Me gustaría decir que "estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". No me cuesta cambiar de casi nada. No me importa mentir, disimular, ser diplomático, fingir. No valoro a los estrictos de ideas, gustos, principios o finales. Aunque todavía no entiendo tener que pedir perdón- ni perder amigos, que muchas veces me duele y otras me libera- por no ocultar que me gustan los toros. Más estrictamente, me gustaban. Ahora tengo que tener mucha fe, mucha suerte o una entrada para José Tomás para vivir aquella excitación, aquella emoción de cuando fuimos muy aficionados. No discuto sobre legitimidad, barbarie, razón, brutalidad u otras condiciones que para muchos tiene esa fiesta. Hoy vuelvo, como tantas veces en éste misterioso arte, por el lado intelectual. Por el lado de los escritores y los toros. Sin ellos, sin la estirpe de Bergamín, sin su diabólica elegancia, su misticismo terrenal, su amor por la vida y sus bellezas yo no hubiera sido "aficionado". No me trago la parafernalia patriotera, ni sus símbolos, ni su olor, ni a la mayoría de los asistentes.
Vuelvo al ruedo por un libro incalificable y extraordinario. Un libro de una empeñada y pequeña editorial que rescata unos textos inteligentes y directos, como unas confesiones paganas, de Jean Cocteau. Se llama "La corrida del 1 de mayo" y se acompaña de otros textos sobre Lorca, Manolete y Picasso. Tres maneras taurinas de ser españoles. Y de cualquier parte. Es un libro sobre España, sobre ese país injusto- quizá nunca deje de serlo, y no será el único- de esta tierra en los años cincuenta. Ese "país pobre, pero rico" cómo lo llamaba el escritor francés que amaba los toros. N o hace falta ser taurino para leer con placer los textos, casi dichos en un bar, entre amigos, con unas copas y después de una buena corrida.
Así empieza este inclasificable libro:
"Sería completamente ridículo considerar a España como un lugar poético y pintoresco. No es ni lo uno ni lo otro. Es mucho más. Es un poeta. Y citaría la frase de Max Jacob que es algo más que una simple ocurrencia: "¿Cayó el viajero fulminado, golpeado por lo pintoresco?". Pongamos a los turistas las trampas de los pintoresco y veneremos a esa España que, de vez en cuando, prende fuego a aquello que adora, ese Fénix que se autoinmola para vivir"
Y termina:
"Nada cambia. Un inmenso arco, que se adhiere a su paso a las bóvedas de una capilla romana, y lutos y luchas y ruinas y vacíos que son mis cicatrices de gloria, puede terminar cerrando el círculo del terrible cero de una serpiente de orgullo mordiéndose la cola, del cero del ruedo, en cuyo centro, esperándonos a todos, reina inmóvil hasta dar miedo, ese insecto andrógino de alas blancas"
Me gustan. No lo siento. Ni me arrepiento. ¡Pobre de mí!
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