Vicente Verdú
Lo fehaciente
de la sangre
es que,
en apariencia,
circula
sin impulso externo
o motor subyugador.
No será así
pero discurre
al modo
de un fenómeno
ecológico,
un gesto de la naturaleza
que impulsa
los vientos o los afluentes,
los ríos o las brisas
del mar.
Una concesión, en suma,
al destino inscrito
naturalmente
en su seno
que impusiera
como don
una pulsión
sin resistencia.
Una decisión
sin desobedecer a nada.
Sin nadie
ni nada
la sangre circula
por las venas
como una suave
bendición
o una perversa
maldición.
Ambas iguales
en su ensimismada
naturalidad.
Naturalidad ensimismada
en su misión
por visitar,
el circuito
del cuerpo completo.
Dispuesta
ancilarmente
a cumplir con
su repetida
misión colorada.
Limpia o infecta
tan acrítica sobre su estado
que no juzga
no propone
Fluidez ensimismada
que en su velocidad
que sigue
el orden gradual
de una legislación clínica.
Que sana o delata
su vicio.
Que detecta
la salud
o la extinción.