Basilio Baltasar
La falta de acuerdo respecto a lo que es una novela literaria y la reticencia a definir sin rodeos los rasgos de la literatura industrial hacen cada día más atractiva la idea de componer un manual que ayude a desenvolverse con soltura entre las novelas que vale la pena leer. Podría titularse así: "Novela: instrucciones de uso". Si los electrodomésticos llevan sus estúpidas indicaciones, ¿por qué no van a venderse
con un artefacto tan endiabladamente complejo?
El Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk fue invitado en 2009 a impartir algunas lecciones sobre el arte de la novela, en el reputado ciclo de las Conferencias Norton de la Universidad de Harvard, y tal como las publica ahora Random House podrían formar parte de este manual.
Orhan Pamuk quiere que sus conferencias sean un ensayo o una meditación sobre el arte de la novela y encuentra muy acertado considerar cómo clasifica Schiller a los poetas para entender no sólo a los autores sino también a sus lectores.
Schiller, nos recuerda Pamuk, distingue a los poetas ingenuos de los sentimentales. Los ingenuos son calmados, crueles y sabios. Escriben sin pensar en las consecuencias de lo que dicen y les trae sin cuidado lo que piensan los demás. Los sentimentales, por su parte, son racionales, gramáticos y desconfiados. No creen en la inspiración y son metódicos cuando cuestionan la sugestión de sus sentidos.
El arquetipo demuestra ser de utilidad para comprender el punto de vista de los lectores. Los ingenuos, dice Pamuk, no dejan de ver rastros autobiográficos en las ficciones del novelista. Los sentimentales, siempre tan huraños, consideran la ficción como una arbitrariedad imaginativa.
Pamuk considera que el gran logro del novelista es existir en la mente del lector y describe las operaciones que permiten retener en nuestra cabeza las impresiones de una buena novela.
No dejamos de respirar la atmósfera creada por la narración, transformamos incesantemente las palabras en imágenes, no dejamos de discernir qué puede ser cierto o fruto de la fantasía, no dejamos de buscar similitudes y correspondencias con nuestra propia vida, nos enredan los problemas y placeres del estilo, rehuimos el juicio moral -que es el lodazal inevitable de la novela, ("A la novela no le toca juzgar, sino entender"); surge intimidad, confianza y complicidad con el autor -aunque a veces molesten sus apariciones personales; se retienen con vivacidad los detalles de la narración pues en la novela bien construida todo está en relación con todo y, finalmente, comprendemos que nuestra ocupación principal es buscar, y encontrar, el centro secreto de la novela. La intención no obvia que rige, atraviesa y sostiene el conjunto de la trama y la personalidad de sus personajes.
Las reflexiones de Pamuk sobre la novela son originales aunque prefiere aludir a sus propios hábitos más que alardear de ruidosas teorías. Una de mis opiniones más contundentes, dice, es que las novelas son en esencia ficciones literarias visuales. "Una novela ejerce su influencia sobre el lector apelando a su inteligencia visual".
Pamuk subraya la importancia de las palabras que movilizan nuestra imaginación visual y se interroga sobre las cualidades de una prosa que consigue describir los esplendores del mundo visual imaginario.
El breve ensayo de Pamuk nos recuerda además cómo deben ser los lectores que necesita un novelista: perspicaces, tolerantes y diligentes.