Javier Rioyo
Cuando conocí la noticia del Nobel de literatura para Doris Lessing estaba en Bogotá, entre cineastas, poetas, editores y algún narrador. Nadie aplaudió, nadie habló con literaria alegría de la noticia, incluso muy pocos habían leído a la polémica escritora británica. Algunos recordamos su Cuaderno dorado que sí fue una lectura “cuasi necesaria” hace ya muchas décadas.
Bien es cierto que también tiene sus lectores, escritores que reivindican su interés literario y amigos en el mundo de las letras. No se gana un Nobel contra otros, aunque ya no estoy tan seguro. Desde luego lo que no se puede decir de ella es que sea complaciente, simpática, mundana y socialmente correcta. De ella, y de su obra, Marianne Ponsford es una gran conocedora, una periodista y editora colombiana, directora de la revista Arcadia y acompañante de Doris Lessing en el Hay Festival segoviano del 2006.
Allí la conocimos, es decir la vimos, escuchamos y nos escapamos. No era simpática. Ni lo intentaba. No hacía concesiones, no regalaba sonrisas y no buscaba amigos. Al menos eso es lo aparentaba con su aspecto de abuelita mormona, acompañada de otra mujer -no sé si una hija recuperada- que también tenía ese aspecto de sobriedad puritana. Parecían las viudas de unos pastores muy severos, uno de aquellos fanáticos que también fueron parte del paisaje de las colonias.
El buen recuerdo de aquellas lecturas del Cuaderno dorado ha desaparecido hace tiempo. No es fácil entender, apreciar o recomendar las últimas obras de Lessing. Su escritura, su queja literaria, su acercamiento crítico a los dramas del siglo XX, parecen pertenecer ya al pasado. No sé, dudo que el efecto del Nobel nos lleve otra vez a leer sus libros que se pusieron de moda en la contestación de los años 60 o en la resaca de los 70. Me dejó de interesar a mí y a todos los amigos que me rodeaban. No estaba Marianne Ponsford, una pena. Aunque el periódico El Tiempo, el diario colombiano por excelencia, hace unas declaraciones en las que reivindica su obra y no disimula con su persona. Dice Marianne que “decir que Doris Lessing no es una mujer simpática sería menospreciar su bárbaro talento para la sequedad y el desdén”. No es poco. No hay mujeres tan antipáticas, tan hoscas como esta ganadora del Nobel, que a la vez sean capaces de decir algo que contradice uno de los lugares comunes que con ella se han mantenido a lo largo del tiempo. Muchas veces hemos situado su obra al lado del feminismo. Eso es un error, sus lectores lo saben. Y su estudiosa colombiana, Ponsford, nos lo recuerda al rescatar una frase de Lessing del año 2001: “Me asombra cada vez más el vapuleo irreflexivo y automático de los hombres que parece estar ya integrado en nuestra cultura, que ni nos damos cuenta. La mujer más estúpida, peor educada y más desagradable puede atacar al más amable, simpático e inteligente de los hombres sin que nadie proteste”.
La verdad, me está empezando a resultar simpática esta Nóbel tan borde.