
Sergio Ramírez
Los guerrilleros sandinistas obtuvieron lo que pedían: la liberación de los presos políticos en las cárceles de Somoza, principalmente, la lectura de un documento en cadena nacional de radio y televisión, donde se denunciaban las atrocidades del régimen, una suma de rescate que quedó en 500 mil dólares, y un avión para salir del país todos juntos.
Cuando los miembros del comando iban en un autobús suministrado por Somoza camino del aeropuerto, a encontrarse con los prisioneros políticos para subir todos al mismo avión rumbo a Panamá, las calles por donde iban a pasar estaban acordonados de soldados armados hasta los dientes, pero eso ya no le importó a la gente que en multitud salió a las esquinas y a las aceras a vitorearlos, una ruidosa manifestación que demostraba que se había perdido el miedo a la dictadura y presagiaba la insurrección popular que empezaría poco después.
He recordado este acontecimiento del pasado de cara al largo secuestro y liberación de Ingrid Betancourt y sus demás compañeros de cautiverio en las selvas de Colombia, y no puedo sino hacer comparaciones. Si nos atenemos a las palabras claves de ambos hechos, son las mismas: secuestro, rehenes, captores, guerrilleros; pero detrás de esas palabras ha cambiado todo un universo de sentimientos, y de identificaciones, de uno al otro lado del espectro.