
Sergio Ramírez
El día que secuestraron a Fernando Martí, el vehículo blindado que traía al muchacho de la escuela se acercaba al estadio de la Ciudad Universitaria, en busca del Periférico Sur, cuando un retén de unos 15 hombres, todos con armas largas y chalecos, lo detuvo bajo pretexto de una revisión. Se trataba de policías organizados en la banda de la Flor, que se distingue porque asfixia a sus víctimas con bolsas de plástico, y deja un crisantemo sobre sus cadáveres, estilo de dejar una marca copiado de algún viejo film de cine negro.
Una frase del empresario Alejandro Martí, visto ahora como un héroe por la ciudadanía, se convirtió en el lema de las marchas que se repitieron por todo México: "si no pueden, que renuncien". Y una de las mantas portadas por los manifestantes, le puso un corolario: "no hacer nada, también es corrupción". Las autoridades, a la cabeza de ellas el presidente Calderón, están siendo señaladas de hacer las cosas mal, o no hacer lo suficiente para proteger a la gente.
Y la guerra parece lejos de tener fin. El amigo colombiano con el que comento mis impresiones de este paso mío por México, sólo me dice: "esa película aquí ya la hemos visto". Una película de horror.