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Historias viscerales

Por 17 de agosto de 2022 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Quienes morían en olor de santidad traspasaban la fama de sus poderes milagrosos a sus vísceras, falanges, miembros, y demás parte de su cuerpo, y por eso eran descuartizados y repartidos en santuarios e iglesias, un corazón dentro de una coraza de oro recamado de pedrería, un brazo o una pierna dentro de una armadura de plata, un dedo en un dedal de orfebrería. Le pasaba hasta al más humilde de los siervos de Dios, como San Juan de la Cruz, o a la más docta, como Santa Teresa.

Pero ocurre también con las santas laicas embalsamadas, como Eva Perón; o con los presidentes todopoderosos cuando pretenden la eternidad más allá de su muerte; o con los emperadores, cuando sus cuerpos, o sus vísceras, resultan útiles, aunque sea siglos después, en términos electorales. Vamos por partes.

La mañana del 6 de agosto de 1875, el presidente de Ecuador Gabriel García Moreno, del bando conservador, quien empezaría pronto su tercer período en el mando, regresaba a pie al Palacio Nacional, luego de haber comulgado en la iglesia de Santo Domingo, cuando fue asesinado a tiros y a machetazos por una partida de conspiradores del bando liberal.

Al día siguiente el cadáver presidió sus propias exequias. Vestido en uniforme de gala de comandante supremo, el bicornio emplumado en la cabeza y la banda terciada en el pecho, apareció sentado en el sillón presidencial en el altar mayor de la catedral, mientras los deanes cantaban el oficio de difuntos y se cumplía el protocolo de funerales de estado dictado por él mismo.

Esa foto anda por allí, en prueba de que el novelista no miente. Maquillado para disimular la palidez de la muerte, las cejas repintadas, los ojos entrecerrados y la boca grotescamente abierta, a sus espaldas posa una guardia de granaderos, con sus altos gorros de piel de oso, la bayoneta calada y extrañamente revestidos con mandiles forenses.

Hubo intentos fallidos de canonizar a García Granados, católico devoto. Enterrado en la catedral de Quito, los vaivenes de la política hicieron que se temiera una profanación, y el cuerpo fue trasladado en secreto de un escondite a otro, hasta recalar en la iglesia de Santa Catalina de Siena, donde fue descubierto, cien años después de su muerte, en una cripta al lado derecho del altar mayor.

El corazón, que le habían sacado para conservarlo como reliquia, fue escondido por aparte en una columna del claustro del Buen Pastor, junto con el del arzobispo de Quito, monseñor José Ignacio Checa y Barba, muerto al beber el vino envenenado del cáliz en el oficio del viernes santo de 1877.  Materia también que la realidad obsequia al novelista.

Y he aquí la otra historia. En la iglesia de la hermandad de Nuestra Señora de Lapa, en Oporto, se guarda bajo cinco llaves el corazón de don Pedro de Alcántara, rey de Portugal, y emperador de Brasil tras la proclamación en 1822 de la independencia de esta inmensa colonia americana que era por sí misma un continente, caso único en la historia de América Latina el de un monarca venerado como prócer.

Don Pedro, desterrado de Brasil, murió en 1834 en el Palacio Real de Queluz en Portugal, consumido por la tuberculosis. Pero antes dictó su célebre carta abierta a los brasileños: “La esclavitud es un mal, y un ataque contra los derechos y la dignidad de la especie humana, pero sus consecuencias son menos perjudiciales para aquellos que sufren el cautiverio que para la Nación cuyas leyes la permiten. Es un cáncer que devora su moralidad”.​

Y dejó dispuesto que su corazón quedara en la iglesia de Lapa, en tanto su cuerpo  fue sepultado en el Panteón Real de la Dinastía de Braganza, de la iglesia de San Vicente de Fora. En 1972, al celebrarse los 150 años de la independencia de Brasil, la dictadura militar, evocando su fama de “rey soldado”, y no la de enemigo de la esclavitud, consiguió que los huesos del emperador fueran trasladados desde Portugal, paseados con gran pompa por todo el país antes de recibir sepultura en el mausoleo imperial en Ipiranga, en Sao Paulo, paraje donde proclamó a Brasil libre del yugo de Portugal. Libraba entonces una campaña en la que se veía obligado a bajarse del caballo a cada tramo, aquejado de diarrea.

Si la dictadura logró hacerse con los huesos de “el rey soldado”, ahora el presidente Jair Bolsonaro, quien para nada disimula su añoranza por el régimen castrense, ha conseguido que el ayuntamiento de Porto le dé en préstamo el corazón de don Pedro con motivo de las celebraciones del segundo centenario de la independencia.

Bolsonaro, quien busca la reelección, proclama que se siente inmortal, que del poder sólo Dios lo echa, y amenaza con un golpe de estado si pierde. Las elecciones presidenciales, en las que lleva desventaja en las encuestas frente a Lula Da Silva son el 2 de octubre, y la celebración de la independencia el 7 de septiembre.

El corazón será trasladado en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña, y Bolsonaro lo recibirá seguramente en el aeropuerto para sacarle provecho electoral, y mostrar triunfalmente la urna en los mítines.

Estupenda oportunidad para un hombre tan visceral.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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