
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
De la materia textil de la espuma marina están compuestas las sábanas. De hilo, de lana, de algodón de seda, cada juego de sábanas comunica con un mundo de ensoñaciones puesto que su papel se asocia naturalmente a un posible sueño que viaja desde la alcoba a la cama hospitalaria, desde los brazos del amante a la oquedad invernal. Presentes en el amor, son también las compañeras más íntimas de la agonía. Presentes en la soledad son las cooperantes más pacíficas del mal o el desatino.
Puede adquirirse casi cualquier artículo en El Corte Inglés pero la compra de la sábana -así como de todo aquello que se relaciona con la cama- comporta una exposición personal en la que el pudor turba para llegar a una elección serena. Esa serenidad es, sin embargo, tan necesaria en la compra como después en contacto con el juego de cama que para ser efectivamente un mundo lúdico debe prestarse al sosiego, la voluptuosidad o el jeribeque que , en muchos sentidos, corresponde a la prenda interior. Interior de la casa y del sujeto, sujeta a la cama al cuerpo: prenda que cada noche emprende con nosotros un viaje indeterminado y que, sea cual sea su objeto, brinda una navegación a vela donde las sábanas efectivamente nos acompañan por suaves espacios de agua..
Con otras pertenencias viajamos durante el día y de aquí para allá pero efectivamente las sábanas son una suerte de túnica o sudario que nos espera en un lugar fijo y desde donde nos desplazamos inmóviles hacia un horizonte de espumas. Espumas marinas, espumas de color negro.
Porque, de una parte las sábanas son un envoltorio listo para resguardar la estancia del cuerpo y de otro se comportan diariamente como un animado sudario en donde nos refugiamos y nos callamos sin voz o sin vida.
Así el silencio en donde creemos dormir se presenta como una clase especial de transparencia. El principio acaso de lo transparente. Todas las otras formas de la transparencia poseen en su interior el ánima vacua del silencio y de ese modo son tan mágicas o inquietantes.
El silencio sería el fluido en el que el ruido se disuelve desprendido de impurezas. Con lo cual la sábana sería el ruido primigenio, el punto del ruido, aún puro, que se anticipa a su son y vive en la fundamental acústica del silencio. Con el silencio llegamos lejos, silenciosamente, mientras con el sonido de inmediato topamos con obstáculos. Todo obstáculo levanta un muro acústico, produce ruido, mientras todo vacío, todo solar desnudo promueve la metáfora ideal de la sábana en silencio, sin mácula, sin metáfora, sin proyecto.
El silencio patina, plancha la sabana con su espalda y en su seno nos posee allanados. Porque mientras el ruido posee, por definición relieve, existe en la anfractuosidad, el accidente o la cordillera, el silencio es por naturaleza horizontal, producto afín al desierto y el lago, efecto de la noche sin nadie y de la luz sin paramentos. Este silencio siempre horizontal hila la sábana y su fabricación idónea se corresponde con la dejación del sueño, o la parálisis.
Dormir sin nada ni nadie, dormir extendido y plano, cerrar los ojos ante cualquier dificultad que impida la dulce transparencia de la nada. .
Toda ornamentación es argumento y alharaca mientras el lienzo esencial, como en pintura, carece de sonido y de palabra previa. Ama o no ama sin decir nada y nuestro yo en ella se unta de una ausencia absoluta o del olvido sin rostro ni adherencias. El ser herido o traicionado halla un amparo indecible entre las sábanas para morir o para desintegrarse. Su fantasmal disolubilidad es equivalente a la capacidad de camuflaje a que induce la mismísima sábana, tan muda y alba que recuerda en su peculiar pasividad a la antitética personalidad del espejo: el espejo nos odia, nos quiere y siempre nos fulmina en un relámpago, la sábana más cándida y maternal, más lenta y primitiva, nos ama y nos ama.