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Puer senex

Por 5 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Han pasado quince años y Mozart ataca de nuevo. Si en 1991 celebramos los doscientos años de su muerte, ahora celebramos los doscientos cincuenta de su nacimiento.
Lo asombroso es que Mozart siga siendo el músico más popular, más horizontal, de la historia de Occidente. Si no fuera así, las empresas dedicadas a la música enlatada, al Compact, al DVD, a todas las mecánicas reproductivas del sonido, habrían elegido otra mercancía. La operación anterior, la muerte, debió de ser tan rentable que ahora tratan de exprimir también el nacimiento.
¿Qué elementos míticos, qué calificativos tiene Mozart que lo sitúan tan por encima de otros músicos “populares”? Quizás una euforia vital, un vigor, una energía, que hoy sólo existen en los anuncios publicitarios.
Según creen los jefes de marketing, Bach es demasiado cristiano para unos ciudadanos francamente incrédulos. Vivaldi se repite tanto que al tercer concierto ya estás empalagado. Beethoven es para intelectuales y, además, el estruendo germano fatiga y deprime. Tchaikovsky es un exagerado, un bocazas, una especie de tonadillera ensordecedora.
Realmente, Mozart es un regalo para la publicidad: es variado sin marear al oyente, es fácil y sin embargo sutil, es ingenioso pero nunca grosero… ¡Y eternamente joven! Bien es verdad que un hombre de treinta años de su tiempo equivale a uno de cincuenta de ahora, pero eso carece de importancia para los mercaderes. Mozart siempre será un niño. ¡Un niño con capacidad para graduarse de masón! ¡Un tipo muy superior a Harry Potter!
Me parece estupendo que la industria cultural invente acontecimientos para colocar sus productos, pero me preocupa que esa industria se encuentre tan escuchimizada, exangüe, envejecida. Ha de vivir muy acobardada para repetir una operación de hace tan sólo quince años. La falta de imaginación delata un riego sanguíneo defectuoso. Los sellos discográficos han entrado en su fase decrépita. Y si la industria cultural agoniza, nos vamos a quedar con la cultura a secas, la real. Dios nos coja confesados…

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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