Sergio Ramírez
En el estado de Chihuahua los altares de muertos van a multiplicarse este noviembre, porque el pueblo, de tan solo diez mil habitantes, tendrá muchos difuntos que celebrar, entre los últimos el alcalde Jesús Manuel Lara Rodríguez, abatido a tiros por una partida de sicarios. Un pueblo pequeño, pero dominado como pocos por el terror de los narcotraficantes que han impuesto su dominio en Chihuahua, donde los muertos víctimas de la violencia suman ya más de dos mil quinientos en lo que va del año.
Marisol, que estudia criminología y es madre de un niño, ha aceptado ponerse al mando del pequeño destacamento de policías, la mayor parte de ellos sin armas. Y cuando los periodistas, asombrados de su osadía, le preguntan si siente miedo, ella responde con toda sinceridad que "miedo sí hay, miedo siempre habrá", y ha rechazado que le pongan escoltas.
Esta muchacha sencilla se enfrenta a la muerte que con su guadaña afilada vuela cabezas y las expone como trofeos de guerra, y confiesa que tiene miedo, pero sigue adelante porque cree en la vida, y cree que vale la pena quedarse de este lado, en busca de paz y de seguridad, aunque su acto insólito de valor con miedo, o de valor que vuela por encima del miedo, la acerque al altar de las ofrendas de la muerte y al olor de las flores de cempasúchil. La muerte de verdad, no la que calza zapatos deportivos colgada de los techos de los centros comerciales.