
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Podría parecer una simplificación pero la elegancia es la cualidad que denota la obra perfecta, la obra eficiente, la auténtica verdad y no sólo estética de la invención. No pocos físicos o matemáticos, arquitectos o alquimistas desecharon el resultado de sus investigaciones y experimentos porque los consideraron feos. La belleza y la verdad se han presentado unidas en los ideales helénicos pero todo el cristianismo ha presentado siempre la fe como una luz encantadora hacia la máxima verdad. Igualmente podría decirse de las personas, incluso en la conversación. Podría decirse de Maradona en sus declaraciones tras el partido con Uruguay, de Berlusconi con el asunto de las velinas o de Zapatero cuando habla de que España "se va a mojar" en la búsqueda de la paz en Oriente medio. La falta de elegancia en el hacer o en el decir denota falta de tino. O, al revés, la incuestionable elegancia que despide Obama anticipa su acierto aquí y allá. El Nobel de la Paz este año es un premio al estilo. Ni a la realización ni a la próxima intención. Simplemente a la prestancia de un porte que hace creer en la unidad entre aquello indistinto que se haga y su ya elegante distinción.