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Enfermedades de la civilización

Por 6 de junio de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

El otro día volví a ver un reportaje en la televisión sobre una mujer que pesaba más de cuatrocientos kilos y que permanecía inmovilizada y aturdida.

Cuando era muy joven, descubrí con asombro esa clase de gordura en mi primer viaje a América. Entonces la gordura mórbida no existía ni Europa, ni en Asia, ni en África, aunque seguro que sí existía en Australia, esa mala fotocopia de América de Norte.

La mujer de la que hablo usaba pañales como un niño muy grande, como un niño gigantesco. Había regresado a la infancia. Su figura me conducía a la anoréxica. Ambas conforman los dos polos de un mismo sistema y en los dos casos se trata de un problema con la fase oral-anal

Los anoréxicos quiere regresar a la época anterior a la pubertad: quieren "recuperar" sus cuerpos de niños, y los obesos quieren regresar a la fase de la lactancia casi continua, cuando los bebés se convierten en tubos que absorben y excretan: quieren volver a la inmovilidad de la cuna.

 

Ambos han perdido la línea, en el más estricto sentido de la palabra: han perdido la figura, la postura, la forma misma del cuerpo. En el caso del anoréxico se ha perdido la figura por evaporación, y en el caso del obeso por acumulación de materia.

En el primer caso, el cuerpo parece una pluma, en el segundo una tumba. El cuerpo del anoréxico se presenta casi exento de agua (se trata de un cuerpo seco y enjuto hasta el extremo), en cambio el cuerpo del obeso mórbido es un túmulo de líquidos retenidos, de líquidos descompuestos que van envenenando la sangre y van creando un campo abonado para la gangrena.

La sociedad que nos representa no parece tener buenas relaciones con el cuerpo. Los dos extremos señalados son buena prueba de ello, pero también lo son los obsesionados por el culto al cuerpo. Ningún sacrificio extremo es bueno, y los adictos al gimnasio están tan alejados de su propio cuerpo como los anoréxicos y los que padecen de obesidad mórbida.

Y mientras tanto los especialistas en salud física van dando consejos estúpidos desde la prensa sobre cómo alimentarse con cordura o qué hacer para perder kilos o ganarlos.

Nunca van a la raíz de la enfermedad. O mejor: nunca se dirigen con mirada clínica a la enfermedad invisible en la que se apoyan todas las enfermedades visibles.

Les da miedo esa profundidad sin cuya exploración no hay cura posible.

 

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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