Víctor Gómez Pin
Un compañero de universidad, traductor en otros tiempos de Aristóteles a la lengua catalana, me decía socarrón que quizás yo hacía una interpretación del arranque de la Metafísica excesivamente cargada de optimismo antropológico. Cuando el filósofo de Estagira nos dice que por genuina disposición "todos los humanos aspiran a la lucidez", no estaría explicitando un rasgo universal de nuestra especie, sino más bien avanzando un criterio de selección de un restringido grupo cuyos miembros merecerían cabalmente el calificativo de humanos.
Socarronerías aparte, tal es quizás el sentimiento profundo al que se responde cuando se considera no ya legítimo sino inevitable que la inmensa mayoría de la humanidad quede realmente excluida de toda tarea espiritual, cuando se acepta no ya que la ciencia y el arte sean cosa de un sector social, sino que lo sea también el sentimiento festivo digno de tal nombre. "¡Orgasmo sideral¡" reiteraba en fingido éxtasis, un locutor de una cadena pública de radio, al final del encuentro futbolístico de Roma. Sin duda otros tienen una concepción diferente (y auténticamente festiva) del orgasmo. El problema es que puedan llegar a pensar que tal concepción es exclusiva de ellos. A un periodista que- hace ya dos lustros- me inducía a felicitarme del incremento del número de profesores de filosofía, le respondí que – al igual que pasa con el erotismo- lo importante para un ciudadano no es tanto garantizar la práctica filosófica de otros sino la práctica filosófica propia. Me respondió que se trataba quizás de una concepción excesivamente optimista de la ciudadanía.