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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Exponerse a los rayos

En muchas películas de dibujos animados y alguna otra tirando a ciencia ficción que solía llamarse "El Hombre con Rayos X en los Ojos", acierta a pasar un personaje por una zona iluminada o cae en el ángulo de visión del Hombre con Rayos X y de pronto se hace visible su esqueleto. A veces eran señoras sentadas en taburetes de bar y el esqueleto conservaba la ropa interior y el cigarrillo entre los artejos. Era muy gracioso.

La mejor escena de este tipo, que yo recuerde, era la estupenda película de Schwarzenegger titulada "Desafío total", un prodigio de metafísica inconsciente. Los esqueletos en la pantalla de detección, controlada por la policía, se volvían contra el escrutador al saberse descubiertos y disparaban sus armas desintegradoras. La imagen saltaba por los aires.

Algo similar son los volúmenes que con una tenacidad admirable va publicando Andrés Trapiello bajo el epígrafe general de "Salón de pasos perdidos". Son ya diecisiete volúmenes en los que Trapiello cuenta con toda exactitud cuanto acontece en el círculo mágico de su vida privada. Hace un año exacto publicó el número 17, pero yo lo acabo de leer. El conjunto abraza un periodo singular, de 1987 a 2003, por ahora.

El proyecto puede parecer desorbitado, pero es de una audacia inusual y será un documento literario único en un país tradicionalmente roñoso en literatura memorialista. Sólo conozco otro caso similar, aunque en Gran Bretaña, el de James Lees-Milne que escribió un diario entre 1942 y 1997 y es una de las obras maestras de la literatura inglesa del siglo XX, sección gossip.

La principal diferencia es que Lees-Milne trabajaba para el National Trust y recorría una a una las venerables mansiones de la más decadente aristocracia mundial para ofrecer reparaciones y restauraciones a cambio de visitas turísticas: "Le arreglamos las goteras si permite que los plebeyos entren los jueves previo pago de entrada", decía Milnes. Las escenas eran escalofriantes. Tras la aparición del segundo volumen toda la nobleza arruinada sabía que las visitas de Milnes inmortalizarían el esqueleto del visitado, el cual generalmente recibía a Milnes en un estado etílico avanzado, a veces con el pantalón por los tobillos o sin pantalones, y así aparecía en sus diarios. No por eso dejaron de recibirle y aceptar visitas turísticas a cambio de un puñado de libras.

Por el contrario, Trapiello no trata a su visitado o visitante como una curiosidad teratológica sino que suele escribirlo con benevolencia, pero no puede impedir que su voluntad literaria triunfe sobre las convenciones burguesas, de manera que si hay que contar lo idiota que puede llegar a ser un alcalde de Madrid y cómo se comporta un idiota cuando es alcalde de Madrid (suceso que tiene lugar en este último volumen, "Apenas sensitivo"), pues se procede a ello sin vacilación. Y el lector se regocija.

No todo es dejar un retrato afinado de cientos y cientos de personajes, algunos muy notables otros meros comparsas, sino también que quede constancia de algunos sucesos que pueden tener importancia extrema en la vida de cada cual, aunque resulten triviales para el resto de la humanidad. Yo diría que la parte más inquietante y resuelta con mayor bravura es la larga historia de la muerte de una perra, narrada sin excesivo sentimentalismo, pero con una congoja severa y no soslayada. Trapiello es un escritor muy considerado con la muerte, a quien vigila la sombra y no la deja sola ni un instante. En este volumen hay numerosos momentos en los que la Amarilla aproxima sus dedos de hueso a un rostro, a un cuerpo, a un animal, a una planta, y ahí está Trapiello vigilando y tomando notas, a veces trémulas.

Como en el caso de Milnes o del Hombre con Rayos X en los Ojos, mucha gente ha decidido comportarse delante de Trapiello como si estuviera pasando un examen de química orgánica. Error tremendo. Tengo la certeza de que quienes tratan de engañar al Ojo con Rayos X son los que salen peor parados. Si entras en su órbita lo mejor es que no disimules absolutamente nada.

Por eso, una vez leído el volumen le cité para comentar algunas trivialidades con el taimado propósito de comportarme lo más groseramente posible, sólo por la curiosidad de saber cómo saldría mi esqueleto dentro de unos años en su pantalla de Rayos X. Fracasé. Es Trapiello un hombre tan afable y cordial que lo máximo que conseguí fue remover el azúcar del café con el dedo índice. O sea, una faena de aliño. Tendré que intentarlo de nuevo, no vaya a ser que estuviera yo tan soso que ni siquiera me programe.

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5 de marzo de 2012
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Sobre el trabajo y el dolor

Hace unos días leí a un cronista de diario describir la así llamada "crisis" como un arrasamiento de las condiciones vitales de gran parte de la población trabajadora, lo cual es cierto, pero añadía que estábamos regresando a la época de Dickens. Este tipo de manifestaciones bombásticas son harto frecuentes e indican una ignorancia total de la época de Dickens, o de la nuestra. Por lo visto el cronista no sabía que en la Inglaterra victoriana los niños empujaban vagonetas en las minas de carbón. Su esperanza de vida era de siete años, pero a pesar de ello salían más baratos que las mulas.

No es necesario ir tan atrás. Basta con saltar a Georgia, Carolina, Virginia, Pittsburg o Nueva York en 1910. O a Macedonia, Serbia, Grecia en 1919, así como a otros cientos de lugares y fechas del siglo XX. Los que he mencionado son los que están a la vista de cualquier espectador en la excelente exposición de Lewis Hine de la Fundación Mapfre. Allí pueden verse las caras tiznadas de casi un centenar de niños que partían piedras en las minas de Virginia. Sus ojos parecen agujeros perforados en una máscara negra. O las niñas que trabajaban doce horas en las fábricas textiles de Carolina. O los niños empleados por las serrerías, el algodón, el vidrio, en tareas que pocos adultos soportaban.

Las fotografías de Hine, un hombrecito con cara de ratón que vivió entre 1874 y 1940, son un testimonio colosal sobre la vida de los trabajadores hace cien años. Verdaderos iconos, muchas de estas fotos las hemos visto en los lugares más insospechados, desde portadas de libros hasta cubiertas de vinilos rockeros, sin saber que eran suyas. Verlas ahora juntas es en verdad emocionante.

Hine no buscaba la compasión, ni el sentimentalismo, ni siquiera la caridad. Él era un documentalista, lo que no excluye, por supuesto, que algunas de sus placas sean para nosotros verdaderas obras de arte del mismo modo que hoy nos admiran algunos frescos góticos que en su momento fueron tan artesanales como la herrería. A él le interesaba el mundo del trabajo porque sus fotografías eran también duro trabajo y por eso no sólo expone el dolor, el sufrimiento, la explotación o la miseria, no se recrea sólo en los horrores de la sociedad industrial. También es consciente de que el trabajo es un modo de dominar el mundo, de controlar las condiciones de nuestro dolor, de nuestro sufrimiento, e incluso las condiciones de nuestra explotación.

Por eso la sociedad americana que en el primer tercio de siglo XX le había proporcionado aquellas imágenes infernales, cambia por completo en los años treinta cuando Hine fotografía la épica del trabajo. Son sus célebres imágenes de la construcción del Empire State Building, un canto glorioso a la audacia, el esfuerzo, el sacrificio y la imaginación de los humanos. Aquellos obreros que colgaban sobre el vacío estaban siendo fotografiados por un frágil hombrecillo de cincuenta y siete años que también colgaba sobre el vacío. Un trabajador entre otros trabajadores que hacía funambulismo entre cables y jácenas.

LEWIS HINE

Alguna de esas imágenes, como la archicélebre de Ícaro sobre el ESB, forma parte de la más auténtica y vigorosa poesía social del siglo XX, un verdadero arte del trabajo. Contra el tópico establecido, la lírica del obrero no se llevó a cabo en los países socialistas, sino en EEUU. La épica bolchevique o maoísta es gélida, oficinesca, de un colosalismo mesopotámico, demasiado similar a la representación de los nazis. No hay lugar para la dignidad, la alegría, la gracia, la fantasía o la celebración de la cuadrilla. Los obreros de Hine, en cambio, son propiamente humanos, están construyendo estructuras colosales, pero además celebran la vida y el trabajo.

En su extraordinario libro Men at Work, parcialmente reproducido en el catálogo, Hines comienza diciendo: "Las ciudades no se construyen a sí mismas, las máquinas no pueden hacer máquinas a menos de que tras ellas estén el cerebro y el sudor de los hombres. Llamamos a nuestra época la era de la máquina. Pero cuantas más máquinas utilizamos, más hombres verdaderos necesitamos para hacerlas y dirigirlas". Sus fotografías son cantos poderosos del siglo XX, un tipo de canto que entre nosotros ya es imposible porque nuestras máquinas han dado un salto abstracto y enigmático para construir un mundo nuevo, inasible, invisible, que aún no sabemos cómo representar.

Dije al comienzo que era desolador constatar hasta qué punto muchos políticos y cronistas no han asimilado la velocidad con la que el siglo XX se ha alejado de nosotros. Aquel mundo de las máquinas tenía una característica hoy inexistente: el esfuerzo, el dolor, el sacrificio, podían dar como resultado una sociedad cada vez más abierta, unas construcciones grandiosas, una mayor libertad y una educación admirable. Hoy no sabemos cómo usar el sacrificio, el dolor y el sufrimiento de manera que no sean exclusivamente negativos. En consecuencia, los anulamos. De ahí la desaparición de la ética en la política: si no hay motivos para sacrificarse, entonces todo está permitido.

El mismo día en que leí lo de Dickens vi por televisión a unos burócratas que jamás habían pisado el mundo del verdadero trabajo cantando la Internacional con el puño en alto.

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27 de febrero de 2012
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Mentiras piadosas

Estamos de acuerdo en que la mentira viene a constituir el 50% de la política actual y que el otro 50%% no son mentiras sino tan sólo disimulos, camuflajes, ocultamientos. Los ciudadanos estamos ya maduros para pagar impuestos, pero no tanto como para resistir el peso de la verdad. Nuestros representantes nos evitan ese mal trago con amor paternal. Es pura caridad.

De acuerdo, pero ¿por qué falsean sus currículos los políticos? ¿Por qué se atribuyen títulos universitarios que no tienen? Los dos últimos, analizados y documentados por Santiago González, uno de los periodistas mejor informados de España (http://santiagonzalez.wordpress.com/), han sido Elena Valenciano del PSOE y Tomás Burgos del PP. Ambos han declarado oficialmente y por escrito estar titulados en licenciaturas que nunca llegaron a concluir.

    He aquí un tipo de mentira muy particular. Ellos saben que en Europa es difícilmente digerible que un cargo de alta responsabilidad política vaya a dar a manos de alguien que no ha cursado estudios superiores. En consecuencia, mienten. He ahí un gesto de respeto hacia las clases superiores, una muestra de aceptación de las costumbres europeas, por muy estúpidas que nos parezcan. No somos europeos, pero hemos de simularlo. Hasta ahí todo correcto.

Es cierto que no es necesario tener un título universitario para hacer de político. Es incluso más cierto que en España suelen tener mejor acogida en los partidos aquellos que carecen de toda suerte de estudios, como Bibiana Aído o el impagable representante de la Cataluña ancestral, el señor Tardá, de Payasos sin Fronteras. En las ejecutivas abundan aquellos que a duras penas han logrado acabar el bachillerato, como el anterior presidente de la cámara catalana, el impresionante Benach. Incluso Carme Chacón durante unos días se compuso un título de Doctora. Todo ello es cierto. Entonces, si está tan bien visto carecer de estudios superiores para dedicarse a arreglar la vida del prójimo, ¿por qué mienten o falsean sus currículos? ¿Sólo por vergüenza ante las autoridades europeas?

    Creo que la razón más sustancial es que deben mantener la ficción de que la Universidad española sirve para algo. Es verdad que ellos no creen en absoluto en el valor de la Universidad. Es más, casi todos los falsificadores tienen un profundo resentimiento contra los verdaderos titulados, a quienes ven como señoritos parasitarios de las sabias burocracias del sindicato y el partido. Un doctor en algo es, para ellos, alguien indigno de confianza. Por eso han ido sustituyendo los técnicos de la administración por ideólogos con escasos conocimientos y abundantes convicciones.

    Sólo un absoluto desprecio por el saber, por el conocimiento, por lo que se supone que ofrece la universidad, puede llevar a falsear un currículo. Y así ha de ser ya que, si son partidarios de la mentira en la documentación oficial, ¿cómo van a admitir el valor de la verdad en la vida social? Es mejor que los contribuyentes no sepamos nada de nada, ya están ellos para arreglarnos la vida.

Si no recuerdo mal, a ese sistema político se le llamaba "despotismo ilustrado". Sólo que, en nuestro caso, incluso la ilustración está falsificada.

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16 de febrero de 2012
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¿Ha dicho usted ideas políticas?

Sospecho no haber sido el único en haber sentido un considerable alivio al saber que el elegido para dirigir el PSOE había sido Alfredo Rubalcaba. A mi modo de ver (y con la venia del profesor de Sociología) el Partido Socialista ha evitado el suicidio por los pelos. La candidata Chacón representaba lo peor del zapaterismo: el socialismo trivial y el socialismo tribal. Con un partido de hechuras chaconianas habría sido imposible saber qué votaba uno, si las multas lingüísticas de la Generalitat o el Ejército español, la amistad con Bildu o la vanguardia del feminismo, los monigotes de López Aguilar o los de la familia Pajín, los negocios de Roures o los de Botín. Es posible que la radiografía de Rubalcaba tampoco esté muy definida, pero da la impresión de una mayor solidez, como si fuera partidario de un socialismo adulto y no del socialismo adolescente que ha llevado a este país a la caricatura.

Sin embargo, el proceso electoral, por llamarlo de alguna manera, no auguraba nada bueno. Desde el primer momento ambos candidatos juraban a quien quería escucharles que iba a ser una disputa de ideas, un conflicto de políticas, dos modos de entender la dirección del país. O sea, un debate de ideas políticas. Los desconcertados seguidores tratábamos afanosamente de encontrar alguna idea entre los discursos, las frases cosméticas, los logos de agencia publicitaria, el autobombo, la perfecta vacuidad del lenguaje político a la española trufado de ejemplos futbolísticos. Era como buscar una moneda de oro en el vertedero. Muchos, por lo menos aquellos con quienes lo he comentado, pero también los que escriben en los periódicos, no hemos alcanzado a oír una sola idea en toda la campaña. Un orgánico de Zapatero decía en un programa de la tele que las ideas estaban colgadas no sé dónde, en las páginas inmateriales de cada candidato. Sería verdad, o sea que aún podrían haberlas escondido mejor. Lo cierto es que a las gentes poco preparadas nos ha parecido que la disputa, la campaña, la elección, iba sobre quién controlará los empleos y los sueldos del partido. Asunto relevante cuando se han perdido miles de poltronas, pero que, francamente, son una minucia comparada con los parados de verdad.

Y no es que no hagan falta las ideas acerca de la política española, o de la gobernanza, como dicen los enterados apoyando mucho la zeta, porque el país está hecho unos zorros. No solo económicamente, sino, sobre todo, anímicamente. Nadie cree una sola palabra que emane de un organismo oficial (si no trabaja en uno), nadie tiene la menor confianza en los partidos políticos (a menos que cobre de ellos), la universidad es un cetáceo muerto, nadie está haciendo proyectos para nada, porque,¿para qué? La tarea del PP no será otra que la de devolver credibilidad a las instituciones de la nación, ya que, de momento, la nación solo sirve para pagar deudas.

El viernes 3 de febrero este periódico publicó un artículo de Nathan Gardels que a mi entender establecía con agudeza la paralización intelectual y moral de algunas democracias como la italiana, la norteamericana y (añado yo) la española. En estas, los intereses económicos de los partidos están tan arraigados en el circuito del gran capital, son tan evidentes las relaciones de dependencia y clientelismo, que solo es posible una política demagógica como la de Zapatero antes de que le llamaran al orden. En estas democracias, escribe Gardels, "los políticos electos están tan en manos del sentimiento populista inmediato y de los intereses especiales organizados, que los partidos vacían de contenido la mera formulación de cualquier política que intente llegar a un compromiso por el bien común a largo plazo, incluso antes de que se someta a votación en el Parlamento. El proyecto de ley que sale adelante está desprovisto de sustancia y significado. Por consiguiente lo que permanece es el statu quo".

Evidentemente, cuando no se puede hacer política en serio, cuando el statu quo es tiránico, se hacen políticas aproximativas lo más inocentes que sea posible, como la Alianza de las Civilizaciones que podría ser una iniciativa de la Unesco, o la declaración irritantemente repetida de "federalismo" que solo tiene como finalidad dejar que cada tribu se reparta el dinero según su capacidad de chantaje, o las majaderías sobre el uso de "miembros" y "miembras" nacidas en cabezas totalmente poseídas por el vacío.

A la izquierda la corrompe el poder. La derecha no tiene por qué corromperse en el poder, no le hace falta, aunque lo haga. Por lo general los partidos conservadores tienen establecida de antemano su financiación y las corrupciones vienen de subordinados codiciosos, no de la misma dirección. Los partidos de izquierdas tienen enormes problemas para financiarse y si no se andan con cuidado es toda la estructura la que al final solo trabaja para mantener los sueldos de la burocracia del partido. Esta es la impresión que daba (a la gente sin estudios de sociología) la campaña de los socialistas. Eran dos modos de entender la gerencia del partido, no la del Estado. Y dos clientelismos que calculaban con quién les iría mejor. Por los apoyos que han recibido uno y otra, me parece que las ideas no, pero el retrato de la clientela ha quedado bastante enfocado. ¿Qué tienen en común, políticamente, Griñán y Chacón? ¿Opinan igual sobre las autonomías? ¿O Patxi López y Rubalcaba? ¿Ambos coinciden con Eguiguren, presidente de López? ¿Han hablado de política, realmente? Pues nos gustaría mucho conocer el contenido de sus conversaciones.

Tiene Rubalcaba unos ocho años para levantar los ánimos del partido. Es de esperar que elimine la demagogia guerracivilista que ha movido con extremada estupidez la corte de Zapatero hasta convertir a este país en una sociedad, según ese principio, con 12 millones de franquistas y mayoría absoluta. En su discurso final aseguró Rubalcaba que desea un país en donde ningún ciudadano sea mejor que otro y ningún contribuyente goce de más privilegios que los demás. Bueno, pues a ver qué hace con Cataluña y con el País Vasco. Habló de un país laico, veremos si es verdad: podría empezar exigiendo que las iglesias tributen al fisco como todo quisque. Algo dijo contra los bancos, pero ha sido el PP el que ha limitado los sueldos de los bancarios, la gente más detestada de este país después de los pilotos. Y así sucesivamente.

El camino será largo y sobre todo abrumadoramente aburrido. La izquierda ha dilapidado su capital histórico: la igualdad de todos ante la ley, la educación como herramienta de superación, la libertad de la mayoría y no solo de algunas minorías, la cultura como instrumento crítico, la lucha contra la corrupción y el parasitismo incluida la corrupción y el parasitismo sindicales, el rechazo de la ideología reaccionaria de los nacionalistas, la promoción de los mejores y la persecución de los enchufados... en fin, se podrían llenar seis folios de tareas pendientes, pero sobre las que nadie ha dicho una sola palabra en estas elecciones, o lo que hayan sido. Ni una palabra.

Uno desea lo mejor para Rubalcaba, no tanto porque ponga alguna ilusión en la renovación de la izquierda, cuanto porque sin una oposición sensata y verosímil los desmanes del poder son siempre más insoportables. Ayúdenos, señor Rubalcaba, que bien lo vamos a necesitar.

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7 de febrero de 2012
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‘La Codorniz’

Muchos lectores pensarán que exagero, pero yo diría que los dos fenómenos periodísticos del inacabable periodo franquista fueron: en sus inicios, La Codorniz, y en su acabamiento, EL PAÍS. Ambos tienen más de una raíz común.

En casi todas las sociedades sometidas a una explotación represiva la vida del espíritu subsiste bajo un disfraz irónico, sarcástico y paródico. Así era el Simplicissimus que se reía (temblando) del militarismo prusiano y eso fue Krokodil en la desolada Rusia comunista. En la España de Franco esa función la cumplió durante casi 40 años La Codorniz, cuyo subtítulo ("La revista más audaz para el lector más inteligente") ya concedía que había que ser muy espabilado para sugerir y captar la disidencia en un país cómodamente sometido a un régimen que moriría en la cama.

Aquella revista de aspecto inconfundible llegaba a innumerables hogares españoles semana tras semana y se mantenía a la vista para que la leyeran las visitas. Aunque su tirada llegó a ser muy elevada (en su mejor momento alcanzó los 150.000 ejemplares) mucho mayor era el número de lectores. Yo la recuerdo como si fuera hace 40 años, en casa de mis abuelos, donde la leían por riguroso turno mis incontables tíos y primos cuando pasaban a rendir pleitesía. Y si no la compraban era, o bien por avara povertà, o bien porque no les parecía elegante. Sin embargo, pocas revistas han sido más elegantes que aquella, sobre todo comparada con las zafias revistas actuales. Todo lo cual puede constatarse en una impagable exposición del Museo de la Ciudad de Madrid.

La Codorniz tuvo varias vidas, todas ellas explicadas por el comisario Felipe Hernández Cava en un catálogo imprescindible. La primera, la de junio de 1941, es un invento de tres talentos literarios y gráficos, Mihura, Tono y Herreros, hijos del surrealismo, del futurismo y del constructivismo ruso, padres de un humor disparatado, desatinado y absurdo que duraría hasta Tip y Coll. Junto a ellos, escritores como Edgar Neville, Fernández Flórez, Jardiel Poncela, Gómez de la Serna, Conchita Montes, Clarasó o Manuel Halcón.

Ya en esta primera etapa figuraba como redactor jefe Álvaro de Laiglesia, un jovenzano de 19 años, chuleta, simpático y vivalavirgen que pasó su infierno en la División Azul. Luego volveremos a él. El tiraje inicial fue de unos 30.000 ejemplares y se vendía al precio de 50 céntimos. El diseño era de Herreros, un soberbio dibujante en la mejor herencia de Goya y Solana. Tanto dibujantes como escritores se sentían próximos al estilo italiano, el del Bertoldo, del Marc'Aurelio, de Pitigrilli, Mosca o Guareschi, pero también de los americanos que comenzaban en el New Yorker, sobre todo de Otto Soglow, James Thurber y Peter Arno, a los cuales Herreros copiaba con seudónimo cuando había que llenar espacio. A finales de 1942 se incorpora la fuerza real de la revista, Fernando Perdiguero (Menda), quien había sido indultado tras vivir el terror de una condena a muerte suspendida sobre su cabeza. Nada mejor, tras ese trago, que una revista de humor.

La segunda Codorniz nace en marzo de 1944 cuando Mihura, que estaba deseando dedicarse al teatro, vende la cabecera por 90.000 pesetas a Godó, Pradera y Pombo Angulo. El nuevo director es Álvaro de Laiglesia y su redactor jefe el eficaz Perdiguero. En esta etapa, De Laiglesia pone la revista en los 150.000 ejemplares. Es la apoteosis. Se incorporan Goñi, Mingote, Chumy, Kalikatres, Ops, y una cierta crítica política sustituye el estilo "poético e irreal" que en opinión del nuevo director era ya "una fórmula agotada". Le añadió el subtítulo sobre la audacia de la inteligencia en 1951.

Con De Laiglesia empiezan los conflictos. En noviembre de 1952 aparece una rechifla sobre el diario más brutal del movimiento, el Arriba. La Codorniz publica un Abajo con una cazuela y tres cucharas en lugar del yugo y las flechas. Un grupo de matones destroza la redacción y amenaza de muerte al director. En 1973 el Gobierno, o lo que fuera, cierra la revista cuatro meses con gran cabreo de Godó, que no concibe perder dinero molestando a los franquistas. En 1975 viene el secuestro administrativo y otros tres meses de cierre. De Laiglesia está condenado.

La tercera y última Codorniz vuela en 1977 y la dirige Summers. El equipo de dibujantes es impresionante: El Roto, Chumy, Mingote, Gila, Máximo, Ballesta... El nuevo director continúa la línea absurda y disparatada que es marca hispana: Un señor entra en una librería, "¿Tiene usted mis memorias?". "¿Y quién es usted?". "Es que no me acuerdo" (Gila), pero el país había cambiado enormemente y se encontraba en estado convulso. La revista cierra en enero de 1978. Tres meses más tarde llega el célebre rebote del gato muerto con una nueva dirección, esta vez de Cándido, amigo de Felipe González, pero solo duraría nueve meses.

En la lista de nombres hasta ahora mencionados han ido apareciendo una buena cantidad de firmas que han colaborado o colaboran con EL PAÍS. Hay muchos más ya que apenas hemos mencionado a los escritores, pero en sus últimas etapas la revista lanzó nuevos talentos (una jovencísima Rosa Montero, por ejemplo) junto a consagrados como Torrente. Por eso decía yo al comienzo que si la una fue el fenómeno de comienzos del franquismo, el segundo lo fue tras su defunción. De alguna manera el alma codornicesca de una sociedad caricatural, transmigró a EL PAÍS y a la democracia una vez muerto el tirano.

La fabulosa originalidad de Tono, Mihura y Herreros (hay dibujos de Tono que deberían exponerse en el Reina Sofía), la grandeza de artistas como Chumy (que tenía el brochazo de Franz Kline) o El Roto, un dibujante que podría tomar café con Daumier, son solo cimas en una cordillera de cumbres. En buena medida todo ello fue obra de Álvaro de Laiglesia, uno de los personajes destacados de la época y uno de los escasos escritores cuyas novelas se han vendido por millones. Hombre difícil, arisco, frívolo, de una vitalidad envidiable, representante magnífico de aquella España que vivía con Franco, pero le detestaba. Su hija Beatriz de Laiglesia hace de él un retrato espléndido, tan bueno como el de Joaquín Calvo Sotelo, escritor muy sobresaliente, por cierto.

Según cuenta Bea, su padre tenía una voz campanuda y engolada, como de barítono, y también el tipo. Cantaba en ruso mientras se arreglaba por las mañanas y pasaba mucho rato peinándose hasta conseguir un rizado de aspecto natural, pero despeinado. No usaba gomina, pero sí Floïd después de afeitarse aplicándoselo a implacables tortazos. Fumaba mucho, bebía mucho, trasnochaba mucho, trabajaba mucho... de todo mucho. Y no soportaba que en su presencia se contasen chistes. Era un solitario disfrazado.

Como padre fue un desastre. Abandonó a la familia cuando la niña tenía 10 años y ya no regresó nunca más. Eso no impidió que tanto su mujer como su hija le vieran con frecuencia (en bares), con más simpatía que amor. Cuenta Bea aquella ocasión en la que Paco Rabal entró en el local y tras saludar a Álvaro, quien la presentó al actor muy caballerosamente, se sentó en una mesa a espaldas del escritor. Desde allí se timaba con Bea de la manera más seductora: alzando repetidas veces el peluquín que gastaba (llevaba la calva cruzada de esparadrapos) y guiñándole un ojo. El humor de La Codorniz, en este país, a veces no es surrealismo, es realismo socialista.

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27 de enero de 2012
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Perder lo que nunca fue nuestro

La alarma comenzó a entrar en mi adormecida conciencia aquel año, cuando, de visita por el British Museum, observé que la zona de los griegos donde duermen los mármoles de Elgin, posiblemente la obra de arte suprema de la humanidad, estaba desierta. No era fiesta, ni nevaba, ni había partido del Manchester, no se había muerto nadie de la familia real, era un día vulgar. Y lo que es peor, las salas dedicadas a Egipto estaban llenas a rebosar. Cientos de visitantes huroneaban por entre los Isis y los Osiris y los Ibis como en una feria masónica. De vez en cuando se oían gozosas carcajadas de adolescentes.

Me dije entonces que seguramente aquello era debido a que los egipcios habían ganado el mercado audiovisual gracias a las películas de momias, alguna de las cuales me había parecido excelente, con mucho efecto virtual y desiertos enteros que se transformaban en colosos ululantes o en plagas de escorpiones, indistintamente. También habían ganado el mercado gore porque un cadáver podrido, con jirones de lana colgando entre sus miembros deshechos, siempre produce una impresión mayor que el dios Hermes con sus alitas en los tobillos.

Siguiendo el razonamiento también me dije que con los griegos era sumamente difícil hacer películas de terror y no te digo películas gore. Es de lo más embarazoso imaginar a los dioses o a los héroes griegos tratando de infundir miedo, pero no por las falditas (que es mentira que las usaran) o las trenzas (otro mito), sino porque todo lo que tiene que ver con Grecia pertenece al lado opuesto del terror, a pesar de que Nietzsche hizo esfuerzos ímprobos por facilitarles también esa parte. Grecia admite el misterio, el terror y el horror, sí, pero siempre mirándoles fijo a los ojos, sin hacer aspavientos, sin dar gritos o agarrarse al brazo del vecino de butaca. Una cosa digna.

Este absoluto olvido de Grecia o esta imagen de Grecia cada día más intempestiva, se remata por el lado político gracias a los regímenes actuales que se parecen a los egipcios, como los emiratos árabes, Cuba, algunos pueblecitos vascongados, Corea del Norte, en fin, esos lugares en donde la teocracia se une al uso estúpido de la violencia contra el contribuyente. En cambio, no se me viene ahora a las mientes un solo régimen político actual que se parezca a Grecia. A lo mejor la isla de Bali, pero como solo la tengo de oídas, no la considero digna de un juicio apodíctico.

Así que por el lado del espectáculo, Egipto, y por el lado moral, también. ¿No es un extraño y desolado destino el de Grecia, origen, según se dice, de Occidente? ¿Arranque de la democracia occidental? ¿Milagro del Logos que borró de un chispazo la superstición arcaica? ¿Primer paso en la implacable marcha hacia la libertad de los pueblos soberanos? ¿O es un timo?

Yo no sé si hay en la actualidad mucha gente que se haga estas preguntas, lo cual redunda en el triunfo absoluto de los egipcios, pero si la hubiere, puede pasar un rato excelente leyendo un poema, incluso si en su vida ha tenido la tentación de leer un poema. No es un poema cualquiera, es uno de los más grandes poemas del poeta más grande de todos los tiempos, un alemán poco divulgado en el bachillerato español, de nombre Friedrich Hölderlin, muerto hace casi dos siglos, en 1843. El poema se llama El Archipiélago y ha recibido una nueva y emocionante traducción editada por La Oficina.

Había ya muy buenas traducciones, pero no importa. En realidad a Hölderlin no se le puede traducir y sin embargo las peores traducciones de Hölderlin suelen ser mejores que cualquier poema contemporáneo. Ahora bien, la traducción de Helena Cortés tiene un añadido sumamente agradable: está construida íntegramente en hexámetros, que es el verso del original. Hay quien dice que el hexámetro no da en castellano, pero que no cunda el pánico: tampoco daba en alemán. El artificio de Helena Cortés reproduce el artificio mismo de Hölderlin, quien trató de aproximarse a Grecia con el verso más parecido posible al mármol de Paros.

El poeta alemán vivió en el momento de máxima adoración a Grecia, eran los tiempos de Winckelmann, de Goethe, de Schiller, faltaba poco para las excavaciones de Schliemann. La Grecia mitificada por la Ilustración se había convertido en el ideal de todos los revolucionarios y demócratas europeos. En 1824 había muerto en Missolonghi el pobre Lord Byron cuando trataba de ayudar a los griegos en su lucha de liberación contra los turcos, pero por desdicha había descubierto que las armas que les proporcionaba con dinero de los servicios secretos británicos, los griegos se las vendían de inmediato a los turcos. Había ya entonces un problema en ese país. Así que Byron contrajo una enfermedad antigua y se murió.

Hölderlin conocía como nadie y amaba como ningún poeta ha amado y comprendía como ningún sabio ha comprendido a la antigua Hélade. De manera que sabía perfectamente que la hermosa Grecia nunca había existido, sino que más bien Occidente había construido el mito griego para que su propio destino viniera de algún lugar y fuera hacia alguna parte. Este peliagudo asunto, es decir, que el origen de Occidente es Grecia y que ese origen nos indica a dónde debemos ir, está muy claramente expuesto en el epílogo de Arturo Leyte a la edición que comentamos. En efecto, una vez desaparecido el sueño de Grecia, ¿qué le queda a Occidente? Nosotros ya sabemos lo que nos queda: Egipto, pero cuando Hölderlin comprendió el horror que nos esperaba era un caso único, porque Europa entera estaba enamoradísima del ideal griego. Viene en el libro una fotografía espeluznante: el ejército de ocupación alemán levantando la bandera con la esvástica delante del Partenón. Incluso aquellas bestias necesitaban el amparo de Atenas para justificarse. Sin ese origen, no tenemos destino, solo distracciones y mercancías.

¿Y el poema?, me dirán ustedes. El poema es demasiado hermoso y demasiado grande para que se lo comente este gacetillero. Es un poema para ser leído despacio, en soledad, observando con mucho cuidado cada verso, saboreando la portentosa traducción, y mirando de vez en cuando el horizonte. Comienza el poeta preguntando si ya han regresado las grullas, como en cada primavera, y acaba ofreciendo al lector, por todo consuelo, la memoria del silencio.

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4 de enero de 2012
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Caballería de chispa y pedernal

Nuestras sociedades son cerradamente prácticas y ya no conocen símbolos que no pertenezcan al pasado. No solo carecemos de símbolos sino que nos es difícil entender su arcana función. Como observa Miguel Ángel Aguilar, la Unión Europea ni siquiera tiene "una compañía de soldados para que presenten armas a los dignatarios que visitan sus sedes institucionales".

Las palabras arriba mencionadas figuran en el prólogo del soberbio catálogo editado con motivo de la exposición La Orden del Toisón de Oro y sus soberanos que tiene lugar en la Fundación Carlos de Amberes. Allí se puede seguir la historia de una de las empresas simbólicas más singulares de la historia europea. Nuestra actual ignorancia de la simbología nos impide entender la función que tuvo aquel enorme aparato de signos, objetos, términos, uniformes, empresas y representaciones. Buena ocasión para reparar tanta inopia.

Para entrar en el Toisón hay que imaginar un mundo en el que la casi totalidad de la población es analfabeta, incluida la clase dirigente, y en la que dar una explicación asequible de los juegos de poder, los ejes políticos, las alianzas, no es cosa sencilla. Dado que la palabra llegaba a muy pocos, la imagen era el soporte más fácil de trasladar. De hecho, cree Gombrich que esa es la causa de las alegorías omnipresentes en monedas griegas y romanas.

La Orden es un invento propio del "otoño de la edad media" y tuvo su origen en uno de los estados que más dolorosamente vivirían la transformación renacentista: el ducado de Borgoña. Era la corte más potente de Europa cuando la Orden se crea en 1430 y el duque Philippe le Bon se tenía por superior al rey de Francia, así que el Toisón nace para mostrar al mundo entero cuál era el poder de Borgoña, real o supuesto.

La simbología, el ritual, la ceremonia, usados como instrumento político tenían un sentido inmediato cuando estaban unidos al cuerpo del soberano. Decía Pascal que la justicia inglesa desaparecería si los jueces dejaran de usar sus pelucas de tirabuzones. Para cuando se funda la Orden todavía el cuerpo del magnate y sus objetos personales están cargados de un fluido mágico origen divino. Las coronas, las espadas, las armaduras, las joyas de los soberanos son tan sagrados como ellos mismos. Cuando Philippe le Bon instaura el Toisón está construyendo un monumento simbólico para los más grandes caballeros de su tiempo, a imagen de la caballería medieval. Es un gesto nostálgico que pertenece a la poética previa al "mundo desencantado" que Max Weber sitúa en el inicio de la edad moderna.

El signo más conocido de la Orden es el collar del que cuelga el toisón, la piel del carnero, pero su sentido no es simple. Cada vez que un caballero entraba en la Orden y recibía el pesado collar de oro, se convertía en una estatua viviente que encarnaba altas empresas guerreras de las que se consideraba heredero. La gesta fundacional había sido la del héroe griego Jasón, el cual, junto a los Argonautas, partió en expedición a Asia para recuperar la piel del vellocino de oro.

Elegir una historia tan oscura nos indica que la Orden obedecía a un mundo de ideas en absoluto simple. Comparada con su contrincante inglesa, la Orden de la Jarretera, en cuyo origen está la liga que perdió bailando la Princesa de Gales (oh yes!) ante Eduardo III, la del Toisón es de una exuberancia espectacular. Los expertos se afanan por explicar el misterio: quizás el vellocino se deba a que la mayor riqueza de Borgoña era el mercado de la lana de Brujas. Quizás se deba a que Philippe vivió de niño rodeado de tapices con la historia de los argonautas. ¿No sería por su mujer, Isabel de Portugal y las grandes navegaciones lusitanas? Creo que el misterio del símbolo es imposible de desentrañar, pues sin él desaparece. Es como el velo de Maya, el cual, si se levanta, solo muestra la ausencia.

El collar es otra incógnita: está unido por eslabones en forma de B (por Borgoña) que a su vez traban pedernales chispeantes, lo que los franceses llaman "un fusil" (de donde viene el nombre del arma) y que es el mecanismo que al chocar contra el pedernal provoca la chispa que dispara la carga. Hay pues una presencia del fuego en la orden y así lo interpreta Arcimboldo en su fabulosa alegoría del Toisón que le fuera encargada por Maximiliano II, lo que acaba por remitir a Prometeo, otro laberinto dentro del laberinto.

El Toisón pertenecía a un mundo caballeresco y fabuloso que estaba a punto de desaparecer. Los príncipes italianos preferían ya las artes figurativas como arma política. En la pintura las ideas aparecen traducidas por el entendimiento, pero en la Borgoña del Toisón no: allí prevalecían las piedras preciosas, los tapices, los yelmos y espadas, el mundo arcaico de la alquimia y la magia simpática. Una vez más los expertos buscarán una explicación funcional: ¿era Philippe alquimista? ¿Acaso no lo sugiere al elegir a Jasón, cuya empresa habría sido imposible sin la ayuda de la maga Medea? El laberinto se multiplica.

Los azares guerreros y dinásticos harían que la Orden borgoñona pasara muy pronto a un monarca español, Carlos V, y ya nunca se separaría de la corona de España. El actual soberano de la Orden es el rey Juan Carlos y luego lo será su hijo. La historia del Toisón es la historia de la corona española. En el impresionante conjunto reunido en la Fundación Carlos de Amberes figuran los retratos que Goya, Pantoja, Velázquez, Moro, Sánchez Coello y tantos otros hicieron a miembros de la Orden y que son difíciles de ver, sea por pertenecer a coleccionistas, sea por venir de lejanos museos.

La gente de mi generación aún tuvo ocasión de constatar cómo operaba la potencia simbólica de un imperio, cuál era su fuerza y de qué modo actuaba sobre millones de analfabetos. El aparato simbólico soviético aún ahora asombra a quienes se acercan a las exposiciones de la Juan March o de la Casa Encendida. Tengo para mí que la hoz y el martillo es la última gran creación simbólica de ámbito universal y su fuerza ha sido temible.

Quizás en la actualidad esas invenciones sean ya incomprensibles dada la saturación de signos que nos asfixia, pero cabe sospechar, como sugería Aguilar, que Europa no alcanzará a ser nada mientras carezca de símbolos propios.

Nota: buena parte de la información la he tomado de los notables artículos escritos por Fernando Checa, Joaquín Martínez-Correcher y Víctor Mínguez para el catálogo.

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22 de diciembre de 2011
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Réquiem por un insubordinado

Hará cosa de un mes comenté en esta misma página su enfermedad, pero la verdad es que no anticipaba tan funesto resultado. La muerte de Christopher Hitchens duele como la de un buen amigo o la de ese articulista al que leemos todos los días buscando iluminación, consuelo o entendimiento. Nos deja en una soledad difícil de remediar. ¿Con quién tomaré café yo mañana?, nos decimos. ¿A quién leeré para ver si coincido o disiento? Porque eso sólo es posible con gente a la que uno respeta.

Tenía Hitchens el valor añadido de que aunque pertenecía a la zona más inteligente e incisiva del pensamiento político, la anglosajona, era de fácil extrapolación a la situación española. Dicho en plata: combatía al mismo tipo de político taimado, hipócrita e inmoral que hemos de soportar nosotros. De manera que, fácil es deducirlo, se trataba de un hombre de izquierdas a la manera clásica y por lo tanto enfrentado a la izquierda establecida y parasitaria.

    El proceso ha sido imparable. Durante su juventud, pronto se convenció de que los partidos comunistas eran cómplices de una masacre física y moral comparable a la de cualquier fascismo, pero también se percató de la falacia ínsita en los partidos socialistas europeos:

    "El gobierno laborista estaba formando un Estado corporativo: una alianza entre el gran capital, los burócratas de los sindicatos y el gobierno, de la que surgiría una jerarquía impermeable" (p.112)

    Supongo que la situación que describe les resulta familiar. Es una cita de sus memorias, "Hitch 22" (Debate), libro ineludible para cualquiera que desee saber cómo se forja una conciencia independiente en una sociedad gregaria. Naturalmente también encontrará defectos, como la vanidad o el esnobismo, pero no los escondía sino que se curaba de ellos poniéndolos en pública exposición.

    En su siguiente etapa, la trotskista, fue implacable con los santones de la izquierda de salón, la del 68 y sus caprichos, la que aún perdura en España entre lo más conservador de nuestra progresía:

    "Si hubo dos pseudointelectuales que definen la idiotez moral de ese periodo, estos serían Herbert Marcuse y R.D.Laing. Al primero se le había ocurrido el concepto de "tolerancia represiva" para explicar que el liberalismo era solo otra forma de tiranía, y el segundo era un aspirante a psiquiatra que pensaba que la esquizofrenia, en vez de ser una enfermedad terrible pero tratable, era una "construcción" social impuesta por la ideología de la familia" (p.115)

    La cantidad de gente que en España se tomó en serio a estos dos fraudulentos predicadores, es escalofriante. Muy temprano también comprendió el disfraz que la corrección política significaba para la izquierda en general, y su utilidad para una dirección política sin escrúpulos. Ese ha sido también el estómago agradecido de los socialistas españoles:

    "Diré algo sobre la vieja izquierda "radical": nos ganamos nuestro derecho a hablar e intervenir por medio de la experiencia, el sacrificio y el trabajo. Nunca nos habría bastado levantarnos y decir que nuestro sexo, o nuestra sexualidad, pigmentación o discapacidad, eran cualificaciones por sí mismas. Hay muchas formas de fechar el momento en que la izquierda perdió o descartó su ventaja moral, pero esa fue la primera vez que vi que la traición requería un precio tan bajo" (p.152)

    En los últimos años las más mediáticas figuras del PSOE, por no hablar de los socialistas secesionistas, han pertenecido a esta funesta familia del agravio comparativo y la panfilia universal que es una de las causas mayores del hundimiento ético de la izquierda.

    Y por supuesto, Hitchens vivió la carnicería irlandesa con perfecta y lúcida independencia, consciente de los crímenes de estado del ejército británico, pero también de la ferocidad analfabeta de los irlandeses:

    "Los líderes locales generados por los "problemas" en esos sitios (se refiere a Gaza, Líbano y Chipre) no quieren que haya una solución. Una solución significaría que no los tratarían con deferencia los mediadores de la ONU o de Estados Unidos, que no los invitarían a elegantes congresos internacionales de alto nivel, que la prensa dejaría de tratarles reverencialmente y que no podrían ganarse un sobresueldo con chanchullos de contrabando y protección. El poder de esa clase parasitaria fue lo que prolongó la lucha en Irlanda del Norte durante años y años después de que a todo el mundo le resultara evidente que nadie (excepto los del chanchullo) podía "ganar". Y cuando terminó, demasiados de los tipos del chanchullo también se convirtieron en beneficiarios del "proceso de paz"" (p.178)

    Parece como si Hitchens hubiera asistido a las tertulias de Patxi López o de Eguiguren con los asesinos vascos y escuchara el repugnante encomio de los del chanchullo.

Bueno, nos hemos quedado sin referente. Habrá que buscar uno nuevo, si lo hay, porque no parece que entre las generaciones menores de cincuenta años vaya a salir una gran aportación política o moral. La última, la de la Puerta del Sol, da mucha penita. Pero la esperanza es lo último que se pierde.

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19 de diciembre de 2011
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Un descalabro

Para ampliar la columna de la otra semana, incluyo aquí el artículo de El País del sábado 10 de diciembre, por si no había quedado del todo claro. 

 

 ***

Creo que la alarma debería haberse disparado hace ya bastantes años, pero en todo caso un partido socialista capaz de considerar como valor indudable para la sucesión de Zapatero a una profesional del humo como Carme Chacón, de la que nadie conoce una sola idea, es un partido que da señales de parálisis.

El abandono de los votantes puede tener muchos motivos. También deben de haber optado por varias alternativas, muchas de ellas respetables. En todo caso yo sé cuál ha sido la mía y la razón principal para abandonar el partido al que he dado mi voto desde la muerte de Franco. Ha de ser un caso frecuente, así que (excúseme la inmodestia) escribo en nombre de varios centenares de miles de ciudadanos que han rechazado la imposible candidatura del PSOE. Y la causa es fácil de resumir: creo que han caído en el más absoluto desconcierto.

Por ejemplo, es de todo punto incomprensible que el presidente de los socialistas vascos sea Eguiguren, un melifluo valedor de quienes han defendido el asesinato como arma política. Aún confunde más el que Montilla, promotor del hundimiento del socialismo catalán, siga en su sillón, mudo, como es lógico. Los socialistas periféricos descubrieron el nacionalismo y fueron aplaudidos por la ejecutiva, pero pasarán a ser irrelevantes porque esa opción, a mi entender inequívocamente derechista, está muy bien representada por los grupos oligárquicos urbanos y los ruralistas, una unidad que ha funcionado perfectamente desde el siglo XIX.

No es menos confuso el sur, en donde el nacionalismo aún no ha cuajado (todo llegará), pero cuyos dirigentes se dedican a la compra de voluntades de un modo tan evidente que algunos acabarán en el banquillo. Así que mientras los socialistas catalanes apoyan las muy reaccionarias tesis de que Andalucía les roba el dinero, los socialistas andaluces se dedican a repartir subvenciones para ganar votantes. La contradicción parece que no preocupa a nadie en el partido, pero los votantes se preguntan qué están votando.

Descontadas las tres regiones hasta aquí mencionadas, el partido socialista simplemente ha desaparecido del restante mapa español. Algo se habrá hecho mal, deduce cualquier persona con un gramo de seso, pero luego observa las secuelas de la debacle y advierte que todo sigue igual, incluido el indescriptible presidente Zapatero y su corte de aduladores, o el curtido candidato que ha conseguido hundir las encuestas más pesimistas.

Con la mejor voluntad uno se dice que ese partido no sabe lo que quiere, excepto mantener el sueldo de sus jerarcas. Y con mala voluntad lo plantea al revés: siendo así que lo único que les importa a los jerarcas socialistas es mantener la nómina, no es raro que el caos se haya apoderado de unas siglas que habían suscitado la esperanza de millones de españoles hace décadas. ¿Cómo se ha producido un fenómeno tan extraordinario? ¿Cómo puede ser que le esté sucediendo al PSOE lo que ya le sucedió a la UCD?

Casi todos mis amigos y conocidos, o bien han ocupado cargos en el partido socialista o bien han sido votantes inquebrantables, exceptuada la última elección. Durante muchos años hemos hablado, discutido, nos hemos reído de las meteduras de pata y hemos celebrado los aciertos. Sin embargo, en los últimos años algo ha cambiado. Ya no era posible hablar libremente. Uno tenía que ir con cuidado porque los socialistas se ofendían fácilmente, signo inequívoco de inseguridad. Argumentar no estaba bien visto. En cuanto te apartabas un poco de la ortodoxia comenzabas a ser mirado de soslayo como un posible submarino del PP. Y si la diferencia era de gran tamaño, como era inevitable en Cataluña, no había conversación posible y uno era tachado de facha sin más transición. Y sin embargo los disidentes sabíamos que los fachas eran ellos porque querían aplastar a la disidencia.

La confusión se adueñó de los socialistas a partir del gobierno tripartito de Cataluña que significó un giro radical en el ideario histórico: del internacionalismo se pasó a un nacionalismo derechista. De rebote y por mantener una imposible coherencia, los socialistas vascos del ramo Eguiguren comenzaron a coquetear con los de Batasuna y los socialistas gallegos se compraron una gaita. Por milagro aún no han reivindicado los socialistas andaluces su a todas luces poderosa identidad nacional. A nadie del partido se le ocurrió que en Italia, país similar a España, pero con contrastes de identidad mucho mayores, sólo la ultraderecha plantea diferencias "nacionales".

Si a la deriva derechista se añade la política de imagen (y sólo de imagen) que consistió en montar una especie de ONG universal para sumarse a cualquier manifestación de agravio (o de agravia), en lugar de analizar con seriedad los problemas de las minorías (por ejemplo, los castellano hablantes de Cataluña) y considerar su componente de clase (baja) como elemento de conflicto, el resultado es la convicción de que ese partido derechizado tiene tan mala conciencia que sólo es capaz de políticas pánfilas, pero hipócritas.

Salir de ese pantano no va a ser tarea sencilla, sobre todo cuando han propiciado el poder omnímodo de un PP que si ahora congela sus extremos eclesiásticos y se centra, bien puede durar tres legislaturas. La renovación del PSOE se va a realizar con un horizonte sin estímulos y una travesía tan larga y triste que difícilmente alguien con talento y voluntad se va a poner al frente de la empresa. Sucederá lo peor: se impondrá la pereza, la resignación, la parálisis de quienes controlan el poder burocrático, lo que dará una oposición gritona y sin convicción.

Medidas serias, como la de obligar a los socialistas catalanes a que aparten sus manos del pastel nacionalista, o bien, si no, que el PSOE se presente en Cataluña con sus propias siglas, me parecen imposibles de alcanzar. Dejar atrás la estúpida dialéctica de "el pueblo contra los banqueros", que es una aceptable caricatura para Izquierda Unida, pero no para un partido con ánimo de gobernar, tampoco parece fácil. Justamente una de las últimas decisiones del gobierno socialista ha sido la de indultar a un banquero tramposo sin dar explicaciones. Y esa es otra causa de defección: exigir a los socialistas con tareas ejecutivas que justifiquen sus actos, que respondan de sus errores, chapuzas, fracasos y corrupciones, parece una petición de ingenuo idealismo.

Me parece a mí que estos dirigentes no entienden que las corruptelas y los desórdenes éticos se dan por descontado en la derecha y no afectan a su votación, como ha dejado bien claro el caso de Berlusconi, pero la izquierda debería tener como principios inalterables la honestidad, la cultura, la educación y la justicia. Algo de eso van a tener que proponer en su refundición aunque tengan muy pocos candidatos ejemplares.

Pero no van a tener más remedio. Algo que parecen no tomar en consideración los actuales dirigentes del socialismo español es que los votantes han cambiado considerablemente desde la época de Felipe, cuya presencia en estas elecciones, por cierto, nos ha afligido a muchos de sus antiguos votantes. A los ciudadanos ya no se les puede llevar de la nariz con un periódico y dos cadenas de TV. Hay ahora otros instrumentos para conocer con exactitud lo que están cocinando quienes se presentan como sacrificados amigos del pueblo.

En su inevitable refundación no estaría mal que los socialistas comenzaran, por ejemplo, diciendo la verdad sobre su confusa ideología y aceptando que la guerra fría ya ha terminado. La izquierda necesita otro lenguaje y nuevos conceptos. Si así lo hicieran, todos se lo agradeceríamos porque quizás sería posible volver a sentir simpatía por ellos e incluso a lo mejor recuperaban nuestro respeto, que es la condición imprescindible para volver a ganar unas elecciones.

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12 de diciembre de 2011
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De qué va esto

No poca gente cree que la pintura se inventó para colgarla de la pared. Muchos entienden que una casa sin cuadros es como una reina de Inglaterra sin sombrero. Es comprensible, pero eso no evita que se trate de un error.

    La pintura es un modo de conocimiento, como la matemática o la química, aunque no tenga un prestigio tan asentado. También es cierto que por la pintura conocemos asuntos que ni la biología ni la astronomía son capaces de explicar. Es un conocimiento, por otra parte, indemostrable, como casi todos los conocimientos importantes.

    Así, por ejemplo, en las cuevas prehistóricas están pintados nuestros primeros conocimientos que, como es lógico, muestran lo que teníamos delante de las narices, pero era muy difícil de ver: bisontes, caballos, cérvidos y también cazadores o parturientas. La selección nos ha de hacer pensar en lo que entonces conocíamos. No aparecen, por ejemplo, la luna o el mar.

    Todo lo que hay de importante en nuestras vidas lo hemos pintado para ver si podíamos verlo. Es como aquel verso de Machado, cuando se pone las gafas y dice: "Ahora verás si veo". Un desafío paradójico, pero llevado con gran bravura.

Podemos darle la vuelta a la idea y decir que todo lo que hemos pintado es lo realmente importante en nuestras vidas. Y lo que no hemos pintado, la verdad es que no pinta nada.

    Esta reflexión de paseante ocioso viene a colación de una de las mejores exposiciones que he visto en Madrid, la que el comisario Delfín Rodríguez nos ha donado bajo el título "Arquitecturas pintadas". Una exposición en la que, lo sé de buena tinta, el comisario ha puesto su vida entera. La muestra es muy extensa y se reparte entre la Fundación Thyssen y la sala de Cajamadrid.

    Si al principio pintábamos bisontes, ¿cómo no íbamos a pintar los lugares donde nos dedicábamos a pintar, además de a otras actividades como comer, reproducirnos o morir? El cambiante lugar que hemos habitado a lo largo de miles de años ha sido una y otra vez pintado. Gracias a eso sabemos que no siempre hemos vivido igual. Es más: que nunca hemos vivido del mismo modo.

Vean ustedes, la pintura moderna comienza con el cristianismo, una religión que se basa en un relato y que por lo tanto no puede expresar su conocimiento de la pasión y la muerte mediante la escultura. De modo que lo pinta. Al pintar el relato de la muerte (y la resurrección, pero esa parte tiene menos recorrido) del Dios humano no tiene más remedio que ponerle un escenario. ¿Y qué puede haber en ese escenario si no son paisajes y edificios?

    Dicen los expertos, y entre ellos Delfín Rodríguez, que una de las fuentes más ricas de arquitecturas pintadas tiene lugar obligadamente por la célebre escena del descanso durante la huida a Egipto. Recordarán que, para salvar a su hijo, María y José huyen de la matanza ordenada por Herodes, pero en el largo trayecto se detienen de vez en cuando para descansar, comer unos dátiles o pasar la noche. ¿Dónde la pasan? En ese punto las escrituras son parcas, Mateo informa tan sólo de la huida, Marcos nada dice, Lucas habla del nacimiento que es asunto enteramente distinto, y Juan comienza con Jesús ya hecho todo un hombre. Sin embargo, los pintores saben más que los evangelistas. En esta exposición pueden verse descansos que toman como refugio viejos palacios romanos en ruinas o monumentos paganos cuyos ídolos yacen por tierra. El niño librado de la matanza iba a precipitar la ruina de la religión antigua y el pintor así nos lo hace saber.

    Fabulosas son también las pinturas que muestran el conocimiento del más odioso de nuestros defectos, la soberbia, antes reservada a los poderosos y hoy democráticamente esparcida. Persuadidos de que todo lo podíamos, comenzamos la construcción de una torre que debía llegar hasta la morada divina, seguramente porque en un ejercicio de arrogancia técnica nuestros ancestros creían posible subir hasta allí como por una escala y así guarecerse del siguiente diluvio. Naturalmente el inquilino de las alturas no lo permitió y no sólo derribó la torre sino que nos condenó al conflicto lingüístico que tanto entretiene incluso hoy día.

    Las Torres de Babel pintadas llevan consigo el testimonio de la técnica. En los campos adyacentes se encuentran grupos de herreros, carpinteros, albañiles, estereótomos, maestros de la poliorcética y de los polipastos, arquitectos y demás ingenios con los que nos hemos protegido de la intemperie y levantado escalofriantes construcciones. Todos aquellos técnicos descendían de Caín y por lo tanto estaban marcados  por una falta originaria que hasta el día de hoy hace de todo lo técnico una potencia grandiosa, pero funesta. La técnica permite hacer más benigno el habitar, pero no es salvífica, más bien lo contrario.

    Viene también la gran fantasía de los palacios y basílicas y abadías que muestran la imaginación simbólica del poder, el cual, a pesar de nuestra nefasta experiencia, no siempre ha sido malo y dañino. Aquí cada pintura es una novela, a veces épica, a veces cómica, siempre dramática, porque todo príncipe construye su casa como espejo de sus virtudes, de manera que podemos saber cómo son los poderosos de aquí o de allá con sólo ver sus palacios e iglesias. Así, de paso, constatamos que no podían ocultar sus defectos.

También las ciudades, esa obra de arte extraordinariamente compleja que hoy aglomera a la mayoría absoluta de la población del globo y que dentro de pocos siglos sufrirá un colapso agónico, tienen su representación. A diferencia de los palacios, las ciudades no facilitan conocimientos sobre el soberano, sino sobre los ciudadanos. Como vio con agudeza Calvino, hay ciudades habitadas por malvados, ciudades de población aromática o tullida, ciudades de una feminidad turbadora, ciudades que aún no saben cómo se llaman, ciudades rubias y ciudades ladronas. En la exposición hay varias de ellas y en especial unos retratos apoteósicos de Nápoles, que es capital del harapo, del lujo, del llanto, de las gargantas más finas, de los asesinos, ciudad madre, ciudad prostituta.

    Poco espacio tengo aquí (leer en pantalla fatiga) para seguir. Valgan estas apresuradas líneas como invitación a la visita y testimonio de entusiasmo. A lo mejor regreso un día de estos y acabo el relato.

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5 de diciembre de 2011
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