Skip to main content
Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Blogs de autor

Nuestro poder vivificador

 Anatomía de la influencia es de nuevo un tratado sobre los autores y personajes eminentes que pueblan la literatura universal. Pero en esta ocasión el tono de Harold Bloom es elegíaco y celebra sus ochenta años con un testamento: "Ya no lucharé contra los Resentidos. Nos uniremos todos en nuestro polvo común".

Bloom reitera en esta larga meditación su teoría sobre la ansiedad que corroe a los grandes escritores pero renuncia a cualquier pretensión doctrinal. Se eleva recreando la retórica de un discurso interminable.

Elogia la pasión de la lectura y nos remite al origen de su veneración: renueva el entusiasmo de la primera vez y el asombro que inspiran las grandes obras. Pero una charla con Bloom requiere gran familiaridad con los libros supremos y saberlos de memoria después de una lectura tan extensa como profunda.

Lo excepcional notorio en Bloom es su método de seducción y cómo rehúye los tediosos razonamientos del argumento académico. Si no se respira el aliento de la inspiración poética que ilumina al autor, da a entender, el lector no tiene nada que hacer.  

Su visión de la ansiedad y la influencia, el mapa de los senderos que unen a cada escritor eminente con todos los demás, es absoluta. Sus razones son sentencias y se sancionan a sí mismas como profecías. Omite la secuencia temporal que rige el orden del mundo y desvela la influencia que algunos escritores tuvieron en sus antepasados.

La retórica de Bloom es reiterativa, insistente, poética, pues cree que nada ha sido cabalmente entendido. Las obras maestras están por encima de nuestra comprensión y si salimos derrotados de este desafío caeremos en la Edad del Resentimiento. Salvo que nos propongamos leerlas una y otra vez, durante toda la vida, dice Bloom.

El crítico trata con desdén a los melifluos, torturados y hostiles guardianes de la ortodoxia y los repudia con la insolente alegría adolescente que vivifica el entusiasmo de la primera lectura: Bloom expande este espíritu devoto, lo incrementa, lo santifica.

A los grandes escritores les inspira una envidia sagrada, dice, pero nadie elige al maestro de su veneración; el autor será elegido por su antepasado literario. O aceptamos esta violenta premisa o la rechazamos. Pero no es objeto de discusión. La influencia produce ansiedad y ésta consiste en imitar, evocar, saquear la obra y suplantar al autor, pero sin la complicidad del muerto ilustre, todo será una patética patraña plagiaria.

Bloom se considera un laico de inclinaciones gnósticas, un esteta literario que idolatra a Shakespeare, un supuesto hereje gnóstico judío, un lector esotérico, un crítico longiano que celebra lo sublime como la suprema virtud estética, afirma que la gran literatura existe y que es posible apreciar el brío de una energía sobrenatural en su vigor lingüístico. Al final Bloom será un miembro destacado de esa Religión Americana que enunció Emerson y cuyo único dogma en la Seguridad en Uno Mismo. Una especie de entereza o unión de cada hombre con el sí mismo desconocido.

Si alguien, urgido por alguna torpe premura, tuviera necesidad de reducir todos los libros de Bloom a un único párrafo, quizá podría conformarse con lo siguiente:
 

Shakespeare, que no profesa ninguna creencia y que, según R.W. Emerson, es sabio sin énfasis ni agresividad, poseía su propio método de conocimiento -que nunca podremos descifrar del todo como no sea mediante infinitas y profundas lecturas- y es el precursor de todo el mundo: Walt Whitman, James Joyce, Melville, William Blake, Emily Dickinson, Freud, Proust, Becket, Kafka, Leopardi, Pessoa, Borges...

¿Por quién se siente elegido Bloom? A ratos por Ralph Waldo Emerson. Y en otras ocasiones por Samuel Johnson. Aunque esto debería decirlo él, y no yo. Cuando Bloom recuerda al elocuente retórico da la sensación de estar hablando de sí mismo: "leer a Emerson resulta a veces desconcertante, en parte porque es un aforista que piensa en frases aisladas. Sus párrafos resultan a menudo espasmódicos, y su mente incansable está siempre en alguna encrucijada".

Bloom es una figura señera de nuestro tiempo y se ha encargado a sí mismo la misión de decir lo qué debemos hacer con las obras maestras de la literatura, cómo leerlas, recordarlas y comentarlas. Sus libros acuden en socorro del lector que sin pereza ni ignorancia se enfrenta a los monumentales legados del pasado. Dice que leer, releer, describir, evaluar y apreciar es el verdadero arte de la crítica literaria en un mundo en el que el cinismo abunda, la realidad se vuelve virtual, los libros malos desplazan a los buenos, y leer es un arte que agoniza.

 

Esta breve recensión del reciente libro de Bloom debería concluir preguntándose cuál es la influencia de Bloom en España. Anagrama y Taurus lo mantienen en sus catálogos y parece que ha conseguido una considerable atención entre los lectores que aceptan lo esencial: que sólo pueden comprender una obra literaria a través de sí mismos -y la sentencia inversa sigue siendo cierta.

Pero ¿cómo modifica Bloom la conciencia que la literatura española tiene de sí misma? Leyéndole uno aprecia mejor un rasgo irreconciliable: el autor español quiere ser el Yo de sus lectores; el autor americano aspira a ser el Yo de sí mismo. Hay algo indolente y cansino en el hábito de la lectura nacional cuyo origen desconocemos y que nos obliga a indagarnos con una urgencia que no podemos descuidar.

Por este motivo la recensión que hacemos de Anatomía de la influencia concluye por el momento con la cita de Hamlet que Bloom hace en algún lugar de su libro:

 "hemos sido engendrados y creados/por nuestra
propia esencia y en virtud/de nuestro poder vivificador".

Leer más
profile avatar
11 de diciembre de 2011
Blogs de autor

Desgracia y muerte de Pilar Donoso

 

El único diario personal que vale la pena creer es el que ha sido escrito para no ser publicado. Los dietarios, las memorias, las confesiones que vemos anunciadas como la obra de un autor decidido a compartir su intimidad pueden ser excelentes piezas literarias pero por lo general tan sólo prolongan el simulacro narrativo de una invención. En lugar de elaborar ficciones con argumentos imaginarios, el dietarista deja por un momento de escribir novelas y se encubre bajo una máscara que siempre tiene algo de noble y elegante. Es la moderna ficción del yo que tantas identidades ha salvado en este mundo voraz y descreído.

El dietario verdaderamente personal, íntimo, discreto, es el que escribe un autor para saber de sí mismo, para explorar los confines de una personalidad desconocida. No hay afán artístico en un ejercicio de escritura concebido como cirugía, como inquisitiva búsqueda de lo más extraño que hay en uno mismo.

Un texto elaborado en estas condiciones de ocultamiento nunca se envía al editor y no tiene por qué ser virtuoso ni loable. Al contrario. Siendo el lugar de la confrontación de un hombre con sus miedos, miserias y fantasmas, odios y avaricias, el dietario suele mostrarnos el lado oscuro y tenebroso del autor. Esta confesión suele ser compatible con sus logros sociales, el atractivo de su figura y la reputación de su nombre, pero precisamente por eso es perturbadora.

José Donoso escribió durante décadas uno de estos dietarios verdaderos, sin censurarse los sentimientos que brotaban de su mente convulsa, desconfiada, recalcitrante y hostil. La más ruda sinceridad rige esta conversación y nada parece deslizarse para consolar o mejorar la idea que Donoso tiene de sí mismo. Los juicios que profiere no son agradables y son muchos los personajes citados (empezando por su esposa y su hija Pilar) que se descubrirán con decepción en la memoria del que trataron como familiar, amigo o colega.

Un par de años antes de abandonar para siempre la redacción de estos voluminosos cuadernos de bitácora -que relatan el viaje de un espíritu al fondo de los infiernos-, Donoso imagina el argumento para una novela que nunca escribió: un escritor lega sus diarios a la universidad y fallece, la hija los recupera, los lee, e incapaz de soportar lo que su padre pensaba de ella, se suicida.

Pilar Donoso, la hija adoptiva de José Donoso, leyó, efectivamente, los diarios de su padre y redactó un libro para exorcizar los demonios de odio y rencor que la torturaban. Creyó que sólo podría liberarse de la descarnada brutalidad del padre, de sus escalofriantes confidencias, si compartía con el mundo su turbación.

Dijo Pilar Donoso en el prólogo a "Correr el tupido velo" (podría haberlo titulado "Descorrer el tupido velo") que no se había cumplido la profecía de su padre: "al parecer he logrado zafarme del fatal destino que él me asignó en su diario del 23 de abril de 1993. Aunque nadie sabe si uno es realmente un personaje y ese designio es insalvable".

A Pilar Donoso la encontraron muerta en su apartamento de Santiago de Chile hace dos semanas. Tenía cuarenta y cuatro años. Después de haber publicado el libro, Pilar se separó de su marido y sus tres hijas. La prensa dice que fue una de ellas la que encontró el cadáver de la madre. Pero el diario La Segunda cuenta que fue su tía Luz Larraín, "hermana de Lucha, su suegra", la que entró en la casa, pues era la única que tenía las llaves. "Estuve por lo menos una hora y media sola, sentada en el apartamento", le dice Luz Larraín al periodista.

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2011
Blogs de autor

Las confesiones de Umberto Eco

 

Las novelas de Umberto Eco caben en cualquiera de las listas que uno puede hacer con los libros que en algún momento le ha gustado leer y su nombre dignifica sin duda la relación de los autores que han triunfado cautivando a millones de lectores en todo el mundo. Su habilidad de semiótico, sin embargo, su destreza como constructor de artefactos narrativos, su enciclopédica maestría de profesor, no consigue excitar el entusiasmo que inspira la genealogía propiamente literaria. No recuerdo haberle oído lamentar la petulante taxonomía canónica y, a diferencia de la mayoría de los autores "más vendidos", irritados con el desdén clasista que les dedican los partidarios del canon, Umberto Eco disfruta de la vida y de la potencia intelectual de su clarividencia.

En este reciente libro editado por Lumen, Eco reúne las conferencias dictadas en la Universidad de Emory (Atlanta), dentro del ciclo de las Richard Ellmann Lectures, y las presenta como si fueran las confesiones de un joven novelista. Aunque pronto comprende el lector que no son precisamente secretos lo que va a encontrar en medio de las agudas confidencias contadas por el viejo profesor. Algo cuenta no obstante de la invención y escritura de El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, La isla del día de antes, Baudolino y La misteriosa llama de la reina Loana.

Como avispado analista de sí mismo, Eco levanta la bruma que envuelve al proceso creador y enumera los criterios de su método narrativo. Advierte que la inspiración "es una mala palabra que los autores tramposos utilizan para parecer intelectualmente respetables" y subraya las obsesiones que rigen su lento y meticuloso trabajo de documentación: el constructor de mundos (el novelista como demiurgo), las ideas fecundas (si son muchas no son fecundas), las restricciones (que acepta y se impone el autor) y la doble codificación que atribuye a la novela posmoderna (pero que ya estaban en El Quijote): las alusiones irónicas a otros textos famosos y las reflexiones sobre sí misma).

A lo largo de sus avaras confesiones, Eco se formula incisivos interrogantes sobre cómo la novela modela la imaginación del lector. Se pregunta por qué la gente se emociona con los personajes de ficción y cómo alguno de ellos puede subsistir fuera de las ficciones para las que fue creado (los llama personajes fluctuantes y cita una reciente encuesta entre adolescentes británicos: una quinta parte cree que Churchill, Gandhi y Dickens son seres de ficción, y que Sherlock Holmes y Eleanor Rigby son reales). Cita a Dumas cuando dijo que los historiadores evocan a simples fantasmas pero que los novelistas crean seres de carne y hueso. Y constata que grandes obras de arte pueden no provocar la respuesta emocional que sí consiguen las películas malas y las noveluchas.

La asombrada y recreativa admiración por el arte de contar historias y su penetrante influencia en el devenir del imaginario humano guía las meditaciones de Eco, que nos invita a respetar el gran pacto narrativo establecido entre el autor y el lector: hay que suspender la incredulidad y evitar en lo posible comportarse como  uno de esos Lectores Empíricos que al usar el texto como vehículo de sus propias emociones, descubren las intenciones que nunca le pasaron por la cabeza al escritor.

En la última de las conferencias Eco habla de las enumeraciones poéticas, de los gabinetes de curiosidades, de los topos de lo inefable, de la ampliación oratoria, de los panegíricos, de las encomiásticas y del vértigo: el vértigo por el grandioso espectáculo de las listas en dónde se enumeran largas y profusas relaciones de objetos, asuntos, seres, lugares y maravillas desparramadas en el mundo.

Leer más
profile avatar
29 de noviembre de 2011
Blogs de autor

Una elegante lamentación del tiempo presente

El breve ensayo de John Lukacs publicado por Turner es una elegante lamentación del tiempo presente y, ya en las páginas finales del libro, una sarcástica reivindicación de sí mismo. No
está exenta de ese inconfundible murmullo humorístico que distingue a una inteligencia cínica (en la más griega de las acepciones) y por ello puede mostrarse resueltamente hostil con los colegas y editores que le han defraudado.

Esos que se han negado a citar sus numerosos y radiantes ensayos históricos, ya sea por rivalidad o temor, envidia o simple malevolencia (esa forma de ociosidad tan productiva en
la comunidad intelectual), están socavando los notables logros de la tradición cultural de occidente. O esto al menos es lo que nos da a entender.  

La negligencia de las revistas especializadas, abrumadas por la abundancia de una bibliografía
descomunal, la especialización fragmentaria de los expertos en un solo asunto, las exigencias políticas de la carrera académica y el indolente abandono de los requisitos imprescindibles a un historiador -veracidad y honestidad-, contribuyen a consumar el más grave deterioro cognitivo de nuestra civilización: la pérdida progresiva de nuestra capacidad de atención.

El prolífico y radiante historiador norteamericano (nacido en Hungría en 1924) se pregunta en este reconfortante pero demoledor ensayo qué quedará de nuestra tradición culta y libresca. Qué futuro le espera a la Historia y cuál será el destino de los historiadores. Cuánta inteligencia sobrevivirá a la desparramada confusión contemporánea.

Reconocido autor de deliciosos relatos históricos (Cinco días en Londres, Sangre, sudor y lágrimas), Lukacs es un pensador que venera la literatura. Como historiador no deja de indagar la naturaleza de los hechos que estudia pero como escritor tan sólo quiere acompañar al lector en la delicada resurrección del tiempo pasado. Lukacs identifica los sucesos verdaderamente
significativos y centra toda su energía en lo que ya es el registro vertebrador de su método: "lo que piensan y creen las personas constituye la esencia fundamental de lo que sucede en este mundo".

Lukacs acoge con escepticismo la influencia de una tecnología que propicia la dispersión, la
superficialidad, y la conformidad con unas fuentes cada vez menos sujetas a la verificación.
Le asombra la ingenuidad con que muchos de sus estudiantes, que apenas leen libros, dan por buena la información que repliegan en Internet. Y no puede dejar de preguntarse una y otra vez a dónde nos conducirá el desenlace de nuestro suspense cultural. "La larga transición de la era verbal a la gráfica nos conduce a una nueva forma de barbarie llena de nuevos peligros".

Otra de sus observaciones adquiere en estos momentos su especial lucidez: "hay que darse cuenta de que las personas no tienen ideas. Las eligen".

Por breve que sea su recusación no deja de sonar con estruendo la descripción que hace de nuestra época: "desde 1920 la publicidad gobierna la opinión y los sentimientos de la mayoría". Y más adelante, sentencia: "lo que marca el devenir histórico de las sociedades no es la acumulación de capital, es la acumulación de opiniones".

Para Lukacs el historiador es sobre todo el investigador de la mentalidad dominante en cada
época. Y la huella de estas ideas, sensaciones, impresiones y creencias ha sido brillantemente captada por los novelistas. La novela y la Historia, dice, se criaron juntas. Y un Historiador, por ejemplo, del siglo XIX debe leer La cartuja de Parma, Guerra y Paz, Historia de dos ciudades y La Educación sentimental.

Sus reflexiones sobre la novela son augurios imprescindibles y no deja de ser alentador que de este mundo nuestro en transformación Lukacs espere la llegada de un escitor que finalmente renueve el género narrativo por excelencia y sepa elaborar lo que nuestra época necesita.

Como especialista en su campo, Lukacs está libre de muchas contemplaciones y no le importa arremeter contra lo que considera un intento fallido de hacer literatura histórica. (Contra Roth por su Conjura contra América y contra Mailer por su meta ficción sobre Hitler). "Muchos de estos libros, dice, quedan viciados cuando incorporan, tuercen, deforman y atribuyen pensamientos, palabras y actos a unos hombres y mujeres que existieron de
verdad".

Creo que invitaré a Javier Cercas y a Jordi Gracia a leer este libro. Sin duda será de su agrado,
y cada uno por sus respectivos motivos, acometer alguna refutación convincente.

Leer más
profile avatar
23 de noviembre de 2011
Blogs de autor

La actividad instintiva de la mente civilizada

La editorial Lumen ha publicado una selecta antología de artículos y ensayos del poeta T.S. Eliot, comentados por el autor de la edición, Andreu Jaume, con un abundante aparato de notas.

El último texto del volumen, Criticar al crítico, es una reflexiva aunque liviana consideración sobre unos colegas que no pueden dejar de interrogarse una y otra vez sobre la finalidad de lo que hacen. Como la intención de Eliot es ordenar las clases de crítica literaria que hay entre nosotros, se apresura a distinguir las que pueden "incidir en el gusto del público, despertar su interés y promover la valoración de las obras que comentan".

Con una convincente pero no por ello menos sospechosa humildad, el autor de Tierra baldía rinde tributo a la crítica literaria como "actividad instintiva de la mente civilizada".

Eliot menciona en primer lugar al Super Reseñista, que normalmente es el crítico oficial de alguna revista o periódico y "no necesariamente un novelista fallido".

Luego está el crítico del gusto. Un educado esteta que se ofrece como abogado de autores olvidados o injustamente menospreciados pero que quizá por ello ayudan a descubrir "nuevas vetas de goce en la literatura".

Entre los críticos de origen académico y los autorizados eruditos Eliot incluye al crítico filosófico y al moralista.  Finalmente, alude al crítico que también es poeta y precisa que entre ellos "tímidamente me incluiría a mí mismo".

Estas cautelas, tan notorias en la alta esfera literaria, inspiran una entrañable ternura. No hay que olvidar que Eliot escribe este texto cuando ya era Premio Nobel y cuando, con 73 años, le faltaban tres para fallecer. Aun así se siente impelido a sosegar a sus adversarios con una empecinada modestia.

Hay algo en sus palabras que suena a remordimiento. Eliot aprovecha la ocasión para aludir a su larga trayectoria de crítico literario y confesar lo que pudo haber en su vida de ofensa a los demás. Recuerda al joven e impetuoso lector que fue y lamenta "la ocasional nota de arrogancia, la exagerada vehemencia, la bravuconería que el hombre normalmente pacifico lanza bien pertrechado tras su máquina de escribir".

¿Hay que hacerse viejo para comprender con lucidez nuestro encarnizado combate por la subsistencia (literaria)?

Leer más
profile avatar
9 de noviembre de 2011
Blogs de autor

Novela: instrucciones de uso

 

La falta de acuerdo respecto a lo que es una novela literaria y la reticencia a definir sin rodeos los rasgos de la literatura industrial hacen cada día más atractiva la idea de componer un manual que ayude a desenvolverse con soltura entre las novelas que vale la pena leer. Podría titularse así: "Novela: instrucciones de uso". Si los electrodomésticos llevan sus estúpidas indicaciones, ¿por qué no van a venderse
con un artefacto tan endiabladamente complejo?

El Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk fue invitado en 2009 a impartir algunas lecciones sobre el arte de la novela, en el reputado ciclo de las Conferencias Norton de la Universidad de Harvard, y tal como las publica ahora Random House podrían formar parte de este manual.

Orhan Pamuk quiere que sus conferencias sean un ensayo o una meditación sobre el arte de la novela y encuentra muy acertado considerar cómo clasifica Schiller a los poetas para entender no sólo a los autores sino también a sus lectores.

Schiller, nos recuerda Pamuk, distingue a los poetas ingenuos de los sentimentales. Los ingenuos son calmados, crueles y sabios. Escriben sin pensar en las consecuencias de lo que dicen y les trae sin cuidado lo que piensan los demás. Los sentimentales, por su parte, son racionales, gramáticos y desconfiados. No creen en la inspiración y son metódicos cuando cuestionan la sugestión de sus sentidos.

El arquetipo demuestra ser de utilidad para comprender el punto de vista de los lectores. Los ingenuos, dice Pamuk, no dejan de ver rastros autobiográficos en las ficciones del novelista. Los sentimentales, siempre tan huraños, consideran la ficción como una arbitrariedad imaginativa.

Pamuk considera que el gran logro del novelista es existir en la mente del lector y describe las operaciones que permiten retener en nuestra cabeza las impresiones de una buena novela.

No dejamos de respirar la atmósfera creada por la narración, transformamos incesantemente las palabras en imágenes, no dejamos de discernir qué puede ser cierto o fruto de la fantasía, no dejamos de buscar similitudes y correspondencias con nuestra propia vida, nos enredan los problemas y placeres del estilo, rehuimos el juicio moral -que es el lodazal inevitable de la novela, ("A la novela no le toca juzgar, sino entender"); surge intimidad, confianza y complicidad con el autor -aunque a veces molesten sus apariciones personales; se retienen con vivacidad los detalles de la narración pues en la novela bien construida todo está en relación con todo y, finalmente, comprendemos que nuestra ocupación principal es buscar, y encontrar, el centro secreto de la novela. La intención no obvia que rige, atraviesa y sostiene el conjunto de la trama y la personalidad de sus personajes.

Las reflexiones de Pamuk sobre la novela son originales aunque prefiere aludir a sus propios hábitos más que alardear de ruidosas teorías. Una de mis opiniones más contundentes, dice, es que las novelas son en esencia ficciones literarias visuales. "Una novela ejerce su influencia sobre el lector apelando a su inteligencia visual".

Pamuk subraya la importancia de las palabras que movilizan nuestra imaginación visual y se interroga sobre las cualidades de una prosa que consigue describir los esplendores del mundo visual imaginario.

El breve ensayo de Pamuk nos recuerda además cómo deben ser los lectores que necesita un novelista: perspicaces, tolerantes y diligentes.

Leer más
profile avatar
7 de noviembre de 2011
Blogs de autor

Negra y amarga leyenda

 

Debemos agradecer al historiador, profesor y crítico literario Jordi Gracia que nos haya puesto en solfa con su irritado y virulento panfleto. Y aunque su violencia nos desconcierte, habrá que desear la mejor de las polémicas a la desaforada crueldad, la impaciente ferocidad y el descarnado espíritu de venganza con que el autor rehabilita al viejo y olvidado derecho natural a la furia.

En su orgullosa diatriba, Gracia zarandea sin piedad al intelectual melancólico que nos oprime con su juicio depresivo y esgrime alegremente las razones que lo dejan hecho unos zorros.  Como no le importa el crédito social de su pesimismo y le traen al pairo sus credenciales,  Gracia denuncia con arrogante destemplanza su resentimiento y su malvada resistencia a reconocer las virtuosas conquistas de nuestro tiempo.

Niega el autor de este libelo que no sepamos gozar los logros de la alta cultura y niega que el vulgar analfabetismo se haya instalado en la cultura popular. Niega que la enseñanza se deteriore sin remedio y que en la  universidad se doctoren los ignorantes. Niega que se hayan extinguido los grandes novelistas y que los jóvenes usuarios de las redes sociales sólo digan tonterías. Niega, que la nuestra sea una época decadente.

En realidad, afirma, nunca fue tan cómodo y masivo el acceso a libros inteligentes, documentadas bibliotecas, registros sonoros, archivos cinematográficos, maestros, profesores y catedráticos solventes, orquestas, teatros y museos y documentales televisivos que divulgan conocimientos extraordinarios entre el gran público.

La réplica de Gracia a los lugares comunes del intelectual rencoroso, al lamento que tanto respeto concita, no consiste tanto en demostrar el dinamismo de una sociedad que se alimenta de múltiples saberes, apetencias y habilidades, como en denunciar la farsa de una ególatra decepción.

Obcecado por el horizonte de grandeza que imaginaba para sí mismo, el intelectual ridículo al que Gracia sacude con implacable sadismo, es el que ya ha descubierto cómo se frustró el delirio de su ambición. En vez de aceptar el lugar que le asignan los demás, el intelectual resentido se engorila en su retórica catastrofista e imputa a la sociedad el fracaso que no quiere ver en sí mismo. Como clérigo rematadamente traicionado, tan sólo le queda sostener el tremendismo de su enfado.

El discurso del panfleto es el de un profesor liberado de su compostura docente y dispuesto a dar rienda suelta a la indignación que le inspira la injusticia cometida por los que deberían festejar las conquistas culturales de los últimos treinta años. Resulta obvio que al autor le molesta el celo con que los aludidos (y nunca mencionados) protegen la notoriedad de su patrocinio intelectual, pero sobre todo le duele sospechar que haya entre ellos alguna especie de odioso engreimiento clasista. Como si la crítica a los males de nuestro tiempo encubriera el desprecio por la exuberante creatividad con que la multitud se incorpora a los nuevos modos de consumo y creación cultural.

El panfleto de Jordi Gracia podrá leerse como un nuevo episodio de la clásica controversia entre los libros antiguos y modernos, como una contribución a la disputa entre apocalípticos e integrados o como una renovación del género insolente que tantos disturbios literarios suele ocasionar. Es probable que cause una gran incomodidad y quizá sea inevitable el amargo sabor de boca que deja su lectura, pero la enérgica provocación del panfleto hará que sea más ecuánime a partir de ahora el juicio que dedicamos al estado de nuestra cuestión cultural.

Hay aspectos de su impetuoso razonamiento que suscitan cierto resquemor. Nos queda la duda sobre cuál será el verdadero origen del resentimiento intelectual, cómo se gesta, enquista y prestigia. No sabremos decir si el optimismo sobornará nuestro indomable espíritu crítico. Si acaso la insatisfacción no es la trampa que nos tendemos a nosotros mismos para librarnos de los seductores espejismos de la actualidad. Si nuestra terca resistencia a celebrar la propaganda de un país que, a fin de cuentas, no estaba tan mal, encuentra hoy, en la catástrofe contemporánea, su plena justificación. Si el encanto del sentimiento melancólico, la dulce tristeza de la nostalgia, merecía ser asociado, aunque sólo sea como estrategia narrativa, al ruin resentimiento.

El intelectual melancólico de Jordi Gracia es insultante y ofensivo pero hay que comprender cómo nos concierne la recusación de su panfleto. Pues quizá sea cierto que preferimos ser los partisanos de una causa antes que ser los responsables de una cultura. El deber cotidiano carece de las estimulantes emociones épicas, pero probablemente convenga más a un país necesitado de una razonable dosis de confianza en sí mismo.

Publicado en El País. 30 octubre 2011

Leer más
profile avatar
2 de noviembre de 2011
Blogs de autor

La inconcebible violencia verbal de la extrema derecha española

 

José María Izquierdo es un periodista de aspecto apacible, bonachón y cariñoso que ha trabajado en El País y en Cuatro hasta su reciente jubilación. Justo cuando todos esperábamos verle sentarse a disfrutar el gozo supremo de no hacer nada y dejar pasar sobre su perenne sonrisa el lánguido flujo de un tiempo feliz, se embarca en una de las tareas más duras y peligrosas que uno puede imaginar. La publicación de su nuevo libro, Las mil frases más feroces de la derecha de la caverna (Aguilar), da fe de la osadía con que concibe el arriesgado oficio de su tremenda vocación.

El libro es una antología espeluznante que nos transmite la furia de los voraces publicistas de un insólito proyecto político. El brutal descrédito del adversario, la difamación sistemática, el insulto y la grosería, la exultante mala baba y la inquina más soez son ya en estos momentos las señas de identidad de una corriente política definitivamente arraigada, gracias a la agitación mediática, en el espectacular concierto español.

Su infatigable presencia en periódicos, radios y televisiones ha conseguido en estos últimos siete años crear un espacio que no existía con semejante nitidez, fuerza, influencia y desparpajo. El grupo de periodistas, comentaristas, columnistas y escritores confabulados para la resurrección de la extrema derecha ha conseguido liberarse de todos los complejos que la estorbaban.

Efectivamente, nada les cohíbe. Pueden arremeter contra los gays, las mujeres, los sindicatos, los socialistas, los nacionalistas y todo cuanto progre o adversario de cualquier clase les pase por delante, alardeando de unos inconcebibles tópicos machistas, racistas o impudorosamente fascistas, con una virulenta hostilidad, sin importarles lo más mínimo las indeseables consecuencias sociales de su violencia verbal.

Para los que no vivan en España, la antología seleccionada por Izquierdo les servirá de guía y orientación sobre el modo en que la extrema derecha española acomete la sistemática destrucción de la cultura política y la bárbara difamación de todos los que piensan de otro modo. O, simplemente, de todos los que piensan en términos de buena educación, tolerancia, civismo y sosiego.

Que José María Izquierdo se haya dedicado a leer todos los periódicos, escuchar todas las radios y ver todas las televisiones, tomando nota de lo que en ellas se dice (y se brama), zamparse día a día esa vocinglera y chulesca amenaza, nos demuestra que, efectivamente, para algunos el periodismo seguirá siendo uno de los oficios más peligrosos del mundo.

Leer más
profile avatar
26 de octubre de 2011
Blogs de autor

El valor del combate literario

El escritor adquiere una gran autoridad cuando habla de sí mismo. Es irrefutable y nadie puede desmentirlo. Lo mejor es creer en él a pies juntillas. Sólo así conoceremos su inabordable punto de vista. 

Ciertos autores, que no nos atrevemos a citar, maltratan esta curiosidad y se recrean en una petulante fantasía autobiográfica. Se citan con la misma contundencia, se aluden con forzada modestia. Pero algo en su tono de voz los traiciona. No siempre lo percibimos. No siempre nos ofende.

Otros, sin embargo, son más parcos y por ello merecen nuestro agradecimiento.
John Banville declara en El País su arrogante desprecio por Franzen pero se
deleita en una singular confesión: escribir literatura supone saber que serás
derrotado.

¡Cuánta energía reverbera en esta frase! ¡Cuánto arrojo!

Leer más
profile avatar
23 de octubre de 2011
Blogs de autor

Síntomas de confusión moral

 

La primera plana de los periódicos nos obsequia hoy con dos manifiestos estropicios morales. En el primero de ellos se celebra la muerte de Gadafi sin aclarar cómo se le ha linchado después de ser detenido vivo. Las crónicas no lamentan el espectáculo de un hombre cazado, arrastrado y asesinado por sus sonrientes perseguidores. Esta extravagante omisión difunde además una vieja y tenebrosa sospecha: hasta qué punto puede seducirnos la venganza cuando se comete con visos de impunidad.

El segundo chirrido moral nos lo proporciona el anuncio del fin de ETA. La lectura del comunicado difundido por la banda de pistoleros vascos suscita múltiples interrogantes pero el más notable, y quizá al que menos atención se presta, es cómo podemos ser los interlocutores de unos encapuchados. En principio, la parafernalia de estos imitadores del Ku Klux Klan debería hacernos desconfiar de una paz promocionada con tanto fervor como misterio. Realmente, resulta difícil entender que Kofi Annan o Jimmy Carter se conviertan en valedores de la banda furtiva que ha amedrentado, acosado, cercado y asesinado a tantos ciudadanos indefensos. A esta cacería inmisericorde de más de cuarenta años, los mitógrafos de la banda la llaman "confrontación armada". Algo que parece creer a pies juntillas el grupo de notables amparados por ese prestigio que en España tiene todo lo que habla inglés. Pero lo más chirriante de lo publicado es precisamente lo que no se publica: que no se traduzca al español, ni por supuesto al inglés, la consigna con la que se despiden los tres enmascarados de ETA: Jo Ta Ke..., dicen al final de su soflama. Que vendría a ser algo parecido a decir golpea, da fuerte, una y otra vez, hasta ganar.

Leer más
profile avatar
21 de octubre de 2011
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.