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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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LA MUJER HOSCA

Cuando conocí la noticia del Nobel de literatura para Doris Lessing estaba en Bogotá, entre cineastas, poetas, editores y algún narrador. Nadie aplaudió, nadie habló con literaria alegría de la noticia, incluso muy pocos habían leído a la polémica escritora británica. Algunos recordamos su Cuaderno dorado que sí fue una lectura “cuasi necesaria” hace ya muchas décadas.

Bien es cierto que también tiene sus lectores, escritores que reivindican su interés literario y amigos en el mundo de las letras. No se gana un Nobel contra otros, aunque ya no estoy tan seguro. Desde luego lo que no se puede decir de ella es que sea complaciente, simpática, mundana y socialmente correcta. De ella, y de su obra, Marianne Ponsford es una gran conocedora, una periodista y editora colombiana, directora de la revista Arcadia y acompañante de Doris Lessing en el Hay Festival segoviano del 2006.

Allí la conocimos, es decir la vimos, escuchamos y nos escapamos. No era simpática. Ni lo intentaba. No hacía concesiones, no regalaba sonrisas y no buscaba amigos. Al menos eso es lo aparentaba con su aspecto de abuelita mormona, acompañada de otra mujer -no sé si una hija recuperada- que también tenía ese aspecto de sobriedad puritana. Parecían las viudas de unos pastores muy severos, uno de aquellos fanáticos que también fueron parte del paisaje de las colonias.

El buen recuerdo de aquellas lecturas del Cuaderno dorado ha desaparecido hace tiempo. No es fácil entender, apreciar o recomendar las últimas obras de Lessing. Su escritura, su queja literaria, su acercamiento crítico a los dramas del siglo XX, parecen pertenecer ya al pasado. No sé, dudo que el efecto del Nobel nos lleve otra vez a leer sus libros que se pusieron de moda en la contestación de los años 60 o en la resaca de los 70. Me dejó de interesar a mí y a todos los amigos que me rodeaban. No estaba Marianne Ponsford, una pena. Aunque el periódico El Tiempo, el diario colombiano por excelencia, hace unas declaraciones en las que reivindica su obra y no disimula con su persona. Dice Marianne que “decir que Doris Lessing no es una mujer simpática sería menospreciar su bárbaro talento para la sequedad y el desdén”. No es poco. No hay mujeres tan antipáticas, tan hoscas como esta ganadora del Nobel, que a la vez sean capaces de decir algo que contradice uno de los lugares comunes que con ella se han mantenido a lo largo del tiempo. Muchas veces hemos situado su obra al lado del feminismo. Eso es un error, sus lectores lo saben. Y su estudiosa colombiana, Ponsford, nos lo recuerda al rescatar una frase de Lessing del año 2001: “Me asombra cada vez más el vapuleo irreflexivo y automático de los hombres que parece estar ya integrado en nuestra cultura, que ni nos damos cuenta. La mujer más estúpida, peor educada y más desagradable puede atacar al más amable, simpático e inteligente de los hombres sin que nadie proteste”.

La verdad, me está empezando a resultar simpática esta Nóbel tan borde.

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16 de octubre de 2007
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MEMORIA HISTÓRICA

No he tenido mucho tiempo para leer con detenimiento la llamada Ley de Memoria Histórica. Sin matices, me alegro de que exista, de que salga adelante desde las instituciones. Me alegro que en el mismo día la Conferencia Episcopal anuncie la beatificación de centenares de “mártires” de eso que ellos llaman cruzada. Me alegro porque así -como casi siempre- muestran su verdadera cara. Ellos son los que desde hace décadas, desde el año 39 del siglo pasado, siguen manteniendo en sus templos esa lista de los “caídos por Dios y por España”. Nos ofenden, nos insultan, nos expulsan de sus templos aunque hace mucho tiempo que ya no nos pueden expulsar. Me gusta que se muestren como son. Al menos como son institucionalmente. Creo que no es sólo su rostro oficial, pienso que la perversión está instalada en un lugar más profundo. Así son, así nos parecen. Nada espero de ellos.
Me tocó vivir ese día en Valencia, en el día en que se celebra, se exalta, se festeja con cohetes, tracas, misas, cantos y rezos el ser una comunidad. Ser valencianos. Tuve que escuchar gritos fascistas, afirmaciones de un nacionalismo que se afirmaba contra lo catalán- y en algún caso contra lo español- y también, sin participación institucional, sé que por la tarde se celebró pertenecer a una gran cultura que es la de expresión catalana. Unos sacaban en procesión a sus vírgenes, sus mártires, sus cánticos y sus banderas. Rezaban y expulsaban.
Otros recordaban a Joanot Martorell o a Joan Fuster. Yo acababa de visitar la exposición de un “moderno” valenciano que estuvo por otros caminos estéticos y en otros tiempos históricos. La exposición del artista, pintor, cartelista, recalentador del arte del fotomontaje, abuelo del pop español, comunista y cosmopolita y realmente moderno más allá de su ideología y sus fobias. Se llamó Josep Renal. Muchos que vinieron después saben las deudas que con él tienen. Además es Renal actor principal para reconstruir la mejor memoria de nuestro arte en la República y en la Guerra Civil.
Memoria de nuestros modernos artistas plásticos. Memoria de nuestro pasado. Y si hablamos de modernidad plástica -por no escaparnos del mundo creativo de Renau- tendríamos que recordar que al lado de algunos de los más grandes artistas que estuvieron en el lado republicano: Picasso, Julio González, Miró, Alberto, Solana, Gaya- no fueron pocos los que en tiempos de guerra estuvieron con los rebeldes franquistas, con las llamadas derechas. Por centrarnos en los modernos recordaremos a Cossio, Ponce de León, Sáenz de Tejada, Vázquez Díaz, Palencia, Cabanas, Adriano del Valle, Lahuerta, Olasagasti, Legarde o los curiosos casos de Dalí o Pepe Caballero.
Sí, no viene mal tener un poco de memoria histórica. Nada que ver con los cánticos, los himnos, los rezos o los gritos que todo lo ignoran, lo ocultan y lo manipulan. No creo en las leyes como solución a las carencias, pero tampoco creo en las naciones sin ley. Tengo memoria. No me importa saber. No me cuesta creer en cosas, descreer en tantas otras.

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10 de octubre de 2007
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EL HUMOR Y LOS ESCRITORES

Antes estaba más claro quiénes eran los escritores que se alineaban entre los humoristas. Tenían voluntad de humor en su literatura. En sus formas y en sus temas. Por hablar de algunos de referencia podríamos citar a Miguel Mihura o a Jardiel Poncela. Dos de los grandes de nuestro mejor humor, uno más cerca del absurdo que otro, uno más teatral el otro más diletante. Dos buenos modelos de un humor muy reconocible, de un humor español. Con el lío que significa hoy decir que algo es español. Que, por supuesto, no quiere decir que se acompañe de los tópicos que forjaron la españolidad de postal, de muchas postales chirriantes a lo largo de siglos.

Humor nuestro que estaba en el Arcipreste, que pasa por Quevedo, por el teatro del siglo XVI, que se transforma en seriedad, en esperpento en Valle, que se vuelve astracán en unos, carpetovetónico en otros. Humor que de otra manera, de forma honesta y vaga, llega a Josep Plá. De vez en cuando vuelvo a él. Por ejemplo a ese libro que publicó cuando era José Plá y que se llama Humor honesto y vago. Cuenta en su prólogo que él no sabía que fuera un escritor humorista hasta que algunos queridos amigos se lo señalaron. Que él lo seguía dudando pero insistieron con argumentos tan serios que lo empezó a creer. Además no le gustaba frustrar las previsiones de las personas que le eran gratas. Y así pasó a considerarse un escritor de humor, de humor honesto y vago. Honesto porque nunca sintió la “delincuencia de la declamación antisocial”. Y vago porque como era un recién llegado al humorismo todavía no había tenido tiempo de “conocer los rincones y desvanes de la casa”.

El humorismo esa casa grande con rincones y desvanes muy diferentes. Hay muchos serios escritores que se acercan al humor, Eduardo Mendoza. Hay escritores llenos de humor que son muy serios, Quim Monzó. Y hay otros que se acercan a lo mejor de nuestro esperpento. A una deformada visión de la realidad que después de leída parece mucho más realista. Entre esos uno de los ejemplos más sólidos, uno de los mejores escritores desde ese lado de lo absurdo contemporáneo es Fernando Royuela. Su último libro de cuentos, de disparates ibéricos y actuales, es un perfecto ejemplo de la buena literatura que desde el humor podemos encontrar en los escritores en castellano. Bueno desde su título, El rombo de Michaelis. Un lugar muy interesante de la anatomía femenina. Tiene algunos cuentos de lo mejor de nuestra cercana literatura del disparate, ¡de tanto realismo! Y ese arranque excepcional con un pescadero sofista. Toda una metáfora de algunas cosas que nos pasan. Reírnos de nuestras propias miserias cotidianas. Un placer.

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8 de octubre de 2007
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CARLOS LLAMAS

Muchos amigos están en su capilla ardiente. No entiendo ni lo de capilla. Ni lo de ardiente. No le acompañó la fe a Carlos Llamas. Yo también carezco de esa misteriosa fuerza oculta. No la añoro. Él confesó no hace mucho que sí, que le hubiera gustado tener fe en algo trascendente, pero no consiguió tenerla ni cuando supo que se enfrentaba a la muerte. Nunca es dulce la muerte. Creo. No lo es cuando quieres vivir. Carlos quería vivir. Estará muy cabreado por no haberlo conseguido, nosotros también.
No se si habrá funeral. Creo que sí. No iré. Ni al entierro. He visto abrazos, llantos y tristezas por la televisión. No quiero acercarme, no lo haré. Le tengo cariño, le aprecié como ser humano y como periodista. Nos entendimos bien. Teníamos raíces zamoranas, en mi caso, más producto de lo imaginario que lo real. Pero ahí estaban. Además teníamos otras raíces más profundas que nos unían. Sufríamos por el mismo equipo. Nos gustaba la misma ciudad. Su ser poblachón, ser barrio y su querer ser, y serlo, gran ciudad. Nos gustaba la noche. Las copas. Y el humo de los cigarros. Me gustaba ese humo que lo mató. Me sigue gustando aunque no fumo después de ver lo que hizo con él. Hoy, mi amplio yo inconsciente y temerario, casi me hace volver al cigarro para recordar mejor a Carlos. Me resistí. Me desconozco. Pero sí, al menos eso, he brindado por el amigo muerto. Suene un disco de Madeleine Peyroux. Canta “La javanaise”. Levanto mi copa. Y hago caso a Lec: “Cuando no encuentres palabras de indignación, no las sustituyas por elogios”. Estoy cabreado.

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5 de octubre de 2007
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VILA-MATAS

Creo que desde aquella ya lejana Impostura he seguido fielmente la obra de Enrique Vila-Matas, el más interesante de nuestros escritores. Hay mejores narradores, cuentistas o ensayistas pero ninguno como Vila-Matas en el cruce de esos caminos de la literatura y la metaliteratura. Con sus libros me pasa algo parecido a lo que me pasó con Truffaut, cada año esperaba su nueva película. Nunca fallaba. También es un poco lo que me pasa con Woody Allen. Incluso las menos buenas de sus películas me gustan. O con Hitchcock, con Buñuel y unos pocos más. Nada era prescindible. Ahora en la literatura, desde un lado diferente pero no antagónico, me sucede con alguien que ya no nos podrá dar grandes sorpresas, Sebald. Me espera la lectura de su última inacabada obra, Campo santo, también editada por Herralde, el editor de Vila-Matas. Y sin duda uno de los editores centrales de nuestra vida lectora.

He tardado más de un mes en comenzar la lectura de Exploradores del abismo, el último Vila-Matas, por razones de viajes y otros despistes. Hace dos días comencé su prólogo, o lo que sea ese “Café Cubista” que nos introduce en lo que vendrá. Hoy, mañana del martes, sonrío  y medito el epílogo. Unas líneas de Peter Handke: “Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.”

Cuentos llenos de vértigos, de caminos inciertos, de vacíos que disimulan, de  cosas llenas de peso y ligereza. Precipitarse, sin avanzar, hacia el vacío. Cuentos que con sus rarezas, con sus incertidumbres, tienen la capacidad de otorgarnos pequeños placeres. Sí, como un sol amable que nos despierta una mañana sin trabajo. Me aligera leer a Vila-Matas -si además me hiciera perder kilos sería milagroso, ¿por qué no creeré en los milagros?- y me dan la sensación de que nos hacen más discretos, elegantes y calmados. Cuentos de excelente geometría. Cuentos de este otro Vila-Matas que anda gestionando la herencia literaria del otro. Que también nos gustaba aunque no fuera capaz de creer que los gordos son los demás. Los dos tímidos, irónicos y discretamente felices. Gracias por esos cuentos. Por lo que vendrán. Y por ese homenaje al poeta vertical Roberto Juarroz:

“A veces parece

Que estamos en el centro de la fiesta

Sin embargo

En el centro de la fiesta no hay nadie

En el centro de la fiesta está el vacío

Pero en el centro del vacío hay otra fiesta.”

Un poema festivo y todo lo contrario. Como un libro de Vila-Matas.

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3 de octubre de 2007
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COPIA DE UN ORIGINAL

No debería, lo sé. De pequeño tenía la tendencia de no obedecer. Mejor dicho, de aparentar. Mentir, engañar, disimular, lo que fuera para ser yo. Soy distinto, y soy el mismo. Fui otro, me parezco. Me molestan los soberbios, los pedantes y los mal educados. También otros tipos de ignorancia. Y otras cobardías. Tuve la fortuna de conocer a un escritor que supo crear su mundo y su vida entre libros, bichos, montes y verdades. Aquí copio de su original un texto que dedico sin tener que señalar. Me gustaría que fuera mío. Lo fue, lo es, lo será. Creo que no le importaría mi manera de hacer mío lo suyo. Él nos regaló durante muchos años, mucho.

“Nadie sabe nada de nadie. Morimos inéditos. Tanto como llevo dicho de mí, por palabras y obras, y me quedo pasmado diariamente ante la incomprensión de los más allegados. Ha sido inútil y vano todo mi esfuerzo para ser transparente a los ojos del mundo. Los sambenitos que los enemigos me han colgado han modelado una imagen mía a la que ningún mentís ha conseguido ayudar. He terminado siendo, no el poeta que realmente soy, sino el monstruo que han inventado de mí.”

Ni soy poeta. Ni me importan las invenciones de los que me importan. Las otras, sencillamente, son basura y tedio. Perdón por el aburrimiento ante algunas cosas. Y gracias por tantas otras.

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28 de septiembre de 2007
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LIBRERÍAS

En NYC hay algunas de las mejores librerías del mundo. También para los buscadores de ediciones raras, perdidas, descatalogadas o primeras. Lo malo, no es ya que casi todo esté en inglés, sino que los precios están, generalmente, en su valor de mercado. No siempre, no en todas. Siempre hay lugares para la ganga, premio para el buscador o despiste del librero. Eduardo Lago encontró la primera edición de su/mi querido Alfau de Locos. La edición de Nueva York, en inglés, Locos. A comedy of gestures. Esa misma edición que subyugó a la fascinante Mary McCarthy y que hizo que la escritora se enamorara de España por ese libro. Esa edición, mítica, y firmada por su autor, Lago la encontró por tres dólares.

También cuenta un profesor, y poeta, español y desde hace décadas de NY, Hilario Barrero, sus encuentros casuales con libros muy queridos, muy buscados a precios de auténtico saldo. No es lo común. No es fácil en las más conocidas, muy profesionales, de viejo en Nueva York. Ni en casi ningún lugar del mundo. Sólo queda la esperanza de los “rastros”, eso sí, hay que madrugar para ganar las búsquedas de Andrés Trapiello y Juan Manuel Bonet. Aún así, el citado Hilario Barredo tiene un libro, una diario, publicado por los asturianos de “Libros del Pexe”, donde se dan muy buenas direcciones de librerías de viejo en NYC.

El día antes de mi regreso volví por una conocida librería española de Manhattan. La última grande, la última con un fondo interesante. Más de una vez en esa librería de la calle Catorce, “Lectorum”, he comprado perdidas ediciones españolas. Y otros muchos libros de los que escriben en mi idioma, no importa desde qué país. Una buena librería que estaba a punto de cumplir cincuenta años. Digo estaba a punto porque ya nunca lo hará. Si nadie lo impide el día 28 de este mes cerrará la librería de referencia para los lectores en español de NY. La muerte de ese paisaje es un síntoma. No importa la literatura, que era lo que importaba más en “Lectorum”. Importan los libros y esos se compran en cualquier lado. Ahora es cuando más español se habla en Estados Unidos, pensaba que era cuando más de leía. No debe ser así. O no leen, o lo que leen lo encuentran en otras superficies. Las clásicas librerías, también están teniendo problemas.

La tristeza del cierre de “Lectorum”, se compensa con la reapertura de una de las librerías míticas madrileñas, “Fuentetaja”. Después de vivir un largo letargo en su calle de San Bernardo, después de dar síntomas de pasar a otra vida, peor por inexistente, ha sido capaz de renacer de sus cenizas, del polvo de sus libros. Serán polvo, más polvo enamorado. Me alegro del renacimiento de una librería de referencia. No fue mi librería preferida pero siempre fue una alegría su existencia. La tengo más asociada a tiempos de búsqueda de libros prohibidos. Quizá fue aquella su gran época. Después, al menos para mí, hubo otras librerías que me fueron, me son más cercanas. A cada uno sus librerías. Yo tengo tres de cabecera. “Visor”, la muy querida de Chus Visor. La de su hermano Miguel, la primera de tantas cosas, “Antonio Machado”, con el amigo Miguel Hernández a pie de estanterías. Y la de Antonio Méndez, que tan cerca de casa, tan cálida y tan viva está. Que sigan. Y, ¡viva Fuentetaja! Otro día hablamos de las librerías de viejo madrileñas. Esa es otra historia. O de las librerías en otros lugares de nuestro pequeño mundo.

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26 de septiembre de 2007
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PAUL AUSTER Y EL AZAR

Hay casualidades, azares, que marcan nuestras vidas. Algo que está muy presente en la obra de Paul Auster. También fue, por no salir de NY, tema recurrente en una de las últimas películas de Woody Allen, Macht Point. Y es el tema de obras teatrales, libretos de ópera y argumento novelesco desde los orígenes. Un tema recurrente, un cuento de nunca acabar.

Estros días entre Brooklyn y Manhattan he recordado al escritor, también al director de curiosas películas. Anoche tuve la oportunidad de hablar por la radio sobre él, y con él, unos momentos. Está encantado en San Sebastián. Y yo sigo enganchado en su ciudad. No hablamos, al menos no con él escuchando, de las malas críticas de su última película. Tampoco se debe hablar, creo, por boca de crítico cuando no has visto una obra.

Recordé que su vida, y seguro que su obra, pudo ser muy distinta si hubiera sido atendido por una compañera de clase a la que estuvo pretendiendo sin éxito un tiempo. Es una amiga mía. Neoyorquina, guapa, culta y con un apellido que también es una marca de por vida. Se llama Isabel García Lorca. No me extraña que enamorara a Auster. Ella en aquellos años no hizo caso al chico guapo de Brooklyn que le “tiraba los tejos”. Tenía otro amor que le gustaba más que aquél afrancesado compañero de las clases de literatura. ¿Qué hubiera pasado si Auster se casa con una española? ¿Haber pasado a ser sobrino de Lorca no condiciona también tu manera de escribir, de vivir? Nunca lo sabremos, nunca pasó, nunca pasará. El azar es así de caprichoso y ordena muy bien su caos.

¿Qué hubiera escrito Kafka si su tío “madrileño” hubiera dicho sí a las pretensiones del joven de Praga de venirse a vivir a Madrid? Seguro que no hubiera escrito igual. No existiría el Kafka. Un Kafka sin el padre, sin Praga es un Kafka inimaginable. El azar otra vez decide que la literatura mantenga sus argumentos.

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24 de septiembre de 2007
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PALETOS EN NYC

Joe Gould era un hombrecillo risueño y demacrado que fue muy conocido en los comedores, bares y tugurios de Greenwich Village. Algunas veces subía hasta Central Park. Se paraba en algunos tugurios, en alguno de esos bares que estuvieron llenos de irlandeses, de neoyorquinos de variada procedencia. Uno de esos lugares era Clarke’s donde nunca tomaba una hamburguesa. Ni siquiera unos huevos Meredith. También lo podría haber hecho, pero nunca lo hizo, en J.G. Melon, en Smith and Wolensky. Me parece que en aquellos años -en la década de los 40- no estaba abierto el muy carnal Peter Luger de Brooklyn. Tampoco me hubiera hecho con las carnes de los garitos del Mercado de la Carne. No creo que tomara el pastrami de Katz’s. Pero desde luego le conocían muy bien en la barra de Fanelli´s. Le conocían muy bien en todas las barras del Village y en muchas de la vieja ciudad. Joe Gould era un genio superviviente, no había comido bien desde un banquete en Cambridge antes de la Primera Guerra Mundial, estaba orgulloso de no ser un paleto aunque era un gran tipo que sólo presumía de sus carencias. Se alimentaba de las salsas de ketchup que era la única cosa que no te hacían pagar en los bares. El bohemio Gould, el penúltimo neoyorquino, estaba preocupado en otras cosas, en terminar su magna obra Historia oral de nuestro tiempo.

Los de pueblo, los paletos en Nueva York, somos muchos y de toda condición. Yo soy de un pueblo llamado Madrid, un pequeño lugar que quiere ser cosmopolita, abierto y sin complejos desde hace unos cuantos siglos. Paleto en Nueva York fue Lorca, de su pueblo Fuentevaqueros, pasando por tascas madrileñas como “Carmencita”, fue capaz de encontrar el alma, y lo desalmado, de esta ciudad. También de su pueblo de Huelva, del limpio y silencioso Moguer, vino hasta NY con su sofisticada mujer Juan Ramón Jiménez, Hizo un poco el paleto, el cateto, pero supo paladear lo bueno y fue un viajero que escribió después de pasar por la ciudad de ciudades, Diario de un poeta recién casado.
Cateto, quiero decir de pueblo segoviano e hijo de un guardia civil, fue uno de los más elegantes pintores de la mejor escuela pictórica de esta ciudad, Esteban Vicente. También de su pueblo, de Barcelona, pero muy madrileño, fue Felipe Alfau. Otro de los españoles atrapados en esta ciudad. Uno de esos exquisitos escritores que también frecuentó tugurios y tabernas. El autor de esa deliciosa rareza que es Locos, que tanto gustaron a Mary McCarthy y a otros que le leyeron en su adoptada lengua inglesa. A mí me fascinó en español.

Paleto, cateto, también dos amigos que viven entre esto y aquello, Antonio Muñoz Molina, de un pueblo de Jaén, nada menos que de un lugar llamado Úbeda. Refinado lugar desde mucho antes del renacimiento. Con Muñoz Molina que conoce muy bien la ciudad -casi tanto como el escritor Eduardo Lago, premio Nadal por una novela pensada y escrita entre Brooklyn y Manhattan– he estado en ese lugar al que de vez en cuando vuelvo, ese lugar llamado Clarke’s que nada gusta a un refinado seguidor de Sánchez Dragó. Espero que su pasión llegue hasta dónde él quiera. Incluso me importa un higo, o dos, si lame ciruelos.

En esta ciudad, en NYC, donde desde hace 30 años vive el muy mundano, sabio galerista del arte del mueble del pasado siglo, mi amigo de un pueblo de Orense llamado Miguel Saco, es uno de los guías de lujo por la ciudad oculta, prohibida. Visible, lujuriosa, clásica, nueva y vieja. Saco, que es uno de los secretos mejor guardados del arte español, se reía cuando le comenté que no le gustaba a un no se qué residente en NY que hubiéramos comido en ese lugar donde varias veces lo hicimos. En fin tampoco le extrañó nuestra cita a Manolo Valdés, paleto de Valencia, residente en NYC. Incluso a algunas de mis más queridas neoyorquinas, y de Madrid y Granada, las hermanas García Lorca las he visto comer en garitos peores. Además cantar después de haber cenado. Y también beber. Eso sí confieso que también nos gusta el “Four Season’s”. Y el bar del primer hotel que hace décadas conocí en NY, el Gramercy. Sin hacer ascos a repetir cóctel de “Employees Only”. Hay una camarera paleta, una de la América profunda que me encanta. Eso sí, esta noche me lamentaré en “The Village Vanguard” de las prisas de mi artículo de la otra noche. La culpa mía. Las faltas, la incorrección y lo relajado de esta ciudad. Una ciudad fantástica para catetos. También para turistas. Incluso para residentes pedantes. Una ciudad desde donde añoro esa tasca madrileña de callos tan caros como angulas.  Me tengo que refinar los gustos. Hoy tengo cita en “The Modern”, que me gusta a pesar del nombre.

Perdón, a mí también me duelen mis faltas. Aunque tengo tildes, no tengo tiempo. Lo siento.

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20 de septiembre de 2007
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DÍAS EN NYC

Llegué el domingo por la tarde. No tienen los domingos en NY esa cualidad silenciosa de los domingos en otras ciudades. Tampoco la tiene Madrid. Hay entretenidos atascos para llegar al hotel y en el coche que me transporta el conductor se ha empeñado en hacerme católico a golpes de radio. Una hora escuchando una especie de "Radio María" en versión neoyorkina latina, ¡no recuerdo peores torturas! Mi educación, lo que queda de ella, me hace soportar estoicamente esa locura de religión y música hortera. Tengo mejor carácter porque NY me excita. La ciudad siempre es la gran seductora. Están las cosas, menos algunas tan universales y gemelas, en su sitio. El ruido. Las prisas. También las pausas. Al menos las de los ricos y de los muy pobres. Parecen ser los úncos que no llevan el ritmo de esta ciudad poderosa como una enorme ballena.

Una compañera de asiento en el avión, tan necesitado de modernizar como tantos de IBERIA, me cuenta que vive en Nueva Jersey, es brasileira, descendiente de judíos huidos del nazismo. Ella quiere ser rica, casarse con un futbolista y no pasar las penas de sus ancestros. No sé si lo conseguirá. Le gusta leer. Prefiere a Machado de Assis a Paolo Cohelo. También me dijo que el libro que más le había impresionado era el Evangelio de Saramago. Me pide recomendación española. Está descubriendo a un tal Cortázar. Yo la guío por los caminos de Borges y Vila Matas. También una novela neoyorkina, de Broklyn de Eduardo Lago que ganó el premio Nadal. Y los textos de Muñoz Molina sobre Nueva York. Se me olvidó recomendar los poemas de esta ciudad de Federico. Ya los encontrará. Aunque no creo que se haga millonaria.

Pierdo mi móvil, seguro que en el incómodo avión. Me quedo bastante desconectado. Tiene su cierta gracia. Salgo a cenar con amigos españoles en esta ciudad. Les digo que quiero algo muy neoyorkino, una hamburguesa, por ejemplo. Les termino llevando yo a unos de esos sitios que me gustan, que soportan los cambios de esta parte de la ciudad desde hace más de cien años. no muchos turistas. Y muchos jóvenes o otros buenos comedores autóctonos. El lugar se llama Clarke's, un clásico, con sus viejas fotos de boxeadores y esas otras de la vieja ciudad. Está, por si alguno tiene las tentaciones carnales, en la 3º con la calle 55. Conozco otros, ya hablaremos. Les cuento la sorpresa de mi compañera de avión por el ascenso irresistible de los hispanos. En su pueblo, al lado de New Jersey, en un supermercado pone en la puerta: "No se habla inglés".

Para huir de la invasión hispana, terminamos la noche en un lugar lleno de fanáticos seguidores del último partido de beisbol de la noche. Unos fanáticos. ganaron a los de Boston. Gritan con sus novias, celebran, beben cerveza. Me suena. Vuelvo al hotel y me doy cuenta que nada cambia demasiado. El Atlético sigue sin ganar. Intento dormir. Mañana me esperan las calles de Manhattan.

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17 de septiembre de 2007
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El Boomeran(g)
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