
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Una nueva especialidad médica ayuda a conocer por qué se engorda más o menos a través de la exploración del iris. En el iris, como ya es conocido por el irólogo y sus adeptos, se hallan inscritos todos los órganos del ser humano y no sólo su variadísimo surtido sino también el cambio que denota la enfermedad, las alteraciones leves o incluso mortales que nos asaltan. Se llega así a deducir que de lo complejo o lo más complejo de nuestro sistema orgánico nace una ínfima sutileza cromática que da cuenta de las circunstancias por las que atraviesa el generador vital. El iris denota el estado básico y real de esa energía: en la enfermedad expone su ira y en la salud su irisación.
Ahora, además, referido a la grasa corporal la fina seda del iris revela, como un indicador de niveles, la subyacente avería que posiblemente transforma un kilo en dos o en más. Quitarse de encima ese peso agregado es el paso siguiente a la delación pero es imposible, todavía, a través del iris cursar una orden que se encargue directamente de la corrección.
El iris actúa como una alerta luminosa y opera entre el máximo silencio y su total pasividad. Nos habla como lo haría la voz de Dios a través de la gracia o la desgracia. Nos inculca el conocimiento del mal pero no nos auxilia de ningún modo. Abrimos los ojos ante el experto y allí se muestra nuestra inestable condición. El facultativo anota la información recibida y nos la traslada, nos diagnostica y nos prescribe. El quehacer siguiente, tratándose de la obesidad, consiste en obligarnos a un penoso y solitario proceso que en nada se parece en la delicadeza de la decisiva información. Los denuedos, las renuncias, la herrumbre del hambre, los insoportables y obstinados quintales de más en nada se corresponden con su estilo con la levísima denuncia procedente de la lábil fragilidad del ojo. El iris se muestra y se oculta bajo el párpado, el iris nos habla mediante garabatos y se esconde como un ser superior. Un ser y su servicio tan aparentemente implicado en nosotros como descomprometido de colaboración. Forma parte de lo más íntimo de nuestro cuerpo pero, paradójicamente, para cumplir su destino se libera de cualquier complicidad personal y sólo se complace, se amustia, resurge o, definitivamente, nos enluta en la intangible floración de color.