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Escrito por

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La buena reputación

 Esta novela  es como uno de esos grandes ríos que en su curso medio fluyen tranquilos, poderosos y ajenos porque no necesitan nada fuera de sí mismos. Casi de inmediato el lector cae en la cuenta de que puede entregarse a la lectura sin  otro cuidado que dejarse llevar porque no hay peligro de cascadas, ni amenaza de rápidos que corren entre piedras cortantes y que se disuelven en remolinos traicioneros.

            La propuesta de honrada tranquilidad que lleva a cabo Martínez de Pisón en La buena reputación tiene el mérito añadido de haber superado con éxito una dificultad técnica de cierta envergadura. En principio se trata de una historia tan reconocible como pueda ser la trayectoria vital de los miembros de una familia española desde los años cincuenta, cuando los padres están en su plenitud vital, hasta el momento en que la generación siguiente toma el relevo. Lo que ya no es tan habitual es el marco espacial en el que transcurre la acción (Melilla, Tetuán, Málaga, Zaragoza y Barcelona), ni tampoco  las circunstancias (el norte de Marruecos se encuentra en pleno torbellino descolonizador y los habitantes de las ciudades españolas en territorio marroquí no están nada seguros de que el huracán anticolonialista no se los va a llevar por delante). Encima, la familia que lleva el peso de la narración no pertenece, como puede pensar cualquiera nada más oír la palabra Melilla, al estamento militar. Lejos de ello, se trata de un matrimonio en el que él es judío (poco ortodoxo  pero hijo de Israel al fin) y ella una mujer católica, más ocupada en asegurar un futuro a unas hijas en edad casadera que en participar en la vida, costumbres, tradiciones y compromisos judíos.

            Pero, e insisto en el carácter tranquilo de la narración, Martínez de Pisón logra mantener en todo momento el equilibrio entre las vicisitudes de los diferentes miembros de la familia y el suministro de la información que el lector precisa para poder juzgar por sí mismo lo que está leyendo. La situación de los judíos bajo el régimen de Franco (quién no recuerda el famoso sonsonete contra el judaísmo internacional) tanto en la Península como en Melilla; la actitud de las autoridades civiles y militares ante el tráfico de familias judías hacia Israel en previsión de que los nacionalistas marroquíes cumplan sus amenazas; la influencia que ejercen  los requisitos religiosos y los compromisos sociales judaicos en la relación de pareja de un matrimonio mixto; los proyectos matrimoniales de las hijas en una sociedad dominada por unos solteros-objetivo que en su mayoría eran militares y por lo tanto aves de paso difíciles de cazar (o al menos difíciles de cazar para siempre);  el peregrinaje de unas ciudades a otras en busca de un acomodo que vaya bien a todos, etc. Es muy meritoria la dosificación de esa información y su intercalación en la vorágine de acontecimientos que aquejan a todos,  porque como es lógico pasa de todo: hay adulterios, actos de heroísmo, fugas románticas con un novio no bien visto por la mamá, los peligros que afronta el padre para ayudar a escapar a gente a la que ni siquiera conoce; peleas y reconciliaciones entre los padres, traiciones de las hijas, o las pequeñas venganzas y los grandes amores habituales en las familias. Y no creo necesario aludir a la sobriedad y precisión del lenguaje, tan difíciles de ver en la narrativa actual. O qué decir de las elegantes elipsis que permiten pasar página a determinadas situaciones sin necesidad de contarlo todo.  Sin duda, una obra mayor y de madurez.

 

La buena reputación

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral    

 



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19 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Viaje musical por Francia e Italia en el s.XVIII

Charles Burney (1726-1814) fue organista, compositor y uno de los más prestigiosos historiadores de la música en la Inglaterra del siglo XVIII.  Según cuenta él mismo, le asombraba que la historia,  la arquitectura, la escultura o la pintura de Italia ofrecieran una inmoderada cantidad de tratados y  relatos de viaje. Y que en cambio no existiera una buena historia de la música en Italia pese a que “ese país encantador es el que ha influido en mayor medida sobre nuestra concepción de la elegancia y la excelencia, que son atributos propios de este arte”.  

            Dispuesto a poner fin a semejante escándalo, Charles Burney se dirigió a Dover el 5 de junio de 1770 con intención de atravesar Francia (Lille, París, Lyon), Suiza (Ginebra) e Italia (desde Turín a Nápoles y vuelta pasando por  centros musicales italianos tan señalados  como Venecia, Verona, Florencia o Roma). Su propósito al emprender tan largo y fatigoso periplo era “visitar las verdaderas fuentes y beber lo que mana de ellas, y de paso, también, por qué no admitirlo, satisfacer mi curiosidad”.

Sin embargo, en su ansia por atravesar el Canal y empezar a recopilar material y escuchar por sí mismo a los principales músicos e intérpretes, al llegar a Dover se vio obligado a posponer su salida durante un par de días debido a un olvido imperdonable. Cabe pensar: se olvidó los salvoconductos. O las cartas de presentación para las eminencias de cada ciudad. O quizá los avales para que los banqueros de cada parada le suministraran fondos. Pues no. Se había dejado la espada “el salvoconducto de un caballero en el Continente”. Obviamente, y salvo para lucirla en las recepciones de gala, no hará uso del arma en todo el viaje.

Al principio de su relato Burney asegura que siendo su  objetivo primordial la música “he querido dejar de lado otra  cosa que no estuviese relacionada con la música”. Y promete no dejarse distraer contemplando cuadros, estatuas y edificios. Pero quiá. Cómo pasar por Venecia, Florencia o Roma sin ver con sus propios ojos algunos de los prodigios que atesoran esas ciudades. Y encima si eres un hombre con un ojo excelente, sobre todo para la pintura.

 Pero hay más: además de una relación competente y de primera mano de la (ingente) actividad musical que le sale al paso, el lector recibe una avalancha de información acerca de temas tan variados como  los sistemas de transporte de viajeros, las carreteras y los paisajes por los que atraviesan o la calidad de las posadas y la calaña moral de los posaderos. Pero sobre todo una información detallada acerca de las costumbres de las clases altas y acomodadas, y en especial de los nobles y familias pudientes inglesas instaladas en suntuosas villas donde celebran  fiestas, merendolas, cenas y cotillones siempre adornados por la música, con una notable aportación (fundamentalmente canto) a cargo de las cultas,  cultivadas y siempre bellas anfitrionas de cada mansión.

Leyendo las andanzas de  Burney se advierte hasta qué punto la música era un arte vivo y un elemento vitalizador de la sociedad. Además de incontables solistas e intérpretes (profesionales o aficionados) Burney se relaciona con un ejército aún más numeroso de mecenas, editores, copistas, libreros, coleccionistas y melómanos que le ofrecen una información de primera mano acerca de la actividad musical del momento en cada ciudad y también sobre técnicas de ejecución, instrumentos musicales, las escuelas y conservatorios, etc, todo ello enriquecido por el excelente trabajo del traductor y autor de las innumerables notas, Ramón Andrés.

El libro tiene un peligro: resulta difícil acabarlo sin tener anotadas para su compra un gran número de piezas, muchas de ellas desconocidas pero de las que Burney habla con un entusiasmo contagioso. Por desgracia, piezas  como el Misere, de Allegri, será difícil escucharlas  en todo su esplendor, pues la audición canónica se hace en el Vaticano, la noche de Viernes Santo, a oscuras y con el papa y los cardenales tumbados de bruces en el suelo mientras resuenan las voces angelicales de unos coros que ensayan durante todo el año para la ocasión. De todas formas, y aunque sea en un humilde iPod, ese Miserere debe ser escuchado una y otra vez con la seguridad de que nunca producirá una sensación de saciedad.

 

Viaje musical por Francia e Italia en el s.XVIII

Charles Burney

Traducción y notas de Ramón Andrés

 

Acantilado     

 

 

 



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27 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yo vi a Nick Drake

Esta colección de narraciones cortas y largas merecería llevar un subtítulo que manifestase su condición de páginas de sabiduría sobre las relaciones humanas. Porque de eso tratan, de las viejas, manidas, socorridas y sin embargo siempre ignotas y fascinantes relaciones humanas, pero con un matiz que estoy empezando a creer que es generacional porque ya he tenido una sensación parecida leyendo a gente —por otra parte tan dispar entre sí incluso por la edad— como Marina Perezagua, Jesús Carrasco, Miguel Ángel Hernández y ahora Eduardo Jordá, que probablemente sea el más veterano de los mencionados Y al hablar de un matiz común me refiero a una actitud previa al hecho de escribir que les permite a todos ellos encarar sus narraciones con la (falsa) convicción de que nunca nadie ha contado antes lo que ellos cuentan y que por lo tanto no tienen ningún tipo de compromiso o servidumbre con el pasado y gozan de la libertad y la inocencia de quien parte de cero. No sé hasta qué punto es un elogio, pero no parecen escritores españoles. Ni imitan ni tratan de no imitar, y tampoco van a favor o contra nadie en tanto que militantes o portadores de aquellas etiquetas que tanto gustaban antes, llámense “generación perdida”, “escritura social”, “prosa experimental”, “dirty” o cualquier otro de los inventos pensados para crear imagen de marca y vender.

                Por descontado que la inocencia previa y la falta de compromiso es falsa. Por referirme sólo a las presentes narraciones de Eduardo Jordá, no hace falta ser un experto para apreciar la cuidada elaboración y el enorme bagaje de experiencia que permiten a relatos como “Lugar de Espinas Grandes” o “Eurodisney” transmitir un aire de frescura y ligereza tan notable.

                Las cinco narraciones encabezadas por “Yo vi a Nick Drake” tienen como asunto las relaciones humanas, muchas veces centradas en el sempiterno desencuentro de la pareja, aunque también puede ser la pugna soterrada entre dos machos alfa (un director cinematográfico de éxito y un novelista con más prestigio que ventas) con la conquista de la hembra (la mujer del novelista) como tema de fondo en “Un día de verano”. Sin prisas y sin aspavientos, el perfil de los contrincantes de este relato se va haciendo progresivamente más nítido: el director de éxito padece una enfermedad terminal y, al tiempo de revisar el pasado tratando de dilucidar si mereció la pena, da la sensación de que se esté despidiendo del mundo y de los puntos de referencia más importantes, uno de los cuales podría ser el novelista. Éste le guarda cierto rencor porque el único guión que escribió para su amigo nunca se llevó a la pantalla, y aunque se le pagó tan generosamente que pudo comprarse su casa actual, el resquemor por no haber visto apreciada su obra no le ha abandonado pese a los muchos años transcurridos desde entonces. A todas estas, la hembra es una figura desvaída y lejana y no hace acto de presencia hasta más o menos la mitad del relato, aunque desde entonces irá cobrando protagonismo hasta convertirse en el eje vertebrador de la narración.

                Pero justamente por eso digo que la sencillez y la inocencia es falsa, pues al poco de empezar a leer cualquiera de los relatos caes en la cuenta de que no hay una sola coma que no esté ahí porque es indispensable, de la misma forma que están minuciosamente planificados el orden de aparición de los acontecimientos, la intensidad de los roces, las intenciones que abriga cada cual o las consecuencias de todo ello. Con el valor añadido de que aun tratándose de relaciones humanas no siempre se corresponden con las conclusiones previas que saca el lector basándose en su propia experiencia o en otras lecturas, y pongo por ejemplo el relato titulado “Eurodisney”. Un viaje regalo a Eurodisney pone de manifiesto una más de las muchas disensiones latentes que dificultan la relación de un matrimonio joven y por lo tanto repleto de propósitos y perspectivas no del todo mutuamente satisfechas. A él pasar un fin de semana en Eurodisney le da una pereza inmensa, en tanto que a ella no sólo le parece bien interrumpir la monotonía cotidiana sino que está dispuesta a presionar lo que haga falta para que el hijo de ambos vea satisfecha la visita a ese mundo de fantasía que tanta ilusión le hace. El lector es informado desde el primer momento que va a ser un viaje iniciático, pero una vez embarcado en el mismo descubrirá que no tiene mucho que ver con lo que había imaginado porque el iniciado no va a ser el niño. Ni mucho menos.

                Y lo mismo vale para los restantes relatos. El autor se ocupa de situar a sus personajes en ambientes que por sí mismos ya atraen la atención, ya sea una playa de surferos en la costa mexicana del Pacífico, una casa en la playa de Long Island, el  mencionado Eurodisney o un hotel de segunda categoría y fuera de temporada en la costa de Túnez, aunque luego la acción se trasladará a una cala de Ibiza en la que vivió y murió el asesino de Jaurés. Escenarios y pasiones para todos los gustos. Y una sensibilidad narrativa extraordinaria, como la relación de las últimas horas de un buen perro llamado Sonny Boy y que sin duda pasará a formar parte del imaginario canino de todo lector para el que los perros sean algo más que unos convecinos ruidosos y no del todo limpios en sus hábitos higiénicos.

 

Yo vi a Nick Drake

Eduardo Jordá

 

Editorial Rey Lear          

                  



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20 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Sur pide la palabra

La descripción que hace de este libro el cineasta Oliver Stone no puede ser más sugestiva: “El eslovaco chalado, el carismático filósofo croata y el más peligroso político griego han unido fuerzas para brindarnos el atasco en el que está medita Europa…”. El esloveno chalado es Slavoj Žižek, director de un instituto de humanidades en la Universidad de Londres y uno de los revulsivos culturales más provocadores de Europa, por más que sus numerosos enemigos y detractores en lugar de apreciar sus indudables dotes para el espectáculo  prefieran descalificarlo tachándolo de gamberro. Después de leer su decena de intervenciones en este libro el lector español podrá apreciar que si este hombre irrita tanto a los poderes establecidos es porque, junto a una actitud irreverente que a ratos se adentra en la blasfemia, demuestra una capacidad de análisis y una facilidad para la síntesis que le hacen terriblemente incómodo y difícil de rebatir sin caer en el insulto puro y duro (que es lo que por lo general hacen).

                Menos conocido por el gran público que Žižek,  el filósofo carismático Srećko Horvat no es menos luchador e incisivo que él. Aparte de escribir libros de combate y colaborar en medios como The Guardian, El País y Al Jazeera, dirige en Zagreb el Festival Subversivo, que no sé exactamente qué es aunque con semejante título tampoco hay que ser un adivino para hacerse una idea de qué hacen. El tercer participante, Alexis Tsipras, el más peligroso político griego, fue la gran y más esperanzadora sorpresa en las últimas elecciones de su país (2009) y aquí hace las veces de banderín de enganche para las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, a las que se presenta al frente de una colación de partidos denominada Partido de la Izquierda Europea.

                Lo que han escrito entre los tres, no es un tratado político, ni la tan ansiada reflexión que saque a la izquierda de la profunda depresión que la aqueja desde hace ya tanto tiempo: es un libro de combate que busca transmitir la urgencia de un cambio radical en el rumbo actual de la Unión Europea.  Aunque cada uno vaya a su aire, tanto Žižek como Horvat comparten su crítica a la mayor parte de las medidas adoptadas para paliar una situación provocada por los bancos con la connivencia de los estados y cuyo coste se ha hecho recaer íntegramente sobre las problaciones: entre otras muchas, una fiscalidad injusta, recortes en el gasto público sin precedentes, "ajuste" de los salarios, desmantelamiento del Estado providencia o la privatización de bienes públicos fundamentales, como por ejemplo el agua y la energía. Y las que seguirán.

Como es lógico, dada su condición de esloveno y croata, respectivamente, ambos son muy sensibles a la campaña de desinformación sufrida por sus países con el ingreso en la Comunidad Europea, y que les está conduciendo a una situación política y social sospechosamente similar a la que ya sufren Grecia, España, Portugal o Irlanda.  La conclusión es que Los Balcanes, los demonizados y vilipendiados Balcanes, son en definitiva una parte integrante y no diferenciada de ese Sur que reivindican los autores del libro.

Pero, aun siendo artículos de combate, lo que los hace más incisivos es que sus autores son capaces de alternar la lucha de trincheras con análisis de mucho calado, y en ese sentido son muy reveladores los titulados “En tierra de sangre y dinero: Angelina Jolie y los Balcanes” (una crítica demoledora de Srećko Horvat a En tierra de sangre y miel, la película en la que la conocida actriz metida a directora se empantanó en su intento de mostrar ese terrible y siniestro punto en el que, por recurrir a la terminología de Giorgo Agamben al hablar de Auschwitz “el bien y el mal, y con ellos todos los metales de la ética tradicional, alcanzan su punto de fusión”). Y ya que el lector habrá llegado hasta el momento en que Horvat justifica la sustitución de la imagen dulzona de la miel por el rostro implacable del dinero,  puede adentrarse en el artículo siguiente, titulado “La marcha turca”, en el que Slavoj Žižek analiza y da noticias bastante curiosas acerca del cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven y el (mal) llamado “Himno a la alegría”.

En vísperas de las elecciones europeas es casi un elercicio de higiene mental hacer una pausa en la avalancha de ideología trucada que están vertiendo los curiosamente todavía llamados partidos “conservadores” y “progresistas” y darle una oportunidad a una visión de Europa diferente, y que podría resumirse en una reflexión de alguien tan poco sospechoso de subversión como es T.S. Eliot. En sus Notas para la definición de una cultura, sostenía que en la tesitura de elegir entre el sectarismo y la incredulidad, el único modo de mantener viva una religión (en este caso el fetiche Europa) es provocar una escisión que rompa el núcleo central de esa Iglesia. O dicho en otras palabras: el chalado, el carismático y el peligroso político que firman este libro no tratan de acabar con Europa sino de provocar un cisma en el que las grecias, españas, portugales, irlandas, eslovenias, croacias, serbias y quienes vengan detrás vean sus derechos respetados y colmadas sus aspiraciones más elementales. O sea, que les den la palabra. Qué menos.

 

 

El sur pide la palabra

Srećko Horvat y Slavoj Žižek

Prólogo de Alexis Tsipras

Traducción de Enrique Murillo

 

Los libros del lince

 



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13 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La hondonada

La autora está a mitad de la  cuarentena  pero deja muy claro que le tiene sin cuidado si la suya es una novela tradicional o pos moderna o qué. Quiere contar una historia y lo hace por encima de modas y modos y conveniencias.

La estructura desde luego, y salvo por unos pocos flashs backs explicativos, es perfectamente tradicional: lo primero va primero y lo segundo va después, con el planteamiento, el nudo y el desenlace perfectamente ordenados.

Y en cuanto a la técnica, sin alardes ni malabarismos ni ninguna otra clase de exhibicionismos, lo mismo se detiene a describir minuciosamente las flores de una charca y el vuelo de las aves acuáticas que recurre a las elipsis para dar saltos en el tiempo o en la evolución de algún personaje y centrarse en lo que más le interesa contar en ese momento. Pero con orden y sin sobresaltos. La autora parece dar por sentado que sus lectores tienen bien aprendida la evolución sufrida por la novela a lo largo del siglo XX y que tienen armas suficientes para aportar el contenido de los hiatos narrativos.

Curiosamente, la crítica insiste mucho en la existencia de un choque cultural (una parte de la novela está ambientada en la India y la otra, la más larga, en Estados Unidos). Y sí, hay choque cultural, pero no como cabría esperar sino al revés, y lo explico.

Subhash y Udayan son dos hermanos  nacidos y crecidos en un suburbio de Calcuta y que pertenecen a una familia de la pequeña burguesía local. De los dos, el más decidido, valiente y transgresor es el pequeño, Udayan, mientras que el otro es más reflexivo y prudente (lo que le vale ser llamado cobarde en varias etapas de su vida). El progresivo compromiso político-revolucionario de uno, que le lleva a militar en un partido maoísta partidario de imponer la revolución por medios violentos, marca el inicio de un progresivo distanciamiento con el mayor, que en lugar de participar en  las luchas callejeras  prefiere aprovechar una beca para estudiar oceanografía en una universidad norteamericana.

En contra de lo que pueda parecer, los conflictos vienen todos de la India porque en Estados Unidos todo va como la seda:  Subhash se integra sin problemas en una universidad que le acoge amistosamente  y le ofrece  una beca lo bastante generosa como para vivir en un apartamento, comprarse un coche y, llegado el momento, casarse y traer a su esposa india, que también se integrará sin problemas en la vida universitaria norteamericana y terminará licenciándose en filosofía y ejerciendo de profesora en California.

Los choques sociales, sentimentales y culturales vienen todos de la India. Udayan, que ha participado en varios atentados y directa o indirectamente apoya los asesinatos políticos de su partido, es abatido por fuerzas paramilitares indias y deja una esposa, Guri, que sin él saberlo está embarazada.  Los problemas de Guri con su familia política, en la que ha entrado saltándose todas las normas sociales,  y el futuro incierto que les aguarda a ella y su hijo en la India mueven a Subhash a casarse con ella y llevársela consigo a Estados Unidos, con lo cual provoca un conflicto con sus padres, que si ya no querían a esa esposa elegida sin su consentimiento por el hijo menor, tampoco la van a aceptar ahora casada con el primogénito.

Aunque Subhash apoya económicamente a sus padres y hace lo posible por mantener una relación paterno filial fluida, la transgresión de las normas matrimoniales tradicionales en la India y, en general, su poco respeto a la cultura ancestral provocan un distanciamiento insalvable y que se mantiene incluso tras la muerte del padre y, unos años después, con la madre, cegada hasta el final en su culto por el hijo muerto y su negativa a perdonar la “traición” del primogénito.

Mientras tanto, en América, los conflictos no surgen del entorno social en el que se integran Subhash y su precaria familia, y tampoco surgen de la formación ancestral recibida en la India porque sus problemas son reconocibles y podrían darse en cualquier pareja occidental: los escrúpulos  de la viuda embarazada por aceptar casarse con su cuñado sin que haya amor por ninguna de las dos partes; la resistencia a que el padre ficticio ejerza de padre real con  la niña ya nacida en América; las contradicciones que surgen cuando la niña desarrolla una gran complicidad con su falso padre, provocada en parte  por el progresivo distanciamiento con la madre verdadera; la huida de ésta dejando a la niña al cuidado del falso padre; la reacción de la niña, ya mayor, cuando conoce la identidad de su padre y los motivos por los cuales fue abandonada por su madre, etc.

Jhumpa Lahiri, a todas estas, y como ya he dicho desde el principio, está inmersa en la historia y la sigue sin desfallecimientos hasta el final, reflejando con gran tensión y acierto  el complejo vericueto moral y sentimental de los protagonistas y sin arredrarse ante las difíciles decisiones que deben tomar unos y otros.  Y si la sucinta relación de acontecimientos aquí ofrecida transmite la sensación de que se trata de un relato sentimentaloide y folletinesco, nada más lejos de la realidad. La novela despierta la atención del lector en las primeras páginas y ya no la suelta hasta el final porque  la autora es una excelente narradora.

 

La hondonada

Jhumpa Lahiri

Traducción de Gemma Rovira Ortega

Salamandra



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6 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cuentos

Con Marvis Gallant tengo la desagradable sensación de haberme pasado la vida mirando en todas las direcciones posibles salvo aquellas que me hubiesen llevado a ella. Leí hace un montón de años (a toro pasado) alguna de sus crónicas de Mayo del 68 y me prometí que leería cualquier cosa que ella escribiese. Pero desde entonces ha publicado más de cien cuentos (116 según sus incondicionales), dos novelas, una pieza de teatro, una parte de sus diarios y bastantes entrevistas sin que yo haya cumplido mi promesa de leerla. Incluso su muerte, ocurrida hace poco más de un mes, me ha sorprendido con el pie cambiado.

Ella, junto con  Alice Munro y  Margaret Atwood, formaba el trío de  viejas damas canadienses (91, 83 y 75 años respectivamente) siempre a la espera del premio Nobel. El hecho de que el año pasado Alice Munro ganase  el ansiado premio debió de ser un golpe muy duro para la aspirante más veterana,  primero porque sabía que ya no volverían a repetirse las condiciones idóneas para que volviese  a recaer sobre una mujer canadiense y angloparlante (ni siquiera la Atwood pese a su “juventud” tiene muchos motivos para la esperanza) y segundo porque Alice Munro se había declarado reiteradamente alumna y admiradora suya.  Y que premien al alumno por delante del maestro tiene que ser un motivo de satisfacción para éste. Pero vaya.

Aunque en esta misma columna he manifestado varias veces mi admiración por la Munro, en el caso harto improbable de haber formado parte del  jurado que tuvo que decidir entre ellas dos me hubiese visto en un compromiso porque  ambas son unas extraordinarias narradoras.

Lo que sí hay, en cambio, son unas notables diferencias entre sus universos narrativos. Si los cuentos de Alice Munro transcurren en una zona de Canadá perfectamente reconocible   y los protagonistas podrían ser intercambiables (y eso que luego las historias no tienen nada que ver unas con otras) Mavis Gallant era una mujer sin asiento y se le nota. A los veintiocho años dejó el periódico de Montreal para el que trabajaba y se instaló en París  decidida a vivir de la escritura porque, decía, quien no viva de sus creaciones no es un escritor. Muchos de sus relatos transcurren en París, pero también en España, Italia, Alemania y en menor medida Rusia porque hizo un largo viaje por el paraíso soviético y no le gustó nada. Tras un breve y no muy estimulante matrimonio con un músico canadiense decidió de una vez por todas que el matrimonio no era lo suyo y nunca más acomodó su paso al de nadie. En cambio le gustaba meter cuatro cosas en una maleta y echarse a la carretera sin tener bien definidos ni el tiempo que iba a durar el viaje ni la dirección que tomaría. Decía que allí donde iba se encontraba como en casa (aunque en realidad a la edad de cuatro años dejó de tener casa propia debido a la muerte de su padre y al nuevo matrimonio de su madre) y que le encantaba conocer gente nueva y saber de sus vidas. Según ha contado ella misma los personajes de sus relatos ya tenían nombre, estado civil, lugar de nacimiento, profesión y demás rasgos que luego ella modificaba según las necesidades de lo que contaba. Y esa técnica de construcción se trasluce en sus cuentos porque parecen contados por alguien que los ve desde lejos y con el despego de quien está allí pasando el verano.

A veces, y aunque estén ambientados aquí o allá, son autobiográficos, y de ahí que el desarraigo y la lucha por abrirse un hueco en la ciudad desconocida de turno sea un tema recurrente y, como digo, muy personal. Y sin embargo está contado con un despego y una falta de dramatismo que los hace más desgarrados. Pero sin sofocos.  Así esa esposa, dueña de un establecimiento hotelero que ve cómo su marido se distrae cada vez más con las clientas hasta que se marcha con una de ellas, cosa que no altera a la abandonada que sigue llevando el hotel con la misma calma con la que recibe al réprobo unos años después. Se va y vuelve y no importa mucho, como la niña casadera de otro de los cuentos que rompe su compromiso con el novio que le gustaba y se casa con el que dice su madre. Sin problemas.   

Los cuentos ambientados en la España de los años cincuenta están marcados por la falta de dinero y de esperanzas en el futuro. La narradora y tres amigos españoles pasan hambres y miserias pero sin rencores ni peleas. Posteriormente se ha sabido que esos cuentos reflejaban exactamente la situación de Mavis Gallant entonces porque ella le mandaba sus cuentos  a un agente canadiense que se quedaba con el dinero de sus representados (entre ellos Somerset Maugham y Huxley). Es una anécdota pero refleja la técnica de Mavis Gallant para construir sus historias, ya que de la España que ella conoció refleja el ambiente, la derrota moral de sus habitantes y la falta de esperanza pero, aun siendo experiencia propia, ha dejado fuera lo personal. No escribía para ajustar cuentas sino para entender el sinsentido de la existencia. Y justamente por ello algún lector podrá sentirse desconcertado y aun decepcionado, sobre todo si es de aquellos que buscan en la literatura un sentido a la vida porque creen estar suficientemente servidos con la ración de incoherencias y sinsentidos que les depara la cotidianidad.

 

 

Los cuentos

Mavis Gallant

Traducción de Sergio Lledó

Lumen



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30 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vivir y escrir. Prosas autobiográfica

Si España no se caracteriza por la gratitud y el trato exquisito a sus figuras literarias más destacadas – por lo general  las maltrata en vida y las entierra en el olvido una vez muertas – no es la única en practicar tan injusta conducta. El daño que le hicieron sus contemporáneos a Gabriela Mistral aflora en muchas de las páginas de este curioso libro titulado Vivir y escribir. Y digo curioso porque, hablando con rigor,  no está escrito por Gabriela Mistral en el sentido de que  nunca quiso redactar una autobiografía formal, y así lo dice ella misma en uno de los primeros textos seleccionados. En cambio, como en muchos de sus libros habla de sí misma era posible, y eso es lo que ha hecho el autor de esta antología, Pedro Pablo Zegers, entresacar y ordenar cronológicamente los fragmentos para ofrecer una visión bastante sugestiva de una mujer singular y poco vegetativa  y que se sentía cómoda en ese caos moderado que era su cotidianidad. Es bastante significativo el extracto de su libro  Moneda dura que abre el libro: ”Estoy llena de caras sin nombres y nombres sin caras […] Es un laberinto de vieja este que sufro; y tendré que esperar al Día del Juicio para que mis nombres encuentren residencia en mis rostros y así vuelvan mis fantasmas de ayer a recuperar la encarnadura que hoy les he quitado”.  No necesitaba poner en orden a los demás y tampoco a sí misma. 

Curiosamente, habla con ternura de los dos pueblos donde pasó su niñez, Montegrande y La Unión, pero también de lugares donde fue a parar mitad por destierro y mitad por voluntad propia, como Punta Arenas y la Patagonia, lugares que no debían de ser fáciles de vivir en la época que ella ejerció allí el magisterio (los primeros años del siglo XX).  Pero también de ese rincón solitario de los Andes en el que, dice, “he  vivido los años más intensos de mi vida, que todo se lo debo al sol abrasador, a esta tierra verde y a este río […] quiero llamar a los Andes mi tierra nativa, la tierra de mis preferencias. La otra, Coquimbo, ni me dio jamás la misericordia de esta paz ni fue para mí otra cosa que un sorbo renovado de salmuera y hiel”.

Desde luego que este libro de prosas autobiográficas no excusa de leer paralelamente una biografía tradicional. Al revés, yo casi diría que es un estímulo para conocer mejor a esta mujer hoy bastante olvida, al menos por estos pagos, y que sin embargo transmite en sus escritos un impagable aliento de pasión, tanto en sus amores como en sus desamores de salmuera y hiel. Son continuas las trifulcas con sus compañeros de profesión, que nunca le perdonaron que ejerciera el magisterio sin tener título (como si para enseñar a unos niños olvidados de la mano de Dios en uno de los más inhóspitos confines del mundo se necesitase empapelar las paredes de diplomas); también con la prensa nacional, las autoridades y algunas figuras señeras, concretamente con Neruda, maestro, rival y protegido al mismo tiempo. Pero también con paisajes, costumbres y grandes hombres de otros países y continentes.

Son muchas las causas que se han aducido para explicar su lucha a brazo partido para asegurarse un lugar bajo el sol…fuera de los Andes.  Era mujer (“sin mucha gracia humana y sin mucha comunicación”), mestiza, de miras independientes (religiosa pero con ramalazos budistas,  y conservadora pero con convicciones en favor de las mujeres, los desprotegidos y determinadas estructuras sociales queb impedíana las autoridades encontrarle un acomodo a gusto de todos). Y encima con una sexualidad ambigua, bien que ella no hiciera ostentación de la misma hasta el extremo de que en el libro no hay ni la más leve mención a su vida afectiva. Como si no existiera. Su relación amorosa más conocida (el protagonista de “Sonetos de la muerte” que supuestamente se suicidó por amor) la desactiva en pocas líneas reconociendo que amores hubo pero que el joven Romelio se suicidó por otras causas y que para entonces ya tenía otra novia. O sea que no era fácil ejercer la mitificación con ella. Ni tampoco esperar que ella la practicara, y basta leer el relato de su paso por Lourdes.

Pero junto a ese poso  amargo porque “no tengo condiciones para ganarme la cordialidad fácil” es capaz de mostrar una extraordinaria sensibilidad hacia las personas a quienes consideraba dignas de su consideración, ya fueran Stefan Zweig y su esposa en el momento de la muerte de ambos en Petrópolis, su corta pero intensa amistad con la novelista venezolana Teresa de la Parra o, sobre todo, el relato de la muerte de Yin Yin, el chico al que los mitólogos declaraban su hijo y que ella, con uno de sus eficaces mandobles para disipar hojarascas, reduce a la categoría menos mística de sobrino. Pero lo adoraba y su suicidio, y la parte de responsabilidad que le correspondió a ella, la marcaron profundamente. También muestra su pasión cuando habla de la Biblia, de sus labores docentes y, reiteradamente, del castellano, su lengua materna. Es enternecedora su sorpresa cuando, al llegar a Madrid, descubre que la lengua que le enseñó su madre, perdida entre las montañas y a resguardo de modas e influencias extrañas,  era descendiente directa de quienes la llevaron allí y que, en cierto modo, incluso estaba mejor conservada.

 

Vivir y escribir

Gabriela Mistral

Compilación y prólogo de Pedro Pablo Zegers

 Ediciones Universidad Diego Portales



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16 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Historia de las tierras y los lugares legendarios

No deja de ser curiosa y aun notable la trayectoria intelectual de Umberto Eco. Debutó como filósofo y medievalista y luego amplió su campo de curiosidad a la semiótica, haciéndose más tarde una autoridad en el campo de la comunicación de masas. Pero en torno a los cincuenta años de edad decidió que su vida necesitaba un aliciente más allá de la academia y se descolgó con una novela, El nombre de la rosa, que fue un bombazo editorial a escala mundial. Después escribió tres o cuatro novelas más que no alcanzaron la aceptación y la difusión de la primera, pero ésta ya le había asegurado el pago de la electricidad y otros gastos hasta el final de sus días. Y cuando parecía satisfecho con lo conseguido, al acercarse a los ochenta años decidió darle un nuevo giro a su vida y se adentró en el campo de la divulgación fina: Historia de la belleza (2004), Historia de la fealdad (2007) y El vértigo de las listas (2009).

                Por descontado que su nombre y el número que ocupa en el ranking de ventas mundiales le permiten tener un equipo de colaboradores que le facilitan el trabajo. El dirige, ellos buscan lo que se les pide y con el material acumulado entre todos se confeccionan estos libros intachables  y que buscan antes que nada adentrar al lector en unas regiones del espíritu tan amplias (como la belleza y la fealdad, nada menos) que antes sólo podían ser recorridas de las mano del erudito (un camino directo y seguro pero casi siempre arduo) o del divulgador, un obrero especializado que goza de muy mala fama pero que ve parcialmente dignificado su oficio cuando lo ejercen personas como Eco.

                Según dice él mismo, en Historia de las tierras y los lugares legendarios ha querido mostrar “la realidad de las ilusiones”. Y puesto que el ámbito de la ilusión es infinito, Eco ha preferido ceñirse, como bien dice el título, a las tierras y lugares legendarios. Aun así, aunque el recorte es serio, la propuesta final es extrema. Desde los primeros y en ocasiones ingeniosísimos intentos por explicar la Tierra, a territorios avalados por la Biblia o vigorizados por Homero, o desde continentes volatilizado hasta islas utópicas o  lugares no novelescos, el lector va a adentrarse en un sugestivo viaje en torno a la fantasía humana.

                Para sistematizar en lo posible tan ingente material, Umberto Eco ha optado por hacer una introducción en la que pone un poco de orden en el estado de cada cuestión, situando histórica y geográficamente los temas y avanzando el veredicto de la actualidad a los mismos. Y vale como ejemplo la curiosa cuestión de las antípodas: incluso los defensores de la esfericidad de la Tierra tenían dificultades para aceptar que en el otro lado hubiese gente viviendo cabeza abajo, un problema que se agravaba por el hecho de que al pertenecer a zonas desconocidas, seguramente no les habría alcanzado la redención por la muerte de Cristo, y cómo se podía aceptar semejante escándalo. Y otro tanto les ocurría a quienes defendían, siguiendo a la Biblia, que la Tierra tenía forma de tabernáculo, pues entonces qué hacer con la bóveda celeste, el sol, la luna y las estrellas. Una vez establecido el estado de la cuestión, vienen unos textos, por lo general breves pero bien escogidos, de autores que van desde los presocráticos a los contemporáneos y en los que cada autor expone su propia tesis. Por seguir con el tema de las antípodas, es enternecedora la indignación de Lucrecio contra “las quimeras que el vano error hace imaginar a los necios porque han adoptado una teoría absurda”. Todo por sostener que había gente viviendo cabez abajo sin caerse, como si estuviese reflejada en el agua. 

                Y por en medio, están las magníficas ilustraciones. A veces hacen referencia y, como dice su nombre, ilustran el texto que aparece a su lado, pero en muchas ocasiones son un documento en sí mismas que justifica su presencia por su belleza y su valor documental pero que exigen de manera casi imperiosa el continuo recurso a Internet para completar la información que los sucintos pies de foto no dan. Basta abrir el libro por cualquier página al azar para encontrar ejemplos de lo que digo: “Olaus Rudbeck muestra la  posición de la Atántida.Frontispicio de Atlántica sive Manheimn, de Olaus Ruddbeck, Uppsala, 1679", En este caso se trata de un minúsculo grabado (pág. 191), pero pasa lo mismo con una supuesta pero regia destrucción de la Atlántida a todo color y a doble página obra de un tal Thomas Cole, de 1836, perteneciente a la colección de la New York Historical Society. Con el agravante de que una vez satisfecha la curiosidad visual queda el apetito por adentrarse un poco más en las sugerencias de los pequeños textos seleccionados. O sea: no es un libro para despachárselo de una sentada sino para irlo degustando poco a poco sin miedo a los laberintos que se abren en cada capítulo.

 

Historia de las tierras y los lugares legendarios

Umberto Eco

Traducción de María Pons Irazazábal

Lumen   



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2 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lionel Asbo

 

En el encabezamiento de las cuatro partes de que consta el libro se pregunta reiteradamente: “¿Quién dejó entrar a los perros? ¿Quién?”. Y a renglón seguido se especifica: …”Ésta, nos tememos, va a ser la cuestión”.  Teniendo en cuenta que el subtítulo dice “El estado de Inglaterra” resulta razonable sospechar que la mencionada cuestión consiste en averiguar por qué Inglaterra, poseedora de una clase alta aquejada de grandes vicios pero que dedicaba sus mejores esfuerzos a dirigir a una clase trabajadora domesticada y muy productiva, ha dejado entrar a unos perros proletarios que no sólo han copado los resortes del poder sino que imponen a todos sus gustos plebeyos y la satisfacción de sus abyectas pasiones. O algo así.

Si alguien está de verdad  interesado en averiguar tan intrigante proceso más le vale ir a buscar la respuesta en otras fuentes porque aquí no la va a encontrar. Pero quien abra la novela con la esperanza de que le cuenten una historia formidable, encarnada en unos personajes a la vez fascinantes y repulsivos, y cuyas andanzas son igual de fascinantes y repulsivas (o sea, como la vida misma, vaya) habrá acertado de lleno.

El planteamiento es muy sencillo: un chico de quince años y que ha quedado huérfano desde muy temprano (un chico con inequívocos rasgos negroides en una familia suburbial y cuyos miembros están en el límite  mismo de la border line pero que son todos inmaculadamente blancos) está al cuidado de su tío Lionel, un tipo brutal y descerebrado al que vemos alimentar con cerveza y tabasco a unos perros de presa que él necesita feroces para su negocio de intimidación y extorsión; al que vemos también propinar palizas bestiales sin motivo, vender a unos proxenetas a un adolescente que él considera rival  y entrar y salir continuamente de la cárcel, aprovechando sus periodos de libertad para aleccionar a su protegido en contra de la escuela, los estudios y el saber en general; al que incita a consumir porno inmoderadamente cuando no se lo lleva a locales de top less y al que le impone una única barrera moral: que no se acueste con su madre, es decir la abuela del chico, pero eso es algo que ya está ocurriendo, como bien sabrá el lector desde la primera línea: “Estoy teniendo una aventura con una mujer mayor […] El sexo es fantástico y creo que estoy enamorado. Pero hay una complicación grave y es la siguiente: ¡es mi abuela!”.

Obviamente, con un material así Martin Amis tendría de sobra para llegar hasta el final de la novela, pero más o menos hacia la mitad de la misma ocurre algo que toma a todos por sorpresa ( y me inclino  a pensar que en ese todos está incluido el propio Amis): encontrándose en una de sus habituales estancias en  la cárcel, al tío Lionel le cae la lotería: no ochenta mil, ni trescientas mil, ni novecientas setenta mil libras sino ciento cincuenta millones. De libras. Nada menos.

A cualquiera se le ocurre que en una sociedad como la actual (y esto se hace extensivo a cualquier sociedad, no sólo a la inglesa) poner en manos de un bruto descerebrado  el poder absoluto que implica  disponer de esa inimaginable cantidad de dinero es suficiente para romper todos los esquemas e incitar a quebrantar cualquier promesa previa. Frente a la obligación no deseada de ser testigo de su época y erigirse en conciencia moral de sus contemporáneos (el arte comprometido, la creación de una realidad mejor, etc) es comprensible que un narrador de raza como es Martin Amis se desdiga de todos sus planteamientos y promesas y se dedique a seguir hasta el final el filón literario que ha encontrado. Y al diablo con la sociología y sus perros. ¿Y que, en resumidas cuentas, quién los dejó entrar ?

Martin Amis, quién si no.  


 Lionel Asbo. El estado de Inglaterra.

Traducción de Jesús Zulaica.

Anagrama


 



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23 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Figuraciones mías

 

Los maestros antiguos, fundamentalmente aquellos que no ocultaban un cierto ramalazo cínico, tenían a su disposición una fórmula que les ponía al abrigo del acoso de algún alumno levantisco y escandalizado por las  incongruencias  detectadas entre las enseñanzas teóricas del maestro y la conducta personal  de éste: “Tú haz caso de lo que digo y no te preocupes por lo que hago”, era la  réplica ritual de aquellos hombres sabios.

El modelo moderno de sabiduría (y frescura) magistral es sin duda el Henry St. George de La lección del maestro, de Henry James: lo que el gran escritor consagrado le dice al joven neófito es que para triunfar en el arte es preciso renunciar a las pompas y vanidades de este mundo (incluido el amor); pero  lo que hace el avispado maestro es llevarse a la chica mientras el pobre tonto que aspira a la gloria trabaja como un condenado. 

En el caso de Fernando Savater habría que introducir una pequeña variante  porque en lugar  de perder el tiempo averiguando lo que hace (y da la sensación de que se divierte muchísimo haciendo lo que hace) hay que estar atentos a lo que lee, pues cuando le da por contarlo es insuperable. En 1976 ya dejó constancia de por dónde iban sus preferencias con un libro (La infancia recuperada) en el que sólo hablaba de gente como Stevenson, Julio Verne, Jack London, Daniel Defoe, Emilio Salgari, Conan Doyle o Tolkien. Es de señalar que en aquel momento triunfaba la literatura experimental y reflexiva y decirse admirador de Tolkien, entonces un desconocido, era casi una provocación. Y en otro libro no muy posterior (Criaturas del aire, 1979) quienes  hablaban  eran los propios personajes mitificados en las lecturas infantiles y ahora reivindicados, desde Sherlock Holmes, Tarzán o Fu.Manchú  hasta Drácula, aunque también tenían voz  personajes históricos tan dispares como  Juliano el Apóstata y  Bakunin o incluso un místico tan desconocido fuera de Sevilla como Miguel de Mañara, ninguno de los cuales desentonaba al alternar sus intervenciones con los Phileas Fogg, Mefistófeles, Simbad o Peter Pan que los precedían o seguían en el orden de aparición.

Por suerte para todos, Savater conoce sus puntos fuertes y para Figuraciones mías  ha elegido personalmente aquellos escritos que mejor reflejan sus gustos (o para decirlo con más precisión, sus amores desde siempre). El resultado, por lo  festivo, es como un pim pam pum de feria en el que los trofeos ganados en los aciertos van desde Cioran y Emerson a Baroja, Virginia Woolf,  Dante o Tolstoi, saltando de unos a otros con la frescura que da el conocer y haber pasado muy buenos ratos con todos ellos, pero no por otra razón se decía un poco más arriba que Savater transmite la sensación de divertirse muchísimo leyendo, con la particularidad de que encima sabe decirlo después.

 Incluso cuando se trata de darles  un palmetazo en los nudillos a los sabelotodo que se creen obligados a intervenir de continuo para decirnos lo que debemos hacer (y en este caso me refiero a los miembros de la Academia filosófica que fruncen el ceño ante cualquier escrito que muestre un vestigio de lo que ellos consideran “frivolidad”) Fernando Savater sabe hacer un guiño y esconderse tras una voz respetada para decir:   “Los filósofos que sólo escriben para filósofos profesionales actúan de un modo casi tan absurdo como actuaría un fabricante de calcetines que sólo fabricase calcetines para fabricantes de calcetines”. El autor del que se toma prestada  la observación es Odo Marquard, un viejo filósofo alemán perteneciente a la escuela de la ironía escéptica (faltaría más) y del que el propio Savater, en otro artículo no recogido en la presente selección, dice que hace disfrutar porque es “erudito pero ligero, profundo y divertido, profundamente divertido”. Con semejante aval sería un crimen no ir corriendo a una librería con intención de pasarlo tan bien como él. Para tranquilidad de quienes saben reconocer un buen consejo, sepan que pueden encontrar libros suyos en Paidos, Trotta y Pre-Textos, aparte de que la editorial argentina Katz publicó en 2007, Felicidad de la infelicidad. Reflexiones filosóficas.

La segunda parte de Figuraciones mías está dedicada a la educación y el futuro papel de la filosofía en la formación, que es un problema al que Savater ha dedicado una gran atención y que le ha costado no pocas trifulcas, fundamentalmente con los estamentos  religiosos y educativos más retrógrados. Al final (Tercera parte) y de forma casi testimonial (quiero decir que no entra al trapo con su artillería habitual) Savater plantea la cuestión de la supuesta “gratuidad de la cultura” defendida por los usuarios de Internet.


 


Figuraciones mías


Fernando Savater


Editorial Ariel


 


 



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16 de febrero de 2014
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