Félix de Azúa
Me encuentro para tomar un café con el amigo de Luxemburgo y me cuenta una experiencia demasiado larga para reproducirla con exactitud. La resumo saltándome las escalas intermedias.
En 2000 compró acciones de empresas tecnológicas al precio de 3 dólares por acción. En 2002 alcanzaron los 12 dólares, pero entonces reventó la burbuja y el Nasdaq se vino abajo. Quiso vender, pero cuando logró localizar a sus asesores ya la empresa de inversiones había desaparecido, los fondos habían sido vendidos a una compañía filipina, y las acciones iban a 10 céntimos de dólar. Hasta aquí, lo que ya sabemos.
Hace unos meses recibió una oferta de cierta firma de abogados afincada en Osaka, la cual le informaba de que había comprado los fondos filipinos con el fin de proceder a una operación de enmascaramiento fiscal, aduciendo pérdidas. Le ofrecían diez dólares por acción. Mi amigo, que es de los más listos que tengo, pidió de inmediato el contrato y tras recibirlo lo llevó a un abogado, el cual, después de consultar con unos especialistas, le confirmó que era irreprochable. Pero mi amigo no se quedó satisfecho porque para que el contrato entrara en vigor tenía que pagar las costas legales japonesas. Sólo eran cinco dólares. Le pareció demasiado escaso.
Tras un recorrido apasionante por Internet, con consultas, por ejemplo, a la Cámara de Comercio de Osaka y al Colegio de Abogados nipón, no recibió información en contra, pero tampoco a favor de la empresa. Decidió colgar sus dudas en la web. A la semana siguiente comenzó a recibir mails de Finlandia, de Noruega, de Suiza… decenas de miles de personas estaban en su misma situación. Eso le decidió a acudir a la Interpol. En dos días habían desmantelado la estafa, aunque nunca aparecería nadie detrás de la perfecta documentación, de la eficaz página web, del minucioso registro mercantil, del elegante papel de carta.
¡Cuánta inteligencia, cuánta habilidad técnica, cuánta creatividad, la de estos ladrones limpios, sabios, quizás ilustrados y con títulos de Oxford o Berkeley!
¿Qué novelista podría dar una imagen verosímil de los nuevos piratas sin rostro, sin cuerpo, sin edad, puros fantasmas, puro sueño? ¿Y la navegación espacial de Noruega a Osaka? ¿Y los abordajes a compañías filipinas de quebrados? ¡Qué belleza!
Comprendo que el acicalado Tom Wolfe haya fracasado en su intento de ser el Balzac americano. No hay vuelta atrás y no tenemos ni idea de cómo narrar una sociedad plagada de conflictos inmateriales.