Javier Rioyo
Acabo de ver en todos los periódicos a un torero en la primera página. No es la primera vez, ni será la última, que éste torero, José Tomás, de purísima y oro, de valentía y sangre, llena con esa emoción intrasmisible la retina de los que le hayan visto. Los que quieran ver. Los que sepan ver. Nada se puede imponer. Tampoco nada se debería negar por decreto. No sé cuanto tiempo durara ésta fiesta, este arte, pero sí que mientras haya toreros como José Tomás habrá fiesta. Aunque sea clandestina. Mientras haya tomasistas, habrá tauromaquia. Esa pasión que tiene que ver con la zona emocional más incomprensible y profunda de un pueblo llamado España. También se puede ser español desde el lado contrario, desde el que niega, ignora o desprecia esa fiesta mortal. Pero en éste ruedo ibérico cabemos todos.
Conservo en mi retina algunas de las mejores faenas que se han podido ver en ésta fiesta desde los años setenta a nuestros días. Por mi emoción han pasado Curro Romero, Antoñete, Rafael de Paula, Paco Camino, Manolo Vázquez, Esplá, Joselito o los jóvenes Morante de la Puebla, Castella, Talavante, El Juli…pero después de haber estado el día cinco de Junio de 2008 en Las Ventas- mi compadre Sabina fue el conseguidor- creo que sólo podría recordar la misma belleza, el mismo clamor interior construido con silencios- como dice Matías Antolín- o esa belleza callada del toreo de la que hablaba Bergamín ante una tarde de Rafael de Paula, precisamente con este torero gitano ya retirado, con el sevillano Curro Romero o con el madrileño Antoñete. Ellos son, de los que yo he podido ver, al lado de José Tomás los que hacen que sea hermoso creer en esta fiesta, perseguir esta belleza.
Me tengo que reunir con mi amigo Matías Antolín -que recorrió España de maletilla, que es un descreído vital, un querido excéntrico con chaleco, un hablador que sueña silencios y un escritor rápido como una guillotina – porque desde hace años es el más fiel seguidor de las tardes sangrientas y las puras, de las tardes grandes y de las gloriosas y que de todas ellas acaba de publicar un libro: "José Tomás. Toreo de silencio", que es un apasionado acercamiento a éste hombre, a éste artista al que en la plaza sólo le falta morir. Eso fue lo que al gran Juan Belmonte le dijo una vez Valle Inclán. El silencioso maestro contestó: "Se hará lo que se pueda"
Alguna vez han comparado a Tomás con Belmonte, algo cercano a un valor suicida les une. Pero yo no creo que con Tomás haya que hacer lo que decía El Guerra sobre Belmonte: "El que quiera verlo torear, que se de prisa". Belmonte no murió por un toro. No cayó en la plaza. Belmonte se quitó la vida de un tiro, por amor o por vejez. Pero desde su libre voluntad. Yo quiero que con Tomás, con Matías Antolín, con Sabina con otros amigos podamos seguir disfrutando de toros y vida, en Madrid o en Pontevedra- con Ramón Rozas-, en Barcelona, en Casa Leopoldo, con Rosa. O en Casa Perico, en la muy febril calle de la Ballesta. La tauromaquia es un erotismo. Aunque no sea un amor mercenario. Es una forma de placer más profunda. Más verdadera.