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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Millet (5)

Los procesos judiciales se prolongan en el tiempo hasta hacer incomprensible la sentencia. El clima justiciero que precede a los detenidos ilustres, osados gestores del fraude, se agota en las informaciones publicadas, comentadas y, sólo a veces, desmentidas. La escandalosa oleda pasa de largo y cuando concluyen las últimas sesiones judiciales sólo quedan los restos de aquella ofendida curiosidad. Luego, la amnesia hace el resto.

No es que los procesados no reciban su merecido. En realidad, casi todos los imputados de hoy serán mañana los reos de sus fechorías de ayer. Sin embargo, la dilatación del proceso diluye el vínculo entre causa y efecto, entre la falta y el castigo. Lo ejemplar de la justicia es su rápida resolución. Lo hemos visto en el caso que comentamos el otro día: Madoff fue denunciado, detenido, procesado y condenado en un abrir y cerrar de ojos. De este modo la memoria social adquiere conciencia de los límites morales que conviene respetar.

Lo contrario, la lentitud, propicia esa sensación de impunidad, desánimo y fracaso que cierta opinión interesada divulga como ingrediente sustancial del sistema.

En el caso Millet, apurar y concluir el proceso judicial con diligencia, rapidez y credibilidad resulta más urgente que nunca. Además de verse nítidamente dibujado en escena el castigo que merece su descaro, hace falta descubrir y comprender la amplitud de las redes sociales implicadas en los desfalcos. Partidos, fundaciones, asociaciones y otras entidades dieron un vigor inaudito a su penosa complicidad.

Que uno de los símbolos culturales de la ciudad de Barcelona haya sido el cuartel general de un saqueador necesita algo más que una condena individual. La investigación requiere celeridad pero también una valerosa disposición de ánimo para afrontar la purga que les espera.



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5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: la nueva ley del aborto (4)

 

Aceptar la ley que regula el aborto voluntario no significa librarse de su dilema moral. La ley dispone las garantías sanitarias y jurídicas que amparan a las mujeres afectadas pero no puede ir más allá. No puede resolver los interrogantes que sólo en el ámbito personal tienen sentido.

No obstante, las objeciones contra la ley persisten: se considera que la mujer no sabe lo que hace y que sólo una prohibición legal con fundamentos religiosos le permitirá ser eximida de la condena divina que recae sobre quién comete la blasfemia abortista.

Como una polémica formulada en estos términos resulta difícil de conducir, la exasperación de los adversarios del aborto es cada día mayor. Pero en lugar de introducir argumentos reflexivos, profieren anatemas cuya refutación es imposible.

Para el arzobispo de Valencia el aborto no sólo es un crimen sino la más tremenda de las dictaduras. Para el arzobispo de Granada, el aborto es un genocidio y para la totalidad de los obispos, inevitablemente, un pecado.

Ajenos a la controversia intelectual de la inteligencia civil, los obispos enemistan a la moral con el buen gusto y apelan sin cesar a la credulidad de sus fieles. Sin embargo, los estrategas eclesiásticos no sólo intentan imponer a las mujeres el duro yugo de la penitencia mortal sino sacar un provecho inesperado a la polémica abortista.

Mientras la Iglesia de los Estados Unidos quiebra después de pagar cuantiosas indemnizaciones por sus delitos de pederastia y la iglesia de Irlanda ve dimitir a los obispos que protegieron a sus curas pedófilos, la iglesia española afirma que  "el aborto es peor que la pederastia".

La palabra clave de esta declaración es "peor". Después de haber calificado al aborto como genocidio, tiranía y pecado, a los obispos les corresponde desvelar en qué grado la pederastia es un crimen menos grave. Sobre todo después de admitir lo que va implícito en la oración: si sus contrincantes son partidarios del aborto, ¿significa acaso que ellos lo son de la pederastia?

Parece una torpeza dialéctica o un rudimentario acto fallido, pero la consigna tiene un significado que va más allá de lo aparente. El sorprendente juicio proclamado en Ginebra por Silvano Tomasi, observador permanente del Vaticano en la ONU y decidido abogado de los sacerdotes implicados en casos de pederastia, nos ayudará a comprender el sentido de este atrevimiento. Al parecer, para el Vaticano resulta esencial diferenciar entre los pedófilos que abusan de los niños y aquellos homosexuales que se sienten atraídos por "varones" de 11 a 17 años. Según Tomasi, éstos curas no son pedófilos: son "efebófilos". Lo cual supone, por lo visto, un atenuante.

¿De dónde procede la ambigüedad institucional con la pederastia? ¿Qué necesidad hay de vincular la polémica del aborto al sórdido episodio de los abusos sexuales a menores? ¿Para qué turbar a los fieles y creyentes con esta inexplicable indulgencia?

La sensatez política aconseja una condena sin contemplaciones y dejar limpio el buen nombre de la institución imputando a los curas la única responsabilidad de los delitos cometidos. Pero la Iglesia se empecina: ¿qué la inclina a fomentar sospechas tan perjudiciales para el prestigio que quiere proteger?

Tanto en lo relativo al aborto como a la pederastia, la Iglesia da continuidad a una tradición de 1.700 años: sostener en cualquier dilema la más incomprensible de las opciones. El desafío al mundo moderno es todavía más agudo pues de la inaccesibilidad de sus motivos depende el futuro de la institución. La arrogante y aristocrática presunción de unos obispos ajenos al sentido común y a la razón democrática es la única garantía de su singularidad. Pues si consintieran entablar conversaciones mundanas ¿quién les querría escuchar?

Conviene no olvidar que los obispos hablan en nombre de dios. Y un dios que puede ser comprendido, pierde su divinidad. Un dios con el que se puede discutir, pierde su autoridad. Este es uno de los fundamentos de su creencia.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Madoff (3)

 

Madoff fue el protagonista estelar de la crisis económica no por la cuantía estafada a sus clientes (más de 35.000 millones de euros) sino por la condición selecta de sus víctimas. La catástrofe que se abatía sobre una economía en quiebra, amenazando con dejar en la ruina a medio mundo, nos exigía poner en escena a unos afectados que no fueran los desdichados de siempre. Los pequeños inversores que seducidos por los intereses del capitalismo popular confiaron sus ahorros a los expertos financieros, no consentirían ser despojados sin comprobar que, al menos por una vez, todos pagamos el precio de la avaricia.

Parece un pobre consuelo personal pero su eficacia psicológica y política a gran escala es muy notable. Los estafados por el osado y prestigioso Madoff (dos alabadas cualidades del juego bursátil) fueron los banqueros, actores, empresarios y abogados cuyo llanto reforzaba la imperiosa banalización de la crisis: si el gran mundo la padece, nadie es responsable del colapso.

La soledad de Madoff en el presidio, repudiado incluso por su ofendida y repentinamente escandalizada esposa, ilustra nuestra capacidad de representación y la habilidad colectiva para conjurar los demonios que nos sacarían con una patada del gran sueño.

Por otro lado, la extinción de la ética que parecía erigirse contra la impunidad financiera, articulando mecanismos de regulación inéditos y prometiendo controles de enorme rigor contable, permite modular mejor la moraleja de nuestra Crisis. Esta sería la traducción del mensaje que todavía permanece codificado tras la laboriosa agitación de los últimos meses: nuestro enriquecimiento masivo no es una obscenidad sino la condición necesaria de vuestra exigua economía de subsistencia y trabajo duro. Ciertamente, vuestro salario de mileuristas es penoso, pero ya veis lo que pasa: o esto, o el paro. Así funciona.



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Haidar (2)

 

La deportación de la líder saharaui Aminatu Haidar, su huelga de hambre en Lanzarote, la reacción de la opinión pública, los esfuerzos fallidos del gobierno para hacerse escuchar en Marruecos y, finalmente, la mediación de la diplomacia norteamericana y francesa, nos han ilustrado sobre la astucia que hace falta para manejar la verdad y la mentira en la escena internacional.

La reconstrucción de los hechos permite ver en nuestro cuerpo diplomático una falta de pericia que quizá diga mucho sobre su sinceridad pero muy poco sobre el maquiavelismo que distingue a los grandes zorros de nuestro tiempo.

El gobierno consintió parecer un cómplice de Marruecos. Aceptando que deportara a una ciudadana castigada por su militancia saharaui, el gobierno se prestaba a ser un colaborador de la policía política alauita. La reacción de Haidar, iniciando una huelga de hambre, y recibiendo en el mismo aeropuerto a sus numerosos simpatizantes, transformó un gesto de buena vecindad en objeto de befa: España hacía de nuevo el ridículo.

En la "imagen" del gobierno -forjada por los medios y los activistas de los Derechos Humanos- cuenta sobre todo el titubeo ministerial. Podría haberse presentado como el gobierno que acoge a una exiliada y hacer del territorio nacional una tierra de asilo. Pero en lugar de ofrecer una justificación plausible prefirió dejar a flote lo evidente. En lugar de enmascarar su complicidad con una mentira moderna, se precipitó a omitir la verdad que al final se supo: recibiendo a Haidar sólo quería hacer un favor al levantisco y listísimo Reino de Marruecos.



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Gürtel (1)

 

A diferencia de la izquierda moralista, la derecha pragmática no imputa a su partido los delitos de sus dirigentes. Esta distinción nos ayudará a entender el escaso coste social de la corrupción política: los barómetros de opinión no registran ningún daño visible en la intención de voto al Partido Popular.

Los votantes de la derecha no asumen como propio el pecado de su dirigente. Cuando se inhiben, omiten o dilatan sus juicios no pretenden exculpar al corrupto, sino dejarlo a merced de la purga (judicial, mediática, orgánica) que se ha buscado.

La izquierda, sin embargo, al concebirse a sí misma como una comunión mística, padece en su carne los delitos de sus miembros. Se siente ofendida por sus felonías y sucia a causa de su avaricia.

La derecha no admite haber sido víctima de un engaño y sobrevive airosa a todo escándalo. La izquierda, al sostener una poderosa creencia en la virtud, padece una vergüenza insuperable cuando alguno de los suyos es descubierto en falta.

Esta es la izquierda clerical. Aquella, la derecha laica.



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27 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La SER, lo justo y la Justicia

 

Si la condena contra los periodistas de la SER Daniel Anido y Rodolfo Irago fuera consecuencia de un error judicial, no nos importaría apelar a una instancia superior. Al fin y al cabo, afrontar el proceso legal que lleva de Villaviciosa de Odón a Estrasburgo sólo requiere tiempo, dinero, paciencia, viajes, buenos letrados y confianza en el discernimiento racional de lo establecido por las leyes. Sin embargo, se me hace difícil sustraerme al temor de una sentencia que parece querer encauzar la profesión periodística por otros derroteros. El fallo del juez no sería en este caso una sanción a dos profesionales, sino un inesperado aviso a todos los demás.

Sorprende que un juez pretenda llevar a cuestas semejante tarea cuando la propia marcha del mundo nos impele a ser informados de todo cuanto nos incumba. No sólo al amparo del espíritu constitucional sino por la expectativa del sentido común: ¿quién querría proteger secretos políticos sin alterar la dialéctica ciudadana?

Puede ser que el juez haya incurrido en una interpretación sesgada por una ley ambigua. Ya se verá. Mientras tanto, la lectura de su sentencia inspira sentimientos a cuya fuerza no podemos sustraernos.

La pertenencia a un partido político se consideraba secreta cuando la ley de Franco perseguía a sus militantes. Hoy el ordenamiento constitucional pretende todo lo contrario: la participación en la institución "partido político" resulta aconsejable. Considerarla un acto de privacidad contradice el logro de una sociedad liberada de sus temores. Por eso, penalizar al periodista que nos cuenta cómo se produjeron unas militancias conflictivas, y quiénes fueron sus protagonistas, supone admitir que la pertenencia a un partido puede ser un motivo de vergüenza.

Como la información proporcionada por Anido e Irago nos ha permitido conocer una historia de afiliaciones fraudulentas, resulta implícito en el auto del juez lo que la Justicia quiere negar: que la vinculación a un partido -en este caso al Partido Popular de Villaviciosa de Odón- es una información vetada.

Nada podría parecernos más absurdo que este silogismo: si los militantes se avergüenzan y los periodistas nos informan, éstos se condenan.

Los desagradables inconvenientes que durante un tiempo sufrirán Anido e Irago por cumplir con su deber de informar representan un gravísimo altercado en el funcionamiento de nuestra constitucionalidad. Ser inhabilitados para el ejercicio de la profesión, ser condenados a prisión y a pagar multas e indemnizaciones por haber contado una historia de corrupción urbanística contribuirá a fomentar una conclusión coloquial que en modo alguno podemos aceptar: lo justo será esconder información al ciudadano. Dado que informar acarrea penas de prisión, se entenderá que informar es un delito.

Mientras se enmienda el juicio, y eso llevará su tiempo, recordaremos "la convicción de sentido común" que subraya John Rawls en su Teoría de la Justicia: "la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales".



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25 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Agonía jurídica del régimen cubano

 

La intensidad del acoso contra la bloguera Yoani Sánchez -hospedada en El Boomeran(g) desde que recibió el Premio Ortega y Gasset de Periodismo- es un termómetro del umbral de tolerancia que puede permitirse el régimen cubano con sus disidentes. Leyendo sus crónicas de la vida cotidiana el lector puede hacerse una idea de las penalidades sorteadas por el ciudadano cubano para subsistir a la miseria, convivir con la impotencia y soportar la vigilancia de la policía política. Cabe preguntarse cuánto durará la permisividad de un régimen que no tiene previsto consentir semejante ejercicio de periodismo libre. El relato de Yoani, con su veracidad testimonial, corroe las consignas publicitarias del gobierno cubano y ridiculiza la opinión colegiada por las instituciones del régimen con una eficacia que hace de su blog un nudo de tensión narrativa: ¿cuándo durará?  De hecho, el lector puede contrastar dos maneras de entender hoy el periodismo en Cuba: el virtuoso ejercicio de Yoani, seguido a diario por millones de lectores en todo el mundo (incluído desde hace poco el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama), y el nuevo periodismo que Fidel Castro redacta en el diario Granma. Desde su retiro, el Comandante en Jefe ensaya con su proverbial entusiasmo egocéntrico las interpretaciones que más convienen a su posteridad. Que las crónicas de Yoani sean la réplica contestataria y disidente del mandatario cubano nos da una idea de la fuerza y de la fragilidad que esta mujer tiene en la Cuba de hoy.

Ayer pudimos ver en la televisión las imágenes grabadas en una calle de La Habana. El periodista Reinaldo Escobar, esposo de Yoani, tuvo la osadía de poner en práctica un heroico ejercicio de disidencia pacífica: convocar al policía que había secuestrado y golpeado a Yoani Sánchez para conocer el motivo de tan descarnada violencia. La respuesta del régimen no se hizo esperar: una multitud de agentes disfrazados de pueblo cubano se prestó a escenificar el profundo deterioro del castrismo. Exento de posibilidades jurídicas, el régimen organizó ante la mirada estupefacta de medio mundo su último recurso de acción política: el linchamiento.



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22 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Caín de Saramago

  Querido José:

He leído la larga entrevista que te hacen en La Vanguardia de Barcelona publicada junto a una crónica de la polémica "desatada" en Portugal por tu nueva novela. El periodista, como no podría ser de otro modo, utiliza la palabra "escándalo" para contar las reacciones políticas y eclesiásticas a la publicación de Caín. Supongo que habrá lectores inclinados a lamentar esta nueva manifestación de intolerancia pero yo querría detenerme a celebrar las airadas controversias que excita tu libro. ¿Acaso no es una prueba del poder que todavía tiene la literatura? La susceptibilidad de los custodios de La Biblia -los mismos que durante siglos prohibieron su lectura- nos demuestra que jamás la han leído. Si la hubieran leído, meditado y comprendido, se habrían visto sorprendidos por una creciente y desconcertante sospecha: los redactores de la Biblia no estuvieron tan ajenos como parece al espíritu de José Saramago. Tu Caín, José, contribuye a descubrir el valor de un texto milenario: el autor bíblico que nos relata el comportamiento de la divinidad es un hombre escandalizado. Lo que cuentas de Abraham y Sodoma, por ejemplo. ¿Acaso no es la Biblia la que nos permite conocer un episodio que conmueve nuestra Humanidad y asienta el alcance moral de nuestras dudas? La Biblia es el resultado de una impresionante paradoja: testifica cómo brota, crece y se expande la conciencia del hombre ante un Dios incomprensible. Y sin embargo, esta voz del hombre consternado -intrigado, seducido, convencido y repudiado- se convierte en un libro sagrado. Un libro venerado por una iglesia tan ignorante como mojigata. De hecho, su preocupación ha sido siempre la misma: impedir que el hombre comprenda la Biblia, impedir que el hombre se comprenda a sí mismo. De ahí su enfado con tu libro.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Exordio a lo que no se ve

Reproduzco el discurso pronunciado en Formentor con la intención de dar a los no asistentes algunas pistas sobre lo que allí sucedió, por poco visible que pareciera a los sí asistentes.

"Antes de inaugurar estas conversaciones literarias -y no podía elegirse título más modesto para una reunión como la nuestra- dediquemos un breve recuerdo a los episodios anteriores.

Primero al visionario Adan Diel, que levantó este hotel con tantos ladrillos como ideas.

Luego, al Conde de Keyserling, que presidió un cónclave para convocar a la sabiduría.

Luego, Tomeu Buadas, Carlos Barral y Camilo José Cela, responsables del encuentro celebrado en este lugar hace cincuenta años.

Y ahora, con nuestro anfitrión Simón Pedro Barceló, los aquí presentes, dando continuidad a esta historia de fragmentos, esbozos más bien, pero enlazada por un curioso cordón umbilical.

Supongo que será inevitable conmemorar estos cincuenta años con ciertos aires de nostalgia. Pero hay que decir que de este ejercicio de melancolía no siempre se sale bien parado. La confrontación con el tiempo que no vivimos o con el hombre que fuimos puede resultar una pesada carga. A veces, porque el contraste nos somete a los espejismos propios del tiempo. ¿Quién podrá compararse con los monstruos del pasado, con su majestuosa ausencia, amplificada por la envergadura de una obra sacramentada ya por sus lectores? ¿Y quién podrá siquiera compararse consigo mismo, con el que fue entonces, esa extraña invención bautizada con nuestro mismo nombre?

Celebramos los cincuenta años de aquella reunión de escritores y editores en Formentor y para hacerlo, como decíamos, sin excesos nostálgicos, hagamos una última pregunta:

¿Se creía entonces en el presente tanto como hoy se cree en el pasado?

Consideremos

La memoria cultural, que todo lo embellece.

La evocación épica, que todo lo corrige.

La ausencia de los que quisimos, que todo lo magnifica.

Las Conversaciones de Formentor serán hoy mucho más modestas de lo que fueron entonces. Y no porque hayamos perdido algo de ese atrevimiento, sino por el principio de relatividad e incertidumbre que desde la física ha impregnado todos los ámbitos de la actividad humana. ¿A quién se le ocurriría hoy usar el prestigio la Sabiduría para convocarse junto a sus colegas? ¿A quién se le ocurriría anunciar el juicio final de la literatura o su definitiva redención?

No, no podemos imitar la autoridad de nuestros antepasados.

Por lo tanto, y aceptando las tendencias que impone el paso del tiempo a la cultura, avisados de la corriente que confunde al mundo con su incertidumbre, sabedores de cómo son precisamente nuestros conocimientos los que nos impiden creer en nosotros con la misma ingenuidad de nuestros antecesores, nos conformamos. Nos conformamos con unas conversaciones literarias que no quieren ir más allá de lo que constata su propio enunciado. Hombres y mujeres hablando de lo que les interesa.

Y lo que nos interesa es la literatura.

Pero antes de iniciar una conversación que adivinamos tan prolífica como presumida, hace falta admitir que si bien carecemos de las presunciones del pasado, no por ello hemos renunciado a nuestras propias pretensiones.

Las conversaciones mantienen un tenso vínculo con las perturbaciones culturales de nuestra época.

La educación, en su doble acepción, el de la enseñanza de los jóvenes y la de los buenos modales, con su progresivo deterioro, nos tiene alarmados.

La responsabilidad moral de los intelectuales, a veces complacidos, a veces anestesiados. Eso también nos alarma.

La débil influencia del pensamiento crítico, la tradición de los librepensadores europeos, de tan difícil ubicación en el mapa geoestratégico de las doctrinas ibéricas. Eso también nos preocupa.

Por lo tanto, las conversaciones literarias de Formentor se convocan con una conciencia modesta pero no tanto. En realidad, establece un estado de la cuestión y se propone contribuir a las exigencias de la alta cultura. Divulgar la pasión de la lectura, como recurso de urgencia contra la satisfecha banalidad de nuestra época. Subrayar la responsabilidad de los intelectuales en la reflexión moral que da forma al mundo. Y ensayar estos ejercicios regionales de pensamiento crítico (que no tiene porque ser mordaz o sarcástico).

En este paisaje, en esta geografía, alterada por nuestra conciencia y por nuestra modesta ambición, tendrán lugar unas conversaciones dedicadas a moldear interrogaciones de muy diverso signo.

Los dilemas que nos hemos acostumbrado a manejar sin inclinarnos nunca por una respuesta definitiva.

La literatura como enfermedad o la literatura como medicina.

La literatura como realidad o como universal de la imaginación.

La literatura como experiencia o la literatura como invención.

La literatura como tradición o como vanguardia.

La literatura como entretenimiento o como conocimiento.

Literatura hermética o literatura didáctica.

Literatura como estética o como apresurado aliento brutal.

La literatura como derecho del espíritu, de la razón o del estómago.

Literatura de élite o literatura popular.

La literatura del autor o la literatura del redactor.

¿Serán verdaderos o falsos estos dilemas?

Ya lo veremos.

Nos reúne en Formentor una doble condición: la pretensión de atrapar el pasado que se fue, que se fue más allá de todo límite, y la voluntad de ser, de ser lo que se debe ser, en este momento y en este lugar, sin reticencia alguna.

Escritores, profesores, editores y lectores:

Sed bienvenidos a Formentor".

 

Viernes, 25 de septiembre de 2009

 



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La farsa sacramental del toro de la Vega

Agarrando con fuerza el mástil de la lanza castellana, el mozo más aguerrido la clava en el costado del toro. Brota el primer chorro de sangre y mientras el animal embiste a los que tiene por delante los de atrás hincan en su cuerpo unas largas y afiladas hojas de acero. El toro busca entre la polvareda que levantan los caballos un lugar por dónde escapar, pero el cerco se ha cerrado y desangrándose agoniza ante el envalentonado griterío de los lanceros. Quien en este momento consiga darle "la más certera, valiosa y grave lanzada", aquel que vaya a ser considerado autor de la muerte del toro de la Vega podrá embadurnarse con su sangre, cortar sus testículos y enarbolarlos en la punta de su lanza, pasear por las calles de Tordesillas y ser aclamado como vencedor del torneo.

Entre el honor y la brutalidad, los lanceros llevan a cuestas el insufrible rubor que los oprime

Los que ven en este festejo un espectáculo denigrante reclaman al Estado que prohíba de una vez la ofensiva brutalidad popular. Por su parte, las autoridades municipales y autonómicas, respaldadas por el fervor vecinal, protegen una costumbre que refleja su manera de ser, define su identidad y establece los lindes de su soberanía.

La disputa confronta argumentos no del todo desconocidos: los partidarios de la tradición remontan su legitimidad hasta los ancestros fundadores del primer sacrificio y se amparan en su prestigio para imitar la ceremonia original; los adversarios, sin más respaldo que su discernimiento moral, reclaman el derecho del sentido común a cancelar una herencia indeseable. Unos y otros se tratan con franca hostilidad: para los vecinos, los adversarios de la fiesta son foráneos entrometidos; para los ecologistas, los lanceros son unos indígenas despiadados.

Los defensores de los derechos de los animales perciben con agudeza el sufrimiento del toro y una resuelta ternura cultural les lleva a rechazar la humillación a la que es sometido. Cada año se preguntan con la misma perplejidad cómo se puede carecer del más elemental sentido de la compasión y perseguir al toro profiriendo espeluznantes aullidos de ferocidad.

Sin embargo, cuando consideren detenidamente el fenómeno de Tordesillas les sorprenderá descubrir que, en realidad, a estas cofradías taurófagas les resulta insoportable cargar con el peso de la tradición. El indecible gozo de martirizar al toro les procura un placer duradero, pero al mismo tiempo la matanza les produce un inquietante resquemor.

El reglamento de las cofradías expresa, con una nitidez asombrosa, la repugnancia que sienten sus miembros al ejecutar el sacrificio del toro y el gran empeño puesto en desvirtuar el verdadero sentido de los ritos que practican. La normativa de la "sabia y heroica" Orden del Toro de la Vega, después de solemnes preámbulos, exige "que se trate al toro con dignidad y honor y que nadie ose tratarlo mal, ni vivo ni muerto, ni de palabra ni de obra".

La ordenanza declara que el respeto de los lanceros por el toro pertenece al modo caballeresco del ser castellano, que el torneo examina el estado anímico y físico de los vecinos, que el rito resume el modo de pensar de un pueblo y que es de "grandísima" utilidad a todos y cada uno; y advierte que nadie debe osar acudir al torneo en mal estado de ánima, que el torneante se mostrará muy cortés, evitando las malas formas y comportándose con humildad.

He aquí el testimonio de una extraña ceremonia de expiación. Pues tan intensa negación de la vívida verdad de los hechos cometidos supone forzosamente tener una clara conciencia de su significado. Nadie trata con dignidad al toro que está martirizando. La contradicción es insalvable. Para perseguirlo, asustarlo, acosarlo, alancearlo, desangrarlo y darle la última puñalada hace falta un furor inconciliable con la humildad.

Pero las ordenanzas de la Orden del Toro de la Vega no pretenden embellecer un festejo incompatible con las virtudes morales ni encubrir con una retórica medievalizante el sudor de las camisetas manchadas de sangre. Las ordenanzas no son un embuste escrito para enmascarar la verdad sino, justamente, el medio elegido para confesarla. Al enumerar los principios que nadie puede cumplir, al prohibir la vejación del toro, la Orden admite lo que no puede poner por escrito: lo que fatalmente ocurrirá.

El texto desvela una rara especie de farsa sacramental: conscientes de la violencia que los posee, las gentes de Tordesillas hacen de su modesta hecatombe una bufonada sangrienta. El ampuloso respeto al toro, pregonado antes de iniciar la persecución, les sirve de catarsis cómica. ¿Cabe imaginar una negación de sí mismo más risible?

Sin embargo, los feroces cazadores de toros no son tanto los prisioneros del perturbado imaginario de la violencia como las víctimas de una íntima y secreta vergüenza. Incapaces de abolir la tradición que les impone la violencia, sometidos al torturado dilema entre honor y brutalidad, los lanceros de Tordesillas llevan a cuestas el insufrible rubor que los oprime.

 



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28 de septiembre de 2009
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