Javier Rioyo
Desde que en la edad del acné, al empezar los adioses a la adolescencia, encontramos nuestro primer libro de Onetti, nunca lo hemos abandonado. Podemos aplazarlo un tiempo, pero siempre volvemos a él. Sigo volviendo ese infierno tan temido, sigo volviendo a sus calles, sus personajes, a Santa María y a esa ciudad, Montevideo, que conozco mejor por haberme acompañado de sus libros. Ayer, escuchando a Juan Cruz y a Felix Grande, volvimos a transitar por un territorio llamado Onetti. Un mundo que se hace con cigarros, whisky y palabras escritas. También con silencios. Y Onetti se nos hizo cercano, paseante, como si levantado de su cama madrileña nos invitara a compartir extrañezas. Y para seguir en su compañía dos últimos acompañantes: la revista "Turia" que dedica un cartapacio lleno de testimonios, de lúcidos acercamientos y que descubre un cuento inédito. Gracias otra vez a Raúl Maícas capaz de hacer necearía la visita a su periférica revista.
Y también gracias a Hortensia Campanella y a la editorial Galaxia Gutenberg, que avanzan en las obras completas y nos entregan en tercer tomo con cuentos, artículos y miscelánea.
Entre otras cosas encontramos un autorretrato que nos identifica a tantos. El escribía en la edad madura de sus sesenta años pero lo podría haber firmado antes, después con esa forma de escribir de trampas, acaso mentir, acaso decir la verdad:
"…En cuanto a mí, hace muchos años que aprendí el arte de afeitarme al tacto, para evitar la opinión del espejo, para acudir al trabajo sin el peso de otra depresión.
Es que mi imagen avanza desde hace tiempo, separada de mí.
Mientras yo permanezco adolescente, calmo, interesado en lo que importa, bondadoso y humilde por indiferencia y por la asombrosa seguridad de que no hay respuestas, ella, mi cara, ha envejecido, se ha puesto amarga y tal vez esté contando o invente historias que no son mías sino de ella"