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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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AVISO PARA MITÓMANOS

Soy un confeso mitómano. He sido capaz de encontrarme feliz en algún lugar porque allí estuvo Robert Graves- incluso en su tumba, un lugar perfecto para descansar el resto de la no vida- o porque allí bebió Ava Gadner. He recorrido lugares, casas, bares, bibliotecas, cementerios, playas u hoteles en las que estuvieron algunos de mis mitos. Y no hablo de mitologías del siglo XX. También he seguido la estela de Safo, Virgilio o John Ford. No me importa la época. Incluso estuve en un lugar donde nunca pudo dormir un tal Ricardo Reis, ese heterónimo de Pessoa redimido por Saramago.

La ciudad, creo, más visitada por razones de mitomanías ha sido París. Casas, cementerios, cafés, calles y hoteles en los que he dejado que mi imaginación me acercara al admirado me han proporcionado momentos de placer. Incluso con algunas incomodidades. Pero, ¿qué importa que el hotel sea incómodo si allí durmieron -o mejor no durmieron- Sartre y Simone De Beauvoir? Y lo que aún me emocionaba más. Estuve en la misma habitación donde escribió, y seguramente tuvo muchos encuentros con esos amantes callejeros que le gustaban, el admirable Jean Genet. Más de una vez estuve alojado en el hotel La Louisiane. Todo un mito de los hoteles del barrio Latino. Un lugar privilegiado para imaginar la vida de Saint-Germain-Des-Prés en los años de la mejor canción francesa. Un lugar donde se citaba Sartre con “el Castor” y con otras amantes. Un lugar donde el escritor de Las criadas bebió, escribió, amó y desamó. Un lugar así, además de otros muchos en la nómina de mitos, bien merecía un poco de sacrificio si de comodidad hablábamos.

Hace años que no voy al hotel La Louisiane, ya me pareció demasiado precario, sin aire acondicionado, sin un buen baño, de dudosa limpieza y de comodidad francamente mejorable. Pero recuerdo sus habitaciones de rotonda como un lugar mítico. Como un grato recuerdo. Un amigo, también mitómano, me preguntó por ese hotel. Quería pasar unos días con su pequeño hijo, con su mujer. Y quería vivir en ese París que pertenece más al decorado que a la realidad. Muy vivamente le aconsejé estar en ese hotel. Conseguir una habitación de rotonda. Y pensar que por allí estaría el espíritu de un París que ya solo está en la literatura. Debería haberle recomendado el Lutetia pero, por razones de presupuesto, me pareció que La Louisiane estaría bien. Al menos una vez.

Todavía me habla. Pero ya no se fía más de mis recomendaciones. El hotel, eso sí, está muy bien ubicado, eso no lo puede negar. Pero tuvieron que huir la primera noche. Además de incomodidades varias, obras, ruidos, ausencia de servicios, aparecieron unos pequeños habitantes. Esos bichos que solo nos son simpáticos en algunos dibujos animados. Salió huyendo de los mitos.

Hay mitomanías, rituales, que corresponden a la edad inmadura. Todavía tengo mucho de inmadurez, esa de los seguidores de Gombrowitz, pero tampoco me fío de mis hoteles de mitómano. Pues eso, aviso para mitómanos que quieran pasar unos días en París. Cuidado con algunos hoteles. Al menos con ese hotel tan mítico llamado La Louisiane. Ya no se pasea por sus habitaciones el espíritu de los ilustres habitantes, los que se pasean son bichos. Ni Albert Camus, ni Kafka estarían dispuestos a vivir con esos habitantes. Al menos no con los que se mueven con nocturnidad por ese hotel parisino.

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21 de agosto de 2007
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MELANCOLÍA Y UN POCO DE VINO

¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan ser claramente melancólicos?... Así empieza un texto clásico de Aristóteles, Problema XXX, que hace unos meses fue  rescatado en una cuidada edición, como es norma de la casa, por la editorial El Acantilado. El breve texto está lleno de intuición, pero también de conocimientos que entonces eran considerados científicos. Un texto todavía tan vivo, tan vigente como la propia melancolía.

Hace unos días, desde que presentimos que se acerca el final de la vacación, que los días ya no son esperanzas abiertas, que cada día es cuenta atrás, que volveremos al tiempo de lo conocido, nos volvemos más melancólicos. ¿O no les pasa a todos? ¿Será que los melancólicos somos seres especiales? Somos los melancólicos más creativos. ¿Seré un elegido por ser melancólico?

Los poetas del “spleen”, que así llamaron los padres poéticos de la modernidad a la melancolía, eran depresivos y bebían absenta. Creadores melancólicos. Los de la antigüedad, la tribu Aristotélica, lo que hacían eran beber vino. Y esos, esos que algunos brutos llaman borrachos, en realidad es que son unos melancólicos.

Sigamos con Aristóteles: “...el vino tomado en abundancia parece que predispone a los hombres a caer en un estado semejante al de aquellos que hemos definido como melancólicos, y su consumo crea una gran diversidad de caracteres, como por ejemplo los coléricos, los filantrópicos, los compasivos, los audaces”… Ya está. Eso es lo que me pasa. Que bebo. Que bebo el vino de las tabernas gallegas. Que bebo el vino de las mejores bodegas y de otras de menos excelencias. Me acabo de dar cuenta de que yo, más que melancólico, soy un bebedor que es capaz de llegar a la melancolía y así me hago la ilusión de que me acerco a los hombres de excepción, a los poetas y otros bebedores.

De repente, leyendo a Aristóteles sobre la melancolía, se me bajaron todos los humos melancólicos. Se me bajaron las ilusiones de ser un artista.

Así también me recordé cuando presumí de poeta -éramos tan jóvenes que nos permitíamos engañar y engañarnos- ante alguna mujer que me gustaba. Lo creyó. Sobre todo lo creyó porque la invité a beber absenta. También es posible que le dijera algún poema de Jaime Gil de Biedma, melancólico, bebedor. Y sin embargo poeta.

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20 de agosto de 2007
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LIBREROS

Conozco libreros de todas las clases. Algunos son amigos. Incluso muy amigos. Han sido, los libreros, parte de mi vida. Debería haber sido librero. Todavía pienso que cuando sea mayor, cuando esté a punto de vivir entre las ruinas de mi inteligencia, podría vivir en un pueblo cerca del mar y con una librería de viejo.

No todos los libreros, como tampoco, por ejemplo, los camareros, merecen su nombre.

Una amiga me cuenta la historia de una librera de su universidad. Una pequeña historia de una librera de Vigo. Mi amiga, estudiante de filología, emocionada con algunos poetas y especialmente tocada por la realidad de ese poeta que descubrió, ese deslumbramiento llamado Cernuda. Decidió que debería hacer realidad su deseo de tener un libro de Cernuda. Se dirigió a la librería. Buscó por las estanterías, no encontraba a Cernuda. Le extrañaba no encontrar ningún libro de Cernuda en una universidad de humanidades. Preguntó por el libro de Cernuda a la librera. La librera, muy convencida, le contestó que se debería estar confundiendo de nombre. Que eso de Cernuda no le sonaba, que seguramente quiso decir Neruda. Mi amiga no daba crédito. Insistía en que era Cernuda, CER NU DA, repetía bien claro. Y la librera, escéptica y tozuda, repetía que estaba segura de que se equivocaba. Que llevaba muchos años de librera y que el poeta que se parecía a ese nombre que pronunciaba era Neruda, NE RU DA…

Cuando me contaron la historia me reí. Me pareció una exageración. No me parecía posible en una librería española, no encontrar un libro de Cernuda. Me parecía difícil haber vivido sin leer a Cernuda. Luego recordé cómo somos. Y qué leemos. También recordé algunas historias de profesores de literatura. Incluso algunas historias de algunos libreros. Todavía me acuerdo de la pregunta en una muy famosa librería cuando pregunté al librero por Lolita- ¿para qué, para quién querría yo volver a comprar ese libro?- y el librero muy serio, me preguntó el autor. Se lo dije. Y entonces me volvió a preguntar, ¿y en qué genero se inscribe?... Me dio la risa. Quizá estaba pensando que era un libro que caza de mariposas. En fin. Historias singulares de raros no libreros.

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17 de agosto de 2007
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DESCUBRIMIENTO DE UN POETA

El poeta ya estaba allí pero no lo habíamos visto. No lo habíamos leído. Ahora nos parece un despiste de demasiados años. Muy desatentos estuvimos con Luis Rogelio Nogueras. Nos avisó nuestro editor, y amigo, Chus Visor. También su calidad, su singularidad y su humor sorprendió al muy conocedor, al maestro José Manuel Caballero Bonald. Ahora, en estos días de verano estamos leyendo a este poeta cubano que murió hace poco más de veinte años. Que escribió bastante. Que tuvo premios. Trabajó en el cine. Escribió novelas. Y nos dejó una variada, irónica, amorosa y humorosa cantidad de buenos poemas. En uno de sus libros había una verdadera confesión de principios en una cita de Hans Arp: “No invento nada. Es la vida quien inventa lo que pinto. Yo oigo y copio. Leo y copio. Palpo y copio. La vida se vale de mí como de un espejo”

Mucho nos han gustado algunos de los poemas de Nogueras. Su recién publicada antología poética se llama: “Hay muchos modos de jugar”. Muchas citas al cine, muchos homenajes, músicas cercanas, erotismo feliz, humor lleno de calores tropicales, bromas y verdades. No creo que el editor se moleste por copiar uno de sus poemas:

“JOSÉ Z

Dijo carajo o corazón/ cuando los demás decían ebúrneo azur corola/
Desnudó a la “ninfa de rosada ala”/ y la obligó a bailar borracha/ en una fiesta de negros/ Destrozó la lira/ le clavó unas tablas sin pulir/ hizo con ella un tres una guitarra/
una inquietante raqueta de tenis / Desplumó cisnes / y los asó en púa/ No bebió ambrosia sino ron / No hubo cenizas sino en la punta de sus cigarros /
No leyó a Ronsard sino a Salgari / No suspiró por princesas sino las poseyó /
No adoró “el cristal fúlgido del verso prístino” / sino más bien se rió del poema/
sino más bien caminó por el poema/ sino más bien durmió en el poema/
sino más bien cabalgó sobre el poema/ sino más bien demostró- sin lujo de detalles-/ que Todo era El Poema.”

Pues eso, que con permiso de algunas sabinistas, o mejor sin su permiso le haré llegar éste libro al cantante/ poeta que más veces dice carajo en público y privado.

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14 de agosto de 2007
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CASA DE CITAS

“Lo extraordinario no es que recordemos, sino que olvidemos”… ¿Quién dijo eso? No sé no importa. Yo lo encontré en Banville, y él no recordaba o no quería dar la procedencia de la cita.

Yo me he encontrado en ese libro de Ortega, Notas del vago estío, reflexiones sobre el tiempo, las épocas, lo militar o lo civil que me hacen pararme en la lectura. Que me obligan al pensamiento. No es malo entre tantas lecturas para el olvido. Tenía estilo y clarividencia. También cercanía para lo profundo. Ayer, leyendo esas casi utópicas propuestas del borrador del PSOE para el mandato de la Corporación de RTVE, leyendo eso de querer participar en la “construcción de la identidad y la vertebración de España”, era lógico recordar a Ortega. Pero no pude evitar pensar en los responsables de construir esa identidad. Entonces no sé si me dio más pena o más risa.

Me gustaría equivocarme pero me parece, por decirlo de manera suave, un poco menos que imposible. Más o menos como en aquella canción de Moustaki en que se decretaba el estado de felicidad permanente. El mundo no es así, no obedece a los decretos. La felicidad no se consigue con leyes. Ni la vertebración de España con decretos.

Dice Ortega, “…las épocas de ágora, plazuela, academia y parlamento, en que vagamente se imagina el mundo como algo obediente a leyes municipales, donde la pequeña inteligencia del hombre lo decide todo, sin niebla ni misterio. Son, sin duda, épocas claras, pero pobres, sin jugo”

Cuando Ortega lo escribió no existía la televisión. Leído ahora el primer mandato para la nueva Corporación de RTVE, no se le hubiera ocurrido no ya al más optimista de los “orteguianos” sino al más utópico de los seguidores de Emilio Lledó. Ni siquiera al mismísimo inteligente, socrático y hombre sin televisión, a ese pensador feliz que es Emilio Lledó. En fin, veremos. Ojalá que se equivoque.

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13 de agosto de 2007
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EL VAGO ESTÍO

En el cruce de lecturas del verano me reencuentro con un viejo, hermoso, libro de Ortega y Gasset. Es el quinto tomo de El Espectador. Hablamos de un libro del año 29 del pasado siglo. Aunque ahora reeditado, fácil de encontrar. Su primer contenido se llama “Notas del vago estío”. Es una suave delicia vagar por él. Se parece, quizá, a viajar en un viejo coche, en un “Hispano-Suiza” a ser posible, por las carreteras de Castilla en los días del verano. Pasar y parar de vez en cuando por esos caminos que entonces estaban en cueros, por aquellos caminos amarillos de amplios paisajes, donde nos sorprenden las torres de las iglesias, algún castillo, alguna catedral. El viajero Ortega, despierto a todo, al paisaje y al paisanaje, a “la caza de paisajes que es la excursión”.El viajero como cazador. Las piezas mayores de la caza son los castillos y las catedrales. Son como apariciones descomunales, monstruosas….o lo eran en aquellos años del viajero Ortega. Ya es más difícil ver la desnuda silueta de los castillos, de las catedrales. Todavía existen, hay que tener paciencia, tiempo y ganas de pasear casi sin rumbo por Castilla.

O el que quiera puede viajar por el libro, por el vago estío de Ortega. Se encontrará, por ejemplo, el regalo de recordar que en un pueblo de Segovia, Martín Muñoz de las Posadas, entre otras cosas interesantes y un casi secreto Greco, veneran a una virgen con una peculiar advocación: Nuestra Señora del Desprecio. Yo que no tengo fe, estoy deseando acudir para expresar mis desprecios. No eran demasiados, pero han aumentado en este verano. Tampoco perderé mucho el tiempo. Pero la verdad, ni viene mal saber que existe una “virgen” del Desprecio.

Ortega sigue su viaje por soportales. Por esas plazas y calles con soportales que resguardan de la lluvia y del calor. Ya no se hacen soportales. Era una construcción saliente, cara, dificultosa y se renunciaba al más caro de los terrenos para convertirlo en vía pública. En servicio para todos. Ya no se construía en los tiempos de Ortega. Que dice que esa idea genial, tan poco económica, pertenece a “suavidades del alma hoy imposibles”.

El viaje en el vago estío sigue por pueblos, por ciudades, por mundos que ya casi sólo se reconocen en las lecturas. Pero, si se sabe mirar, todavía se encuentra ese mundo. Todavía quedan señales de ese vagar. Yo las he visto. Ahora las recuerdo desde mi verano gallego.

P.D.: Buñuel sí escribió sus memorias. Lo hizo con la ayuda del guionista Jean Claude Carriere, que se limitó a ser el amanuense de la memoria, las opiniones y los recuerdos de Luis Buñuel. Es un extraordinario libro de memorias, creo que tiene edición de bolsillo. Estaba editado en Plaza y Janés. Y se llama “Mi último suspiro”. Me lo agradecerán los buñuelescos y los que no lo sean. 

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9 de agosto de 2007
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BUÑUEL ESPECTADOR

Estoy muy cerca de uno de los lugares en que a Buñuel le gustaba refugiarse. Muy cerca de su refugio gallego. Muy cerca de esa casa de su amigo José Luis Barros, el mayor seductor que hemos conocido, el médico ilustrado, el inolvidable amigo de tantos españoles que merecen la pena. Aquí venía Buñuel para escribir, pero sobre todo para beber, comer, charlar y alargar las bromas entre vinos, ginebras y populares comidas. Se hablaba del misterio y de la vida. De sus contradicciones. Muy poco de cine. Prefería hablar seriamente en broma. Lo que dijo en sus películas, en sus escritos, sigue siendo tan válido, tan liberador que, estoy de acuerdo con mi desconocida amiga Enea, nos sirve para los complejos caminos de la vida. Una aventura más complicada que el Camino de Santiago, una vía no precisamente láctea.

Desde aquí, por mi lento correo en Internet, veo que los amigos de Calanda vuelven a programar las películas que le hubiera gustado ver al espectador Buñuel. Es un pequeño festival durante unos días de agosto, entre el 18 y el 25, en el pueblo ahora silencioso, caluroso y apacible de ese lugar de Teruel donde nació un genio que creció libre, provocadoramente libre. No  estoy tan seguro que las películas, al menos no todas, que se programan fueran de su agrado. No era un gran cinéfilo. Lo fue en su juventud. Después dejó de ver casi todo el cine contemporáneo. Por no querer, no quiso salir en una película de Woody Allen, porque no conocía su cine. Allen sustituyó la parición de Buñuel por la de Marshall McLuhan, no es lo mismo, pero tenía gracia la presencia del estructuralista en aquella cola para una película de Bergman o algo así.

De Buñuel sabemos sus primeros gustos clásicos por la programación del Cine Club madrileño que durante un tiempo codirigió, en compañía del fascista y vanguardista, Ernesto Gimenez Caballero. Después dejó pocas pistas sobre sus películas preferidas. Le gustaba Fellini. También le gustó la de los “conejos” de su alumno Saura, se refería a La caza. Le gustaron muchas del cine negro. De algunos otros europeos, de aquellos contemporáneos suyos que ya sólo existen en nuestras filmotecas.

No le gustarían muchas de las que se programen en Calanda. Pero cualquier excusa en buena para escaparse a su pueblo. Para ver el museo que le han dedicado. Para visitar las que fueron sus casas. Su campo. El lugar de tantos veranos. Donde fue niño y libre. Donde conoció insectos, milagros, mujeres, hombres y otros animales.

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8 de agosto de 2007
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FIN DE PARTIDA

Las señales estaban claras pero no quisimos verlas. El programa literario, Estravagario que desde hace tres años dirigía, y presentaba, en la televisión pública española terminó abruptamente y por teléfono. ¿Es normal retirar un programa por teléfono, en vacaciones y cuando se estaban preparando los renovados contenidos de la próxima temporada? Yo creo que no. No parecen las formas más adecuadas. Ni las más educadas. Ha sido la primera y última llamada del nuevo director de TVE. Ninguna discusión sobre el contenido, el continente, el pasado o el futuro de un programa que durante tres años tuvo una complicada vida en la programación televisiva.

Por el programa han desfilado centenares de escritores, editores, críticos, libreros y otros interesados en la literatura y sus circunstancias. Seguramente debimos hacerlo mejor, deberíamos haber conseguido que hablar de Sebald, Vila-Matas o William Boyd fuera suficientemente interesante como para hacer de esa cita un hábito para los amantes de la literatura. Un país donde los poetas, se llamen González  o Gamoneda, fueran capaces de hacernos dejar otras cosas para poder atender sus dones o sus carencias.

Hemos tenido la suerte de estar cerca de la mayoría de los escritores interesantes en nuestra lengua. Y con decenas de los que escriben en otras lenguas. 

También hicimos cantar en directo a “estravagarios” músicos. Por allí desfilaron  Albert Pla, Lila Dows o Astrid. Se recomendaron libros, viajes literarios, maneras de vagar por esa verdad de mentiras que es la literatura. Algunas veces nos vieron cerca de un millón de espectadores, en los tiempos de la primera madrugada tuvimos una media de unas doscientas mil personas. Al final, con la llegada de los nuevos directores, en las altas horas de la madrugada, casi siempre pasadas las dos de la madrugada todavía tuvimos casi cien mil espectadores. Nunca tuvimos mucha promoción. Es decir, no tuvimos otra que no fuera el boca a boca, lector a lector o noctámbulo a noctámbulo.

La decisión de  no continuar nos pilló de sorpresa. En vacaciones y sin posibilidad de explicar o argumentar el brusco final. Nos disculpamos con un editor que habíamos citado en Córdoba, con el escritor y guionista Peter Viertel que hoy nos hubiera recibido en su casa, la misma que la de Deborah Kerr. Y con los responsables del pueblo de Urueña, un lugar de Castilla para vivir entre libros. También nos disculpamos con los escritores, críticos y libreros con los que iniciaríamos otra temporada. No podrá ser. Al menos no con nosotros. Lo sentimos. Por muchas razones. Y por las formas. También en la televisión pública deben ser importantes las formas.

El verano sigue. Mis lecturas continúan. Sigo leyendo una novela que tenía pendiente desde hace más de dos años, se llama Imposturas, de John Banville. Habla de impostores que reconozco. No todos son así. Las lecturas seguirán. En el largo y cálido verano me esperan otras dos citas para no perderse. La novela de Styron, La decisión de Sophie y La vida de Jonson contada por Boswell. Unas buenas razones para buscar refugio en esas complicadas islas que han inventado los humanos, que llamamos libros y que nos apartan de otras miserias. Y de las malas formas. Llegamos al fin de partida. La partida continúa. Seguiremos esperando a Godot.

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6 de agosto de 2007
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LENTITUD

Decía Voltaire: “Me disgustan los bueyes, caminas demasiado despacio. Quiero gente que ande ligera”. Ya no hay bueyes. Queda su recuerdo. Al menos en España es muy raro encontrar bueyes, ni en Galicia, donde me encuentro, es fácil encontrar bueyes. No es un mundo para lentos. Los bueyes que se anuncian en restaurantes son, generalmente vacas, que son muy pop, pero no son lo mismo. Es verdad que conozco un lugar en pleno páramos castellano dónde un jefe de restaurante tiene unos centenares que busca y compra en toda España. Una rareza.

Ayer, viendo el singular museo de Santiago de Compostela del último de los pintores del surrealismo histórico, el español, gallego y destacado anti estalinista, Eugenio Granell, me encontré con un libro con algunos de sus frescos pensamientos, de sus divertimentos escritos. En el día que nos enteramos que había muerto el director de la lentitud en el cine. Después de que yo reflexionara un poco sobre las virtudes de la lentitud, me encuentro con otras reflexiones, las de Granell sobre la prisa.
Dice, de esa manera tranquila, él que siempre fue un hombre delgado, un hombre que pareció tan activo en sus obras, en sus pensamientos que con el tiempo  “más delgados nos vamos haciendo… Y que “todo se hace de prisa. Por eso la gente tiene mala letra, carece de memoria, es nerviosa, flacucha, enfermiza, saltarina y habladora. Como si cada cual tuviese el presentimiento de que en el siguiente minuto, ¡puf!, todo se acabase”.

No sólo el mundo camina ligero, querido Granell, no todo se sucede con prisas, sino que todavía queremos acelerar más. Ahora que no tengo ADSL, ahora que compruebo la lentitud de hacer ciertas cosas, de no poder correr con el ordenador, con la vida de vacaciones, con otras cosas; ahora que se impone la lentitud de las cosas en tiempo lento, de la vida en vacaciones, ahora sí añoro ese tiempo al que Granell se refiere.

Aunque me irrite tanto que no tenga razón en lo de la delgadez, al menos conmigo. Cualquier día de éstos sacaré al delgado que llevo dentro.

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3 de agosto de 2007
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SIN PRISA, CON PAUSA

Me gustó el último correo, la tranquila respuesta a mis aceleradas demandas, de la tan comprensible Giselle. También me hubiera gustado la respuesta de Ximena. La cuestión era sobre las pausas, o voluntarias vacaciones, que algunos, más o menos acelerados, habitantes, actores, cómplices, caminantes o lo que seamos de esta historia de comunicación no verbal. Quería saber pautas para los que damos la cara, y algunas líneas, en este mundo con retorno llamado “el boomeran”. En fin quería saber qué se esperaba de nosotros en un verano, en un agosto, como éste. La tranquila respuesta era que sobre nuestras urgencias, nuestras prisas, pausas, charlas o blogs, éramos nosotros los que decidíamos el contacto o la desaparición con los supuestos lectores de estas cosas.

Lo primero que se me ocurrió fue el no hacer nada. No tener prisa. No escribir mi vida en un blog. Al menos no hacerlo en este mes de tiempo tranquilo, de vivir sin prisa, de hacer una pausa en mis acelerones vitales, profesionales y emocionales. Eso es lo que pensé ayer…Y de repente se muere -¡este verano se están muriendo hasta los que nunca se habían muerto!- Antonioni. Y me encuentro con ganas de contar cosas de Antonioni. Cosas que sentí con sus películas. Con el fácil mito de sus lentitudes. De sus vacíos. De su manera de retratar la nada. Y con sus formas arquitectónicas de hacer cine, paisaje y paisanaje. Tardé en darme cuenta de lo que apreciaba Antonioni. A su manera de contar la vida y sus carencias en el cine. Siempre me gustó, pero no supe nunca explicarlo. Tampoco ahora que ya no podrá inquietarme más lo podría explicar. Sí creo que sin sus silencios, sus misterios, sus esteticismos y sus miradas de modernidad, el cine europeo, los que lo frecuentamos, ya no seríamos los mismos. ¿Tampoco sé para qué querríamos seguir siendo los mismos?

Antonioni siempre fue otro. Un esteta. Un moderno sin esfuerzo. Del existencialismo al pop. De Europa a América. Del “no hacerlo”, al erotismo. Del refinamiento de los lagos italianos a los desiertos de Nevada. De Roma a Zabrisky Point. De la nada a la más absoluta miseria. Bueno, no, ese era otro. Pero eso sí, con Antonioni se muere una de las últimas especies vivas de un imprescindible del cine. Quedan pocos. Son una raza en extinción. Como todas las razas. Aunque unas más que otras.

¿Qué hacer?... Descansar o seguir elucubrando. Un buen tema para mis tranquilas vacaciones.

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2 de agosto de 2007
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El Boomeran(g)
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