Me excede el barroquismo de la Semana Santa, sobre todo la del sur. Con tanta lágrima fácil, tanto cachondeo y tanta exageración. La sobriedad castellana, tan oscura, prohibitiva y silenciosa, también me abruma. Quizá la mezcla que me es más cercana son esas procesiones de Cuenca, por su escenario y por sur turbas borrachas. Dentro de unas horas estaré por allí. Hay otros placeres, pero son de la carne y no los contaré.
La mística Santa Teresa, modelo de erotismo para Bataille, delicado modelo para Bernini, emocionada escritora, es todo lo contrario que la Semana Santa y sus juergas. Mi libro preferido sobre santidades y misticismos, es una breve joya que acaba de reeditar en bolsillo "Tusquets", es del santón pagano Emile Cioran. No tiene desperdicio, pero les dejaré un momento en que imagina en Castilla un encuentro de místicos:
"Resulta extraño que varios santos hayan podido vivir en la misma época. Intento imaginarlos juntos, pero carezco de fervor y de imaginación. ¡Teresa de Ávila, a los 52 años, célebre y admirada, encontrando en Medina del Campo a un San Juan de la Cruz de 25 años, desconocido y apasionado...! La mística española es un momento divino de la historia humana.
¿Quién podría escribir un diálogo de los santos? Un Shakespeare aquejado de inocencia o un Dostoievski exiliado en una librería celeste. Toda mi vida merodearé en las inmediaciones de los santos..."
¿Qué tendrán que ver esos santos con Rouco Varela?

Dudaba si tenía esa edición y volví a comprar el libro. Al llegar a casa me encontré con mi ejemplar, la misma edición y mejor conservado, con su cubierta original, con esa foto de Oriol Maspons, que faltaba en el que compré en la librería de viejo de Alicante. Esas dudas sobre los libros que una vez tuvimos nos permiten volver por lugares, por libros que nos encuentran, que no buscamos. Me encontró ese delicioso libro póstumo de Martin Santos, Apólogos. Prosas breves e inéditas del psiquiatra y gran escritor. Habla con inteligencia, humor y agudeza de cementerios, complejos, pueblos, caracteres, trabajos, amor o de la rareza del instrumento indígena llamado "boomerang".
Después vuelvo a Vila-Matas, su último libro, El viento ligero en Parma, me recuerda que hubo un tiempo que me sentí muy cercano a Kafka. Había cosas en mi vida que me acercaban a Kafka. Hace tiempo que se muy bien que no soy Kafka, aunque quiera mucho a una Milena. Que nunca seré Kafka. Entre otras cosas porque el domingo votaré. No me imagino a Kafka preocupado con ese pequeño ejercicio de ilusión democrática. No lo imagino votando. Kafka es aquél de sus diarios, el que en agosto de 1914 escribía: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar"
Si pensamos que cultura es algo más que unas fotos, unas canciones, una referencia al canon o la cita de famosos cantautores hay que tener un oído del que carezco para saber qué piensan hacer con la cultura los principales candidatos a presidir el país. No es nuevo, la cultura es un adorno para los mítines, es una foto para la feria de vanidades, es la cita fácil de un libro que los asesores han recomendado.
Claro que es muy diferente presentarse con Almodóvar, por ejemplo, que con Arturo Fernández, con perdón. Si nos fiamos por las presencias, si tuviéramos que dar el voto por personalidades de la cultura al lado de uno u otro, no tendríamos dudas.
Dejé a los "untados" madrileños y me escapé a Barcelona. También tomada por tropas de "untados" y conjurados para premiar el mejor libro del año. El "Salambó", untado con cero pesetas. Sorpresa por algunas ausencias clamorosas. Pienso en el rencor de éstos untados, hasta sin dinero se niegan.
Después encontré algunos de sus cuentos, me gustaron mucho más. Y así, de manera arbitraria y desigual, he seguido su obra. Sin entusiasmo, con placidez. Su último libro, La glorieta de los fugitivos, ha sido el ganador del curioso, arriesgado, arbitrario y singular premio Salambó. Nada menos que el premio que un jurado de narradores en español y catalán concede al que consideran el mejor libro publicado en esos idiomas. Del premio en catalán desconozco casi todo, pero el premio en castellano me interesa porque es un premio de colegas. Es decir, es un premio de envidias, celos, manías, fobias y odios. Además, un premio, porque sí, sin un duro, sin mucha historia, sin mucho criterio y sin demasiada repercusión. Un premio cada año más querido, más deseado, más...maniobrado, pensaba decir y no digo.
Un desconocido para nosotros. Un desconocido para la mayoría. El último Premio Alfaguara es un escritor casi secreto para los lectores españoles. No porque no hubiera publicado, escrito, incluso editado, pero de sus obras nada sabíamos los lectores de este lado del "Territorio de la Mancha", creo que tampoco mucho los de otros lados... y sin embargo, Antonio Orlando Rodríguez, que así se llama el premiado, se ha pasado la vida escribiendo y publicando.¿Alguien dijo que fuera fácil? Si alguien lo dijo mintió.