Sergio Ramírez
La puesta en escena del funeral es impecable. La gente se alinea por millares a lo largo de la ruta del desfile, aterida por el frío y soportando estoicamente la nevada. Sollozan, lloran a gritos, imprecan al cielo con los brazos en alto, se arrodillan, se lanzan al suelo, se desmayan, y los más dramáticos son los de la primera fila. Hay siempre en la vida quienes expresan su dolor de manera estoica, silenciosa, sin alardes; pero aquí no. La histeria es la regla porque los guionistas son implacables.
Con las mejillas arrasadas en lágrimas, un oficial del ejército declara a la televisión oficial: "La nieve, como las lágrimas, cae sin fin. ¿Cómo no iba a llorar el firmamento cuando hemos perdido a nuestro general que es un gran hombre del cielo? Mientras la muerte nos separe de nuestro general, el pueblo, las montañas y el cielo derramaremos lágrimas de sangre. ¡Querido comandante supremo!". El oficial es apuesto, su traje militar es impecable, y parece haber sido maquillado antes de salir a escena. A su lado, una joven muy bella, también en uniforme militar, llena de congoja repite palabras parecidas, que igual parecen aprendidas de un guión teatral.
El nuevo dios Kim Jong-un, tercero de la dinastía divina, obeso e inexperto, ya tendrá su hagiografía también. Una nueva estrella en el firmamento en anuncio de su nacimiento, un arcoíris triple. Y sus estatuas doradas por doquier.