Sergio Ramírez
En el poblado de Miane, al occidente de Irán, un ciudadano que creyó encontrar alegría pasajera en la bebida, o a lo mejor curarse de sus penas, fue sentenciado por un juez clerical a recibir el castigo de veinte latigazos en los lomos. Según muestra un video que ha sido subido a YouTube, el hechor fue obligado a yacer en el suelo en medio de una plaza atestada de gente, y mientras el verdugo encapuchado descargaba la recia fusta sobre sus espaldas desnudas, el clérigo barbado vigilaba que se cumpliera el castigo contando los latigazos, como quien canta los números de una dichosa lotería.
Veinte azotes deben corresponder, seguramente, a unas cuantas copas de vino, y, también seguramente, el juez hace la estimación a ojo de buen cubero; o, a lo mejor, echa mano del alcoholímetro, como los policías de tránsito. No creo que acerque la nariz a la boca del sospechoso para oler su aliento alcohólico, porque esos efluvios llevarían al mismo juez a pecar. Calculemos lo que costará en latigazos una borrachera de esas en las que al día siguiente, en lo más crudo de la goma, ofende hasta el ruido de la tableta de Alka Seltzer al disolverse en el vaso de agua.
Viejo adagio aquel que dice: "Dios mío, sin con beber te ofendo, con la cruda te pago, y me quedas bebiendo", pena que no parece suficiente a los ceñudos jueces islámicos.