
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
El teléfono es un arma.
Bien, de acuerdo, no posee los caracteres para matar pero puede, sin embargo, efectivamente hacerlo. Los teléfonos fueron antes negros como también los coches, los trenes, las máquinas de escribir y las baterías de cocina. Todos ellos llegaban, en cuanto signos de progreso, envueltos en un aura misteriosa y tan interesante como la muerte. Con el tiempo las baterías de cocina primero, a través del aluminio inoxidable, y los ordenadores y trenes después, con la brillante pintura metalizada, trataron de deslizarse en nuestras vidas en cuanto nuevas balas de velocidad peligrosa y estimuladora.
Las máquinas de escribir, como ahora los ordenadores, aceptaron al cabo casi cualquier color en señal de que la escritura dejaba de ser un asunto serio para pasar al mundo del entretenimiento, el experimento y la diversión.
En general, de una idea trascendente de la vida se ha ido pasando a la preocupación por amenizar la existencia como un cine.
Por su parte, el teléfono se hace móvil en vez de fijo porque como la misma vida carece de un fijado fin en donde se apoyaba el juicio final y actuaba cimentado y con la máxima firmeza.
El juicio final como la misma Justicia del sistema ha derivado en un móvil. Un juego movido por el poder, un móvil empujado por uno u otro interesado móvil. Quizá siempre fue aproximadamente así pero nunca resultó tan patente y asumido.
En los principios, la justicia fue incluso arbitraria pero en coherencia con el caprichoso arbitrio del poder absoluto. Era arbitraria como los árbitros en el campo de juego. Ahora, no obstante, es extensivamente un juego del juego del poder, descarada en su volubilidad, su vaivén y cualquier otra peripecia propia de los juegos.
Finalmente, el teléfono, fijo o móvil, en unas u otras circunstancias, ha guardado en el interior de su sonido o su politono el carácter de un arma letal. Suena el teléfono y es, con frecuencia, un asunto intrascendente pero suena el teléfono y en la misma música puede hallarse la noticia funeral. Jugar con los teléfonos es jugar con la muerte inscrita en su llamada, tratar con la muerte por escondida o enmascarada que parezca. Lo decisivo es que jamás abandona ese lugar. El timbre anida la muerte, mata, destroza, deshace la vida, la vuelve del revés. Ni siquiera el tren, tan gigantesco, es tan vilmente asesino.