
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Una vez leí esto: "El devenir es inocente porque no tiene sentido". Volví a leerlo y, a medida que lo comprendía, iba ganando una inesperada paz. Si el futuro no está en nuestras manos somos inocentes de cuanto conlleve. Pero la sentencia no quería decir esto exactamente. O acaso sí porque toda lectura de lo escrito constituye una traducción y el significado final acaba siendo el que se produzca tras la metabolización del lector. Hay miles de traducciones para cada frase y cada palabra. Más aún, según he podido saber casualmente, casi la totalidad de los lectores leen antes lo que quieren encontrar escrito que lo que realmente se encuentra en la escritura. La opinión propia se impone sobre la contraria, la aplasta y la modula para recobrarla como una irremediable reafirmación.
"El porvenir es inocente porque no tiene sentido". En cierto modo podría ser la vida misma la que carecería de sentido al ingresar a cada instante en el porvenir y de este modo, sin sentido, la vida se vuelve pacifica e inocente. ¿Sí? No es nada seguro. No es nada seguro, porque el porvenir en cuanto tal no llega, por definición, nunca, nunca aparece puesto que definitivamente se halla por venir.
Pero si siempre se halla pendiente de venir, impotente para llegar, qué sentido tiene pensar en ello. Si nunca va a llegar el porvenir ¿qué sentido tiene el porvenir mismo? O, por extensión, ¿qué sentido tiene pensarse muerto o no, curado o herido, desdichado o feliz, amado o despechado en un espacio que nunca tendrá sitio alguno en el mundo?