
Jesús Ferrero
Al no ser posible separar la vida de las estructuras que la controlan, la gestionan y a menudo la aniquilan, hay en toda enfermedad una respuesta tan corpórea como espiritual a un mundo que aborrecemos.
Muchas veces la enfermedad es la encarnación de ese asco incontrolable, que mina los fundamentos de nuestra personalidad y la separa de un mundo que el sujeto percibe como infernal.
La enfermedad es un ataque pasivo a un mundo frío y brutal: es la política de la negación, que halla su punto más grave y definitivo en la depresión, una de las dolencias más extendidas y letales de nuestra época, y que promete crecer en años venideros, pues llevamos un buen tiempo construyendo el universo más propicio para el cultivo de enfermedades psíquicas graves.
No hay enfermedad que se oponga más a los abusos de poder que la depresión, pues al mostrar el efecto de esos abusos en su propio ser, el deprimido se convierte en un ejemplo aterido de lo que puede generar la brutalidad de la vida tal como la hemos construido.
Como diría Sartre en sus reflexiones sobre la melancolía, el deprimido se tumba para no oponer ninguna resistencia a la mortecina inmensidad del mundo. Visión certera a la que cabe añadir que en ese no oponer resistencia, para no sufrir todavía más, el deprimido muestra su estrategia: no quiere saber nada de cuanto le rodea. Para el deprimido el mundo es un aberrante conglomerado metálico, ante el que expone y opone su enorme fragilidad, su enorme humanidad, su enorme desdicha.
Hay otras formas más conocidas y aberrantes de ver la enfermedad, que no hacen más que acrecentar la confusión porque olvidan que el hombre es un animal social, y culpan al enfermo de sus pensamientos negativos, de su empeño en alimentarlos, y hasta de las herencias familiares, dejando en las sombras las causas sociales, políticas y económicas. La depresión es una enfermedad social, y es también una desconcertante y angustiosa política: la viaja y muy conocida política de la melancolía que con tanta claridad y tanta elevación lírica mostraron los trágicos griegos.