
Sergio Ramírez
Cuando no decapitados, los cadáveres aparecen maniatados, con bolsas plásticas en la cabeza, señales de tortura, y el tiro de gracia en la nuca. El alcalde de Cacahoatán, en el estado de Chiapas, denuncia el asesinato de su hermana de veintiocho años, con cinco meses de embarazo. Se trata de pasadas de cuenta, o de víctimas de secuestros por extorsión, se haya pagado o no el rescate. Doña Pilar Zacarías, de Tabasco, enseña la foto de su hijo Bienvenido, al que nunca le devolvieron pese a haber entregado el dinero exigido. En una manta se lee: "Tabasco secuestrado". Sólo en Villahermosa, la capital del estado, han sido denunciados cuarenta y cinco secuestros este año, una cifra que se repite en todas las ciudades principales.
Muchos niños van desapareciendo de las aulas porque sus padres tienen que emigrar. "Está pasando un fenómeno gravísimo", dice un tabasqueño. "La migración no está siendo solamente por la pobreza. Se han marchado muchos por pobres, y muchos más se están yendo porque lograron, a partir de un esfuerzo, tener un pequeño capital".
"Si claváramos alfileres en forma de cruz en el territorio mexicano, para señalar los lugares donde ocurren las muertes y los hechos de violencia, sería un bosque de cruces", me dice mi amigo regiomontano.