Incluso a mi me caen bien. Ya he confesado alguna vez que me gusta Letizia; pero eso es algo que no tiene que ver con su nuevo papel en nuestra política, ya me gustaba aquella chica que trabajaba en televisión. El caso es que seguimos sin celebrar la República. Algún brindis entre amigos que nunca pudimos vivir la fiesta de aquél 14 de Abril del año 31. Una fiesta que les hizo creer a nuestros antepasados que empezábamos a ser un país como la mayoría, liberados de monarquías y de creencias religiosas instaladas en el Estado. No es que estuviera muy bien nuestra República, pero se avanzaba hacia una vida mejor. No les gustó a esa pandilla desalmada y armada con sus cruces y sus mentiras. Ganaron. Pero no convencieron.

Ahora, esta mañana de Abril, estoy en París y sin aguacero y pienso celebrar la República. Incluso cantar como cuándo fuimos antifranquistas. Esta noche con muchos y con Raimon, nos daremos el gusto de celebrar el día de la República. No lo aplazaremos más. Recuerdo a Marcial- es decir me lo recuerda un elogio sobre el pesimismo sobre el que volveré- que dejó escrito: "Créeme cuando te digo que no es de sabios decir: viviré. Tardíamente se quiere vivir el día de mañana. Vive hoy". Pues hoy, eso, salud y República.

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14 de abril de 2010
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Esa leyenda moderna

 

"Soy judía, coja y lesbiana". No esta lejos esa manera de presentarse de aquello de su amigo Truman Capote: "Soy homosexual, soy borracho, soy un genio". Ambos eran una pareja muy inteligente, muy genial y no muy seria. Jane mucho más modesta, más tímida. Ninguno demasiado serio. Felizmente. La seriedad es muy densa. Yo- como mi compañero de éste bar abierto todos los días, todas las horas, Vicente Molina Foix-  también he tenido la suerte de estar en Málaga en los días de recuerdo de los Bowles. Unos días, con sus noches, llenos cuentos tangerinos de épocas míticas, de algunas añoranzas y de muchos recuerdos recuperados al lado del genial encantador- otro de mis preferidos casi ocultos, sin obra, sin edad y con el secreto de la modernidad- del nervioso tranquilo, del esteta, Pepe Carleton. Uno de sus méritos ha sido su capacidad de estar allí dónde pasaban cosas interesantes. Un elegante vital de culta y discreta homosexualidad, procedente de una familia llena de curiosidades, guerras, palacios, decadencias y disimulos. Fue capaz de romper con casi todo aquello, sin romper del todo. Hace años le dediqué una larga entrevista en "El País" dominical. No sólo le envidio por sus amores con Jane, mis envidias se suman a otras muchas, la principal es la de haber sido amigo de Audrey Hepburn y haber paseado con ella por la serranía de Ronda , sin raptarla, sin por lo menos intentar engañar al  pesado de Mel Ferrer. En fin, cosas del nervioso tranquilo de Carleton.

Me fui literalmente por los cerros de Úbeda, cuando de verdad lo que yo pretendía era incitar a los visitantes de este bar, para animar a los que no lo hayan leído, a los que tengan olvidadas antiguas lecturas o a los que ni siquiera se lo hubieran planteado, llegar o volver a la obra de Jane Bowles. Que la fama de Paul, sus libros, la película de Bertolucci, no impidan acercarse a esa fascinante, caprichosa, imaginativa, divertida y doliente mujer. Gran escritora de obra breve, de vida intensa y de amores inauditos. Sus cuentos y su única novela- "Dos damas muy serias" están en esa otra vuelta de tuerca que Anagrama hace de algunos de sus "clásicos". Edición que suma el tiene el aliciente del prólogo del amigo Capote. Algunos cuentos son obras maestras. La novela es una joya. Y eso fue casi todo. Solo faltan su obra de teatro que se recuperará en breve, "En la casa de verano" y esa tierna pieza corta, deliciosa y llena de humor escrita para títeres, "Una pareja en discordia" Eso es la obra completa de Jane Bowles. Merece la pena.

Como mereció la pena la lectura que Marisa Paredes nos hizo de algunos textos de ella y de Paul. Además de la última y emocionante carta que desde Nueva York le envío a su peculiar marido, Paul. Después volvería a Tánger, antes del ingreso en los conventos de aislamiento psiquiátrico de Málaga. Una mujer llena de luz que conoció las sombras en sus últimos años. Una fatalidad amorosa, vital que ya anunciaba en su obra llena de un peculiar sentido trágico del humor y la existencia.

Gracias al Instituto Municipal del Libro de Málaga, a Alfredo Taján y a todos los que han propiciado que el recuerdo, la literatura y la peculiar vida de Jane Bowles estén tan vivos, tan modernos, tan necesarios.

 

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10 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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