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El Boomeran(g)

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La mejor familia que el dinero puede comprar

-¡Luces, cámara, acción!

El protagonista de la película gatea hacia una bacinica y berrea un poco. Su mamá trata de seducirlo con un chupete para que mire a la cámara, pero él se echa a llorar. Desesperada, la mamá lo carga y lo acaricia. Por toda respuesta, él vomita. El director de la película, sin embargo, no pierde la paciencia. Ya ha tenido momentos de crisis como este.

-¡Corten! –dice. Y vuelven a grabar. En la película final quedarán sólo los momentos felices: el bebé riendo, la mamá feliz, el papá siempre pendiente de su familia perfecta. Todos los momentos tristes o difíciles se cortarán y eliminarán en la sala de edición. Toda la amargura se retirará del montaje final.

Ojalá la vida fuese así ¿verdad?

Pues por solo 3.000 euros puede serlo. Y por unos 11.300, todo el primer año de vida del bebé puede ser editado y narrado en un tierno documental para recordar por toda la vida.

Se trata de un nuevo servicio de video en Nueva York que pone la tecnología audiovisual al servicio de la familia feliz. Piénsenlo: los niños son actores temperamentales e impulsivos. Las películas caseras están llenas de mocosos que se niegan a sonreír, madres al borde de un ataque de histeria y padres que procuran pedir sin gritar que todos se acomoden para la cámara de una maldita vez. La espontaneidad, que le dicen. En cambio, una empresa como Moments to Remember envía a un equipo de profesionales para crear la imagen que siempre quisiste ver de tu familia.

Por supuesto, a esos precios, los únicos que pueden pagar el servicio son los padres adictos al trabajo que nunca están en casa. Hablamos de un país en que el 20% de las personas con ingresos elevados trabaja en condiciones extremas: más de sesenta horas por semana, a ritmo muy acelerado y con responsabilidad por las pérdidas y ganancias de su empresa. Para muchos de estos padres y madres, el dinero contrarresta el tiempo que no pueden dedicar a sus familias.

La cuestión es que todo es ficción. La familia hecha de momentos ideales es una creación del productor que un consumidor compra: su objetivo no es retratar sino ocultar la vida cotidiana.
Queremos la vida perfecta, y queremos ser los padres perfectos, pero sobre todo, queremos pruebas de lo bien que lo hacemos. Los videos son de gran ayuda. A fin de cuentas, si tus niños son impresentables, puedes encerrarlos en su cuarto y ponerles a tus amigos el video. También puedes verlo a solas por la noche, para vivir esos momentos que la realidad no te ofrece. El problema es que aún no puedes mandar al video al colegio, donde la profesora siempre se mostraría feliz con esos personajes perfectos, obedientes y bien integrados. Tampoco puedes comer con ellos y preguntarles cómo les fue, o llevarlos a jugar fútbol. Inevitablemente, debes convivir con tus hijos imperfectos de carne y hueso. Pero no pierdas la fe. La ciencia está trabajando en eso.   

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18 de diciembre de 2006
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De cómo los gays salvaron la Navidad

Un hombre con camisa abierta y bigotito a lo Valentino se recuesta sobre un auto. Aunque sólo vemos su torso, la imagen sugiere que fuera de foco hay alguien arrodillado frente a él. Mira a la cámara provocativamente. El espectador puede sentir su ardiente deseo. ¿Es la publicidad de una película para adultos? ¡No, es la campaña de Navidad!

Y es que en estas fechas proliferan los comerciales de artículos de regalo, principalmente relojes y perfumes. Este año, los perfumes para mujer son anunciados por estrellas como Sarah Jessica Parker y Nicole Kidman, que encarnan modelos de glamour femenino. Y los perfumes para hombre quedan en manos –y rostros y cuerpos- de la comunidad gay.

Porque ¿hay algo más gay que ese comercial de Lacoste en blanco y negro con un modelo que se levanta de la cama desnudo y muestra unos glúteos tallados en un gimnasio? ¿hay un ícono gay más identificable que el marinero musculoso que da forma a la botella del perfume Jean Paul Gaultier? ¿Y podría ese perfume tener un nombre más homosexual que Le Male?

El cliché no miente: la comunidad homosexual masculina tiene buen gusto. Su consumo de artículos culturales y productos de belleza es mucho más elevado que el de los heteros de cualquier género. De modo que, si se fijan bien, más de la mitad de las campañas de perfumería de este mes está orientada a ellos.

De hecho, lo mismo ocurre con la sacrosanta institución matrimonial. En Barcelona acaban de abrir una tienda de trajes de novio, Io. Se pueden encontrar desde los clásicos negros hasta los naranjas y dorados, la mayoría de ellos fosforescentes. Se pueden acompañar con corbatas de todos los colores y camisas ídem. Siguiendo la tendencia, Hermenegildo Zegna vende chalecos rosas o amarillos en su sección matrimonial.

El mercado se ha invertido. La mayoría de los heterosexuales consideran el matrimonio un trámite o, a lo sumo, una fiesta: se casan con trajes que puedan usar para otras ocasiones. En cambio, para los homosexuales, el matrimonio es un evento que les estaba vetado hasta hace muy poco. Lo valoran más, y por eso quieren lucir más vistosos en la ceremonia. Los trajes de novio ahora se hacen para ellos.

Al final, la comunidad gay va a salvar las fiestas católicas de la rutina y el descreimiento. Yo estoy esperando la campaña de Semana Santa. Ya la veo venir, decorada con excitantes flagelaciones, quizá con imágenes de san Sebastián atravesado por las flechas (otro aporte de lo gay a la difusión del catolicismo). Será mucho mejor que las aburridas películas de todos los años. De hecho, en retribución, la Iglesia podría nombrar santo a alguien abiertamente homosexual, de preferencia que haya sufrido martirio por sus creencias ¿Qué tal Rock Hudson?

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15 de diciembre de 2006
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Chicas malas

Bebe dedica una letra a la liberación de las mujeres y otra a hablar de lo miserables que son los hombres. Rakel Winchester le canta al matrimonio “mi marido se lo gasta todo en los burdeles”. Vanexxa triunfa en el escenario con su look dominatrix. Y La Mala Rodríguez... la mala es muy mala. En los últimos dos años, las nuevas divas del rock & pop español tienen algo en común: son peores que los hombres.

Y es que cantarle al amor ya no es lo que era. Ya no hay Mari Trinis ni Janets ni Marisoles. A la muerte de las Rocíos, ha surgido para echar tierra en sus tumbas una generación de jóvenes agresivas y rudas que le cantan a todas las partes del cuerpo con un vocabulario que haría sonrojar al líder de una pandilla de sicarios.

Seguro que Bebe es la que mejor encaja en el mainstream con ese punto trovador e idealista de mujer rompiendo las cadenas (“Hoy vas a descubrir que el mundo es sólo para ti... hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer”). Pero mi favorita es siempre la Winchester, que es la más graciosilla. En su repertorio se cuentan finuras como “chorrearon mis bragas cuando le agarré el trasero/ él era muy hombre y también era muy macho/ a su edad no había operao el frenillo de su cacho”.

Ahora, sin duda, las que meten más miedo son las otras dos. Las canciones de La Mala son una amenaza directa contra tu integridad física: “Ella quería vender drogas como su papá... Usaba pistola para no andar sola”. Vanexxa no te abriría la tapa de los sesos, pero es el tipo de mujer sexualmente agresiva que te puede producir un ataque de impotencia galopante cuando susurra delicadamente “¿Nos fumamos un peta y nos vamos a follar?”.

Recientemente, Vanexxa declaró en una entrevista que un chico había elogiado sus canciones.

-Te lo digo de corazón- enfatizó él.
Y ella, con un mohín de coquetería, respondió:
-Sí, y de la polla ¿No te jode?

Aparentemente, los hombres somos irrecuperables. Cansadas de cantarnos cosas como “vuelve” o “no puedo vivir sin ti”, las nuevas divas han optado por abandonar su papel femenino tradicional y convertirse en nosotros. Me las imagino perfectamente escupiendo por la calle mientras le dicen guarradas a algún tímido seminarista que pasa por ahí. O mirando el fútbol y eructando con sus amigotes mientras sus pobres novios lavan la ropa y les llevan a la mesa las papitas y los nachos. Son las estrellas de un mundo que ya no cree en el cielo.

Vivimos en tiempos de desorientación sexual. Las sociedades que reprimen cualquier conducta alternativa son simples: ofrecen la seguridad de que ciertos comportamientos tendrán una recompensa y otros un castigo. Pero en la total libertad, los modelos de género se intercambian, se extienden y se contagian sin control.

Tiene su morbo eso. Sospecho que, si yo saliese con alguna de las nuevas divas, a los cinco minutos le parecería una virgencita despreciable. Pero quizá la cosa prosperase. Siempre he querido decirle a alguien “dime porquerías”. Supongo que después de todo, escogería a Vanexxa. Ella tiene un látigo.

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13 de diciembre de 2006
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In vitro

La última novela de Kazuo Ishiguro, Nunca me abandones, transcurre en un mundo que produce niños en laboratorios con el único fin de usar sus órganos para reciclar a personas genéticamente compatibles. Estos niños sin padres son mantenidos aislados y se les prepara para ir donando progresivamente su cuerpo a los organismos de seres humanos a los que no conocen. Pues bien, ese mundo aterrador ya no es ciencia ficción: ahora es real.

La Comisión Nacional de Reproducción Asistida de España ha dado luz verde por primera vez a tres diagnósticos preimplantacionales. Es decir, que las familias de tres niñas con graves enfermedades de la sangre –anemia de Fanconi y beta-talasemia- podrán fecundar in vitro a los portadores de sus órganos de repuesto.

Por supuesto, la situación es bastante menos sórdida y novelesca que en la novela de Ishiguro. Para empezar, siempre hay una familia. El procedimiento empieza con la búsqueda de un donante. Si no se consigue a nadie genéticamente compatible, se admite a trámite la solicitud para concebir un nuevo ser. Por supuesto, es necesario adjuntar toneladas de documentación, y no todas las solicitudes son aprobadas. Aunque la documentación esté, es posible que la comisión evaluadora mande a la familia a seguir buscando un donante, reúna o no las condiciones de compatibilidad.

En el caso que nos ocupa, la comisión desechó 21 solicitudes y admitió tres. Estas familias concebirán tres bebés probeta, cuyos embriones se someterán a diversos análisis para verificar que no padezcan la enfermedad de sus hermanas. Si están sanos, se les dejará crecer, y las células de sus cordones umbilicales servirán para los tratamientos médicos. Las notas de prensa no especifican qué pasará con los embriones que no sean aptos para el tratamiento. Presumiblemente, serán destruidos.      
Éste es el punto en que la Iglesia y las asociaciones de defensa de la familia se oponen a la investigación con células madre. Para ellas, al producir y destruir embriones humanos a voluntad, la familia –su constitución, su fertilidad, incluso su salud- se deja en manos de la voluntad humana. El hombre usurpa el lugar de Dios, de decidir sobre la vida, la muerte y la naturaleza. Por supuesto, los defensores de la ciencia argumentan que las técnicas de selección genética salvan vidas, y que no hacerlo sería una irresponsabilidad.

La pregunta es: ¿qué pasará con los donantes, estos niños diseñados “a pedido”? ¿qué pasará si no tienen la enfermedad de la sangre pero tienen otra, por ejemplo? ¿es posible controlar todos los factores desde el embrión? Y si no lo es ¿quién se hará responsable? ¿los padres, los científicos, las máquinas? ¿y cómo saber todo eso si no se experimenta antes? Quizá, el apocalíptico mundo descrito por Ishiguro termine por ser más humano y producir menos sufrimiento que el nuestro.

El hombre lleva siglos “restándole competencias” a Dios. Cada invento: la luz eléctrica, el teléfono, la computadora, los viajes al espacio, extienden las posibilidades humanas y le roban terreno a lo trascendente. Ahora bien, el desarrollo de la ciencia no siempre ha estado acompañado de una ética igualmente desarrollada: un siglo de revolución industrial ha desembocado en el calentamiento global, y sin embargo, todo el mundo esconde la cabeza cuando se trata de detener las emisiones tóxicas. Personalmente, como agnóstico, no me preocupa que el hombre usurpe el lugar de Dios. El problema es cómo saber si está a la altura.

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11 de diciembre de 2006
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Parecen pepenadores, cabrón

Grond XXX no parece un ser humano, y se esmera en no parecerlo. Aparte de su máscara roja de murciélago, lleva dientes de vampiro. Y sus zapatotes hacen que sus pies parezcan las garras de un oso. Por lo demás, eso resulta natural aquí. Todos los demás que suben al ring esta noche se visten de un modo similar y llevan nombres como Eclipse, Stuka, Mr Power o Metatron. Y todos tienen el mismo objetivo: reventarse a golpes.

La lucha libre mexicana es toda una institución nacida a imagen y semejanza de la norteamericana, pero a lo largo de setenta años ha ido desarrollando su propia cultura y simbología. Las máscaras de los luchadores, por ejemplo, a menudo incluyen referencias a la cultura nacional de la muerte, y algunos de sus usuarios han liderado procesiones religiosas y manifestaciones políticas de protesta. Pero la principal función de este arte es la catarsis. Entre el público que abarrota la Arena Coliseo de Guadalajara hay familias enteras, niños, señoras, abuelas, cada uno de ellos vociferando amenazas de muerte contra el peleador que peor les caiga. Un par de horas aquí es un curso acelerado de vocabulario popular mexicano:

-¡Parecen pepenadores, cabrón!
-¡No manches güey! ¡A poco eres una güerita!

Los luchadores y sus fans se reparten en dos equipos: los rudos y los técnicos. Los primeros no respetan ninguna regla. Dan golpes bajos, atacan tres a uno, insultan al árbitro. Los segundos acatan el orden establecido. Aunque uno de los suyos sea maltratado vilmente, no entran en el ring si no le corresponde, ni recurren a triquiñuelas, ni patean a sus rivales en el suelo. Los espectadores deciden de qué lado están: el orden o el caos, los buenos o los malos, los funcionarios o los guerrilleros.

Para un recién llegado, es difícil saber quién es quién. Especialmente en las peleas de tres contra tres, es tal el desorden que ambos bandos se confunden. Mientras la pelea oficial se desarrolla sobre el cuadrilátero, los demás se golpean entre las tribunas. Yo estoy sentado en la primera fila, y Blue Panther sale volando desde las cuerdas y tumba mi cerveza. Cuando quiero protestar, baja tras él Tarzan Boy y empieza a zurrarle la cara contra una de las butacas, para felicidad del público de las tres primeras filas, que lo aclama al grito de “¡silla, güey, silla!”.

Sólo entonces confirmo lo que venía sospechando. Los peleadores no se pegan de verdad. Mientras Tarzan Boy le da al respaldo de la silla con la nariz del otro enmascarado, no corre nada de sangre. De hecho, no ha corrido en todas las peleas de esta tarde. Las bofetadas son teatrales, de las que suenan y no duelen. Las patadas son cuidadosas. Las caídas son rodadas. No quiero minimizar el valor de los combatientes. Yo no me atrevería ni a subir al cuadrilátero. Algunos han muerto con una caída o calculando mal una patada. Pero ellos hacen todo lo posible por no lastimarse. Al fin y al cabo, son colegas.

Lo importante en la lucha libre es la acrobacia. El espectáculo son los saltos triples y los rebotes contra las cuerdas. Lo demás es escenificación: los árbitros gritan pero nadie les hace caso, los peleadores vuelan por los aires. Y a menudo, uno de ellos reta a otro a nueva pelea. Cuando los ánimos están caldeados, suelen apostarse la máscara. El rostro del perdedor será visible. Los peleadores sin máscara apuestan la cabellera, que si pierden se les corta ahí mismo, frente a la enardecida audiencia. Estos desafíos siempre se producen al calor de una contienda pero quedan para la semana siguiente, para enganchar a los espectadores, como el “continuará” de una teleserie.

Así, la lucha libre mexicana es la forma más refinada que he visto de teatro popular, una encarnación del enfrentamiento entre el bien y el mal, en la que el público puede participar con sus gritos y sus banderas, como un sano desahogo de la agresividad cotidiana. Dicen que se ha vuelto a poner de moda después de una temporada en el olvido, y no me extraña. En un país en el que la gente escupe fuego por las calles y hay dos gobiernos que se consideran legítimos al mismo tiempo, la lucha libre es la mejor alegoría de lo que ocurre a su alrededor.

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7 de diciembre de 2006
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Un kazajo en América

Aunque parezca mentira, esta es una película interesante. Uno lo dudaría al ver a uno de los personajes desnudo con el culo encima de la cara del otro. O durante la escena en que el protagonista sale del baño de una casa elegante preguntando dónde puede tirar su bolsita de caca. Quizá resulte superficial el momento en que tres borrachos ponen el video casero en que Pamela Anderson le hace una mamada a Tommy Lee. Pero todo eso, damas y caballeros, no es más que una radiografía del país más poderoso del mundo.

Porque Borat -o según su título entero, Borat: Lecciones Culturales de América para Beneficiar Gloriosa Nación de Kazajistán- no es una comedia en sentido estricto, sino una mezcla en el punto exacto entre pachotada y documental que nos hace ver cuánto de comedia bufa tiene la realidad. El método es simple: introducir un personaje ficticio en un contexto cotidiano y filmarlo. El resultado es estremecedor. Básicamente, lo divertido de esta película no es Sacha Baron Cohen imitando al supuesto “segundo mejor reportero de Kazajistán informando desde Estados Unidos”, sino lo que les hace decir a los estadounidenses.

Mi escena favorita es la del rodeo, donde Borat es el encargado de cantar el himno nacional norteamericano antes de comenzar el espectáculo. Lleva una camisa de barras y estrellas, y se deshace en una elegía a América. El público aplaude emocionado. Borat continúa con una mención a la guerra contra el terrorismo, que los asistentes reciben con beneplácito. Borat termina diciendo “Ojalá que Bush se beba la sangre de todos los niños y mujeres iraquíes hasta que ese país quede convertido en un desierto durante quinientos años”. El público vuelve a aplaudir.

Pero eso no es todo. Borat pregunta en una tienda de armas qué resultará más efectivo para matar a un judío. Le dan una 9 mm. Pregunta en una tienda de autos qué coche tiene “imán de chochitos”. Le proponen el Hummer. Se extraña de que las mujeres puedan escoger legalmente con quién se acuestan. Su instructor de manejo concuerda con él. En suma, Borat es antisemita, misógino, machista, ultraderechista, caricaturesco y homófobo, pero a ninguno de sus interlocutores se le ocurre que todo pueda ser una broma.

Previsiblemente, el estreno de la película ha causado una andanada de demandas y escándalos públicos, alguno de ellos por parte del ofuscado presidente de Kazajistán. Sin embargo, Borat tiene cubierto el tema legal. Filmaron con un abogado en el equipo técnico que iba señalando qué cosas se podían decir y hacer y dónde estaban los límites de cada escena. No hubo referencias reales a Kazajistán, sobre todo porque nadie en el equipo sabía nada de Kazajistán. Y las acusaciones de antisemitismo, quizá las más graves, no proceden por una razón: Sacha Baron Cohen es judío.

Michael Moore decía que “en un país de ficción, el documental es el único género literario posible”. Sacha Baron Cohen podría añadir que en un mundo absurdo, la comedia escatológica es el único documental realista. Borat no es una película sobre algún país asiático, sino sobre Estados Unidos. Y recurre a la mejor herramienta para la crítica social: el sarcasmo. Al poner en escena a ese reportero idiota que no entiende nada, obliga a los personajes reales a hacer explícitas sus creencias, sus manías y sus prejuicios. Lo poco que el reportero dice es precisamente lo único más allá de dudas, porque precisamente él no es real. Sin embargo, ha convertido a la realidad en su escenario. Al burlarse de ella, nos desvela lo que oculta de ridículo y también –lo más interesante- su rostro más intolerante, agresivo y perturbador.

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5 de diciembre de 2006
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Arte tras las rejas

Recordaré toda mi vida la vez que entré en una cárcel con el padre Hubert Lanssiers. Nos dirigíamos a un pabellón de máxima seguridad, y no llevábamos escolta, así que yo estaba convencido de que nos iban a matar o a secuestrar. Pero todo los presos fueron impecablemente respetuosos. Entre ellos –como entre los policías- el padre Lanssiers imponía una extraña autoridad que no emanaba de la fuerza, sino del reconocimiento de la dignidad de las personas. Podía hablarle a un asesino, a un narco o a un violador. Él sólo reconocía seres humanos.

Y ellos lo reconocían a él. Eso lo convirtió en una persona muy querida precisamente entre la gente que a menudo consideramos incapaz de querer. A su muerte, el ataúd de Hubert Lanssiers fue llevado a velar en cuatro cárceles antes de ser enterrado. Todos querían despedirse de él. 

En homenaje a esta persona tan especial, la galería del Instituto Cultural Peruano Norteamericano en Lima alberga la exposición Arte y esperanza, donde los internos de cuatro establecimientos penitenciarios muestran sus trabajos de pintura, escultura y cerámica. Algunos de los trabajos tienen una gran calidad artística y tratan temas humanos, frecuentemente, el de la libertad. Otros trabajos son utilitarios: vajillas, collares y otros utensilios. Pero todos sin excepción cumplen una doble función: por un lado, retratan cómo se ve el mundo cuando no te dejan verlo. Por otro, grafican el esfuerzo de sus autores por regresar a ese mundo. 

Hasta cierto punto, una parte de todos los peruanos habla en ese trabajo. Lanssiers siempre comprendió que las cárceles guardan lo que una sociedad no quiere ver de sí misma, lo que prefiere mantener vigilado y encerrado entre muros altos. Las desigualdades van a parar a la cárcel, los esfuerzos frustrados de integración, los errores en la construcción de un estado justo, están todos ahí, agazapados tras el alambre de púas. Donde solemos ver culpa y vergüenza, Hubert Lanssiers veía una oportunidad para aprender a construir una sociedad mejor.

Algunos creen que para combatir la delincuencia, el terrorismo o el narcotráfico basta con endurecer las leyes. Quizá tengan razón. Pero las condenas muy largas –además de ser caras para el Estado- solo convierten a los centros penitenciarios en universidades del crimen con especialidades, doctorados y maestrías a voluntad, donde los presos se aíslan de la sociedad para luego volver a ella mejor entrenados. También existe la idea de que los presos han hecho daño y solo merecen maltrato. Es razonable, pero odiarlos solo sirve para cortar los pocos puentes que aún los unen a la sociedad. Si no por razones morales, estas opiniones en sí mismas son contraproducentes por razones tácticas.

El padre Lanssiers creía que las cárceles pueden ser los mejores centros para combatir la delincuencia, en vez de multiplicarla. Y su método –de muy bajo costo, por cierto- se basaba en el reconocimiento de la humanidad de los internos. Para poder hacer daño, un delincuente debe reducir o negar la dignidad de su víctima. El trabajo más útil que se puede hacer con él es devolverle esa noción, no profundizar su olvido. 

El arte puede ser de gran ayuda en ese trabajo. Por un lado, los artistas de las cárceles desarrollan la capacidad que da el arte de reencontrarse con su sensibilidad y su interioridad en un entorno hostil. Por otro, esta exposición nos permite reconocer esa sensibilidad y prestar un oído a quienes tienen algo importante que decir. Al final, lo que ilustran los presos, como cualquier artista, son las luces y las sombras de la sociedad que los ha creado.

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4 de diciembre de 2006
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Muñecas vudú

-Quiero matar a alguien ¿Usted puede ayudarme?

Frank se pone serio. Mira a todos lados para verificar que nadie escuche nuestra conversación. Manda a su hijo a jugar por ahí. Baja la voz y me dice.

-Eso son palabras mayores.

-Haré lo que haga falta. Pero necesito matar a esa persona.

Me escudriña con la mirada, como para medir si soy fiable.

-¿Macho o hembra? –pregunta.

-Una mujer.

-Puedo darle lo que necesita y decirle cómo se hace. Pero lo hace usted.

-OK.

Estamos en el mercado modelo de Santo Domingo, en República Dominicana, uno de los  más coloridos que he visto en mi vida. Aquí se venden aceites de tortuga, de tiburón y de iguana. Hay botellas llenas de ramas de madera llamadas mamajuanas, que contienen licores macerados en canela y otras especies. Pero yo he venido directamente a la tienda de Frank.

Frank vende deseos. Sabe cómo conseguir que alguien se enamore de ti, y también cómo quitártela de encima. Si tienes problemas en los negocios, puede arreglarlo. Si quieres hacer daño, él se ocupa. Pero también te libra del daño que te hacen los demás. Para eso tiene centenas de talismanes. Tiene agua mata-bruja y espanta-diablo, para librarte de los maleficios. Y si eso no basta, tiene velas en forma de calavera: cuando te han hecho mal de ojo, enciendes una, y si revienta, con ella se va tu hechizo. Tiene cuernos de chivo y sangre de gallina. Tiene flores de Jericó para llamar al dinero. Tiene piedras de rayo para protegerte de los malos espíritus. Esas piedras crecen bajo la tierra cada siete años en los lugares donde ha dado un relámpago.

Y por supuesto, Frank tiene muñecas vudú. Las hay rosadas y rojas para llamar al amor. Y blancas para el matrimonio. Pero también las hay negras, como la que me ofrece en este momento, junto a un pequeño féretro de juguete.

-Tiene que meter la muñeca en esta caja y añadirle lo que le voy a decir –me explica, mientras le clava a la muñeca siete alfileres en los ojos, la boca, los pechos, la barriga y el sexo. Luego, toma unas cápsulas. Parecen de las que se compran en cualquier farmacia, pero él me saca de mi error:

-Es polvo de muelto -aclara.

-Polvo de muerto.

-Sí. Después de meter a la muñeca en la caja, abres las cápsulas y lo espolvoreas sobre la muñeca. Añades sal negra, y tres tipos de pimienta molida. Luego le rocías esencia de muelte.

La esencia de muerte viene en un frasco de Tylenol y huele a rosas, pero aparentemente es muy potente y peligrosa. Después de echarla sobre la muñeca, hay que cerrar el ataúd y arrojarlo al mar de espaldas o enterrarlo. Al final, se le enciende una vela negra a una estampa de San Deshacedor -al que Frank llama en confianza San Deshacedol- y se reza una oración contra los enemigos. La víctima debe caer de inmediato gravemente enferma o tener un accidente. Si nadie deshace el mal de ojo, la muerte sobreviene en poco tiempo. El kit de homicidio completo cuesta unos $50 e incluye garantía: Frank te deja su teléfono para que lo llames si algo sale mal.

Ahora sólo me falta decidir a qué mujer quiero matar.

Así que, chicas, pórtense bien conmigo.

Estoy armado.

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1 de diciembre de 2006
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Un orgasmo por la paz

Bueno, basta de tonterías. La ONU ha fracasado en detener las guerras y los genocidios. El hambre en el mundo parece incontrolable. Las armas nucleares proliferan en Asia. Ha llegado el momento de tomar conciencia. Es hora de encarar los retos y aplicar soluciones drásticas a los problemas del mundo. En suma, es la hora del sexo.

Sí, porque el evento Global Orgasm propone reducir las malas vibras de este planeta de la manera más natural: a punta de polvos. Cito textualmente:

“La misión de Orgasmo Global es cambiar el campo de energía de la Tierra mediante una inyección de energía humana. En estos días, dos nuevas flotas norteamericanas se aproximan al golfo pérsico con armamento antisubmarinos que solo puede tener como destino Irán: el momento es AHORA!”.

La acción social propuesta es “concentrarse en la paz en los pensamientos durante y después del orgasmo. La intensidad de la energía orgásmica e intención mental sera más efectiva que las oraciones y meditaciones masivas. El objetivo es sumar energía positiva al mundo para reducir los niveles de agresividad y violencia en el mundo”.

El momento previsto es el solsticio de invierno, viernes 22 de diciembre. Ese día, hombres y mujeres de todo el mundo, desde la intimidad de sus hogares o en plazas públicas, deben tener orgasmos acompañados o incluso a solas. La masturbación, empleada con rigor y constancia, despliega tanta energía positiva como una buena encamada.

Según Global Orgasm, son especialmente necesarios los orgasmos en los países con armas de destrucción masiva, pero lo ideal es que recorran el mundo. Si sus dueños -de los orgasmos, no de las armas- se concentran en la paz mundial durante el acto en cuestión, se desencadenará un orgasmo global sincronizado que podrá hacer todo lo que no hicieron el impotente de Kofi Annan, ni el reprimido de Bush.

Quizá les parezca una convocatoria, digamos, un tanto supersticiosa. Pues los organizadores sostienen que la efectividad del sexo para resolver los problemas mundiales está científicamente comprobada. Como base, argumentan que un campo cuántico rodea e integra todos los hechos en el universo, y que gracias él, la conciencia humana puede tener un efecto mensurable en la materia. Aseguran haberlo probado durante fenómenos que han recibido atención a nivel mundial como el 11/S o el tsunami del Océano Índico. Incluso tienen un video con científicos de dibujos animados que explican cómo funciona todo eso. Si ustedes creen que todo esto es una broma pesada producto de mi fértil imaginación, échenle un vistazo al proyecto.

Así que ya saben. Preparen su sesión sexual del 22. Entrenen teniendo sexo frente al televisor a la hora de las noticias. Cuando empiecen a excitarse con la imagen de Kim Jong Il, es que están listos. El día del solsticio, procuren concentrarse en el momento preciso. Y si lo hacen en pareja, tengan los orgasmos al mismo tiempo, no vaya a ser que el mundo pierda valiosa energía sexual. Total, aunque parezca absurdo, la verdad es que las soluciones más racionales tampoco han servido de gran cosa. No se pierde nada con probar.

A lo mejor la técnica no consigue la paz mundial pero permite alcanzar metas menos ambiciosas. Si no es mucha molestia, les pediría a los que hagan el amor en Año Nuevo que piensen en que necesito una computadora nueva. Y los que lo hagan en el equinoccio, por favor, concéntrense en que la energía cuántica me reduzca un poco la barriga. Recuerden: el futuro del mundo –o al menos el mío- está en sus manos y en sus entrepiernas. Úsenlas con responsabilidad.

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29 de noviembre de 2006
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La ciudad de plástico

La vez anterior que vine a Miami, desde mi hotel se veían los islotes que llaman cayos. La mayoría de ellos están sembrados de edificios modernos color pastel y unidos por larguísimos puentes formando un paisaje de ciencia ficción tropical, como si se hubiesen derretido los polos y el agua hubiese invadido la ciudad.

Algunos de los cayos, como Key Biscayne, en vez de edificios tienen mansiones gigantescas con yates en la puerta. Existe un tour en bote por las casas de los famosos: Shakira, Alejandro Sanz, Julio Iglesias, Shaquille O’Neal. La gente contrata el tour no para ver a sus personajes favoritos, sino para saber cómo viven. 
   
Esa vez, el año pasado, tuvimos una noche decadente con mi amigo el escritor Daniel Alarcón. Primero fuimos a una fiesta en una casa decorada con armaduras medievales y cuadros abstractos. La casa llegaba hasta el mar, pero además tenía una piscina, en medio de la cual flotaba un caimán sobre una colchoneta. Nunca supimos si estaba vivo o disecado. Nadie se ofreció para averiguarlo. En algún momento, pasó a mi costado la guionista de Sex and the city completamente borracha. El comentario general era:

-Ahí está otra vez la guionista de Sex and the city completamente borracha, como siempre.

A las doce de la noche en punto, todos los invitados cogieron sus cosas y se fueron. Daniel y yo nos fuimos al hotel Delano con un joven escritor americano de esos que tiene 21 años y ya ha ganado diez millones de dólares. Tras atravesar un lobby lleno de mesas de billar y gente bien vestida, dudamos si sentarnos en los divanes que bordeaban la piscina o dentro de ella, en las mesas de hierro forjado. Al final, de todos modos, no nos quedamos mucho. Una cerveza costaba como veinte dólares. El escritor americano decía:

-Odio a los periodistas que se han leído mi novela. Siempre tienen opiniones. Prefiero que no la hayan leído. Así, yo les digo lo que tienen que escribir.

Fue instructivo.

Este año, desde mi ventana se aprecia un nuevo boom inmobiliario del centro. Los edificios de bancos, hoteles y multinacionales brotan como hongos del follaje. Pero en el suelo, nadie camina. Más allá, en Coral Gables, ni siquiera hay veredas. En el Downtown sí las hay, pero son simbólicas. Esta es una especie de ciudad fantasma por la que nadie va a pie. A lo sumo, circulan entre los edificios unos vagones aéreos de transporte público, con los rieles iluminados de colores, como en una película del futuro. Ayer vi una manifestación de protesta: eran como veinte personas desfilando por una avenida vacía. Parecían una excursión escolar.

Cuando pregunto en el lobby por dónde puedo pasear, el recepcionista me mira como si le estuviese pidiendo una bolsa de cocaína. Simplemente, nadie se lo ha preguntado nunca. Me ofrece un taxi.
      
El taxi me lleva hacia South Beach por una enredadera de autovías flotantes, y puedo ver el perfil de la ciudad: los edificios costeros recortados contra el cielo, y el nuevo local de la ópera, que tiene un aire al Epcot Center. Todo iluminado de azul, violeta o amarrillo.

Finalmente, me bajo en Lincoln Road y entro en un restaurante de diseño. Se llama Sushi Samba, y ofrece una mezcla de cocina peruana, japonesa y brasileña. El lugar es color naranja, y del techo cuelgan lámparas como sombreros chinos invertidos. Un equipo de cocineros japoneses corta pescado en el centro del local. Hay un DJ al lado. La comida que me dan también es de diseño.

En Miami, todo parece nuevo. Por eso, mucha gente cree que esta ciudad no tiene alma, que es de plástico. Sin embargo, a mí me gusta: yo creo que en eso precisamente radica su alma, un alma auténtica y particular, distinta a cualquier otra ciudad del mundo. Un alma sintética quizá, pero fresca, como un ron con Coca Cola.

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27 de noviembre de 2006
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El Boomeran(g)
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