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Paradoja mortal

En el problema de la anorexia puede haber un cierto efecto de imitación: las muchachas imitan la inquietante escualidez de las modelos. No hay que descartarlo. Pero si es así, habría que preguntarse por qué en ciertos momentos se "pone de moda" la delgadez casi cadavérica, y por qué los modistos recurren a ella. ¿Sólo por que la delgadez es mejor percha? ¿Sólo por eso? Creo que hay un cierto "lolitismo" en la imagen de la anoréxica, y supone la regresión a un cuerpo anterior al desarrollo adolescente, un regreso al cuerpo de la niñez. La anoréxica quiere volver a la niñez, y lo hace adelgazando, disminuyendo, desapareciendo: es un extraño viaje hacia atrás.

La escritora Geneviève Brisac supo como nadie hacer el retrato de una anoréxica, en parte porque ella misma padeció la enfermedad. Leyendo su novela Petite se advierte que los anoréxicos tienden a drogarse con su propia hambre, recurriendo a un saber muy antiguo: el ayuno provoca delirios, el ayuno transporta más que un narcótico. El anoréxico entra así en un proceso de narcosis del que le cuesta salir, pues le conduce a un mundo de sensaciones nuevas que le hacen sentirse diferente a los demás.

En la novela de Brisac es observable además otro fenómeno: los padres de la narradora no se dan cuentan de que tienen una hija sintiente y viviente hasta que la muchacha está a punto de desaparecer de pura delgadez. De pronto, un día, se dan cuenta de que la niña es de una delgadez extrema, y se echan las manos a la cabeza. ¿Estarán los anoréxicos pidiendo que les miren? En la narración de Brisac eso parece. La narradora de la historia empieza a ser anoréxica en un período en el que sus padres no la ven, no la observan. Involuntariamente, la niña decide desaparecer. Empieza a refugiarse en su anorexia como un autista en su autismo. Deja de comer y empieza a sentir experiencias parecidas a las que dicen sentir los místicos. El mundo se empieza a diluir, el cuerpo deja de pesar, el cuerpo flota. La experiencia se siente no sólo como una rebelión y una aniquilación, también se siente como una gravitación en el vacío. Todo lo cual para decir que nos hallamos ante un problema muy complejo, lleno de enrevesadas motivaciones; lo que podríamos llamar un verdadero laberinto emocional en el que ni es fácil entrar ni es fácil salir. Más que una enfermedad, la anorexia es una paradoja mortal.

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3 de mayo de 2017
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La política de la melancolía

Al no ser posible separar la vida de las estructuras que la controlan, la gestionan y a menudo la aniquilan, hay en toda enfermedad una respuesta tan corpórea como espiritual a un mundo que aborrecemos.

Muchas veces la enfermedad es la encarnación de ese asco incontrolable, que mina los fundamentos de nuestra personalidad y la separa de un mundo que el sujeto percibe como infernal.

La enfermedad es un ataque pasivo a un mundo frío y brutal: es la política de la negación, que halla su punto más grave y definitivo en la depresión, una de las dolencias más extendidas y letales de nuestra época, y que promete crecer en años venideros, pues llevamos un buen tiempo construyendo el universo más propicio para el cultivo de enfermedades psíquicas graves.

No hay enfermedad que se oponga más a los abusos de poder que la depresión, pues al mostrar el efecto de esos abusos en su propio ser, el deprimido se convierte en un ejemplo aterido de lo que puede generar la brutalidad de la vida tal como la hemos construido.

Como diría Sartre en sus reflexiones sobre la melancolía, el deprimido se tumba para no oponer ninguna resistencia a la mortecina inmensidad del mundo. Visión certera a la que cabe añadir que en ese no oponer resistencia, para no sufrir todavía más, el deprimido muestra su estrategia: no quiere saber nada de cuanto le rodea. Para el deprimido el mundo es un aberrante conglomerado metálico, ante el que expone y opone su enorme fragilidad, su enorme humanidad, su enorme desdicha.

Hay otras formas más conocidas y aberrantes de ver la enfermedad, que no hacen más que acrecentar la confusión porque olvidan que el hombre es un animal social, y culpan al enfermo de sus pensamientos negativos, de su empeño en alimentarlos, y hasta de las herencias familiares, dejando en las sombras las causas sociales, políticas y económicas. La depresión es una enfermedad social, y es también una desconcertante y angustiosa política: la viaja y muy conocida política de la melancolía que con tanta claridad y tanta elevación lírica mostraron los trágicos griegos.

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8 de marzo de 2017
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La envidia

Ya lo decía Borges: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable.” Olvidaba Borges que la envidia es también un vicio genuinamente argentino.

Y si hablamos de envidia, ¿qué decir de la que se genera en los grupos de poder? Es su gran problema: la implosión/explosión de envidias que surgen en sus mismos núcleos.

La cercanía de los cuerpos y de las conciencias provoca una clase de envidia tan directa como definitiva.

En el centro de todos los grupos, se va formando una especie de agujero negro generado por la envidia, que no por ser negro deja de atraer. Quién sabe: quizás es la verdadera tentación del abismo.

Si es verdad que la sociedad es, en el fondo, un tejido de deseos, no sería demasiado temerario añadir que, justamente por eso, es también un tejido de envidias, ya que la envidia es en realidad el deseo concentrado, coagulado y putrefacto.

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2 de enero de 2017
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Adelantarse al tiempo: Caballo Loco

La idea de “adelantarse al tiempo” puede parecer una insensatez.

¿Cómo vas a adelantarte a tu propio ser y a tu propio estar? Sería como partirse en dos.

Para muchos, adelantarse al tiempo sería posible únicamente con la imaginación, y no se trataría de un adelanto real, se trataría de una ficción.

Sin embargo los sioux sí que creían que uno podía adelantarse al tiempo. ¿Con el poder de la imaginación? No, con el poder del deseo.

Y el deseo era para ellos un caballo como el que montaba Caballo Loco.

Dicen que una vez Caballo Loco habló con el Gran Espíritu, y el Gran Espíritu le susurró:

-El tiempo es tan veloz como el viento sobrevolando las praderas, los valles y las montañas. Tienes que cabalgar a lomos del viento y adelantarte al tiempo. ¿Me has entendido?

-Sí, te he entendido -cuentan que le dijo Caballo Loco al Gran Espíritu.

Para el Gran Espíritu adelantarse al tiempo eran tan fácil como respirar. Bastaba con abrir los brazos al deseo.

Pero para desear hay que estar vivo, y muchos están muertos antes de morir. Esos no pueden adelantarse al tiempo, que pasa por encima de ellos sin que se den cuenta, como no se dan cuenta los muertos cuando el aire barre las lápidas de los cementerios.

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1 de agosto de 2016
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Enfermedades de la civilización

El otro día volví a ver un reportaje en la televisión sobre una mujer que pesaba más de cuatrocientos kilos y que permanecía inmovilizada y aturdida.

Cuando era muy joven, descubrí con asombro esa clase de gordura en mi primer viaje a América. Entonces la gordura mórbida no existía ni Europa, ni en Asia, ni en África, aunque seguro que sí existía en Australia, esa mala fotocopia de América de Norte.

La mujer de la que hablo usaba pañales como un niño muy grande, como un niño gigantesco. Había regresado a la infancia. Su figura me conducía a la anoréxica. Ambas conforman los dos polos de un mismo sistema y en los dos casos se trata de un problema con la fase oral-anal

Los anoréxicos quiere regresar a la época anterior a la pubertad: quieren "recuperar" sus cuerpos de niños, y los obesos quieren regresar a la fase de la lactancia casi continua, cuando los bebés se convierten en tubos que absorben y excretan: quieren volver a la inmovilidad de la cuna.

 

Ambos han perdido la línea, en el más estricto sentido de la palabra: han perdido la figura, la postura, la forma misma del cuerpo. En el caso del anoréxico se ha perdido la figura por evaporación, y en el caso del obeso por acumulación de materia.

En el primer caso, el cuerpo parece una pluma, en el segundo una tumba. El cuerpo del anoréxico se presenta casi exento de agua (se trata de un cuerpo seco y enjuto hasta el extremo), en cambio el cuerpo del obeso mórbido es un túmulo de líquidos retenidos, de líquidos descompuestos que van envenenando la sangre y van creando un campo abonado para la gangrena.

La sociedad que nos representa no parece tener buenas relaciones con el cuerpo. Los dos extremos señalados son buena prueba de ello, pero también lo son los obsesionados por el culto al cuerpo. Ningún sacrificio extremo es bueno, y los adictos al gimnasio están tan alejados de su propio cuerpo como los anoréxicos y los que padecen de obesidad mórbida.

Y mientras tanto los especialistas en salud física van dando consejos estúpidos desde la prensa sobre cómo alimentarse con cordura o qué hacer para perder kilos o ganarlos.

Nunca van a la raíz de la enfermedad. O mejor: nunca se dirigen con mirada clínica a la enfermedad invisible en la que se apoyan todas las enfermedades visibles.

Les da miedo esa profundidad sin cuya exploración no hay cura posible.

 

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6 de junio de 2016
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El miedo a pensar, a leer y a nombrar (2) La descomposición del lenguaje

Ahora echo en falta los artículos de Luis Magrinyà sobre el buen uso del lenguaje.

 

La lengua sufre un proceso cada vez más degenerativo y mistificador que se percibe en la política, por supuesto, pero también en la prensa y en la literatura.

Avanzamos hacia un sumidero en el que todas las palabras se corrompen, como ocurre en el mundo de la publicidad, donde la descomposición del lenguaje alcanza el paroxismo, y paroxismo, como indicaba Baudrillard, significa lo que precede al fin.

¿Estamos ya cerca del fin de la lengua como vehículo de la expresividad, la belleza, la precisión, la sutiliza y todas las formas oblicuas o directas de la verdad? Todas las lenguas apestan porque han perdido dignidad y fortaleza: las ha corrompido la retórica vil de la publicidad y los medios de comunicación de masas. 

 

¿Ahora las lenguas surgen de las cloacas antes que de las gargantas? ¿Es posible la emergencia de un mundo de interlocutores alegres, punzantes y despiertos en la cultura de los sonámbulos y los necios?

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23 de mayo de 2016
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Los impecables pueden ser implacables

La experiencia de la vida me ha ido indicando que las personas que se permiten periódicamente pequeños ataques de ira son menos peligrosas que las que nunca se conceden ni la más mínima salida de tono.

La ira es una emoción narcótica, que exalta negativamente, y que negativamente emborracha. Si te la vas tomando en pequeñas dosis no pasa nada. Conoces esa droga y en cierto modo la controlas; pero si no estás habituado a ella y un día te cae encima, entras en una especie de locura ciega de la que te cuesta salir.

Me ha tocado asistir a ataques de ira de personas que prácticamente nunca recurrían a la cólera y era todo un problema librarlos de esa situación, pues llegaban a límites a los que nunca llegarían los que se permiten cabreos esporádicos y más o menos vistosos.

Lo mismo se podría decir de otras pasiones del cuerpo y del alma. Los que no las conocen y sucumben de pronto a ellas no saben cómo escapar de ese fuego abrasador.

Por eso temo a los impecables, porque sé que se pueden convertir en implacables cuando cruzan la frontera.

Refiriéndonos al piloto que estrelló el avión en los Alpes, me inquieta toda esa gente que, como siempre en estas tragedias, empieza a decir que era un chico excelente, amable, que nunca se metía con nadie, que saludaba a todo el mundo.... También el doctor Jekyll parecía un hombre muy tratable hasta que se convertió en Hyde.

Hoy mismo, la novia del copiloto ha revelado al periódico Bild que Andreas Lubitz le dijo en una ocasión: “Algún día haré algo que cambiará todo el sistema y todo el mundo conocerá mi nombre”. (Wird jeder meinen Namen kennen). De modo que la cosa venía de lejos. Con otras palabras, el copiloto le estaba diciendo a su novia: “Ahora soy Jekyll, pero un día seré Hyde y os vais a enterar”.

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28 de marzo de 2015
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Doctor Canavero

El neurocirujano italiano Sergio Canavero anuncia que va a llevar a cabo un trasplante de cuerpo: lo que en realidad solemos llamar “trasplante de cerebro”. Cuando publiqué mi novela Doctor Zibelius y les decía a los periodistas que el “trasplante de cerebro” estaba al caer, me miraban con escepticismo y me tachaban de fantasioso. Mi mismo editor calificó la novela de fantasía científica. Nunca estuve de acuerdo con esa calificación, en parte porque conocía los trasplantes de cabeza con perros que se habían llevado a cabo en la Unión Soviética y con monos en Estados Unidos.

También conocía los proyectos y ambiciones del doctor Canavero, que lleva varios años enfrentándose a la comunidad científica y asegurando que “la operación es factible con los avances que ya existen ahora mismo y que no es necesario esperar más”. Le doy la razón, pues desde que me enteré de los experimentos soviéticos en los años cincuenta, y que parcialmente fueron un éxito, no me caben demasiadas dudas. Tampoco me caben dudas del escándalo que se va a armar cuando se lleve a cabo el experimento, porque en realidad se trata de un traslado de alma: de una emigración de la psique de un cuerpo a otro, y las religiones no están preparadas para semejante evento.

A menudo las novelas hablan más del futuro que del presente, más del deseo que de la realidad, más de lo que viene que de lo que queda atrás, incluso en narraciones que no tienen nada que ver con la ciencia-ficción, o que solo la tocan ligeramente. Pondré algunos ejemplos: Stevenson anticipó el concepto de inconsciente (y del otro que vive en mí) en su novela el Doctor Jekyll y el señor Hyde. Otro ejemplo menos evidente: cuando Camus escribió El extranjero, ese narrador indolente, insolidario y algo imbécil era más bien raro, ahora hay millones y millones de sujetos como él. ¿Anticipación científica? No, mera intuición para ver en el presente los signos del futuro. Por lo demás, no me quiero comparar con tales maestros, solo me limito a indicar la virtudes mánticas que suelen tener muchas novelas, hasta las que no lo parecen.

El doctor Canavero piensa que será una operación precedida de todo un trabajo psicológico consistente en lograr la identificación del cuerpo trasplantado con el nuevo cerebro, o del cerebro trasplantado con el nuevo cuerpo, pues Canavero cree, con razón, que el rechazo psicológico puede ser más grave que el físico, como ya se ha demostrado en trasplantes de manos. Yo también lo creo.

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1 de marzo de 2015
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¿Por qué siempre olvidamos lo más evidente?

El terror islamista se está extendiendo en contra de lo que predecían los que ni piensan ni quieren dejar pensar. La razón es de una evidencia palmaria y nadie con dos dedos de frente lo puede negar: la guerra de Iraq, que se inicio recurriendo a un casus belli grotesco, pues pocos ignoraban que lo de las armas de destrucción masiva era una farsa. El noventa por ciento del pueblo español se opuso tajantemente a esa guerra. ¿Por qué? Porque sabíamos lo que iba a pasar y no nos equivocamos ni siquiera un poco, lo que evidencia que no somos tan tontos. Sí, todos sabíamos que esa guerra iba a acentuar bestialmente el terrorismo, aunque ni ahora ni antes se hable con claridad de ello.

 

Consecuencias de la guerra de Iraq: según los últimos estudios el conflicto de Iraq ha causado ya más de un millón de muertos, si se incluye la violencia sectaria, y ha sido la gran escuela de yihadistas: se lo pusimos extremadamente fácil a los violentos. 

 

Lo que se hizo en Iraq clama al cielo. ¿Nos hubiese gustado a los españoles que en plena dictadura franquista las potencias internacionales se empeñasen en librarnos del dictador bombardeando Madrid y entrando a saco en nuestro país provocando la muerte de miles y miles de civiles inocentes? Resulta bastante obvio que el Estado Islámico es una consecuencia directa de esa guerra y del caos que generó desde el principio.

 

La guerra de Iraq ha sido el error más descomunal del los últimos tiempos: extendió el terror a niveles poco menos que impensables y abrió un boquete para la intolerancia y la locura que va a ser extremadamente difícil cerrar.  

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8 de enero de 2015
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El síndrome del elegido

          En la miniserie televisiva The World Wars se dice que el soldado británico Henry Tandey pudo haber matado a Hitler en la Primera Guerra Mundial. Según la serie, y según le contó el propio Hitler a Chamberlain, el soldado Tandey apunto con su rifle a un Hitler desarmado, que hacía de correo entre las trincheras, pero finalmente Tandey decidió salvarle la vida y lo dejó escapar.

 

Supongamos que este hecho, que Jacinto Antón considera inverosímil, fuese cierto. Para Hitler, que creía fervorosamente sus propias mentiras, lo era. ¿Qué suelen pensar los paranoicos como Hitler de asuntos así? Suelen pensar en la Providencia más que en la bondad humana. Fue la Providencia la que decretó que Hitler no tenía que morir, y fue la Providencia la que paralizó los dedos de Henry Tandey para que no apretara el gatillo.

 

Es evidente que la idea misma de un Dios providencial refuerza cierta tendencia humana a la paranoia, hija de las pasiones narcisistas del yo. Todas las narraciones de estas características son cantos descomunales al yo más que a Dios o al otro, cantos que podrían expresarse así:

Dios me ha elegido, por encima de los demás,

por encima de los demonios y los ángeles,

Dios me ha elegido.

Por eso detuvo el dedo de Tandey

por eso me libró del gas sofocante y las balas del enemigo.

Dios me ha elegido para empresas aún más grandes

que la muerte gloriosa

en los campos de Marte.

A partir de ahora

estoy blindado ante toda forma de desastre.

Soy el invulnerable

y no me puedo equivocar.

Dios estuvo y estará siempre de mi parte.

El destino de los pueblos está a menudo vinculado a sujetos así, por eso la historia más que una sucesión de hechos razonables y explicables es el flujo incesante y galopante del pensamiento mágico vinculado a la paranoia.

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5 de enero de 2015
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