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Las confesiones de Umberto Eco

Por 29 de noviembre de 2011 Sin comentarios

Basilio Baltasar

 

Las novelas de Umberto Eco caben en cualquiera de las listas que uno puede hacer con los libros que en algún momento le ha gustado leer y su nombre dignifica sin duda la relación de los autores que han triunfado cautivando a millones de lectores en todo el mundo. Su habilidad de semiótico, sin embargo, su destreza como constructor de artefactos narrativos, su enciclopédica maestría de profesor, no consigue excitar el entusiasmo que inspira la genealogía propiamente literaria. No recuerdo haberle oído lamentar la petulante taxonomía canónica y, a diferencia de la mayoría de los autores "más vendidos", irritados con el desdén clasista que les dedican los partidarios del canon, Umberto Eco disfruta de la vida y de la potencia intelectual de su clarividencia.

En este reciente libro editado por Lumen, Eco reúne las conferencias dictadas en la Universidad de Emory (Atlanta), dentro del ciclo de las Richard Ellmann Lectures, y las presenta como si fueran las confesiones de un joven novelista. Aunque pronto comprende el lector que no son precisamente secretos lo que va a encontrar en medio de las agudas confidencias contadas por el viejo profesor. Algo cuenta no obstante de la invención y escritura de El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, La isla del día de antes, Baudolino y La misteriosa llama de la reina Loana.

Como avispado analista de sí mismo, Eco levanta la bruma que envuelve al proceso creador y enumera los criterios de su método narrativo. Advierte que la inspiración "es una mala palabra que los autores tramposos utilizan para parecer intelectualmente respetables" y subraya las obsesiones que rigen su lento y meticuloso trabajo de documentación: el constructor de mundos (el novelista como demiurgo), las ideas fecundas (si son muchas no son fecundas), las restricciones (que acepta y se impone el autor) y la doble codificación que atribuye a la novela posmoderna (pero que ya estaban en El Quijote): las alusiones irónicas a otros textos famosos y las reflexiones sobre sí misma).

A lo largo de sus avaras confesiones, Eco se formula incisivos interrogantes sobre cómo la novela modela la imaginación del lector. Se pregunta por qué la gente se emociona con los personajes de ficción y cómo alguno de ellos puede subsistir fuera de las ficciones para las que fue creado (los llama personajes fluctuantes y cita una reciente encuesta entre adolescentes británicos: una quinta parte cree que Churchill, Gandhi y Dickens son seres de ficción, y que Sherlock Holmes y Eleanor Rigby son reales). Cita a Dumas cuando dijo que los historiadores evocan a simples fantasmas pero que los novelistas crean seres de carne y hueso. Y constata que grandes obras de arte pueden no provocar la respuesta emocional que sí consiguen las películas malas y las noveluchas.

La asombrada y recreativa admiración por el arte de contar historias y su penetrante influencia en el devenir del imaginario humano guía las meditaciones de Eco, que nos invita a respetar el gran pacto narrativo establecido entre el autor y el lector: hay que suspender la incredulidad y evitar en lo posible comportarse como  uno de esos Lectores Empíricos que al usar el texto como vehículo de sus propias emociones, descubren las intenciones que nunca le pasaron por la cabeza al escritor.

En la última de las conferencias Eco habla de las enumeraciones poéticas, de los gabinetes de curiosidades, de los topos de lo inefable, de la ampliación oratoria, de los panegíricos, de las encomiásticas y del vértigo: el vértigo por el grandioso espectáculo de las listas en dónde se enumeran largas y profusas relaciones de objetos, asuntos, seres, lugares y maravillas desparramadas en el mundo.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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