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Figuraciones mías

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

 

Los maestros antiguos, fundamentalmente aquellos que no ocultaban un cierto ramalazo cínico, tenían a su disposición una fórmula que les ponía al abrigo del acoso de algún alumno levantisco y escandalizado por las  incongruencias  detectadas entre las enseñanzas teóricas del maestro y la conducta personal  de éste: “Tú haz caso de lo que digo y no te preocupes por lo que hago”, era la  réplica ritual de aquellos hombres sabios.

El modelo moderno de sabiduría (y frescura) magistral es sin duda el Henry St. George de La lección del maestro, de Henry James: lo que el gran escritor consagrado le dice al joven neófito es que para triunfar en el arte es preciso renunciar a las pompas y vanidades de este mundo (incluido el amor); pero  lo que hace el avispado maestro es llevarse a la chica mientras el pobre tonto que aspira a la gloria trabaja como un condenado. 

En el caso de Fernando Savater habría que introducir una pequeña variante  porque en lugar  de perder el tiempo averiguando lo que hace (y da la sensación de que se divierte muchísimo haciendo lo que hace) hay que estar atentos a lo que lee, pues cuando le da por contarlo es insuperable. En 1976 ya dejó constancia de por dónde iban sus preferencias con un libro (La infancia recuperada) en el que sólo hablaba de gente como Stevenson, Julio Verne, Jack London, Daniel Defoe, Emilio Salgari, Conan Doyle o Tolkien. Es de señalar que en aquel momento triunfaba la literatura experimental y reflexiva y decirse admirador de Tolkien, entonces un desconocido, era casi una provocación. Y en otro libro no muy posterior (Criaturas del aire, 1979) quienes  hablaban  eran los propios personajes mitificados en las lecturas infantiles y ahora reivindicados, desde Sherlock Holmes, Tarzán o Fu.Manchú  hasta Drácula, aunque también tenían voz  personajes históricos tan dispares como  Juliano el Apóstata y  Bakunin o incluso un místico tan desconocido fuera de Sevilla como Miguel de Mañara, ninguno de los cuales desentonaba al alternar sus intervenciones con los Phileas Fogg, Mefistófeles, Simbad o Peter Pan que los precedían o seguían en el orden de aparición.

Por suerte para todos, Savater conoce sus puntos fuertes y para Figuraciones mías  ha elegido personalmente aquellos escritos que mejor reflejan sus gustos (o para decirlo con más precisión, sus amores desde siempre). El resultado, por lo  festivo, es como un pim pam pum de feria en el que los trofeos ganados en los aciertos van desde Cioran y Emerson a Baroja, Virginia Woolf,  Dante o Tolstoi, saltando de unos a otros con la frescura que da el conocer y haber pasado muy buenos ratos con todos ellos, pero no por otra razón se decía un poco más arriba que Savater transmite la sensación de divertirse muchísimo leyendo, con la particularidad de que encima sabe decirlo después.

 Incluso cuando se trata de darles  un palmetazo en los nudillos a los sabelotodo que se creen obligados a intervenir de continuo para decirnos lo que debemos hacer (y en este caso me refiero a los miembros de la Academia filosófica que fruncen el ceño ante cualquier escrito que muestre un vestigio de lo que ellos consideran “frivolidad”) Fernando Savater sabe hacer un guiño y esconderse tras una voz respetada para decir:   “Los filósofos que sólo escriben para filósofos profesionales actúan de un modo casi tan absurdo como actuaría un fabricante de calcetines que sólo fabricase calcetines para fabricantes de calcetines”. El autor del que se toma prestada  la observación es Odo Marquard, un viejo filósofo alemán perteneciente a la escuela de la ironía escéptica (faltaría más) y del que el propio Savater, en otro artículo no recogido en la presente selección, dice que hace disfrutar porque es “erudito pero ligero, profundo y divertido, profundamente divertido”. Con semejante aval sería un crimen no ir corriendo a una librería con intención de pasarlo tan bien como él. Para tranquilidad de quienes saben reconocer un buen consejo, sepan que pueden encontrar libros suyos en Paidos, Trotta y Pre-Textos, aparte de que la editorial argentina Katz publicó en 2007, Felicidad de la infelicidad. Reflexiones filosóficas.

La segunda parte de Figuraciones mías está dedicada a la educación y el futuro papel de la filosofía en la formación, que es un problema al que Savater ha dedicado una gran atención y que le ha costado no pocas trifulcas, fundamentalmente con los estamentos  religiosos y educativos más retrógrados. Al final (Tercera parte) y de forma casi testimonial (quiero decir que no entra al trapo con su artillería habitual) Savater plantea la cuestión de la supuesta “gratuidad de la cultura” defendida por los usuarios de Internet.


 


Figuraciones mías


Fernando Savater


Editorial Ariel


 


 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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