Sergio Ramírez
“Vientre nervioso”, es la enfermedad de la que Bergman se declara víctima en sus memorias, una versión aguda de lo que tradicionalmente se ha llamado el miedo escénico, al punto que en cada teatro donde debió trabajar por temporadas regulares, tenía su propio retrete. “Esos retretes son, probablemente, mi permanente aporte a la historia del teatro”, dice.
El precio de estar siempre alerta, del desdoblamiento escénico. Eso de ausentarse del drama de su vida para contemplarlo desde fuera, lo ponía en lucha consigo mismo por el control incesante y minucioso de sus relaciones con la realidad, con su imaginación, y con sus sueños, porque “si el control deja de funcionar, la maquinaria explota y la identidad se ve en peligro”. La antesala del suicidio, al que se sintió más de alguna vez tentado.
Y un sistema nervioso vulnerable como el suyo, resistía poco las tormentas, como le ocurrió en 1976 bajo los efectos de la persecución desatada en su contra por la Administración Tributaria Nacional de Suecia, que lo acusaba de fraude fiscal.
Esa vez la crisis que lo lleva al hospital Carolino, donde permanece internado bajo sedantes, comienza en su casa como si se tratara de una secuencia de cine, la escena de una de sus propias películas: “estoy sentado en el sillón contemplándome a mí mismo que estoy en pie sobre la alfombra amarilla. Oigo mi quejumbrosa voz como la de un perro herido. Me levanto del sillón para salir por la ventana…” Y fuera de la ventana, lo que hay es el extraño y ajeno mundo de la enajenación de los sentidos, el desdoblamiento total.