
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Algunos de los lenitivos que encontramos en la vida corriente proceden del buen olor. El olor de los churros, del caldo de gallina, del café y también, muy naturalmente del perfume o la colonia puesto que la colonia se fabrica precisamente para neutralizar los posibles daños debidos al incontrolado olor. Expuestos a numerosas amenazas las provenientes del olor son del tipo propio de los embates que desconciertan y ante los que apenas sabemos reaccionar. Una cosa por tanto es el mundo asalvajado y bárbaro de los olores del mundo, esencias sin manipular, y otra es el cosmos -la cosmética- de los perfumes donde el olor ha sido explorado, aderezado e instruido para cumplir una función en provecho del alma, su salud y su buen humor. De este modo, la colonia viene a ser de hecho una defensa contra los acosos indeterminados u olfativos pero por sí misma, fuera de toda lucha contra lo hediondo, los perfumes son dones de felicidad que se reparten deliberadamente como obras de arte o, sencillamente, como buenas obras. s. Perfumes unos que se acompañan de una memoria dichosa y otros que oliendo a violetas o a bebés nos sitúan en un ámbito excepcional mientras el efluvio continúa con vida. Una vida corta que los expertos buscan llenarla de múltiples atributos y así se habla de perfumes ácidos, suaves, fríos, cálidos, plateados, sordos, agresivos, tiernos, cantarines, nostálgicos, clamorosas. Tantas sensaciones diferentes puesto que un perfume compuesto por unas 30 esencias da lugar a decenas de miles de interacciones estéticas o sensitivas.
De hecho, el aroma se comporta como un ser vivo que mientras nos auxilia y embellece se debilita y se agota. La constatación de que el perfume va desvaneciéndose y llegará irremediablemente a cero crea la idea de una desolación propia del abandono compatible con el terror de no oler a nada. La colonia trata así extraer de la cotidianidad al empleado en su penosa gestión y transportarlo (etéreamente) a una dimensión tan surtida como más lozana. De hecho, a finales del siglo XIX el doctor Sylvius se hizo célebre comercializando agua de colonia como remedio contra las neuralgias, reumatismos, la atrofia muscular, los dolores de cabeza, la debilidad y la parálisis.
La colonia no era entonces cosa de hombres y su actual apreciación estética, su "nota" o su "forma" sensitiva evocando colores, sabores, gustos, sonidos, tiempos (duración, volatilidad, volumen)y tactos es un producto propio de la estetización general del mundo feminizado que culminó el siglo XX.
Nada en el mundo huele como el perfume aunque algún elemento se le parezca pero todos tratan de oler con aquello que fuera lo mejor del mejor mundo. Unas veces tratando de mimetizar a la naturaleza y otras procurando mejorarla para componer un espacio cuyo principio sería la base olfativa, la base odorable o, contiguamente, adorable.
Las fragancias se evaporan demasiado pronto o pero gracias a su presencia podemos ser capaces de imaginar una muestra de sensaciones exhaladas por el otro mundo posible: cariñoso, delicado, festivo, cordial. Un mundo de amor y bienestar que la colonia anticipa puesto que si su inhalación no será capaz de transformarnos, por un momento el sufrimiento se confunda.
Siendo seres humanos, no siempre puede exigirse que el dolor desaparezca pero bastará que se alivie en algún grado para que una efímera línea de deleite nazca.
Vivir, decía Ortega, significa cierta dificultad del ser y ¿quién duda de que la colonia o mareando la dificultad o embelleciendo el tufo de ser no aromatiza circunstancialmente la engorrosa presencia de las cosas? Se tratará de pequeños momentos cuya fragancia encubre o irradia hasta el linde de una felicidad soñada y como en ellos, poco más tarde, la iluminación al despertar se apaga.